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¿Será este el fotógrafo mas macabro del mundo? by Francisco Bravo
(Escrito hoy, jueves, 01 de junio de 2023, en Valencia, escuchando “Naima” de John Coltrane)
Pues os hablo de Joel-Peter Witkin, fotógrafo bizarro nacido en la ciudad de Brooklyn, Nueva York en 1939 y que vive en Albuquerque, Nuevo México. Los temas de sus fotografías, que son autenticas obras de arte, son la muerte, los cadáveres, a veces completos o a veces desmembrados o que les faltan partes, modelos que pueden ser enanos, tullidos, transexuales, intersexuales o personas con deformidades naturales o muy extrañas. Claro, todo hecho con mucha arte y respeto, honrando a estas personas no haciéndolas pasar por rarezas de la vida. Una de sus obras más interesantes se basa en “Las Meninas” de Velázquez.
(Foto Museo Reina Sofía)
Según Witkin, todo esto, diríamos esa forma de acercarse a la fotografía, bizarra como aparece, resultó del choque emocional que recibió cuando muy joven, presenció un horrible accidente justo frente a su casa, donde una niña quedó decapitada. Dice Witkin que él iba saliendo de su casa de la mano de su madre cuando oyeron el sonido del choque y que entonces vio algo salir rodando de uno de los coches que quedo volcado y eso era la cabeza de la pequeña. El se agacho a tocarla a preguntarle que le había sucedido, pero rápidamente lo quitaron de ahí y se lo llevaron.
También culpa dificultades en su familia, o con su familia, que no explica, como cosa que lo llevo a crear como crea. Su artista favorito es Giotto y su estilo fotográfico busca inspiración en el fotógrafo norteamericano E. J. Bellocq, cuyas fotografías de las prostitutas del barrio Storyville de Nueva Orleans se han hecho famosas en novelas y en películas.
Otra de sus obras famosas es esta, la del beso…(Foto Le monde à part)
Esta fotografía, aunque parecen dos personas dándose un beso, son de hecho una sola. Estando Witkin en una morgue vio que le habían hecho un corte longitudinal a una cabeza y que la cara quedo dividida en dos mitades exactas. Lo que él hizo fue unir las dos mitades y colocarlas de la forma que se ve en la foto. Si notáis veréis que el cuello ni siquiera fue cortado quirúrgicamente, sino que casi parece que fue desgarrado, como un decapitado…
(Foto Cultura Fotográfica)
(Joel-Peter Witkin/Continuación)
Para esquivar las leyes de Estados Unidos, que no permiten la explotación de cadáveres, Witkin crea estos tableaux en México. Y bueno, de él se ha dicho que busca solo el shock value (el escandalizar) y que se aprovecha y explota a los menos afortunados de nuestra sociedad. El responde que los honra.
(Foto FotoRevista)
Sus técnicas incluyen el raspar el negativo, el uso de varios agentes químicos, lejía y otras formas de manipular el negativo al imprimir la imagen. Se inspiro en una ambrotipia del S. XIX y como no sé nada del proceso para revelar fotografías os dejo este enlace para que podáis informaros mejor, (https://es.wikipedia.org/wiki/Ambrotipia).
Si os interesa más información acerca de Joel-Peter Witkin, os diré que hay dos filmes: “Joel-Peter Witkin: An Objective Eye”, (2013), dirigido por Thomas Marino y “Witkin and Witkin” de 2017 dirigido por Trisha Ziff.
(Foto Cultura Fitográfica)
(Francisco Bravo Cabrera, 01 de junio de 2023, Valencia, España)
SAPIENS ¿A DÓNDE VAMOS? —02 de J Re Crivello
A veces unas ideas las escribo en mi móvil, estas las puse en un lateral de una libreta, que es la imagen que nos acompaña—J. re crivello (Artículo publicado en Focus)
Para hablar de la transición de la Civilización de los Sapiens a la de la Inteligencia Artificial, deberíamos hablarde los murciélagos. Dice al respecto Harari: “Los murciélagos, por ejemplo experimentan el mundo a través de la ecocolocación. Emiten una rapidísima serie de llamadas de alta frecuencia, que trasciende con mucho a la gama que percibe el oído humano. Después detectan e interpretan los ecos que retornan para elaborar una imagen de mundo” (pág. 389, Yubal Harari).
Los sapiens con nuestro equipaje de sonido, visión y lecto-escritura hemos construido un mundo que explica el contexto donde nos desarrollamos, pero estamos fascinados por los algoritmos. Y trasladamos nuestras experiencias hacia el mundo de las máquinas. Un universo privatizador de nuestro conocimiento está erigiendo el mundo del “flujo de los datos” Una Élite controla este vértice de una nueva civilización que despoja poco a poco nuestras experiencias y las transforma en algoritmos.
Hasta ahora, no nos referimos a un sujeto con una personalidad propia. No ha surgido aún esta Singularidad Tecnológica (que aparece en nuestras películas de Ciencia Ficción), pero sí es cierto que cada vez los sapiens nos sentimos expropiados en nuestros trabajos, lo consentimos y afirmamos que este fabuloso mundo del flujo de los datos, creará nuevos empleos y oportunidades. Pero es una afirmación que puede ser errónea.
Nosotros nos hemos hecho dueños del Planeta y las experiencias animales las hemos dominado y puesto bajo nuestro interés. Y muchas especies que no interesaban se han extinguido.
La civilización del flujo de los datos opera con esta misma intención, apropiarse, liberarnos de esa actividad y luego pasaremos a ser “sapiens sin interés para la sociedad”. Nadie sabe lo que ocurrirá, pero ¿este ritmo de transmisión de datos, de privatización alcanzará su cenit? O, entre esta etapa de los Humanos Arcaicos (por ejemplo Ud. y yo) surgirá un intermedio, aquellos que posean la capacidad monetaria de incorporar los avances en su día a día, en su propio físico.
Homo Deus, es el nombre que asigna Yubal Harari a este nuevo Dios Sapiens, lo refiere de esta forma: “nos enfrentamos a un tipo de reto completamente distinto a medida que el humanismo liberal va dejando paso al tecnohumanismo y la medicina se centra cada vez más en mejorar a los sanos en lugar de curar a los enfermos” (pág. 392, ídem ob. Citada)
Pero, no nos distraigamos, la civilización del Flujo de los Datos, necesita representar en algoritmos, como lo hacen los murciélagos, una imagen del mundo. Y ese momento aún no ha llegado.
¿Dónde estamos ahora? En una transición violenta y aguda de nuestra civilización. Si usáramos lo que dice Carlos Marx en El Capital, es una revolución de valor en toda regla, donde el trabajo socialmente promedio está cambiando y los algoritmos aceleran la reducción de este trabajo medio.
Esta transición nos traerá muchas sorpresas. Ayer cuando se separaban dos autócratas, Putin y Xi Jinping, ambos convenían que los próximos cien años traerán muchos cambios. Tal vez pensaran en sus sistemas y creyeran que estaban preparados. Pero están preparados… para desaparecer.
La cultura de la cancelación: Para lo que hemos quedado
Todo conjunto social se encuentra enmarcado en una cultura determinada surcada por unos rasgos que permiten su identificación. Partiendo de esta obviedad podemos añadir otra adicional: este marco va alterándose y cambiando para su adaptación a las novedades y mudanzas. Es por esto que nuestra moral, hábitos, costumbres y normas, van a la zaga de estas modificaciones con el fin de capturar el trasfondo cultural dominante. Vaya por delante que hacemos referencia a un concepto cultural en un sentido laxo y popular, no al producto académico e institucionalizado de los esfuerzos analíticos y creativos generados como comunidad.
Bajo la alta cultura de tono exclusivo y endogámico corre una visión vulgar y ordinaria de lo que debemos ser. Todos y cada uno de nosotros estamos insertos, ya sea en oposición o por asimilación, en esta corriente identitaria a partir de la que conformamos nuestra individualidad y, por añadidura, el sentido colectivo como civilización. Estos rasgos, tal y como ha quedado dicho, son adaptativos y mutan con rapidez ante las novedades emanadas desde la demanda social. Por ejemplo, hace poco se cumplieron cuarenta años de la promulgación de la ley sobre el divorcio y lo que suponía un escándalo y el fin de nuestra forma de vida se ha convertido en un elemento aceptado por una amplia mayoría ciudadana. Es decir, se va produciendo una pugna entre progresía y reacción. Nada nuevo, pues se trata de otra obviedad.
No obstante, hemos caído en una deriva que viene a romper el viejo tópico expuesto con anterioridad. Hoy por hoy, la impresión es que estas dos fuerzas antagónicas, siempre motor pendular de nuestra construcción identitaria colectiva, han confluido en el terreno de la censura. Por supuesto, se incluyen diferencias notables, pero a grandes rasgos parece que se han replicado usos que en principio se suponían patrimonio de los sectores más retrógrados.
La posmodernidad, diluida en el sustrato de las redes sociales, el individualismo exacerbado y el atomismo panfletario, nos ofrece, tal y como explica Edu Galán en su Síndrome de Woody Allen, la cultura de la cancelación como alternativa a la legislación vigente o al costumbrismo mayoritariamente aceptado. La actualidad nos devuelve cada pequeño imprevisto como una causa por la que luchar y dejarse la piel (virtual, claro). En otras palabras, el individualismo preponderante nos devuelve una legión de ofendidos dispuestos al combate virtual por medio de las nuevas herramientas virtuales con las que contamos. Lo que hace un tiempo era algo anecdótico, hoy puede conseguir la resonancia adecuada, pues esta militancia descafeinada ha encontrado la adecuada reverberación por medio de sus alter egos digitales. De este modo, se pueden hundir carreras, mezclar el talento creativo de un autor con sus faltas pasadas o incluso realizar juicios paralelos para de este modo reparar una noción de justicia sentida como anacrónica.
Es evidente que los ataques a colectivos minoritarios, como puede ser el de los inmigrantes, LGTBI o cualquier confesión religiosa, debe revisarse y sancionarse por la ley, pero se ha llegado al punto de confundir la ofensa personal con el ataque a todo un grupo. En mi opinión, es perfectamente posible la distinción entre una creación artística, la libre expresión de un punto de vista, una sátira y un discurso homófobo, racista o xenófobo. El señalamiento, la denuncia pública expresada desde el odio, las amenazas o los ataques personales deben ser objeto de censura, de eso no hay duda. Ahora bien, la publicación de un chiste, la crítica gruesa a cualquier institución como la corona o el análisis social de ciertas realidades no tendrían por qué suscitar ningún problema. Sin embargo, el prejuicio contra colectividades en situación de desamparo con el fin de generar un ataque verbal (a la postre podría resultar físico) está en otro orden de cosas.
Nuestro entorno está cargado por una serie de fiscales de lo común dedicados a escrutar las declaraciones, modo de vida y estética de los personajes más notables de nuestra cultura (sea esta popular o académica) para poner en tela de juicio el producto de su genio. Por poner varios ejemplos, respaldando movimientos de censura contra Picasso o Neruda por su supuesto machismo. Personajes célebres, universalmente conocidos por sus creaciones que, después de muertos, son perseguidos por sus pecados vitales. De verdad que me resultan realmente inocentes y banales este tipo de propuestas. ¿De verdad que alguien piensa que los Sonetos del chileno van a perder algo de su fuerza porque se enjuicie su vida privada? No sé, creo que esta mezcla no conduce a nada bueno.
Esta cultura de la cancelación también ha alcanzado, aunque en un sentido un tanto diferente, a nuestro poder judicial. Salta a la vista como la legislación vigente es retorcida en los tribunales para la persecución y posterior condena de ciudadanos que injurian a instituciones como la Corona o que se permiten chistes de mal gusto contra las víctimas del terrorismo, por poner dos ejemplos. Se intuye, pues queda lejos su posible demostración, la presencia de un sesgo ideológico en alguna de las sentencias vistas en los últimos tiempos. Alguien podría aducir que los modelos mencionados caen en el odio o la discriminación de grupos concretos y determinados, pero, con independencia del acierto o desacierto de los artífices de la expresión perseguida, estos no están haciendo más que humor, una canción o la expresión de su rechazo a un componente de nuestra arquitectura estatal. Hemos llegado al punto de perseguir raperos, titiriteros y tweets más o menos acertados. Da la impresión de que la nombrada cultura de la cancelación ha llegado hasta los tribunales, pero, como siempre, adaptada a los gustos y preferencias de cada magistrado.
De manera concluyente, mientras la progresía persigue sus pequeñas quimeras, mientras los jueces condenan a individuos anónimos y los ofendidos proliferan por doquier, hay grupos políticos dedicados a señalar y amenazar a periodistas y revistas satíricas. De esto poco se dice, pero en mi opinión sí que supone un problema complejo conducente al odio y el peligro para los marcados.
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OUT OF THE BLUE by Jesús Marchante Collado
Hace algunos años, habiendo recuperado, en CD, (el cajón con los dos LPs, lo
presté y nunca más me fue devuelto) las composiciones de George Harrison
del doble álbum All Things Must Pass (publicado por Harrison en solitario, en
1970, meses después de la ruptura de The Beatles, en el que pudo contar con
la ayuda de Ringo Starr, Eric Clapton y Billy Preston, entre otros) me topo con
el último tema que cierra el segundo CD que lleva el título de este artículo. La
música es bestial, un tema instrumental increíble, un misil a la misma línea de
flotación del sentido común. Cada vez que pincho el tema en mi estudio
(normalmente, al finalizar o finalizando alguna de mis obras, habiendo
superado todos los obstáculos que todo trabajo pictórico impone) a todo
volumen, literalmente, la alegría me desborda. Me enajeno dentro de ese tema
instrumental y me dejo subsumir por completo.
Es curioso, me digo, porque en la década de los setenta del pasado siglo,
cuando escuchaba, este álbum, en un mediocre tocadiscos, en una habitación
de una pensión en pleno Paseo de las Delicias, no había reparado
especialmente en ese tema instrumental. Si, por supuesto, en los más
importantes del doble álbum, My Sweet Lord, Wah-Wah o What Is Life, entre
otros. Pero no en ese maravilloso Out Of The Blue. Tal vez, en esos años,
otras cosas me tocaban más el corazón, o, sencillamente, no estaba en
condiciones de entender sus notas salvajes.
