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Mirada silenciosa by Elvira Ávila

Guardo algunos recuerdos de infancia, la mayoría desagradables. Por ejemplo, observar a los adultos leer el periódico. El ceño fruncido, los ojos entrecerrados, los lentes de aumento a media nariz y una mueca labial de angustia eran semblantes comunes en aquellos rostros. “¿Qué buscan en esas páginas? ¿Alivio, certezas? ¿Por qué renuevan la búsqueda? ¿Por qué gritan al leer?” Me preguntaba asombrado.
En esos años pensaba que informarse era parte del repertorio de virtudes de cualquier adulto medianamente honesto. Comencé a instruirme, pues, sentía que la ignorancia me alejaba del futuro. De haber sabido que los periódicos no sirven para limpiarse las lágrimas (como pude leer años más tarde en un poema cuyo título y autor ahora olvido) hubiese cambiado el camino. Sin embargo, no lo hice y después de indagar los titulares matutinos de México y el mundo quedé vacío de esperanzas. Sin saberlo había inaugurado en mí la habilidad de aprenderme hacer preguntas.
¿Imaginan una vida sin tregua ni misterio? Desde la antigüedad la especie humana ha buscado respuestas. Para llegar a ellas el reposo y el movimiento de músculos y pensamientos tuvieron que entrar en juego. Daba lo mismo monjes que soldados, reinas que servidumbres, mancos que cazadores, morir era tan probable que el entonces orden del mundo se procuraba intacto. O, al menos, esa era la aspiración hasta que algún hallazgo desentumiese el reumático trote del tiempo.
Los avances en astronomía durante la Edad Media advirtieron lo improbable: la gravitación del planeta Tierra alrededor del Sol. ¡Eureka y epifanía! Tan sólo en un par de horas la seguridad simbólica y científica de la especie humana tambaleó bajo la bóveda celeste. El misterio del cosmos parecía resuelto. No obstante, todo avance arrastra sombras de omisiones. Al respecto Alexandre Koyré dijo “la tragedia del espíritu moderno consiste en que resolvió el enigma del universo, pero sólo para reemplazarlo por el enigma de sí mismo”.
Necesaria penitencia la nuestra, la humana, de buscarnos en el cielo y en la tierra. En periódicos contagiados de novedades ensangrentadas, en museos virtuales dedicados al fracaso civilizatorio de opinar insultando.
He crecido, mis mañas también, ya no practico más la desaprobación de lo que no practico. Gracias a que conservo mi intuición adolescente aprendí a escuchar imágenes que presumen ser personas. Con la mirada encendida en silencios prolongados suelo repetirme sin reposo reflexivo no hay preguntas abismales. Usted, ¿qué opina?

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