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HAY PALABRAS Y PALABRAS by Esther Bajo

Imagen facilitada por la autora

Cuando declinaba el siglo XIX en España sólo sabían leer y escribir tres millones de personas, un 17 por ciento de todos los españoles (y esta vez el masculino tiene más sentido que el globalizador, puesto que había más de diez puntos de diferencia entre hombres y mujeres), mientras que en los años 50 el porcentaje de gente alfabetizada se acercaba a la mitad y el año pasado era del 98 por ciento. Bien es cierto que habían pasado más de quinientos años para llegar a un índice de alfabetización tan bajo, pero por ello resulta más asombroso que en poco más de cien se haya llegado a cubrir la práctica totalidad de la población. Sin embargo, ese logro impresionante de nuestro tiempo se ve, en mi opinión, oscurecido por varias circunstancias nuevas. En primer lugar, porque ahora que todos sabemos leer, cada vez se lee menos, y como consecuencia hay que acomodar las palabras a contenidos cada vez más banales, afilarlas para que capten rápidamente la atención de ojos acostumbrados, no ya a la imagen, sino a la rápida sucesión de imágenes. No en vano la Real Academia de la Lengua ha optado por dar validez a lo que hasta hace muy poco tiempo eran errores, en una actitud como de tirar la toalla renunciando a normas que tenían un sentido.

No olvidemos que si en los siglos precedentes casi nadie sabía leer ni escribir, no era por casualidad o desidia. El analfabetismo tenía una razón de ser bien clara y definida por el poder: la ignorancia facilita la dominación. Y es que, sí, desde luego, la palabra es un arma. Así se ha considerado desde el Antiguo Testamento (“un arma de doble filo”), pasando por el escritor medieval Ramón Llull (“el arma más poderosa”) a Gabriel Celaya (“un arma cargada de futuro”). ¿Por qué si no han impedido todas las religiones a las mujeres que aprendan y aún lo hacen los extremistas, como Boko Haram o los talibanes, nada menos que secuestrando o asesinando a las niñas que van a la escuela?

De modo que una sociedad que llega a la completa alfabetización de su población se convierte en peligrosa para quienes ejercen el poder y, sin embargo, somos testigos de una sociedad inconsciente y un poder cada vez mayor en menos manos; En suma, una sociedad cada vez más manipulable víctima de herramientas cada vez más poderosas de manipulación. Es como decir que han tenido que inventarse nuevas formas de ignorancia y una de ellas ha sido desactivar la palabra, vaciarla de su sentido original de vehículo de conocimiento o verdadera comunicación, aislándola del pensamiento y pervirtiéndola al convertirla en argot especializado y propaganda. Lo vemos incluso en el lenguaje cotidiano, cuando hablamos de los sentimientos con expresiones tan mercantilistas y deshumanizadas como “invertir en una relación” o “gestionar las emociones”, mientras las palabras verdaderamente cargadas de humanidad –como libertad, amistad… ¿democracia?- se despojan de su contenido.

Quizá por eso quienes sí dan a las palabras todo su sentido, quienes trabajan honestamente con ellas, son cada vez más dura y fácilmente silenciados. El ataque sufrido por el escritor Salman Rushdie es el más conocido, pero los fanáticos yihadistas también asesinaron a los escritores egipcios Farag Foda y el Premio Nobel de Literatura Naguib Mahfuz; a los ilustradores y otros trabajadores de la revista satírica Charlie Hebdo; al poeta y editor bangladesí Shahzahan Bachchu; a los escritores afganos Abdullah Atefi y Dawa Khan Menapal. Y no sólo los fanáticos del Islam no toleran la palabra libre: cinco escritores fueron asesinados en Myanmar por oponerse a la Junta gobernante, entre ellos los poetas Myint Zin y K Za Win Nedim; en Dinamarca, Nedim Yasar fue asesinado el día que presentaba un libro sobre sus experiencias personales en el mundo de las pandillas. Es bien conocido el caso de la escritora y periodista Anna Politkóvska que, tras denunciar las violaciones de derechos humanos de las tropas rusas en Chechenia fue asesinada a balazos en el ascensor de su casa. La lista es casi tan larga como la de escritores vivos pero perseguidos –como Roberto Saviano- y de periodistas perseguidos o asesinados, incluso en Europa: pude vivir muy de cerca el asesinato de la periodista maltesa Dafne Caruana, que investigaba casos de corrupción en 2017. Sólo el año pasado fueron asesinados 57 periodistas, 65 fueron secuestrados y de otros 49 no se sabe nada. El sitio más mortífero para los periodistas no son los países en guerra, sino América Latina, China y Turquía. En los últimos cuatro años han sido encarcelados 250 periodistas, muchos sin saber de qué se les acusa y casi todos sufriendo torturas o malos tratos.

No tengo una conclusión a todo ello, pero merece la pena reflexionar sobre el proceso que está sufriendo la palabra escrita en esta sociedad crecientemente polarizada también en otros ámbitos: por un lado, se extiende como el aceite la frivolidad que alimenta meros contenidos basura y, por otra, se castiga sin piedad a quienes utilizan las palabras con conciencia y creatividad.

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1 Comments

  • Mahfuz sufrió un ataque, como Rushdie.

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