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Pero no voy a escribir del álbum, ni de Harrison. Es ese título del tema
instrumental el que me lleva literalmente al teclado de mi ordenador. La
traducción que me sugiere mi hija Alma (no tengo ni idea de inglés) viene a ser
algo así como, de repente, inesperadamente. No obstante, me dice que
literalmente sería Fuera del Azul.
Y eso es lo que me interesa; fuera del azul. Porque situarse fuera del azul,
sería como situarse fuera de la realidad, fuera de la vida, fuera del mundo.
¿Por qué digo esto? Tal vez haya algo de deformación profesional en estas
aseveraciones, porque he trabajado (y sigo trabajando) con el azul. El azul
frente a la obscuridad, el azul frente a la opacidad de la blancura que en estos
momentos que escribo lo inunda todo. Una gran nevada está empezando a
cubrir Madrid. El espectáculo, al otro lado de los balcones, es absolutamente
sugerente. La belleza que comporta el mundo en blanco y negro no nos deja
impasibles. No obstante, no quiero escribir, ahora, de esa belleza extraña,
inesperada, que es la nieve, en esta ciudad que amo.
La pandemia y el covid-19 siguen aprisionándonos con inusitada fuerza. A
pesar de que algunas vacunas están ya entre nosotros, todo parece
descontrolado. Europa perece víctima de la perfidia de este inteligentísimo
(como si fuera humano) virus. No obstante, ni traiciona, ni es desleal. Lucha
denodadamente por su permanencia, por su supervivencia. ¿Con qué fin, con
qué proyecto? Con ninguno. Un virus no tiene ningún proyecto, no pretende
cambiar ningún mundo. No pertenece a ningún mundo, o, tal vez, pertenezca a
todos. En cualquier caso, su acción contagiosa nos arroja fuera del azul. Todo
se vuelve obscuro; la luz desaparece por momentos. El desasosiego y la
náusea tratan de alcanzarnos. La pandemia ha sido una especie de Out of the
blue; silencioso, sin sonido De repente, inesperadamente, se nos ha echado
encima y ha hecho que estallen nuestras vidas. ¡¡¡A la mierda…!!!
Sin embargo, vamos a seguir viviendo, defendiendo con uñas y dientes algunas
de las conquistas que los proletarios de todos los países consiguieron desde,
más o menos, La Comuna de París. Luego, mucho más tarde, vendría la
revolución rusa; la revolución espartaquista (cuyo fracaso supuso la llegada del
Nacional Socialismo y millones de muertos), en Alemania; la revolución
española, en las calles de Barcelona (en plena guerra, provocada por el golpe
de estado militar de 1936), en mayo de 1937 ( los militantes del P.O.U.M., de
Maurín y Nin, y los anarquistas de la C.N.T., contra la deriva estalinista del
P.C.E., y sus consecuencias en nuestro país); el Vietcong vietnamita; el mayo
francés de 1968; y la experiencia chilena del Gobierno de la Unidad Popular del
Presidente Salvador Allende. Son mis referentes, con los que trato de
oponerme a ese Out of the blue que magnifica este maldito virus y que, antes
de él, el modo de producción capitalista ha estado intentando, siempre,
situarnos fuera del azul.
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El capitalismo produce esquizofrenia y dependencia. Sobre todo a través de la
mercancía llamada dinero. Eso lo sabían ya, en los años setenta del pasado
siglo, Deleuze y Guattari. Y mucho antes que ellos, y que todos, Marx.
Insisto siempre, lo vengo haciendo desde hace bastante tiempo, en la
importancia que tiene, para tratar de comprender el mundo que nos ha tocado
vivir, leer la obra más importante (todas lo son, sin ninguna duda) de Karl Marx,
El Capital. No sólo el libro I, único publicado en vida por su autor, sino también
el libro II y el III, que fueron publicados por el camarada, en todos los sentidos,
y amigo, Engels, antes de desaparecer. El libro IV completo, publicado por los
alemanes orientales en 1956 (en 1910 había publicado dicho libro, pero
mutilado, Kautsky) También el apéndice del libro I, El capítulo VI, inédito,
publicado por los rusos (Riazánov) en 1933. Y, por último, otro manual
fundamental para comprender mejor todo ese análisis económico sobre el
capital, llevado a cabo por Marx, los Grundrisse, publicado por los rusos en
1939, ya depurado, y ejecutado por orden de Stalin, el imprescindible
Riazánov.
No obstante, en esta ocasión, además, quiero señalar unas líneas que pone al
final de su película, El joven Karl Marx (que he visto ya cuatro veces), su
director, Raoul Peck: “El Capital es una obra abierta, inconmensurable.
Inacabada porque el objeto mismo de su crítica está en perpetuo
movimiento…” ¡Diana! Sí, eso resume perfectamente de lo que estoy
escribiendo.
Es once de septiembre, cuando retomo este texto comenzado durante los días
que un fantasma recorría Madrid, Filomena. Mi estudio, ese al que aludía al
principio del texto, ya no existe; permanece en algunas fotografías y, sobre
todo, en mi memoria. Ninguna tristeza se esconde detrás de estas palabras
que escribo. No piense el lector que todo se ha venido abajo; muy al contrario.
Avatares del transcurrir han hecho que ahora mi estudio esté en mi propia
casa. Un privilegio, como cualquiera puede intuir.
Once de septiembre de 1973. Inolvidable para mí y para muchos. Aquella
mañana había llegado a mi puesto de trabajo, como todas las mañanas. No
obstante, la inquietud se iba haciendo cada vez mayor. Enseguida empezó a
correr la voz del golpe de Estado en Chile. Los compañeros del sindicato
clandestino de las Comisiones Obreras nos pasábamos, como podíamos, las
noticias que íbamos conociendo. La Desazón y la tristeza atenazaban nuestra
vitalidad juvenil. Estábamos, aún, bajo la dictadura de Francisco Franco y sus
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adláteres. Nadie, en aquellas fechas, tenía la menor idea de cuánto podía durar
aún.
Hoy, como casi cada año, escucho las palabras del Presidente, en su última
alocución al país y a los trabajadores. Siempre se me hiela la sangre y se me
encoje el corazón. Chile y la Unidad Popular siempre en el recuerdo; primero a
través de los libros y de las filmaciones; después, de la mano de quien fue su
principal asesor privado, mi amigo Joan Garcés.
Obligada mención, porque retomo este Out Of The Blue, justo un once de
septiembre, el de 2021. El verano está, prácticamente, periclitado. El otoño
dibuja ya sus colores y se cierne sobre nosotros. Nada tiene de extraño, ni de
raro; sucede todos los años, una y otra vez. Es el ciclo de nuestra vida en este,
aún, maravilloso planeta. Siempre ha sido así y, supongo que, lo seguirá
siendo.
Sé que los informativos (de todo tipo) se olvidan del golpe de estado chileno y
nos bombardean con otro suceso trágico: la barbarie del ataque terrorista
suicida a las torres gemelas de New York, en 2001. Veinte años de un suceso
(tres mil muertos) rodeado, aún, de muchas sombras. Habría mucho que
escribir sobre ese día y lo que vino después. No obstante, me limito, por ahora,
a recordar el hecho.
Fuera del azul. Me viene, a la cabeza, una reflexión de Sigmund Freud. Certera
y materialista, como todas las suyas: “quien ama sufre; quién no, enferma…”
No es una aseveración hacia el exterior, hacia el mundo, hacia los otros. Está
dicha, incluso, para sí mismo. Él, que ha amado, hasta el infinito, a Martha
Bernays. Sí, un materialista que, como Vincent Van Gogh, entre otros,
consideran que el amor, no en sentido abstracto o general, es vital para la vida
de los sujetos humanos. El judío vienés, que le ha escrito a Martha, una y otra
vez, que nunca ha tratado de presentar ante ella su rostro más amable. Que ni
siquiera ha ahorrado la menor crítica, hacia ella, cuando lo ha considerado
necesario. Que la ama tanto para ser él mismo, no otro. Sufre, claro; sin
embargo, no enferma. Esta es una de las claves de estar fuera del azul,
enfermar. No del riñón, del hígado, o de la espalda; tampoco enfermar por
culpa de las bacterias o de lo virus. Enfermar, porque no se ha entendido nada
de la vida y de la muerte. Enfermar, en resumen, porque no se quiere amar.
Hace ya muchos años que a mis oídos llegan proclamas contra lo que, de
manera, nada fundamentada, se denomina “Amor Romántico”. Se dice que ese
amor es un producto “infame” del patriarcado. Las penas del joven Werther, de
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Goethe, al margen de su desenlace final, ¿es un producto del patriarcado?
Evidentemente, no. El movimiento romántico alemán, inglés, o español, ¿es un
producto del pertinaz patriarcado?, por supuesto que no. ¿Qué está
sucediendo, entonces? Algo extremadamente paradójico. En lugar de tratar de
evidenciar que el modo de producción capitalista, la superestructura económica
de la que escribiera tanto Karl Marx, no sólo ha subsumido la esfera del salario,
el trabajo; si no, incluso, la esfera sensible y emocional de los seres humanos:
colonizando toda la vida intima y privada. En lugar de hacer ese análisis básico,
materialista, de las condiciones en las que se desarrolla el capitalismo en este
siglo nuestro, el XXI, se ponen en pie un sinfín de “teorías” (estultas, por
supuesto), que tratan de hacer que las sociedades humanas actuales cultiven
el desapego para dejar de sufrir. ¡Bingo! No podría haberlo diseñado mejor el
mando capitalista.
Al final, la libertad, y la autonomía humana, quedan circunscritas a la esfera de
la reproducción ampliada del capital: al espacio del tiempo de trabajo, que ya
es todo, incluido el supuestamente al margen del horario laboral.
En resumidas cuentas, estar fuera del azul es aceptar el triunfo del modo de
producción capitalista; en todos sus extremos. Asumir que ya no podemos ser
sujetos resistentes.
Jugando con el texto Brechtiano: “No os dejéis seducir: no hay retorno alguno.
No os dejéis consolar. Vuestro tiempo no es mucho. El lodo, a los podridos. La
vida es lo más grande: perderla es perder todo…”, me atrevería a escribir: no
atreverse a amar, es perderlo todo, no solo el azul, incluso la vida.
La imagen de la izquierda, es una obra sobre papel, montada sobre madera
contrachapada de 2,5 cm., de grosor, del artista Jesús Marchante. Lleva el
título de: La noche, y es la tercera de una serie de cuatro. Está fechada en
diciembre de 2014. La utilización del azul, a base de tintas chinas, permite al
autor introducirnos en la profundidad de la noche. Nos mete de lleno en el azul.
La imagen de la derecha, corresponde a un cartón antiguo sobre el que trabaja
con las tintas chinas y las manos el mismo artista. Se titula: Attaquer le soleil, y
es el número dos de una serie de diez, del mismo título, de cartones viejos de
distintos tamaños. Está fechado en abril de 2015. El pintor rasga, hasta
encontrar el alma del cartón, produciéndole ciertas heridas que restañan los
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distintos azules. Estamos, también, dentro del azul. No obstante, es el azul que
ataca al sol, a la luz. Son una especie de cuñas que avanzan hacia lo más alto,
el espacio. Sin embargo, no va contra la vida.
Yo, Napoleón by j re crivello
Esta tarde la arena grasa esta sedienta de acompañar mi vida hasta el carril final. Me he levantado con mal humor. Santa Helena esta tan lejos del mundo europeo. De naves, de hombres, de desiertos. De la gloria. El vasto Imperio se ha desmoronado, de sus cañones la mantequilla escapa sin contención. Me pregunto si mi obra fue una esclavitud a tanta obsesión por refundar una Europa soberbia o una Francia pequeña. ¿Qué me ha llevado?: a través de Egipto; o Rusia; o la España harta del dominio real y decadente de Fernando VII. Magros resultados puedo mostrar. Tal vez, una gran alteración de las sociedades y costumbres de la época. ¡Ay de mí! Un destierro y una mirada forcejean en el fondo de mis pupilas.
De aquel reposo, de aquel extremo de soledad, yo intentaría matar mis pecados en un pozo de reflexión y el código Civil (1) era un intento para superar las barreras construidas dentro de la sociedad. Existían leyes para todo, y era imposible conocer con exactitud los derechos de cada persona. Las normas especiales sucumbieron ante la razón y el espíritu de fuego que me inspiraba, que me llevaría a arrasar los territorios dominados, por reyes y monarcas que insistían en una paradoja: “su poder les venía de Dios”.
—¡Fue una estupidez coronarme Emperador! Di la esperanza a los que pensaban que el poder, nuevamente estaría dominado por la autoridad de un ocasional espíritu humano. A mi paso, grandes monarquías se derritieron ante la realidad de la fuerza de mis ejércitos.
América fue la primera que se liberó. En la espera a que Fernando VII reaccionara, aquel continente aupó a sus líderes al gobierno de vastas extensiones. De estados y sociedades políticas más audaces que las instituciones políticas existentes.
Algo que no fui capaz de valorar, es que de la estabilidad de un rey depende la nostalgia de las gentes. Ellos desean su intermediación infinita. Los reyes dicen ser por sangre, por genes. Unos sustituyen a otros. Se transmiten la sabiduría o la ambición, en una larga cadena de sangre, traiciones y un espeso tronco mezclado con errores o aciertos.
De este imaginario colectivo ellos aprovechan su poder. Al construir mi Imperio, en aquella alocada guerra europea, se fundiría su miseria barroca de representación, de poder absoluto. Y aparecería un código civil, para establecer los límites del nuevo escenario.
En mi aprendizaje he podido contemplar como grandes analfabetos han llegado a reyes. Luego sus derechos han contaminado a las generaciones futuras y ha sido imposible quitarles. Reducirles a ceniza. A una serie de ex sanguíneos representantes del tronco común surgido en un cuidado y rancio mantel de amores ocasionales.
