Míralos por ahí van en fila, de uno en uno por la orilla de la carretera. Bajan la cuesta con la mirada puesta en el horizonte donde la ciudad espera.
Aquí dentro los demonios me dominan, no contemplo este día de asueto. Por estos infinitos pasillos, deambulan fantasmas reiterando frases incoherentes o gritos a nadie. Durante las noches éstos permanecen vacios, oscuros, causando temor. Herméticas puertas chirrían oxidadas al ser cerradas, surgiendo el miedo de cualquier esquina. Yo escondo mi cabeza debajo de la almohada, no quiero oir nada, aunque en insomnes noches a lo lejos, escucho voces.
Soy un loco rebelde, incumplo injustas normas a las que me someten, son irrelevantes, no permiten que sea yo mismo. A veces atan mis manos permanezco inamovible durante horas y las muñecas se dañan cansadas de luchar por soltarse, mientras funestos pensamientos, planean un suicidio que nunca llevo a cabo.
Los de blanco no saben que es empatía, se burlan, ríen e incluso me imitan. Me llaman loco por no reprimir sentimientos o emociones que muestran como soy sin reparo alguno.
No cumplo el protocolo cívico estipulado, lo que ellos llaman “normalidad”, me castigan recluyéndome entre cuatro paredes con ventanas sin posibilidad de escaparme. Paso horas y horas encerrado, me ahogan las limitaciones, necesito respirar aire fresco. Me altero, comienzo a gritar ¡quiero salir!, ¡quiero salir!, pero nadie me responde.
Por fin oigo pasos acercándose, abren la puerta, traen el veneno en jeringuilla. Buscan la vena más significativa saciando mi ansiedad. Este maldito líquido fluye rápido, me adormece. Los pàrpados caen, comienzo a vivir libertad donde nadie me censura y la felicidad que corre por mis venas es absoluta.