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El hombre del bate by Rosa Boschetti

Los vecinos del edificio #125 se sobresaltaron al escuchar gritos y uno de ellos salió para quejarse del escándalo que ha interrumpido su descanso. Observa que hay alguien tirado en el suelo y dice: «Estas no son horas de griteríos. Yo me levanto a las cuatro de la mañana para ir a trabajar y debo descansar después del almuerzo. No hay nada que justifique semejante alboroto». El aludido, casi sin poder mover los labios llenos de sangre, balbucea: «Un hombre me acaba de propinar una paliza y robó el dinero de mi cartera».
El inquilino toma el móvil y llama a las autoridades para informar que han golpeado a alguien en el portal del edificio. Luego de la llamada, el agredido dice:
—Es un hombre no muy alto, gordo. Debe estar cerca, lleva una chaqueta con capucha, guantes negros. En sus manos tiene un bate con el que me pegó en varias ocasiones. Avisa para que alguien lo atrape. El vecino, con evidente enfado, lo interrumpe:
—¿En qué te basas para decir que es un hombre? ¿Esa persona se identificó como tal o tú lo supones?
La pregunta descoloca a la víctima. Por unos instantes titubea. Sin embargo reacciona y dice:
—Lleva traje de hombre, habla como un hombre. Por lo tanto y sin duda alguna, ¡Es un hombre! ¡Si no te apuras, se va a escapar!
—No puedo dar la voz de alarma de algo que no estamos seguros. ¿Cómo sabes que es un hombre? —Ante el asombro y silencio del agredido, prosigue. —¿Por qué dices que tiene voz de hombre? ¿De qué hablaron tú y el supuesto agresor?
—¡De nada! Te digo que me atacó por sorpresa y después de golpearme me pidió la cartera. Sacó el dinero y en seguida la lanzó, la puedes mirar allí —y señala el borde de la pared. —Eso fue todo, luego salió del edificio. Estamos a tiempo de atraparlo, no debe estar lejos. Por su gordura, sus movimientos son lentos.
—Perdona, pero tu observación está llena de muchos prejuicios. Lo primero es que tú no le preguntaste su sexo. Por lo tanto, debo creer que eso lo supones. —El hombre golpeado, un poco confundido por tal alegato, enmudece. Trata de incorporarse, sin embargo el dolor se lo impide. Permanece acostado en posición fetal. El vecino lo observa y continúa: —Por otro lado dices que el presunto atracador tiene sobrepeso. ¿En qué te basas para formalizar esta afirmación?
El herido trata de disimular la expresión de dolor al decir con lentitud:
—Es obvio que ese hombre es gordo. Mide aproximadamente un metro setenta y por su volumen, debe pesar más de cien kilos.
—Vamos a poner las ideas en orden —dice el vecino en tono condescendiente. —Tú afirmas que ese individuo te agredió de manera sorpresiva. Entonces, ¿en qué momento pudiste medir a esa persona para saber su estatura? —Realiza una pausa corta y prosigue sin darle tiempo a reaccionar. —¿Cuánto mido yo?
Ante esa pregunta tan sorpresiva, el hombre asaltado vacila. A los pocos minutos responde con timidez.
—¿Un metro setenta y dos?
—Te equivocas. Mido uno setenta y seis —dice el vecino sin poder disimular una sonrisa, producto de su pequeña victoria.
El hombre atormentado por el dolor le pide que vuelva a llamar a la ambulancia, pero el habitante de la planta baja desea aclarar lo acontecido. Por lo tanto insiste en preguntar:
—¿Qué hiciste para tener una idea de su peso? ¿Puedes calcular el mío en estos momentos? —Ante su mutismo, continúa: —Veo que tienes muchos prejuicios. ¿Sufres de Gordofobia? Lo pregunto porque en tus palabras noto cierta discriminación.
Al tratar de contestar, los golpes recibidos le obligan a retorcerse y aumentan el dolor de las costillas. Se mueve para limpiar la sangre que se acumula en su rostro. No logra responder a las preguntas que a duras penas escucha y el vecino prosigue:
—A no ser que el mismo sujeto te informara de su peso, tamaño y sexo, no comprendo en qué te basas para expresar esas afirmaciones. Por otro lado, no he visto merodear a nadie con un bate.
El agredido vuelve a quedarse callado. No comprende lo que ocurre y solo desea que lo ayuden. Ante su mutismo, el vecino da por terminada la conversación.
A los pocos minutos de absoluto silencio, llegan las autoridades con la ayuda correspondiente. El sonido de las sirenas atrae a otros vecinos que se agrupan alrededor de la víctima, el cual permanece desmayado en el portal del edificio. Lo llevan a la ambulancia para trasladarlo al hospital mientras los oficiales preguntan a los presentes qué ocurrió, pero nadie lo sabe. Con excepción del residente del bajo que dice: «Yo me levanto a las cuatro de la mañana para ir a trabajar y debo descansar después del almuerzo, sin embargo unos gritos interrumpieron mi merecido descanso y al salir para reclamar prudencia, este señor deliraba tirado en el suelo. Por eso los llamé. Dijo varias cosas sin coherencia, difíciles de repetir».
Los oficiales toman nota y antes de retirarse, el vecino se pone a la orden para cualquier otra aclaratoria. La ambulancia sale con rapidez, mientras el médico atiende al agredido que permanece inconsciente, con pronóstico reservado. Sin embargo la unidad debe detener su marcha apresurada en la primera esquina, para dar paso a un hombre cuyo volumen le impide caminar de prisa. El conductor lo observa y comenta a su compañero «Pobre individuo, alguien debería ayudarlo. No es justo que deba utilizar un bate como bastón».

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