Al meter mis ejércitos por Europa destruiría las correlaciones de mentes, lazos e hijos nacidos de una ambición. Vano y débil, intentaría sustituirles por constituciones, códigos y leyes. ¿Quizás un vasto archipiélago de derechos? Aquel fue mi error. Combatir la monarquía con una República de sangre y destierro. En cada nueva conquista me alejaría de mi antiguo objetivo. Pero, mientras más me obcecaba, aparecía ante mí, un vasto continente muerto en la trampa monárquica. De su inacción nacería nuestra furia.
Napoleón se detuvo en su monologo. Pudo observar como Santa Helena estaba dormida. El vientre plomizo de la isla le había traído algunas cartas. Se preguntó:¿Por qué siempre me destierran a una isla? Su mano temblorosa había recogido de su boca un vomito de sangre. Ya su estómago no soportaba tanta carga de un brutal líquido que intuía le consumía. En un delicado papel escribiría:
“He mirado desde la bruma que preside mi encierro. Hoy, tal vez no pueda demorar otro día. Me tortura este abandono solitario y terco en que, me han sumido”.
Notas:
(1) Al asumir el Primer Consulado, Napoleón se propuso como meta, dentro del proceso de la Revolución francesa, refundir en un solo texto legal el cúmulo de la tradición jurídica francesa, para así terminar con la estructura jurídica del Antiguo Régimen, eliminando las normas especiales que afectaban sólo a sectores determinados de la población (leyes para la aristocracia, leyes para los campesinos, leyes para los gremios, etc.), y suprimiendo las normas locales que suponían un obstáculo para la administración pública, formulando una serie de normas aplicables de manera general; también se pretendía eliminar las contradicciones y superposiciones nacidas de la convivencia de diversos regímenes legales, apoyando la estabilidad política.
Links: http://napoleon1er.perso.neuf.fr/Esp-SteHelene.html
La creación reencontrada en La gran belleza de Paolo Sorrentino by Esteban Ierardo
En 2013, el cineasta napolitano Paolo Sorrentino estrenó La grande belleza, con Toni Servillo como Jep Gambardella, un escritor que pierde su rumbo creativo y se entrega a una vida frívola en Roma. La ciudad eterna también es protagonista, junto a la presencia de una bella música de diversos compositores. Un film de vuelo simbólico y poético, una crítica indirecta de la vacuidad, y un apuesta por el retorno, al final de todo, a la creación.
I
El corazón del hombre siempre es una batalla. El choque de fuerzas opuestas, la generosidad o el egoísmo, la frivolidad o el deseo trascendente. En La gran belleza, la evasión del esfuerzo y la creación convive con fiestas palaciegas, el esnobismo, y el goce fácil e inmediato.
La gran belleza discurre entre la trivialidad y la trascendencia, los festejos de la estupidez y la lucha por el significado. Jep Gambardella, escritor prometedor en su juventud, autor de “El Aparato humano”, despertó el reconocimiento de la alicaída literatura italiana. Pero luego de la primera luz, le siguió la caída oscura. A los 65 años advierte que su vida empalidece en un jardín arrasado.
Se gana la vida con un periodismo de pretensiones culturales, dirigido por una mujer enana, en una Roma decadente. Pero su oficio de entrevistas y artículos breves no remeda su sueño inicial. Le saltan a la yugular las serpientes de palabras nunca dichas, le arde en la espalda el vacío. Grita sin que nadie lo escuche, entre fiestas nocturnas vacías, de una alegría tan artificial como el plástico.
Quizá, su aparente incapacidad creadora no sea una orden del destino, sino la más íntima respuesta del escritor fracasado a un mundo indigno de ser premiado con una obra artística. Pero, al final, Gambardella se persuade de que la mediocridad sudando en su frente no justifican la renuncia al arte.
El arte es ilusión en el desierto. Su juego es completar el mundo. Respirar tras una gran belleza no para despreciar la vida superflua, o redimirla.
No. El juego de la literatura es encontrar el camino para escribir sobre el hielo.
II
La gran belleza es una película del cineasta italiano Paolo Sorrentino, con guion de él mismo y Umberto Contarello. Su obra anterior más significativa es el Il divo (2008), inspirada en Giuolo Andreotti, siete veces primer ministro de la República italiana y miembro fundamental del partido Demócrata Cristiano, interpretado también por Toni Servillo, el insuperable Jep Gambardella. Una visión biográfica del líder político que hace hincapié en su famoso juicio y sus relaciones con grandes nombres de la mafia, la masonería y la iglesia católica.
A la hora del análisis de La gran belleza, la comparación con La dolce vita (1960) de Fellini parece inevitable. La dolce vita obtuvo la Palma de Oro en el Festival Internacional de Cine al mejor diseño de vestuario. En la filmografía del genio de Amacord, La dolce vita inicia el periodo simbolista de su obra, dejando atrás su etapa neorrealista. La Via Veneto romana deviene escenario de los conflictos e incidentes de Marcello (interpretado por Marcelo Mastroianni), periodista de espectáculos, categoría siempre próxima al chisme y lo frívolo.
Pero Marcello quiere alguna vez devenir otro, modificarse, superarse, ser novelista. No se compromete con nada y además de su vínculo con su celosa amante Emma (Yvonne Furneaux), persigue a una imponente actriz sueca de nombre Silvia, la célebre Anita Ekberg, que disfruta de su legendario baño nocturno en la Fontana de Trevi.
Marcello siente la fugacidad del tiempo, el virus de la incomunicación, típico tópico existencialista. La falsedad humedece todo, como la esperanza frustrada que despiertan dos niños sobre una supuesta aparición de la Virgen; o lo falso se introduce por el fracaso de un modelo humano que sirva de guía entre lo confusión. Esa guía cree encontrarla Marcello en Steiner, un amigo intelectual, cuya vida parece perfecta; pero tras las apariencias, Steiner desea la anarquía para curar la enfermedad de la vida ordenada, sin aventura ni creación.
El descreimiento lleva a Steiner a su desquicio final; al asesinato de su esposa e hijos y el suicidio. La no comunicación, la no verdad de lo religioso, la caída de Steiner, lanzan a Marcello a la evasión y las orgías, a una desesperación por ser otro; solo aliviada por la sibilina revelación de otra cosa en la visión de una niña al terminar una larga noche con sabor a magia despedazada.
Pero a diferencia de Gambardella, Marcello nunca conoce una escritura literaria brotando de sus dedos. En La gran belleza prima la nostalgia de una potencia creativa antes poseída por la pluma de Gambardella. En La dolce vita, en cambio, nunca despunta la creación. Por eso el deseo de Marcello de ser el artista que todavía no es, y quizá nunca sea. Mientras que Gambardella es ya un artista, pero de la palabra perdida.

III
Como en La dolce vita, los itinerarios por la Ciudad Eterna son predominantemente nocturnos. La belleza artística, el pasado histórico romanos son recorridos en una ciudad nocturna, bajo cierta atmósfera gótica, de cierto misterio, o donde al menos los encuentro de la luz y la oscuro juegan a veces a revivir el claroscuro barroco.
El devenir por la Roma nocturna del arte antiguo pareciera contrastar fuertemente con la Roma diurna, la de los encuentros sociales banales, o las perfomances del engaño y la impostura. Como la perfomance de Talía Concept que finge golpearse la cabeza con el acueducto Claudio.

El arte renacentista y barroco que emerge en la ciudad nocturna es como un destello de belleza aún sobreviviente, alejado de la vida social de las clases aristocráticas y adineradas, salpicadas de nada.
Lo mismo que en Medianoche en París de Woody Allen, la noche abre a otro tiempo, es ingreso a una ciudad paralela, donde un arte más verdadero parece la burla de la urbe decadente. O la ciudad encantada en la noche se muestra también en Night on Earth (1991) de Jim Jarmusch, en la que cinco taxistas y sus pasajeros atraviesan en la noche cinco diferentes ciudades del mundo, desde Los Ángeles hasta Helsinki.
La belleza de Roma se protege mejor en la discreción de la noche; se protege mejor de los turistas que, por ejemplo en la Fontana dell’ Acqua Paola, en la Plaza Navona o en los Museos capitolinos, intentan arrebatar con sus tomas fotográficas algo que no comprenden.
Como una consecuencia secundaria del errar de Gambardella por muchos lugares de grandeza histórica y arquitectónica de Roma, la película asume algo de descubrimiento turístico. Pero eso es obviamente accesorio. Lo fecundo es que Roma se convierte en otro personaje, personaje no humano del metraje. Las locaciones múltiples no solo como telón de fondo, sino como los muchos rostros de la ciudad convertida en co-protagonista. Co-protagonismo de la ciudad como el de Berlín en Alemania Año cero de Rossellini; o Londres en Match point de Woody Allen; o la Roma ciudad abierta de Fellini, o el Tokio en Perdidos en Tokio de Sofía Coppola, entre otros ejemplos posibles.
Roma como co-protagonista en La gran belleza es solo secundariamente despliegue de las muchas locaciones, de las grandes villas, palacios, templos, plazas, o el Coliseo que ve Gambardella desde la terraza de su apartamento. Es inevitable que las numerosas locaciones de Roma activen un instinto de merodeo turístico. Pero el proceso de inclusión de la capital italiana en el film no es solo de seductora apoyatura escénica. Es más la presencia de lo urbano como co-protagonista de la decadencia de los hombres.
Los hombres primero crean a Roma con su esplendor imperial, con su grandeza universal. Pero luego la encarcelan en la jaula de lo decaído. Como pasó con la Roma del siglo XVI, empapada de corrupción e hipocresía, tanto del clero como de la aristocracia. El crepúsculo de la casta aristocrática es subrayado en su patetismo por el film de Sorrentino. Tal es la situación de aristócratas empobrecidos, como los Reggio, que han perdido sus residencias por no poder sostenerlas; y viven de hacer de lo que fueron, para darle una pátina de realce señorial a los encuentros de los nuevos ricos y snobs.
Y los lugares históricos y artísticos por doquier en la Roma nocturna dimanan asombro estético, gatillan un rencuentro con la misteriosa sugestión de las esculturas y los espacios arquitectónicos. En torno a la Plaza del Capitolio relumbran el Palacio Nuevo y Palacio de los Conservadores, sede actual de los Museos Capitolinos. En la noche, dentro del afamado museo, acontece la apertura de sus recintos por el “dueño de las llaves” de la ciudad. Apertura que le entrega a Jep y su nuevo amor Ramona, grandes obras artísticas. Itinerario secreto para descubrir el impacto perdido y no apreciado de lo otro del arte.
En los Museo Capitolinos se halla también la estatua de Marforio, que domina el afiche del film (1). Es una de las seis estatuas parlantes romanas, la más difundida. Una figura que representa la voz anónima, difusora de opiniones sobre lo cotidiano conflictivo y las asperezas de la política.
Y lo anónimo es una forma de despersonalización, de pérdida de la entidad personal. Lo que experimenta Jep cuando visita el templete de San Pietro in Montorio, obra de Bramante, el manifiesto de la arquitectura clasicista del Renacimiento para muchos, construido en 1492 para celebración de la conquista de Granada, en el sitio donde según la tradición fue martirizado San Pedro. Jep descubre a una niña en el recinto subterráneo del templete circular, comunicado por una abertura con la planta superior. A un juego de preguntas, la niña le contesta a Jep que él no es nadie. Revelación más que de un anonimato genérico, de una disolución de un camino personal. Del yo propio y creador difuminado en una bohemia sin rumbo.

IV
En lo visual La gran belleza es una fiesta barroca. Multitud de planos de ambientes diversos, travellings y composiciones escénicas refinadas, bajo la dirección de fotografía de Luca Bigazzi (que trabajó con Abbas Kiarostami en Copia certificada). Las licencias de un barroquismo que, en sus diferencias, recuerda a Peter Greenaway (2).
Las imágenes ricas en hipnotismo y atractivo sensorial se conjugan con el deleite para el oído. En la banda de sonido sobresale la música clásica y refinada, contrapuesta a las canciones de sonidos ligeros, ritmos fáciles que se acomodan a la vanidad estridente de las reuniones sociales.
Pero la música más trascendente es la que profundiza la hipnosis visual. Esta función la cumple la matizada aparición de piezas de compositores como Georges Bizet , el «Dies irae» de Zbigniew Preisner, o los cantos minimalistas de David Lang o John Tavener con entonación gregoriana.
Y quizás los barroquismos visuales, las elevaciones musicales del film se permiten otra excitación, como un homenaje a Fanny Ardant, la actriz francesa famosa por su participación en la película de Truffaut, La mujer de al lado. Cuando Ardant pasa por una calle en la noche romana, Jep la saluda sorprendido y embelesado, como ante un rapto musical inesperado.
V
El arte posmoderno es cuestionado en La gran belleza. Cuando lo que en principio fue ruptura vanguardista se repite rutinariamente, deviene parodia. Imitación grotesca de algo perdido. En una clara mañana, en cumplimiento de su trabajo periodístico, Gambardella asiste a la perfomance de Talía Concept, que luego de rimbombantes invocaciones y totalmente desnuda, se arroja a la carrera sobre el Acueducto Claudio (Aqua Claudia), y aparenta sangrar al golpearse la frente. Pero la sangre que fluye es solo producto de un engaño. En la entrevista posterior con la “artista”, Gambardella le pide precisiones sobre el arte como un campo de vibraciones, como ella lo entiende. No logra precisar una respuesta coherente a la pregunta. Y la entrevistada se ofende al concluir en el lugar común de que el arte se siente y no pude ser definido.
O la vanidad de escritorzuelos que anuncian que están escribiendo su novela a “lo Proust”. El escritor no debe ser ya un inspirado, un bendecido por dones traídos de la cuna. Basta con querer ser un gran escritor, que emule por ejemplo al autor de Por el camino de Swann, para escribir los mamotretos narcisistas más insoportables.
