
Artículo que pertenece a mi olvidado libro Mandíbulas rotas
Dom Elmer decidió salir del bar. Fuera hacía un calor tremendo. En esta zona de Sicilia se ve como el largo día se estira, hasta dejar a sus habitantes fastidiados. Tenía que ir a comprar un pollo. Su costumbre era visitar el carnicero que estaba al lado del garito donde jugaba a las cartas. La tienda era muy antigua y si uno le pedía le mataban el bicho en su presencia. Al entrar no había nadie, le dejaron elegir un pollo marrón de pintas doradas y espolones anchos y duros. El dueño solo dijo: estos los traen de una localidad de Barcelona, del Prat, son muy sabrosos. Dom Elmer pensó, ¡quien narices es capaz de vender pollos venidos de tan lejos! En dos segundos, muerto el animal, pudo comprobar cómo le sumergían en agua caliente y como sus plumas se ablandaban.
_Es de 4 kilos -dijo el carnicero. Dom Elmer siguió el recorrido visual del despiece, hasta que un detalle le llamo la atención. La daga que iba y venía, tenía unas inscripciones en chino. Nunca se había detenido a mirar a los empleados, al levantar la vista pudo comprobar los rasgos asiáticos del ayudante del carnicero. Ante lo cual, mirándole, pregunto: ¿es Ud. chino? El empleado de rasgos suaves pero con dos pómulos debajo de dos ojos achinados respondió:
_Si. ¿De dónde? –insistió Dom Elmer-
_De Shanghái.
_ ¿Hace mucho que vive en Sicilia? –pregunto-, su interlocutor respondió: “no, tan solo llevo aquí tres años”. Dom Elmer era un buen coleccionista de historias, la respuesta le llevo a relacionar las noticias o rumores que corrían en los últimos tiempos. Que: si los chinos se lo están quedando todo, que tal o cual. O, que el mercado de la coca está siendo dominado por una triada de chinos que han llegado hace tres años. ¡Madre mía! –exclamo. Luego camino hasta la caja para pagar, mientras se despedía del carnicero amigo, abrió la puerta que daba a la calle, en un acto reflejo intento apoyarse en la manivela para bajar dos escalones. La empujo suave, le tranquilizaba saber que fuera le esperaban sus guardaespaldas. Al levantar su mirada tres chinos le dispararon a quemarropa, al caer fue a dar con una esquina de la pared que le rozo la frente. Aun no estaba muerto, podía respirar, su cabeza zumbaba mientras susurraba ¡malditos hijos de perra! Un tipo de cara asiática y mirada felina le salto encima, su daga, ¿era la del carnicero que preparo su pollo? le entro directo por el pecho. Dom Elmer se abandonó. Si alguien hubiera podido estar en su cabeza, tal vez lo último en pensar hubiera sido la triada ya me ha copado.
#Europa dormirá bajo la daga del gran dragón#. Ese fue el título que escribió en el dossier de su asesinato la Policía de Palermo, antes de archivar su caso.