
Espero el tiempo de volver a saltar sobre los charcos
y enfangarme hasta los codos sin pensar en lo sucio.
El barro es la vida que tuvo una forma,
polvo de rocas, sarro de estrellas,
fértil sustrato de un tiempo remoto.
Los niños juegan con él a crear el mundo.
Luego, enlodados hasta el cuello,
desafiando el grito de la incongruencia
regresan a casa. «¡Estás castigado!», les dicen. Aceptan.
Y un buen día dejan de jugar
por haber perdido el sueño de acariciar la tierra.
No obstante, vale la pena esperar:
ningún sueño merece la muerte.