Otro ejemplo de la liviandad “artística”: una niña en apariencia normal es obligada por su familia, de altas conexiones con marchands y galeristas, para repetir su perfomance ante una elite que se piensa dueña del buen gusto artístico. La niña entra en estado de furia. Agarra tarros de pinturas con distintos colores, los lanza con ira sobre un gran lienzo blanco. De a poco urde un chorreado tipo dripping de Pollock. Los procesos de aprendizaje artísticos sofisticados, el aprender a pintar, dibujar, esculpir son irrelevantes. Porque no importa lo que se haga, esto será artístico si un batallón de críticos y galeristas acuerdan en decir que eso es arte. La obra de los tarros de pintura lanzados no es mera catarsis o delirio sino excelsa obra de varios miles de dólares. Porque así lo afirma el mercado del arte. No hay una arte en sí mismo (peligrosa remisión a esencias artísticas insoportables para este tiempo de tirria a llamados metafísicos o divinos). Así, Gambardella asiste estupefacto a una exhibición de un supuesto arte superior.

Un artista de mediana edad cubre numerosas paredes con pequeñas fotos de sí mismo, como si fueran fotos carnet de cada día de su vida, siempre del rostro y en distintas expresiones, primero obtenidas sin descanso por su padre y luego por él mismo. El arte de la autorreferencia absoluta. Narcisismo como obsesiva apelación a sí mismo.
Sin embargo, aun en el arte viciado de absurdo, la sensibilidad de Gambardella encuentra rescoldos de emoción, chispas de arte. Los colores volcados desaforadamente por la niña se ordenan al fin en alguna forma de cierto encanto; y al presenciar la repetición obsesiva de las fotos de la exposición de las miles de fotos de un solo rostro siente una inquietud. La percepción de algo inasible que lo lleva al llanto.
Y la precariedad caprichosa y narcisista de lo que se pretende arte, consumido por la elite decadente convive con la hipocresía revolucionaria…
En una reunión entre viejos amigos, Stefania (interpretada por Galatea Ranzi) defiende los valores de un socialismo con el que se siente todavía identificada y militante. Un socialismo revolucionario encendido primero por Gramsci, y luego templado por la lucha permanente, y el voto respaldando a numerosos políticos comunistas en la Italia del 70’. Frente a la impotencia de la escritura de Gambardella, Stefanía se vanagloria de sus varias novelas, de su fidelidad al Partido Comunista, así como de su sacrificio de madre abnegada, y casada con otro revolucionario envuelto todavía en las viejas banderas. Gambardella escucha al principio resignado. Advierte que lo mejor sería un pacto de amnesia, un olvidar el fracaso de todos, con sus sueños heridos de muerte. Pero Stefanía se reivindica también valiente, capaz de arrostrar cualquier crítica. Su obcecación fuerza entonces a Jep a decir la verdad dolorosa, que sería mejor no decir.
Con tono seguro, con precisión profesoral, Gambardella le hace ver a su interlocutora su retahíla de engaños. Sus novelas fueron siempre publicadas con cierta compasión por los editoriales del Partido, aun cuando se tratara de una literatura menor. Su abnegación materna oculta sus varias niñeras, sus babies sisters pagadas por una fortuna conseguida por su esposo en los últimos años, sin que sintiera ninguna contradicción entre sus consignas socialistas y su mansión con piscina climatizada, con un dispositivo para hacer olas y disfrutar de la ilusión del oleaje del mar. Otro ejemplo de la podredumbre de las palabras, de las que dice el arte exhibicionista y la política.
En el discurso es auto-gratificante describirse como revolucionario. La ilusión de la palabra sobre uno mismo permite refugiarse en castillos de enunciados falsos. El castillo que deja afuera la realidad, el hecho de que ahora se vive en la cómoda aceptación de los valores antes aborrecidos. Crítica en La gran belleza a esa especie de revolucionarios que solo lo siguen siendo en la palabra, porque en el escenario de los actos cotidianos, los revolucionarios verbales representan, sin traumas, su papel de burgueses domesticados.
VI
Las afinidades con La dolce vita son ciertas, pero el film de Sorrentino despliega un pathos crítico mucho más amplío que la película de Fellini. Otra punta de flecha crítica importante de la obra del cineasta napolitano es la burla al clero superficial y pasatista.
Monjas que comen en restaurant lujosos, un cardenal egocéntrico y patético, el cardenal Bellucci. La arremetida contra el cardenal se potencia cuando su hipocresía contrasta con un personaje de una religiosidad real, no un falso prospecto sacerdotal. Así, la amonestación contra el clero romano cobra una mayor contundencia.
Y el fuerte personaje religioso que se introduce en La gran belleza es Sor María, una misionera católica en África, que supera la centuria. Habla poco. Casi menos de lo necesario. Su lejano modelo acaso sea Santa Teresa de Calcuta. Su aspecto decrépito convive con la juventud y firmeza de su espíritu. Para ella, la vida es un incendio de sentido. Su mirada no se desvía del sufrimiento humano. Vive la pobreza. Y ante una pregunta, aclara que la pobreza “se vive, no se cuenta”. Es decir actuar, no hablar. Repudio de las entrevistas panegíricas. Evitar que una vida abnegada se convierta en interview o biografía que exalte el ego del supuesto héroe religioso. Sor María devendrá fundamental en la solución del nudo gordiano de Gambardella.
El cardenal navega en el film como un anciano estúpido y egocéntrico (magistralmente interpretado por Roberto Herlitzka), fascinado con ser el centro de las reuniones. Ávido en recomendar recetas de cocina, en sugerir combinaciones de especias que previamente ha degustado. Lo halaga la atención de las señoras de alcurnia. Tiene fama de haber sido un exorcista exitoso en su juventud. Pero si esto fue así, del exorcista no queda más que una parodia.
Gambardella, en un principio cree que su dilema existencial sobre la creación podría superarse con la ayuda del algún sabio consejo del cardenal. Pero después descubre que lo único sobre lo que puede consultarse al cardenal es sobre gastronomía y las próximas reuniones burguesas. En teoría el cardenal es exponente de una sabiduría teológica, macerada en dos milenos de catolicismo. Pero en la realidad, es modelo de la falsa religiosidad, de los malos ejemplos derramados por el Vaticano.

Es cierto que la caracterización del cardenal es caricaturesca. Más que de reuniones suntuosas muchos cardenales gustan de la búsqueda de poder personal a través de la Iglesia. Cardenales fuera de la caricatura, pero que también introducen la falsedad en la religión. En el film, la falta de una religión de trascendencia real se replica en otras formas “religiosas” espurias, propias del tiempo de la banalidad y la belleza artificial. Asumiendo cierta pompa oracular, un aire de reunión ritual, un cirujano plástico inyecta dosis de botox a mujeres ricas interesadas por su embellecimiento o la solución de sus problemas. Hasta una monja es una de sus clientes. El cirujano oficia como nuevo sacerdote. Sorrentino muestra que lo profano posmoderno tiene sus propias experiencias sagradas: un cirujano profeta que mueve la jeringa para la inyección de toxinas botulínicas.
Pero el falso cardenal, la falsa religión, como adelantamos, tiene su contrario en la vida religiosa real de Sor María. Su celo misionero en África hace recordar a Albert Schweitzer (el famoso filósofo, teólogo y músico francés, misionero médico en África). Y Sor María hace recordar a otros personajes religiosos fuertes en el cine: Ismael en Fanny y Alexander; el Stalker en la película homónima de Tarkovski; el padre David Telemond en Las sandalias del pescador; o el niño vidente en Navigator. Una odisea medieval, entro otros posibles ejemplos.
Sor María es recibida en Roma en una reunión solemne por sacerdotes de distintas culturas, como si su convocatoria ecuménica fuera la rehabilitación del alcance “católico” o universal que el catolicismo siempre pretendió, y que impuso por la fuerza muchas veces.
Pero Sor María impacta en el metraje no tanto por su singularidad, sino por su mensaje. Desaparece inesperadamente. Se da por perdida. Pero un Gambardella atónico la descubre en su domicilio durmiendo sobre el piso de madera como es su hábito. Ejemplo del desinterés por la comodidad. En un balcón ella se levanta y saluda la visita de unas garzas rosadas. Los pájaros están en migración pero se detienen atraídos por la santidad de la mujer. Imagen de impacto surrealista. Pero que es el medio para la manifestación del lazo religioso de Sor María con la naturaleza. Comunidad, integración, unión con los animales, con lo humano y el mundo natural en la espiritualidad amplia de Sor María. Lo contrario de la religión de manual, de repetición de liturgias y palabras vacías de los sacerdotes de “profesión”.
Sor María dice que sabe el nombre propio de cada garza. Es decir, aprecia lo individual en la naturaleza, sus brotes distintos de vida. En esa escena de belleza extraña, la religiosa manifiesta interés por la obra inconclusa de Gambardella. “¿Por qué ningún libro luego de cuarenta años?” Gambardella se defiende. Quería expresar la gran belleza. Pero nunca la encontró. Y esa incapacidad para encontrar o ser encontrado, quizá se relaciona con las raíces… Sor María se alimenta de unos pocos gramos diarios de raíces en su vida africana. “Como raíces porque son importantes”. Y la raíz alude, al comienzo, al origen, a la intensidad de la vida concentrada, no debilitada ni corrompida todavía. La vida de la primera fuente no secuestrada aún por lo decadente.

Gambardella no comprende. Pero comprenderá después…
VII
Entre los varios niveles de significado, muchos más complejos que los de La doce vita, podemos sospechar que si hay una película que pueda homologarse al espíritu de La gran belleza, no es tanto la obra de Fellini, sino una de las películas de Andréi Tarkovski: Andrei Rublev, filmada en blanco negro, en Rusia, en 1966.
El gran cineasta ruso, abierto al llamado religioso de lo eterno en el tiempo, acometió la filmación de una biografía ficcional (3). Rublev existió (¿1360? – ¿1430?). Fue un pintor sacerdote de iconos de la Rusia medieval, perteneciente a la Iglesia Ortodoxa Rusa. Como legado dejó sus grandes obras, como La Trinidad del Antiguo Testamento (la más célebre) en la Galería Tretiakiv de Moscú; la Natividad de Jesús, en la Catedral de la Anunciación, Moscú, Kremlin; o la Anunciación, también en la Catedral de la Anunciación del Kremlin.
Pero como Gambardella, Rublev atraviesa el proceso, ausente en La dolce vita, de ser abundante en la creación artística al principio, y después la caída en el silencio y la negación de la creación; para luego finalmente recuperar el don del fuego sagrado perdido. La estructura del arte poseído, su retracción, desaparición, y la final recuperación de la expresión artística. Proceso tripartito que atraviesa tanto el itinerario de Jep como de Rublev en la versión tarkovskiana.
Rublev deja de pintar, renuncia a ello cuando percibe la mediocridad del mundo, la inutilidad de los iconos del arte religioso que pinta. ¿No es esto curiosamente semejante al Gambardella que luego de escritor sin inhibición renuncia a la continuidad de su obra para sumergirse en el silencio de la palabra escrita como si estuviera hastiado del mundo decadente y mediocre? El Rublev de Tarkovskipermanece mundo por veinte años (la mitad de los cuarenta años de mutismo literario de Gambardella). Lo que rompe el mutismo estéril de Rublev es el encuentro con un niño constructor de campanas. Un niño que hereda imperfectamente el secreto de ese oficio de su padre antes de su muerte. Compungido por la necesidad de sobrevivir, el niño acepta el encargo de un príncipe para construir una campana. Teme no haber dado las indicaciones correctas a sus colaboradores durante la construcción. Tiene miedo de que la campana no suene. Y el día de la inauguración llega, y luego de los lentos movimientos del badajo, éste golpea la estructura metálica. Y el sonido corre hacia las nubes. El niño escapa por la sorpresa y el miedo. Y cae en una tierra humedecida por una reciente lluvia. Y el hombre que renunció al arte en un silencio de dos décadas, habla de nuevo, y le dice al niño que debe seguir creando campanas y que él volverá a crear para la gloria de dios.
Y el encuentro con Sor María, el hastío de la estupidez, el recuerdo de su primer amor, persuadirán a Gambardella de que debe terminar el olvido.
VIII
El olvido de sí mismo es lo que también experimenta Romano, amigo de Gambardella. Hombre sentimental, bonachón, oriundo del interior italiano. Ansioso por crear. A diferencia del autor de El aparato humano, Romano no tiene obstáculos para el acto de la escritura. Escritura dramática. La tragedia. El teatro. Su vacilación es en cuanto a la temática y el estilo. Inmerso en la vida nocturna frívola de Roma, Romano busca desesperadamente alguien que se interese en su teatro, y que lo ayude en el estreno de su obra en elaboración.
Gambardella es el único que realmente lo escucha. Presta su oído a los intentos teatrales de Romano, le critica sus deseos de repetir el tono épico y solemne de Gabriele D’Annunzio. Le propone que mejor seguir su propio camino, que exprese espontáneamente su voz. Al tiempo que cae en una relación desigual en el afecto con una actriz, con ínfulas también de dramaturga, que finge acompañarlo por pura soledad y desorientación.
Romano es ingenuo, pero no necio. De a poco advierte su destino en la Ciudad Eterna. Atraviesa decepciones, muros silenciosos que no devuelven sus gritos de auxilio. Consuma al fin su obra buscada. Pero no es la puesta en escena de un D’Annunzio revivido, que lo consagre como nuevo gran dramaturgo italiano. Al final solo habla desde sí mismo. Teatraliza su historia de fracasos y decepciones, se asume como demasiado tosco para las exigencias de la ciudad sofisticada. Su ópera prima es su despedida. El anuncio del retorno a su origen, a su pueblo. Encarna casi a la manera de Rousseau o Pasolini, la contraposición entre la cultura rural rústica, pero genuina y auténtica, y la ciudad sembrada de artimañas e inhumanidad. Y pisoteado por la perversión no es posible crear.
A la hora de despedirse, busca a Gambardella, porque es el único que merece un saludo de despedida. Un último encuentro humano.
Romano vuelve en busca de su origen, de una mañana mejor que perdió entre las tentaciones romanas. El impulso de vuelta a lo pasado, a un instante más aurático lo asaltó ya antes a Jep cuando lo visitó el viudo de su primer amor perdido. Ella dejó un diario en el que confesaba que Gambardella siempre fue su verdadero amor. Una huella de vida feliz y auténtica que Jep quiso recuperar, pero sólo para descubrir que ese diario había sido destruido. Primer intento de vuelta a una intensidad, primero vivida y después extraviada. Eso mismo que mueve a Romano en su regreso a su raíz; eso mismo que le preanuncia a Gambardella su propio porvenir. Él también debe volver; él tampoco está hecho para Roma, para la gran señora que no se fastidia de su propia frivolidad, que se recuesta displicente sobre sus alfombras persas, joyas con lapislázuli y las carcajadas que tapan el sollozo. .
