domingo, diciembre 3 2023

No, no fue una pesadilla by Felicitas Rebaque

 

Fragmento de la novela inédita: “Remembranza”

 

Baasima, para mitigar su dolor, quiere pensar que aquello no ocurrió, . En su lecho se resiste a dormir. Sabe que los fantasmas regresan con el sueño, pero al final, los parpados se le cierran y comienza la pesadilla:

Vuelve la cara y cierra los ojos a la oscuridad que la engulle y la quita el aire. No, no es la oscuridad lo que la ahoga, es un enorme falo lo que le llena la boca y aborta todos sus sentidos. Pero no lo suficiente como para no sentir el dolor de sus entrañas que son desgarradas una y otra vez mientras soporta sobre ella el peso de un cuerpo que asume el suyo.

Grita, su mente grita horrorizada porque su boca sigue ocupada. Cuando el líquido caliente y viscoso baja por su garganta la nausea parece mitigar el dolor de abajo.

Al poco se retira el cuerpo que le aplasta y el mismo líquido pegajoso que se desliza por las comisuras de sus labios le resbala por el interior de sus muslos.

El espanto parece haberse detenido; sólo entonces se atreve abrir los ojos, inusualmente claros en las mujeres de su raza, vacíos de cualquier expresión que no sea la de una gran interrogante.

Está sola. Ya no llora. Se ahogó en  los dos primeros ataques. Ahora yace en el suelo como una flor rota, despojada de todos sus pétalos. El dolor agudo hace que ardan sus entrañas. El fuego la recorre cada nervio de su cuerpo y se instaura en su cerebro como un puñal.  Sus pechos nubiles, profanados, muestran  pequeñas medias lunas rojas allí donde los dientes mordieron con saña. Busca con qué cubrir su desnudez pero sus ropas están hechas jirones. Intenta levantarse, necesita salir de esa habitación y respirar aire limpio, pero su cuerpo desflorado y dolorido no la responde. Se deja caer en un sollozo impotente cuando de nuevo otros tres hombres aparecen en la oscuridad.

—Mira, la morita, parece que ya se ha recuperado.

—A ello, pues.

Desabrochan los pantalones y muestran sus falos erectos y desafiantes entre sus manos.

El grito desgarrador que sale de su garganta parece excitar más a los que la contemplan. Uno la monta y otro la sujeta la cara obligándola a abrir la boca. Muerde, muerde con furia la carne blanda que la ahoga. Escucha un aullido y después, un golpe seco la sumerge en una oscuridad misericordiosa.

 

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