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Seducir y enamorar con la escritura by Adela Castañón

Cuando hablamos de amor abrimos un universo de posibilidades. Uno de mis amores es la escritura y de ella voy a hablar por activa y por pasiva. Porque hace unos años la escritura me seducía a ratos y de tanto frecuentarla acabé enamorándome de ella, y porque me gustaría que mi escritura sedujera y enamorase a quienes me lean. Así que he reflexionado sobre qué clase de escritura puede ofrecer un autor y qué puede ofrecer la escritura a las personas que la amamos.
Seducir, enamorar, o las dos cosas
Hay muchos motivos que nos mueven a escribir. Uno de ellos es que nos lean. Cuando un lector potencial se acerca a un libro, empieza un coqueteo, un romance, que puede acabar de mil maneras. Lo peor, lo más triste, es que abandone el libro sin llegar al final. También puede ocurrir que le guste, lo termine de leer y luego lo olvide. Y el sueño de cualquier autor es que cuando alguien llegue a la última página haya disfrutado tanto que quiera más y vaya en busca de otras obras suyas. En ese trayecto de peor a mejor, el tren se detendrá en una u otra estación dependiendo de nuestra capacidad para seducir y enamorar a quienes nos lean.
No nos engañemos. He usado dos palabras que en ocasiones se confunden o se superponen, pero tienen matices de significación que las alejan. Según el DRAE, seducir significa persuadir a alguien con argucias para conducirlo al lugar donde lo queremos tener. Hasta ahí, vale.
Enamorar, sin embargo, es excitar la pasión del amor en alguien, aficionarse a algo, decir amores. Y en el diccionario, en la palabra amores, encuentro un enlace que le otorga múltiples significados. De modo que no es lo mismo seducir que enamorar.
La escritura del autor
Todos sabemos que hay escritores que seducen y escritores que enamoran. Pero eso no ocurre por puro azar, así que vale la pena indagar en las razones.
Uno de los motivos que inclinan la balanza hacia seducir o enamorar tiene que ver con el tiempo. La seducción es algo pasajero, transitorio, mientras que el enamoramiento se puede prolongar, como en las mejores historias de amor, hasta que la muerte nos separe. Y, aunque se termine antes, siempre durará más el amor que la mera seducción.
Otro motivo se refiere a la calidad o a la naturaleza de la relación entre la obra y el lector. El fruto de la seducción, entendida como conquista, es la rendición. El conquistado depone sus armas y pierde la fuerza que le llevaría a seguir luchando. Y ahí acaba todo.  Enamorar es otra historia, porque el enamorado se entrega, no se rinde. Y el que se entrega lo da todo de sí, libre y voluntariamente, y quiere que esa relación con el amado, ya sea libro o persona, tenga una continuidad.
¿Quién no ha tenido la experiencia de leer un libro que le ha parecido estupendo, pero una vez que lo ha acabado no ha vuelto a acordarse de él? ¿Y por qué otras veces al llegar a la palabra fin nos ponemos como locos a buscar algo más que haya escrito la misma persona?
Con esto no quiero decir que la seducción sea algo malo, porque en la escritura es necesario seducir. Ese será el gancho que tendremos que trabajar y desarrollar para que el lector, sin darse cuenta, se vaya enamorando de nuestros escritos. Porque, si conseguimos que una novela empiece seduciendo y acabe enamorando, tendremos un lector fiel.
El seductor desarrolla su capacidad de observación para detectar y captar los puntos flacos de su presa, llamémoslo así, y conducirla adonde él quiere. Sabe vender su mejor versión, adaptándola a lo que esperan de él, para triunfar y conquistar. Pero si queremos transformar ese chispazo inicial y fugaz en algo más duradero deberemos emplear a fondo nuestra creatividad y nuestra habilidad narrativa. Solo de esta forma conseguiremos que el interés del lector no decaiga y se enamore de nuestras historias, de nuestro estilo, de nuestra manera de escribir.
En otros tiempos se habría podido dejar ahí el tema, pero en la época que vivimos la cosa es más compleja. Porque si queremos abarcar más tendremos que aplicar la misma filosofía a todo lo que rodee a nuestra escritura, es decir, tendremos que crear un blog (¡gracias, Carla!), hacernos visibles en las redes sociales y llegar a tener nuestra marca personal. Ahí os dejo esto para que sigáis reflexionando.
La escritura para el autor. O mejor, para la autora, que soy yo.
No puedo hablar por los demás, así que ahora os hablaré de la otra cara de la luna desde mi experiencia personal. He dicho antes que escribimos para que nos lean, eso es evidente. Pero ¿por qué escribimos? ¿Qué tiene de atractiva la escritura para que nos convirtamos en adictos? ¿Qué esperamos de nuestra relación con ella?
Habrá quien quiera vivir de la escritura. Lo admiro y lo respeto. Habrá quien se la tome como un pasatiempo para ratos perdidos, y lo respeto igualmente. Los habrá que se dejen seducir un cierto tiempo y empiecen a teclear para dejarlo al cabo de unos días o unos meses. Y habrá otros que cada vez robarán más minutos a su día para dedicarlos a escribir.
Yo estoy en un prudente y feliz término medio. Ya os he confesado que la escritura primero me sedujo y luego me enamoró. Todavía estoy en la fase en la que Cenicienta baila con el príncipe, en la que Blancanieves conoce al misterioso cazador que le arranca suspiros de felicidad, en la que Bella baila con Bestia, ajena al resto del universo. Estoy lejos de llegar al matrimonio y a los hijos, lo sé, pero tampoco está mal regodearme en este primer romance de adolescente a mi edad, que para eso he quemado otras etapas de mi vida de las que no me arrepiento, pero a las que me consta que no podré volver.
No sé si algún día escribiré aquello de “y vivieron felices y comieron perdices”, pero no me preocupa. Si decido dar ese paso, igual que en la vida real, sé que llegarán los equivalentes a las hipotecas o a los problemas con los hijos, en forma de editores (sí, soy optimista, qué se le va a hacer), plazos de entregas, mantenimiento de redes sociales y todo el cortejo acompañante. Ya tuve una visión preliminar cuando me entusiasmé tanto al comenzar a escribir que empecé a picotear en miles de blogs y me agobié. Me di de alta en FB, Twitter, Instagram, entre otros, sin tener ni pajolera idea de lo que hacía ni de para qué lo hacía. Y me di cuenta de que por culpa de los árboles estaba dejando de disfrutar mi paseo por el bosque.
Así que por ahora me quedo en Letras desde Mocade, que para mí está siendo la mejor escuela de iniciación en esto de la escritura. Porque creo que las letras y yo vamos a tener un noviazgo largo, largo…
Adela Castañón

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