IX
Gambarbella no comprendió en su momento el mensaje de Sor María, pero sí lo hace después.… Hay dos supremos poderes: el silencio y la acción. El silencio no engaña, porque no impone a las cosas palabras definitivas. Y el otro poder es la acción auténtica. En el caso de la escritura, la acción es un poder si asume que el arte de unir palabras bellamente es un truco, una ilusión, como el elefante que un amigo mago de Gambardella hace desaparecer.
Las raíces que le recuerda Sor María son anteriores a las palabras. Al imaginar a la santa subiendo unas escaleras en señal de sacrificio, Gambardella comprende al fin: con las palabras tapamos las profundidades, la muerte que sigue a la vida, pero también invocamos las supervivencias demacradas de la belleza. La escritura no tiene sobre sí la gravedad de decir el mundo o la verdad; a lo sumo puede evocarlos con sus invenciones bellas, con sus embelecos. La gran belleza podrá ser una quimera, pero a la vez es una creación real, la vida que el hombre le agrega a la vida para embellecerla, adornarla, hacerla más intensa y misteriosa.
La literatura como ilusión completa lo que a la naturaleza le falta, como lo pensó claramente Oscar Wilde (4). Por eso el arte no debe imitar a la naturaleza, sino que la vida debe copiar al arte para embellecerse, para refinarse y multiplicarse entre espejos que no dejan de propagar una sensación de intensidad.
Pero para escribir y buscar la gran belleza, el escritor necesita una motivación, un alimento para su voluntad. Sor María es la Beatrice que le devuelve a Gambarbella el mundo. Pero no la pasión y el deseo incontenible de expresar. Esa necesidad lo inunda cuando se reconoce destinado a la sensibilidad, no a ser “el rey de los mundanos” en la Roma decadente. La sensibilidad que lo desborda de afecto en la exposición de las fotos del único rostro que se repite; esa sensibilidad que recupera en su relación con Ramona, cuando la ve como persona (y carcomida lentamente por el cáncer) y no como algo tan superficial como sus amantes ocasionales; la sensibilidad que lo reclama cuando luego de su pomposa clase sobre los buenas maneras en un funeral, al subir el féretro del fallecido la pose fingida del comienzo se transforma en un llanto sincero e incontenible por una vida desaparecida; su sensibilidad reverdece de nuevo cuando la nostalgia lo lleva de vuelta a ese lejano promontorio sobre la playa, donde una bella muchacha le reveló el secreto del amor por primera vez; esa mujer que, al final, vuelve a mostrarle sus pechos, como si fuera la repetición del comienzo del mundo, como si acariciara de nuevo a la madre de todas las mañanas, cuando todavía no estaba suelta la estupidez que lo estranguló por cuarenta años.
La sensibilidad inunda a Jep, y lo impulsa a expresar, a escribir, cuando vuelve al primer amor a la vera de un faro, frente al mar, como fue antes, y es ahora, como una breve primavera de pureza que lo limpia de esa indiferencia a lo humano y al mundo que es propia de la frialdad decadente.

Las palabras tapan el silencio. Pero cuando las palabras asumen su ilusión, no multiplican ya la vida encerrada; con sus bellos trucos dejan pasar algo. Es lo que ahora puede saber el artista recuperado. Gambarbella, que ya no escapará del regreso al origen, a la mujer, a las raíces por las que aparece la vida, a las sensaciones profundas en las que, debajo de las palabras, pasa algo, algún destello, algo de una gran belleza.
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Citas:
(1) Marforio es una gran escultura de mármol romana del siglo I, que representa seguramente a Neptuno, o al río Tíber. Fue hallada en e Foro de Augusto, y dentro de su área en particular del Foro de Marte; de ahí quizá su nombre: Marte, Marforio. En el siglo XVII el papa Inocencio X ordenó que la escultura se emplazara en el patio del Palazzo dei Conservatori, su actual locación. Como estatua parlante su función en la antigüedad era albergar numerosos panfletos satíricos, generalmente en verso, como medios de crítica al poder romano.
(2) Peter Greenway (n.1942) es un cineasta gales, cuya gran formación en artes plásticas, en pintura específicamente, inspira la variedad y colorido de su imaginario visual cinematográfico como El cocinero, el ladrón, su mujer y su amante (1988); o su adaptación de la última obra de Shakespeare The tempest (1611), en Los libros de Próspero (1991). También habría que destacar que, lo mismo que Sorrentino, Greenway elije a Roma como co-protagonista de su conocido film El vientre del arquitecto (1987) sobre un arquitecto estadounidense, Stourley Kracklite (Brian Dennehy) que visita Roma junto a su esposa Louise, con el propósito de organizar una exposición consagrada al arquitecto francés del siglo XVIII Étienne-Louis Boullée, al tiempo que, sin causa aparentemente, comienza a experimentar fuertes dolores en el vientre.
(3) Andréi Tarkovski (1932-1986) debió exiliarse de su patria natal por conflictos con la censura soviética. Su filmografía no muy extensa, se compone de grande títulos en la historia del cine: La infancia de Ivan (1962); Andrei Rubliev (1966); Solaris (1992); El espejo (1973); Stálker (1979); Nostalgia (1983); y Sacrificio (1986). Pero además dejó un importante ensayo filosófico sobre el cine y el arte: Esculpir en el tiempo, ed. Rialp, 1991, y Martirologio. Diarios, Ediciones Sígueme, 2011.
(4) La postura de Oscar Wilde en cuanto la vida debiera imitar al arte puede indagarse a través de sus ensayos «El crítico artista» o «La decadencia de la mentira», en Oscar Wilde, Ensayos y Diálogos, Jorge Luis Borges. Biblioteca personal, Buenos Aires, Hispamérica Ediciones Argentina.

Música en el filme:
Y My Heart’s in the Highlands, de Arvo Part en La gran belleza, inspirada en el poema del poete escocés Robert Burns, de 17891789
La tristeza by Ana de Lacalle
La tristeza es un fluido que nos determina, a cada yo y al otro como influjo inherente a ese yo. Es una determinación, entre otras, que nos constituye como humanos y que se despliega en la interacción con todo Otro -aunque el individuo humano no tenga el mismo estatus de otredad que el resto de las realidades-.
Nos asola de manera intermitente, según la disponibilidad sensible y la capacidad de autoreconocernos en ese estado melancólico. Por ejemplo, pensar en una separación casi drástica de quien nos ha co-determinado con actitud acogedora, comprensiva y com-pasiva nos abate sin remedio, ya que ¿Quién desea renunciar a lo más constructivo que de los otros hay en cada uno? ¿Cómo dejar que se eleve una zanja infranqueable con quien te ha ayudado a vivir y a sentir?
No es posible querer esa ausencia, y la tristeza se reconvierte en rabia por la impotencia de no poder querer lo que nadie dudaría que es irrenunciable. Sin embargo, el humano es el ser que vive antagónicamente, y ese es otro aspecto de lo real que nos constituye. Lo que queremos, porque en bueno para no nosotros, debe ser superado. Y la cuestión es ¿para qué? ¿por qué dejar atrás lo presente que nos nutre?
Parece que se da de facto una cierta contradicción entre lo que necesitamos como realidad sentiente y como lo que deberíamos ser según ciertas exigencias sociales, culturales.
Podemos ser débiles, o fuertes y necesitar de u otro concreto, o… ¿no deberíamos ser como podemos, en lugar de como debemos?
La tristeza fluye y fluctúa como el recordatorio de cuanto debe ser superado. ¡Qué mal nos tratamos!
Rule 18: Think yourself happy by j re crivello
Regla 18 Piensa en ti mismo feliz
“Todos conocemos personas cuya configuración predeterminada es alegre.
No es que sus vidas sean mejores sobre el papel, que las de los demás. Se trata de su actitud. De hecho, si vas a algunos de los lugares más pobres o devastados por la guerra en el mundo, aún podrás encontrar personas que son positivas a pesar de todo. Si ellos pueden hacerlo, ¿por qué nosotros no?” (1)
En nuestro día a día, esta balanza entre lo positivo y lo negativo aparece de manera constante. Vivimos una civilización donde hablamos de lo positivo. De aquella manera de relacionarse o enfrentarse a las dificultades, como si fuera necesario considerar que solo se resuelven nuestros proyectos, desde este manera de sentir. Algunos matizan este aspecto, con el sí ganas tu gano yo.
Pero la fuerza reside en el lado oscuro. Es decir, esta frase de Star Wars anuncia que la batería se carga en los aspectos negativos que nos impulsan a superarnos. Allí reside una parte de nuestras vidas, o de nuestra memoria. De nuestros ejemplos relativos a fracasos personales o familiares. Que vuelven una y otra vez.
En uno de mis sueños anoche percibía que uno de mis hijos lloraba. Al despertarme, intuí que allí había aquella energía negativa que solicita una mayor apertura en la relación y la búsqueda de una mayor estabilidad. En aquellos sueños o espacios del lado oscuro, están las pautas tal vez, de una vida más agradable.
En inglés:
Rule 18
Think yourself happy
We all know people whose default setting is cheerfull
Its not that their lives are any better on paper anyone else ´s. Its all about their attitude. Indeed if you go to some of the poorest or mpst war-ravaged places in the worrld , you´ll still be abble to find people who are positive despite everything . If they can do it, why cant´t we?
Notas:
(1)The rules of Thinking, Richard Templar
By Esteban Ierardo, publicado en Eterna Cadencia
El sueño, la magia, la muerte como potencia simbólica de transformación, son aproximaciones a una vitalidad enriquecida. En el prólogo a El arte y la muerte / Otros escritos (Ed. Caja Negra), Esteban Ierardo desciende junto con Artaud a las profundidades de su carácter y a los efectos de su obra, sobre todo a la repercusión en la carne.
Los ríos más profundos nacen desde el volcán. Algunos sospechan el paso de su lava caliente; otros, la contemplan en la distancia o la cercanía; otros, descienden a la serpiente de fuego. Artaud desciende. Una y muchas veces. Y suele regresar. Pero no puede ocultar el chisporroteo de su piel y su lengua. Sus ojos no toleran las superficies; sus ojos siempre desean explorar las corrientes que gimen dentro de las rocas.
Entre senderos del bosque, Heidegger piensa la subjetividad moderna. El cogito cartesiano, el ego transcendental kantiano, el yo fichteano, la idea absoluta hegeliana, son formas de ordenar y representar la realidad desde el concepto. Desde una representación mental. La materia, el espacio, la polifonía de las cosas naturales, son despojadas de toda independencia. Sólo lo ordenado y representado por el sujeto es. Y lo que es sólo adviene en el pensamiento. El pensamiento que piensa sus propios productos, su nervadura intrínseca de conceptos.
Artaud batalla contra la representación. En un resquicio del gigante moderno subsiste una nostalgia. La nostalgia de no sólo ordenar lo pensable sino de pensar lo vivido, y vivir lo pensado. Artaud quiere vivir en la presencia de lo real, no en su representación. Por eso escapa del gigantismo lógico y ordenador de la modernidad racional. Y es el que corre por la llanura donde el pensamiento es hierba. Hierba quemante.
Pensar lo vivido. El pesa-nervios. Obra fundacional del primer Artaud surrealista. La vida es enigma prerracional. La materia siempre baila entre torbellinos densos de energía. Y el misterio de la materia no elige la claridad del Apolo Solar. Prefiere la noche de la intriga lunar. Y en el centro de lo que gira (y todo gira) centellea el vacío. El pensamiento y la palabra pueden acercarse, y traspasar incluso alguna exhalación de esa vaciedad, pero sin liberarse completamente de la tentación de la inmovilidad. Nietzsche vio la degradación de la voluntad de poder en la voluntad de verdad, esa voluntad que pretende que todo es pensable. La verdad es así entendida como un pensamiento inmóvil. La voluntad de verdad de los sabios, de la ciencia, pretende fijar el viento errante en el faro de un conocimiento permanente. Es la caída en la tentación de lo inmóvil.
Pero Heráclito y el filósofo que habla por Zaratustra ya lo dijeron antes: todo es devenir. Movimiento sin concesiones a una verdad eterna. Estática. Artaud repite con nuevos bríos esta experiencia: el fluir extraño de la vida que nace del centro-vacío misterioso no puede ser detenido por la escritura, por el dedo del concepto clarificador.
El río del volcán avanza. Se muta. No se detiene ni fija en un sistema, en una lengua privilegiada (el sánscrito védico, el griego antiguo, o el alemán reivindicado como “casa del ser” por el pensador de la Selva Negra). No se interrumpe el río en un principio lógico, o en libros sagrados (la Biblia o la Philosophiae naturalis principia mathematica newtoniana). El río fluye sin descanso ni debilitamiento. Ese ritmo atávico de la vida debe ser pensando no para sustituir la experiencia por una idea sino para intensificar lo vivido. El pensamiento y la práctica artística de Artaud constituyen un arte de las intensificaciones. El artista recibe del espacio una vibración y la devuelve, luego, intensificada, incrementada.
