Subir al inicio

DAVID, 15 de Julio by Antonio Toribios

El hecho de que David tuviese un retraso en el crecimiento pro­vocaba que sus compañeros más altos le amargaran la vida con chanzas y empellones. Los peores eran Máximo y Zenón, que eran los más corpulentos. Le perseguían por el patio y, cuando le atrapaban, se divertían dándole vueltas como a un trompo y ti­rándole de las orejas. David intentaba defenderse a pedradas des­de lejos, pero tenía tan mala puntería que más de una vez acabó rompiendo los cristales de la escuela, con consecuencias aún más adversas para su integridad. Así es que a David solo le quedaba la vaga esperanza de una venganza ejemplar. Ciego de ira les espe­taba a sus enemigos: “¡Ya veréis cuando crezca, bellacos!”, con las consiguientes risotadas de agresores y concurrencia, tanto por la incredulidad que generaba como por ese término tan de revista de historietas.

Pasaron varios años y todo seguía igual, pero, al cumplir los diecinueve, David tuvo de pronto el estirón que no había tenido en su momento. Trabajó de mensajero y se compró con los aho­rros una Honda de gran cilindrada. A lomos de su moto y enfun­dado en una chupa de cuero, patrullaba por las noches en busca de sus antiguos agresores; pero ellos debían de haber cambiado de barrio o de ciudad o sencillamente se escondían, porque nun­ca los vio. Mientras, se dedicaba a buscar pendencia y a zurrar a algún infeliz que se cruzaba en su camino. Más que nada por irse entrenando, y porque, desengañémonos, el haber sido víctima no siempre equivale a ser buena persona.

Categorias

Deja un comentario

Facebook
Twitter
LinkedIn