Una filosofía de la intensificación acompaña a Artaud desde su primera aurora hasta su crepúsculo. Su primera mañana: el ya mencionado Pesa-nervios, su vinculación con el surrealismo, su respuesta a la camarilla precedida por el iluminado Breton en “A plena noche o el bluff surrealista”; su actuación en el Napoleón de Abel Gance y en La pasión de Juana de Arco de Dreyer; sus textos sobre la detonación visual del inconciente del cine surrealista de Dalí y Buñuel; su escritura de guiones cinematográficos para revelar las profundidades psíquicas. Y luego llega el mediodía: la crítica a la “precoz vejez del cine”; su salto a la experiencia teatral. La luz del cenit, la que proyecta la menor sombra, arde así en sus manifiestos sobre el teatro de la crueldad; su comparación en pos de diferencias entre el teatro occidental y el oriental; la relación entre la magia teatral, la peste y la alquimia; el énfasis en el lenguaje corporal; la recuperación de la primacía de lo espacial, de la escena, de las luces, las sombras y la música, en desmedro de la obra como literatura actuada. En su estética del mediodía, Artaud enviste contra el teatro antropocéntrico y narrativo. Esa teatralidad tejida desde Eurípides hasta Ibsen y Chejov, pasando por Shakesperare, Moliere o Racine, donde el teatro se supedita a la densidad trágica, y al protagonismo del hombre sufriente. En esta tradición, la escena es ornamento circular que decora, rodea y sustenta la representación de los caracteres. Pero los personajes, sus conflictos, la historia o relato, son lo secundario. Lo irrelevante es lo que no levanta o eleva. Para Artaud, el único teatro que impele un ascenso o elevación es la teatralidad de raigambre oriental, el teatro sagrado; aquí, la escena no es soporte pasivo sino volumen abierto donde se muestran las fuerzas sutiles, divinas, universales. Las potencias creadoras que generan sin cesar la vibración, el movimiento entre las fibras de la materia. El teatro auténtico es el que sacraliza el espacio como sitio donde lo real ya no es concepto, representación, ley matemática, o dogma eclesiástico. Lo real allí es campo de circulación de fuerzas. La estética teatral, o de cualquier estética en general, debe pensar únicamente esa experiencia. Para crear las formas de su recuperación e intensificación.
La realidad como fuerza, antes que como idea oficiante de la representación, emerge también en Heliogábalo, el anarquista coronado, ensayo de 1934, donde Artaud pretende descubrir la verdadera identidad de Heliogábalo, emperador romano, asesinado por la guardia pretoriana, acusado de frívolo, excéntrico y afeminado. En contra de esta visión tradicional, Artaud cree que el joven originario de Emesa, Siria, era un secreto adepto a un único dios solar. De ahí su desprecio por el politeísmo romano. Lo que sus contemporáneos interpretaron como obra disoluta era una conciente práctica anárquica. La anarquía como superación de los opuestos en pos de la percepción de una fuerza divina única. Un monismo vital que significa la liberación de toda fijación de la divinidad a una parte del mundo en detrimento del ígneo aliento único. Heliogábalo representa una de las cimas de la religiosidad antigua pagana. Su experiencia del hagios, lo sagrado, de lo numinoso, era la intuición de la divinidad como fuerza, y no como nombre. Max Muller, creador de la mitología comparada, estudió el proceso de sustitución de la divinidad vivida por el dios entendido como un nombre, como un personaje mítico. En cierta similitud parcial con esta teoría, Artaud adjudica al racionalismo moderno y al cristianismo antiguo, la liquidación de la experiencia pagana de una naturaleza viviente. El judaísmo mosaico y el cristianismo prohiben el culto a los ídolos. Esta negación despoja a la imagen de toda sacralidad. Lo divino sólo será el dios otro, lejano, trascendente. Divinidad que se venera por su nombre y su palabra revelada, no por las imágenes. Separación entre la inmanencia de lo divino en una fuerza natural, y el nombre. Escisión entre la figura y el contenido. Que desvanece lo numinoso de las formas materiales y sensibles. Escisión que continuará el racionalismo cartesiano al refutar toda dignidad cognoscitiva de los sentidos para ubicar el saber en el manantial exclusivo de lo metódico y racional del sujeto pensante.
El cristiano y el hombre moderno no vibran ya con los rayos de la tormenta o el sol, con el sutil velo opalino de la luna, el murmullo y las voces de los arroyos, los ríos y las olas.
El innovador de la estética teatral se opone a lo cristiano como tradición medular de lo occidental, y también al racionalismo convertido en nuevo camino iluminado por la modernidad.
Ya en “El manifiesto en lenguaje claro” emerge un Artaud que sitúa al cuerpo por encima de la razón de esa modernidad. La carne es entidad viva superior a la evidencia de la lógica. Pero lo corpóreo, colmado de nervios, no es carencia de saber. Es otro saber. Donde lo ilógico posee sus leyes, que dejan entrever el “interior del espíritu”. La lógica de lo ilógico produce imágenes. Que no pueden ser reducidas a la racionalidad. La imagen debe permanecer en su condición propia. La imagen que brota desde el sustrato nervioso dimana una razón peculiar, distinta a la del sistema filosófico o científico del logos.
En “La posición de la carne” Artaud profundiza su intuición de la “carne”. Carne es fuerza vital. Región de gritos y ebullición. Matriz de la que surge el pensamiento. Lo carnal es a su vez espíritu que sólo entrega un conocimiento “oscuro”, discontinuo, que fluye con la velocidad y la brusquedad de un rayo. El artista francés sabe que, entre las escamas resquebrajadas de lo moderno, el saber primario de lo carnal se ha disipado. Por lo que el pensamiento sólo recuperará su vitalidad al descender nuevamente al subterráneo y corpóreo tejido nervioso. Movimiento con afinidades al redescubrimiento nietzscheano del cuerpo como soberano desconocido, como el poder primario que inventa a la conciencia, al yo y la razón como sus juguetes.
La palabra del logos científico es un pliegue posterior. Lo primero es la vitalidad nerviosa. Pero hay una palabra que fosforece desde la materia y lo nervioso, y penetra en sus secretos: la palabra mágica. La palabra mágica en una “Excursión psíquica”. En la imaginación moderna sobreviven rubíes de lo mágico en los cuentos de Perrault o Hoffmann. La hipnosis es otra forma reciente de encantamiento; otra vía de salida de la limitación de la conciencia hacia lo que está del otro lado. Lo mágico, en particular, quiebra los límites de la ley. Y también la muerte es quizá lugar de liberación y de proyección hacia una libre percepción espiritual del más allá. Pero la muerte puede abrigar a veces los fantasmas de la extinción total. La magia asume entonces el destino de ahuyentar el veneno mortal. Para conquistar lo inmortal. Así ocurre de manera arquetípica entre los egipcios. Por eso, “la gran virtud de la magia radica en el sometimiento de la muerte”; la muerte dominada aquí es el espectro de la desaparición física definitiva.
Pero la muerte es también un estado de convulsión dentro del sueño, donde extrañas y turbulentas sensaciones pueden deparar una vivencia de colapso. Pero que es provisional. La sensación de mortalidad desaparece con el despertar. El renacer. El sueño contiene a la muerte, entreabre la riqueza de lo inconciente. Por lo que el sueño es así acción real que, en la dimensión del espíritu, nos acerca a una percepción de lo más esencial.
La muerte entroncada con el suicidio también es significativa en las meditaciones de Artaud. En “Sobre el suicidio”, la fantasía de una acción suicida adquiere un valor de transformación espiritual antes que de extinción física. Suicidio es la decisión de acabar con la falsa vida, con la conciencia estrangulada por una carcelaria divinidad que nos separa del devenir. Por el dios asfixiante de la tradición occidental la vida se petrifica en vanos razonamientos. Esa divinidad es sitio simbólico de la negación. Estar bajo su poder es haber muerto ya, es ya estar “suicidado”. De ahí que el artista de El pesa-nervios manifieste, en “¿Es una solución el suicidio?”: “ya estoy suicidado. Me han suicidado, quiero decir”. Morir para el dios que esclaviza es superar el suicido ya consumado, bajo el efecto de una opresiva fuerza exterior. La otra acción “suicida”, la postulada por Artaud, no es “el apetito de la muerte” efectiva; por el contrario, es regeneración; es “un medio de reconquistarme violentamente, de irrumpir brutalmente en mi ser”.
El sueño, la magia, la muerte como potencia simbólica de transformación, son aproximaciones a una vitalidad enriquecida.
Y la realización plena y vital es lo que se entrega. Nunca es lo encontrado por algún método. Las melenas profundas de la vida se agitan cuando no se busca su agitación. No buscar algo, no pensar algo, es lo que propicia la oportunidad de que las ventanas antes cerradas de lo conciente se abran y que el cuerpo se acalore con nuevas luces, lejanas y desconocidas.
La experiencia del encontrar sin buscar late en “El cristal de amor”, incluido en El arte y la muerte. Un joven estudiante sufre un amor no consumado. Compensa su deseo insatisfecho con ensoñadoras idealizaciones de la mujer deseada. El amante ve así “pequeños volcanes” enganchados en sus axilas; y la contempla rodeada por el espesor sutil del cielo. La visión ensoñadora del estudiante se repite como un ver a la mujer de su deseo a través del cuarto que habita, o de sus ex-amantes, o del cabello amarillo de su madre. El joven construye así una búsqueda apasionada. Busca encontrar a la mujer que hierve en el vientre de sus sueños. Pero Hoffmann irrumpe en su ensoñación para advertirle sobre la inutilidad de este proceder. “No la busques ahí”, le advierte. Gerard de Nerval y Lewis acuden también para auxiliar al amante desesperado. Y Lewis le entrega la clave del secreto: el encuentro con lo femenino sólo ocurrirá “transversalmente”. La unión con lo que se busca será cuando el buscador ya no piense en lo que busca. Será cuando el buscador ya no piense en Ella. El camino no es la captura frontal de un bien deseado. El camino no es una búsqueda. Sólo por un acontecer oblicuo, lateral, espontáneo, un trasfondo de hierba podrá ascender hasta los ojos y la piel. No hay entonces caminos frontales. Sólo inmanejables sendas laterales, oblicuas. El amante antes buscaba para poseer; ahora comprende “que el amor es oblicuo, que la vida es oblicua, que el pensamiento es oblicuo, y que todo es oblicuo”. El paradójico sendero de lo que encuentra sin buscar se confirma en “Nueva carta sobre mí mismo”, donde el gran mensajero del Teatro de la crueldad revela que admira “el animal inteligente que busca pero que no busca buscar”; ése es el “animal que vive”.
Y el animal humano “que vive” es el que presiente el espacio. El espacio donde obra lo infinito. Y la experiencia de este poder desmesurado e inagotable necesita de otro cuerpo.
Artaud piensa así, con agudeza y obsesión, “un cuerpo sin órganos”, una intuición de otra corporalidad que es también otra experiencia del ser, que dará que pensar a Foucault, o al Deleuze de La lógica del sentido. En su adormecimiento habitual, el cuerpo se fragmenta en distintas funciones (el ver, el caminar, el comer o crear). Que demanda la primacía de un órgano o función en particular. La biología corpórea se fragmenta, se agota en la inmediatez de una función o tarea específica. Sólo al descender a un cuerpo como totalidad sensorial, libre de toda división o fragmentación, puede acontecer el cuerpo nuevo, el de la fluidez e hipersensibilidad que percibe las corrientes infinitas que atraviesan el espacio y la materia.
Pero la exploración de un sensitivo cuerpo olvidado colisiona con los guardianes de la anatomía dividida, de la psiquis aprisionada. Artaud, salvaje explorador de geología profundas, es internado largamente en las “escuelas” del sujeto corregido, en las “casas de la salud”, en las guaridas de la psiquiatría del fármaco y el electroshock. En el psiquiátrico de Rodez. Allí, lo toman a su cargo el Dr. Ferdière y el Dr. Latrémoliére; éste ultimo lo somete a una terapia de más de cincuenta electroshocks, una electricidad que barrena para restituir al explorador artista al teatro de la cordura. Artaud padece el extremismo de la descarga eléctrica. Pero la violencia del golpe eléctrico no consigue que se olvide a sí mismo. Y escribe entonces las Cartas desde Rodez, y busca salir al espacio, a lo abierto.
Y todo fluye en el espacio. Sin el límite de ninguna definición ni ecuación. El espacio está ahí, afuera. Es lo abierto. El volumen que rodea y sustenta a los cuerpos. Pero la salida a lo abierto no es sólo reflexión estética. Es también acción artística. Acción artística es la puesta en escena de Artaud de su obra los Cenci; o sus poemas, desde El ombligo de los limbos, Artaud le mono hasta su más bello decir en lo profundo: Van Gogh, el suicidado de la sociedad.
Y la acción que recupera el espacio no experimentado es también el viaje de Artaud a México. Allí, busca una cultura que aún viva la realidad fuera de la aséptica y anémica abstracción europea. Acontece entonces el encuentro con el pueblo de los tarahumaras; y, dentro de un círculo sagrado, ocurre la acción de comunicación, por la danza, por el peyote, con Ciguri, el dios tarahumara. Una acción ya no de creación o búsqueda, sino de encuentro con la visión. La visión de Artaud, en México, en un efímero éxtasis, del absoluto perdido.
Los manifiestos, los artículos y ensayos eran reflexión. Reflexión son las Cartas desde Rodez. Pero Artaud, en un resabio moderno del México precolombino, experimenta la acción de con-fusión con la gran fuerza creadora de la dura piedra, la frente humana, y los sueños del hombre y el tigre.
Y algunos artistas se contentan con crear un jardín de belleza que flota y sobrevive, aun como un frágil nenúfar, sobre un océano de cenizas. Artaud no se conforma con la sustitución, la sublimación o la compensación. Necesita ser dentro de la tormenta viva. Presente. De Artaud entonces no nacerá ninguna concesión a la evocación nostálgica de un paraíso ausente, o al solaz del arte encerrado en el juego de las formas.
Y la tormenta es grito. Estallido. Golpes sobre rocas. Para producir el fuego. Para que el espacio vivo inunde la casa de la cultura y la sensibilidad adormecida. Grito contra el dios que impone la ley paterna, la prohibición que sofoca el libre discurrir de las fuerzas. Esa divinidad de la demanda y la amenaza, de la ley del Padre. Su autoridad agobiante es negada en la acción final de Artaud: su poema Para acabar de una vez con el juicio de dios. Poema pronunciado ante los micrófonos de la Radio Nacional Francesa, en diciembre de 1947. Artaud ha sobrevivido a los electroshocks durante sus internaciones psiquiátricas. Pero la “medicina” de la descarga violenta no consiguió que dejara de escuchar la otra electricidad. El quejido eléctrico del trueno. Artaud sobre-vive, vive por encima, fuera de la vida razonable, del jorobado deambular del burgués vencido por la angustia de no ser hundida en sus hombros. Artaud sobre-vive y piensa, prepara el mejor modo del grito. Piensa por un lenguaje poético. Aquel que salva al lenguaje, lo libera de su condición de ley, norma autoritaria o proposición de ciencia sin autolimitación. El lenguaje liberado se dice como poesía. Es poema que se autodice. Y se purifica de los microbios, los gusanos, los coágulos de suciedad, larvas y virus del dios autoritario que corrompe el cuerpo. El cuerpo y el lenguaje se purifican por vías paradójicas, por la invocación de la fealdad de la fecalidad, por lo obsceno y abyecto, por el grito, la regresión a la onomatopeya, o la glosolalia.
La glosolalia, término de origen psiquiátrico, un desorden de las palabras, de los significados. Aquí las letras se combinan no desde la exigencia de la gramática y el diccionario. Las letras no son ya el medio para la expresión de un significado o concepto. Las letras ahora se unen libremente en una musicalidad de significantes sonoros, en la secuencia de una fuerza acústica, sensorial, material. Estamos en las costas de la poesía concreta. Un ejercicio que nos hace recordar uno de los dichos del dadaísta Kurt Schwitters, en 1924: “el material básico de la poesía no es la palabra sino la letra”. El lenguaje poético de la materialidad de la letra admite como única gramática la vibración, la ondulación. La repercusión en la carne. La glosolalia es lenguaje de la restitución de lo real como fuerza expandida en el espacio.
Y hay una ironía del destino del Artaud que sobre-vive. Dice el lenguaje-poema a través de una Radio Nacional, capaz de llegar potencialmente a toda la sociedad que lo encarceló y condenó. Y ahora lo deja decir. Porque su palabra ya sólo es la fascinación de lo exótico. Su decir es únicamente motivo de asombro y divertimento; o, claro, de indiferencia. No se escucha su llamado a la transformación. No se escucha su rayo, que anuncia una lengua llameante y sibilina. Y un cuerpo metamorfoseado por la alquimia del oro espiritual y sensitivo. Un cuerpo reinventado, sin órganos. Que baila entre muchos torbellinos.
Pero el artista no dice para un único tiempo. Artaud sigue diciendo. Como todo artista auténtico, retiene con su obra el trueno. Que llama, en todo tiempo, al espacio. Que no termina de ser.
¿A dónde vas, clase media? by j re crivello
En un artículo entrevista a Z Bauman aparecido antes que falleciera en El País referido a la desigualdad, el filósofo opinaba: “Ha sido una catástrofe arrastrar la clase media al precariado. El conflicto ya no es entre clases, sino de cada uno con la sociedad” para agregar que “lo que está pasando ahora, lo que podemos llamar la crisis de la democracia, es el colapso de la confianza. La creencia de que los líderes no solo son corruptos o estúpidos, sino que son incapaces. Para actuar se necesita poder: ser capaz de hacer cosas; y se necesita política: la habilidad de decidir qué cosas tienen que hacerse. La cuestión es que ese matrimonio entre poder y política en manos del Estado-nación se ha terminado. El poder se ha globalizado pero las políticas son tan locales como antes. La política tiene las manos cortadas. La gente ya no cree en el sistema democrático porque no cumple sus promesas. Es lo que está poniendo de manifiesto, por ejemplo, la crisis de la migración. El fenómeno es global, pero actuamos en términos parroquianos”.
Diremos que la democracia tal vez no está en peligro, pero sus contenidos han cambiado. Nos habíamos acostumbrado a la dialéctica izquierda derecha y que una de ellas, la izquierda fuera el motor del cambio; pero la sociedad sabe que ese mito ha terminado. El cambio ya no provendrá por la actuación desde el Estado. Los líderes son globales y provienen de la esfera privada o de la voluntad cooperativa con una gran carga trasversal. Con lo cual los partidos de izquierda son meras especulaciones para ocupar el poder y aprovecharse de sus ventajas. Ha muerto su espontaneidad o capacidad reformista. En lo que coincidimos con Z. Bauman es en la creciente resistencia a aceptar la globalización, muchas tareas son concebidas como locales pero poseen un sesgo de interdependencia que las sociedades no aceptan asumir. La crisis de la emigración siria que abrió en canal la Europa rica hasta Alemania mostro las resistencias para asumir cooperativamente este fenómeno.
Aparece nuevamente ante nosotros el péndulo entre libertad y seguridad. Ante ello Z. Bauman sostiene que “son dos valores tremendamente difíciles de conciliar. Si tienes más seguridad tienes que renunciar a cierta libertad, si quieres más libertad tienes que renunciar a seguridad. Ese dilema va a continuar para siempre. Hace 40 años creímos que había triunfado la libertad y estábamos en una orgía consumista. Todo parecía posible mediante el crédito: que quieres una casa, un coche… ya lo pagarás después.
“Ha sido un despertar muy amargo el de 2008, cuando se acabó el crédito fácil. La catástrofe que vino, el colapso social, fue para la clase media, que fue arrastrada rápidamente a lo que llamamos precariado.”
La categoría de los que viven en una precariedad continuada: no saber si su empresa se va a fusionar o la va a comprar otra y se van a ir al paro, no saber si lo que ha costado tanto esfuerzo les pertenece… El conflicto, el antagonismo, ya no es entre clases, sino el de cada persona con la sociedad. No es solo una falta de seguridad, también es una falta de libertad”.
Nuestra reflexión nos lleva a pensar que al aumentar la seguridad debido al estallido social fundamentalista nos ha obligado a renunciar a vivir en una sociedad de iguales. Mientras aumenta el confort espiritual de sensación de sentirnos protegidos, cedemos nuestros derechos y garantías al Estado que vive dominado por aparatos burocráticos lentos e ineficientes, y se reduce la espontaneidad social. Estamos renunciando por el miedo que nos domina ante cada ataque fundamentalista, pero no hay solución, participamos de la inestabilidad de otras zonas del mundo que se transfieren al centro de la civilización; o si me permiten los ejes de globalización transfieren los conflictos a las zonas de larga tradición democrática.
El aumento de la precariedad, se ha instalado entre nosotros y nos domina hasta empujar a las propias élites a participar de esta fiesta inútil. Los consumidores han acentuado esta precariedad, hace unos días en una charla observé que la contradicción entre comprar en China o en nuestros países deslocaliza aún más nuestro trabajo, pero los participantes de la conversación recurrían a la clásica frase: “las empresas están bajando los salarios” sin aceptar que sus elecciones de compra crean esa bajada de precios y el traslado del consumo a otros países.
Pero a veces uno se pregunta si esta inseguridad ¿puede ser creativa? O… ¿nos instala en la desafección y la falta de estímulos? Una gran batalla de valores se aproxima. El paradigma creado por la socialdemocracia en Europa se tambalea entre precariedad y cambio, o ruptura del mundo laboral y de consumo tal como lo conocíamos hasta ahora. No me atrevo a señalar como se resolverá.
DEDICACIÓN by Jaime Nubiola
Acabo de leer el libro «El rector de Justin» de Louis Aunchincloss (Libros del Asteroide, 2010), recomendado por un amigo. El libro —publicado originalmente en Nueva York en 1964– me ha interesado, quizás en particular por mi especialización en la filosofía norteamericana. Se trata de una obra centrada en la figura imaginaria del rector Francis Prescott, presbítero episcopaliano, fundador y director de un internado masculino a pocos kilómetros de Boston, en la primera mitad del siglo XX. La obra está construida a partir de los supuestos testimonios manuscritos de antiguos alumnos, parientes y colaboradores del rector, junto con el diario del protagonista principal Brian Aspinwall, ferviente admirador suyo.
Aunque el libro no ha llegado a entusiasmarme, me ha regalado una frase que me deja pensando. En una conversación de Prescott con su discípulo Aspinwall a propósito del amor que el rector había dispensado a sus hijas, le dice de modo concluyente: «No es amor lo que necesitan los niños, es dedicación». Efectivamente hay algo profundo y verdadero en esta afirmación: lo que los seres humanos necesitamos realmente para nuestro crecimiento es la atención y el cuidado, la dedicación de las personas que nos cuidan.
Quizá parezca un tanto artificial esta separación entre amor y dedicación, pero venía a mi cabeza uno de estos días en el tren cuando me encontré con una joven pareja con cuatro niños entre 5 y 1 años, hablando en euskera. Los niños estaban cansados después de cuatro horas de viaje, la más pequeña lloraba a ratos en brazos de su madre. Por parte del padre y de la madre era todo pura donación, cuidado y atención de sus hijos y entre sí. Me emocionó y pensé que el amor es casi siempre dedicación.
Pamplona, 20 de abril 2023.
El saber by Nacho Valdés
La tendencia hacia el saber resulta un placer genuinamente humano, pues nuestra naturaleza se funda precisamente en este rasgo. Este elemento, en sus innumerables formas tales como la ciencia, el arte, la artesanía, la agricultura o la filosofía, implica la puesta en juego de nuestras capacidades y componentes idiosincrásicos. No en vano la supervivencia de los homínidos que nos precedieron estuvo condicionada por el fomento de esta particularidad. Es por esto que la cognición y las operaciones mentales asociadas a nuestro complejo sistema nervioso han marcado nuestro devenir como especie, pues no estamos dotados con grandes garras, afilados colmillos o un grueso caparazón; nuestra pervivencia está unida al ingenio y a la experiencia acumulada.
El disfrute vinculado a la sabiduría es más que evidente en la etapa infantil. En estos momentos de nuestro desarrollo somos individuos flexibles, dúctiles y permeables a todos los estímulos recibidos. Es un periodo de grandes descubrimientos y momentos inesperados en los que nuestra mente va asumiendo la grandeza del entorno y la pequeñez de nuestra propia realidad. Un componente indispensable para comprender lo que llegará en los siguientes estadios. La autognosis y la conexión con el entorno y la comunidad establecen el punto de partido para el devenir personal. En este momento lo que prima es la sorpresa y la incredulidad, todo resulta motivo para generar interrogantes y las respuestas se buscan de manera desesperada. Una buena dirección resulta fundamental, la indagación y el contacto con la literatura, donde se puede volcar toda una vida, permiten un rápido desarrollo construido sobre la autonomía dado que, al fin y al cabo, llegamos y nos vamos solos de este mundo.
Llegarán momentos en los que la sabiduría se disfrazará de pasatiempo. Durante la adolescencia prima el componente social, la integración y la búsqueda del propio espacio en el contexto de la comunidad. Se produce el distanciamiento con los métodos clásicos de adquisición de conocimiento, ya no resultan interesantes. En este caso, la búsqueda se orienta hacia la colectividad en el contexto establecido por los iguales. Se marcan los referentes y los antagonistas, estos últimos suelen personificarse en los adultos, y se forja el propio carácter en oposición a los valores adquiridos con anterioridad. Los cambios y las alteraciones metabólicas son evidentes, pero la pulsión por el saber sigue ahí, aunque disfrazada de dispersión.
Quizás sea este el momento más crucial en todo nuestro desarrollo como individuos. Buscamos encajar a cualquier precio, no alejarnos de la manada en la que encontramos cobijo y respaldo. Los problemas se magnifican dado que nuestro cerebro es incapaz de asumir las planificaciones a largo y medio plazo, nos cuesta mantener la concentración debido al cóctel hormonal recorriendo nuestras venas y desestimamos el peligro por ser incapaces de ponderarlo. Nos sentimos en nuestro cénit y quizás no nos falte razón, pues la ausencia de recorrido y la sensación de potencia no volverán a repetirse de un modo tan pueril y básico. Con todo, esto no es más que conocimiento en un doble sentido: hacia fuera y hacia el interior. Es el modo en el que engranamos con el conjunto, aunque la sensación de individualidad resulte incomparable.
Es indispensable continuar el recorrido y la madurez debiera ser el tiempo en el que colmamos nuestros apetitos intelectuales al haber realizado un camino fundamental para saber que al final no queríamos ser como los demás, sino nosotros mismos. Aquí tendrían que primar nuestros gustos, aficiones e inclinaciones con el fin de nutrir la racionalidad que nos caracteriza. Sin una cadencia propia estaríamos abocados a la repetición infinita de los modelos contemplados en innumerables ocasiones y esto, por supuesto, supondría un obstáculo para la génesis de la cultura o la civilización; componentes fundamentales para lograr nuestra preeminencia en el ámbito natural. La variación sobre la base individual consiente con la adaptabilidad y, de este modo, logramos más posibilidades para superar las dificultades enfrentadas. El conocimiento compartido, en su dimensión cultural, funciona como herramienta adaptativa en todos los entornos colonizados por el homo sapiens sapiens. Si no fuese por el legado recogido de generaciones previas nuestra existencia se habría estancado en el marasmo biológico de la superespecialización. Por el contrario, somos capaces de marcar el paso en todos los ecosistemas en los que hemos caído. Tanto es así que somos capaces de transformarlos hasta su aniquilación, algo característico de nuestra especie.
La sociedad occidental del presente parece haber dado la espalda al conocimiento como palanca para el cambio y la evolución. La preeminencia de las nuevas tecnologías ha generado miríadas de individuos bien entrados en la madurez, aunque anclados en la adolescencia. Los modelos a imitar priman sobre la autonomía y la estética y volición vienen marcados por el ritmo consumista. Nos hemos zambullido en nuestras burbujas tecnológicas, y como supongo que pasaría en toda época pasado, entendemos que hemos llegado al culmen de la civilización y el desarrollo. ¿Por qué preocuparnos por el conocer si todas las respuestas se encuentran en la palma de mi mano? Solo necesito conectar mi teléfono inteligente para encontrar lo que busco. Sin embargo, no todo es recibir, pues, para encontrar respuestas hay que saber preguntar. Sin espíritu crítico nos convertimos en grey y esto es un caramelo para aquellos que sí han sabido adaptarse al tiempo presente: los insultantemente ricos que viven a costa de los demás. Hasta que no despertemos de este sueño raquítico no lograremos la verdadera emancipación.
¿Qué hace una especie como la nuestra en un lugar como este? by Ana de Lacalle
El humano es un ser extraño para sí mismo. Habiendo adquirido la conciencia de existir, de estar como cuerpo en un mundo determinado, no reconoce el sentido, el porqué, ni el para qué de una existencia que se desliza a trompicones, con baches y gestos para lidiar con los más perniciosos.
Posee la capacidad de intentar objetivarse, distanciarse relativamente de sí mismo, para indagar qué hace una especie como la nuestra, en un lugar como este. Y siendo esta la pregunta crucial de la Filosofía -formulada por distintos autores de maneras diversas- no apercibimos de que no hallamos respuesta, tras siglos de indagación. Es decir, ante la ausencia de certeza alguna sobre nuestra condición y lugar en el mundo -aspiramos a tener un lugar privilegiado que exceda lo meramente biológico- solo nos resta dar con una respuesta razonable que podamos interiorizar como válida y que dé cuenta del porqué sostenemos una existencia en la que predomina el dolor y el sufrimiento.
Lo dicho no puede más que producirnos extrañeza; aprehendernos como seres raros y singulares en un mundo que se despliega incesantemente sin una conciencia metafísica que le dé sentido, o al menos no es accesible para nuestro entendimiento la constatación y convicción de ninguna conciencia de esa naturaleza. Ante tal desasosiego, recurrimos a menudo a creencias o principios indemostrables de los que se derivan explicaciones que hacen algo más comprensible nuestra existencia. Sin embargo, también sucede que la honestidad de la búsqueda nos aboca a no poder afirmar nada, o lo que es equivalente a palpar abrumados la nada.
Considerando que lo comúnmente compartido es la experiencia del dolor -cierto que también placer, pero es más escaso y consistente universalizar la vivencia contraria- nos vemos urgidos a encontrar si hay un por qué de ésta, o, en su lugar, qué podemos obtener de esta experiencia que nos mantenga luchando por la existencia en lugar de dejarnos morir.
Aquí radica la rareza de nuestra especie: siendo conscientes de existir y sin hallar o entender el porqué, seguimos batallando por permanecer. Podemos recurrir al instinto de supervivencia, presente en el mundo animal, que nos empuja a protegernos y defendernos para no desaparecer[1], como una razón plausible de nuestro comportamiento. Aunque no podemos obviar que lo aplicable a la Naturaleza en general, no es del todo ajustado para dar cuenta de un ser que posee autoconciencia, y aquí radica la diferencia sustancial. En este sentido somos “los raros”, ya que no hay qué sepamos otro ser vivo que se pregunte por el sentido de la propia existencia.
Además, como ya hemos dicho anteriormente el escollo para encontrar una respuesta satisfactoria es ¿por qué soportamos el dolor para mantener la existencia? ¿no sería más “inteligente” dejarnos arrastrar para ser devorados y acabar con el sufrimiento?
El intento de responder a esta cuestión exigiría desarrollar todo un ensayo como mínimo, y esto no es más que un artículo. Sin embargo, a modo de cuestión para reflexionar, podemos pensar que debe haber algo en el dolor que, al humano como animal simbólico, le proporciona al menos algún tipo de aprendizaje para afrontar futuros sufrimientos que no le llevan a desistir de su esfuerzo por existir. Ese dolor, que por momentos parece hundirnos en la miseria, en cuanto demanda fuerza para resistirlo, tal vez nos fortalezca y “los dolores del mundo” adquieran matices relativos. Todo ser vivo padece, no solo el humano, y poseen también esa tendencia innata a soportarlo. En consecuencia, a parte de lo meramente biológico, poseemos los humanos una capacidad de entender el dolor de diversas maneras que nos empujen a afrontarlo, a minimizarlo, incluso a negarlo, pero no a ceder ante su presión. Quienes no disponen de alguna de estas potencias, tal vez abandonen la lucha o incluso decidan ponerle fin a la existencia.
Es bien conocida la frase de Nietzsche “lo que no nos mata, nos hace más fuertes” y si no morimos de dolor, obviamente resurgimos con más fortaleza para afrontarlo y mirarlo de frente. ¿Será una cierta arrogancia humana la que nos lleve a demostrar que no nos puede el dolor? En esta cuestión estoy trabajando ahora, con la perspectiva de escribir el ensayo al que antes me refería.
[1] Sin extenderme más, Schopenhauer utiliza de manera recurrente el funcionamiento de la Naturaleza para explicar este impulso hacia la vida, que en el caso de los humanos denomina “voluntad de vivir”. Otros han dado cuenta de esto de formas bastante similares: Spinoza, Nietzsche, …
¿Los españoles somos globales? by j re crivello
“He aprendido que puedes descubrir mucho acerca de una persona si te fijas como se enfrenta a estas tres cosas: perder el equipaje, un día de lluvia y una ristra enredada de Luces de Navidad. Maya Angelou.
Los días de lluvia nos enfrentan al desorden en esta era del calentamiento global, asumimos que es beneficioso su aparición y tal vez ya no condiciona nuestras mentes como antiguamente.
La pérdida del equipaje suena a despropósito que nos acompaña en este viaje, pero 250 millones de personas emigran por año, son los candidatos a sobrevivir a la perdida, a la ausencia de perspectivas pasadas y al disimulo, la ruptura, la búsqueda de nuevos horizontes y a aceptar su fracaso. Ayer los datos daban que España devolvió a 30 personas cada día en los últimos 4 años y las restantes 100 se quedaron aproximadamente dentro del país en situación de a-legalidad.
Nuestra sociedad está dividida al respecto entre quienes consideran que es un drama humano y aquellos que buscan construir mayores muros. Confieso que me inclino por el muro, aunque va por días. En la globalización solo perduraran aquellas sociedades que incorporen talento, o incorporen a personas con la ilusión por crecer y hacerse un espacio en sociedades tolerantes. Es aquí donde nos encontramos en el caso español. Hasta ahora nos distingue la tolerancia, el amor a la vida, la descuidada pasión por rodearnos de gente y compartir la plaza, el mercado, la terraza. Tal vez por ser 48 millones que aceptan a 80 millones más que visitan su casa cada año y nos cuentan (y pagan) diciendo que somos fantásticos. Luego casi tres millones de extranjeros viven con nosotros de manera estable (ayer llegaron 500 recogidos y el año pasado 45.000)
En suma, somos especialistas en no perder las maletas de los demás. De mover 80 millones de historias que van de un lado a otro. Ello nos da una autoridad para decir que somos una sociedad tolerante, ágil, dinámica, que ama la vida, y está preparada para competir en la globalización.
La cultura de la fragmentación by Ana de Lacalle
Nos han arrojado al mundo sin poder ser consultados, ya que propiamente no éramos. Tardamos años en entender cómo funciona este entorno, a veces amoroso, otras áspero, agrio y peligroso. Y cuando hemos incorporado los mecanismos del sistema y hemos sido culturizados, nos acechan las preguntas de por qué, para qué. En definitiva nos cuestionamos el sentido de esta existencia impuesta.
Con el tiempo descubrimos que son interrogantes sin el tipo de respuestas que desearíamos; la incertidumbre es el sello de nuestra incapacidad ante semejantes cuestiones. Hasta que nos enfrentamos a la posibilidad de habitar un mundo, que hemos transformado en un monstruo, rebelde, indomable ante nuestra voluntad de romper la servitud a la que estamos sometidos. Casi intuimos el para qué, y nos abruma pensar que cada estructura responde a un orden orientado a la producción máxima para el máximo enriquecimiento de una minoría. Y ante este fin u objetivo, no cabe revolverse buscando un sentido a una materialidad doblegada para producir y consumir. Somos cosas enajenadas e intercambiables para el sistema económico, que es el que determina las ramificaciones de la sociedad.
Y es así, fragmentando el mundo y otorgando a cada uno su verdad es cómo triunfa un sistema neoliberal en el que todo cabe mientras pueda ser intercambiable, mientras su lasitud permita el comercio, e incluso genere mercados inconcebibles anteriormente. Los grupúsculos sociales son la mayor oportunidad de crear necesidades y satisfacerlas con productos que sirvan para identificar a los miembros del grupo, una literatura que dé cuenta de ellos, actos reivindicativos, y en general símbolos que evidencien el tipo de vida propio del grupo.
Además, esta fragmentación fomenta el individualismo y nos enreda entre los árboles que no nos dejan ver el bosque. Contra más parciales seamos y más endogámicos mejor para el sistema, ya que las necesidades que deberían ser prioritarias quedan olvidadas en los gritos sordos de los que no tienen voz, porque no han rasgado las vestiduras de las antiguas costumbres y no constituyen novedad, y lo viejo se carcome.
Tiene más posibilidad de resonancia que reivindique el derecho a teñirme el pelo de rojo, y constituir una tribu que se identifique por ello, con un relato que magnifique el ninguneo de actos de este tipo a lo largo de la historia, que intentar organizar un grupo transversal que luche por aquello que nos incumbe a todos, aunque no constituya la identidad de nadie, como sueldos dignos que permitan sobrevivir, acceso a la vivienda y garantía de las pensiones mínimas para nuestros mayores. Esto último no se lleva, porque es más de lo mismo y la cultura de la fragmentación es la sociedad de las rupturas, por ellas mismas sea lo que sea lo que dejemos atrás.
Tal vez, quienes aún conciban que hay reivindicaciones perentorias que no pueden ser aplazadas porque a las personas les va la supervivencia, harían bien si se adaptan al juego de los disfraces que hemos organizado y se buscasen el más llamativo y explosivo. Quizás, se escucharía el grito agónico de los que no pueden más, los que se han quedado en el margen: ciudadanos no cualificados laboralmente, inmigrantes, jóvenes que no hallan cómo adentrarse en el mundo de los adultos, jubilados indignamente retribuidos, los sintecho, los que son desahuciados por bancos, mientras hay okupas que parecen “intocables” porque se han organizado y ocupado toda una calle -sin que sepamos muy bien las razones-, y ahí, algo tan obvio no hay desahucios. Y, por supuesto, la vivienda es un derecho, pero para todos, lo cual hace urgente encontrar un equilibrio con sentido entre desahucios y ocupaciones, porque el asunto es caótico.
Siendo las cosas como son, la alternativa es sumarse al juego y ser el mejor, porque cambiar las reglas parece una quimera. Disuelta toda verdad, la era de la posverdad otorga, de facto, la veracidad a quien tiene el poder de mostrar su perspectiva de manera más persuasiva. Así pues la verdad se ha transformado en el poder de decirla.
EL AMOR Y LA AMISTAD EN LOS TIEMPOS MADUROS by Jesús Marchante Collado
El amor, con toda seguridad, es un concepto muy denostado en las sociedades capitalistas occidentales. Y lo es, a pesar de que se hable, aparentemente, mucho de ello. No digamos ya, si se pontifica sobre el mal llamado “amor romántico”, eludiendo cualquier análisis empírico sobre el asunto. Sin embargo, al final, el amor es un acto de la voluntad.
Sostengo, desde hace tiempo, que cuando vemos sujetos humanos en aparente compañía, por la calle, en un café, o en cualquier otro lugar, en realidad lo que contemplamos es una ficción absoluta. ¿Cómo demonios puedo sostener algo así? Muy sencillo. Vivimos, como sabemos, aunque pensemos que no va con nosotros, o queramos mirar para otro lado, en una sociedad capitalista. Afirmar esto, no es algo baladí, es de suma importancia. El modo capitalista de producción no es sólo una estructura económica: lo atraviesa todo. Y este penetrarlo todo tiene unas consecuencias letales para las sociedades humanas y los sujetos que la componen. Por lo demás, no estaría mal seguir las reflexiones lacanianas respecto a esa idea fantasmática que llamamos amor: “el amor es dar al otro lo que no se tiene…” “yo no tengo, me haces falta…” Todo esto, porque el psicoanalista francés descubre qué: “no hay relación sexual, porque el ser humano ha perdido el instinto a través de la mediación del lenguaje…” Esto no significa que no existan un sinfín de relaciones sexuales (todas fetichistas y onanistas); lo dice en el sentido de que de una relación de dos no se hace uno. El neurótico decide serlo para no tener que enfrentarse a ese agujero de la inexistencia de una relación sexual: que dos no hacen uno.
Actualmente se habla mucho sobre relaciones tóxicas, como si ese adjetivo indicara o explicara qué diablos sucede en ese tipo de relaciones tildadas con un nombre que en realidad estaría aludiendo a una sustancia o veneno que produce un colapso de tipo físico.
La verdad, como en tantas otras problemáticas sociales, es que no se quiere ir a los elementos que explicarían dicho problema. Se prefiere quedarse en la superficie, en lo anecdótico, y no dar razón de las causas que provocan tal o cual problema.
Ciñéndome a lo de las relaciones, me gustaría apuntar que lo que se denomina “tóxica o tóxico”, a mi juicio tendría más que ver con lo que Sigmund Freud apunta en un librito suyo que apareció en 1904, con el título de: Psicopatología de la vida cotidiana (en torno a los actos fallidos) Por ahí debería estudiarse ese tipo de relaciones, más que tratar de averiguar qué tipo de sustancia tóxica ha podido verte alguien en la bebida o la comida.
En cualquier caso, esas actuaciones, desde luego, psicopatológicas, no tendrían sólo que ver (a mi juicio) con los actos fallidos. Entrarían en juego diversos tipos de neurosis (la obsesiva, la de pánico, etc.). Sobre éstas, la neurosis histérica, que está anclada en la insatisfacción: que hace bandera de eso. El sujeto histérico no hace nada más que provocar continuamente insatisfacción en el otro (y en él mismo), al sacarle continuamente los defectos, las faltas, los errores, etc. Los defectos pueden ser reales o inventados; sin embargo, paradójicamente, necesita de la presencia y del amor del otro que está rechazando. Si ese otro se marcha o desaparece (hastiado), esa situación produce una enorme depresión en el sujeto histérico. También entrarían en juego otros aspectos como, el narcisismo, o lo edípico. Desde luego, quedarse en la utilización de ese adjetivo (tóxico) no me parece demasiado inteligente.
No obstante, intentábamos hablar del amor y de la amistad en la época de la madurez humana. Sin embargo, para hablar de ello, no podemos olvidar lo que hemos dicho al principio de este análisis, al referirnos a la sociedad capitalista. Es decir, que no podemos abstraer el tipo de relación que pretendamos enjuiciar, como si aconteciera en un espacio y en un tiempo neutrales.
Mi amiga Yolanda, absolutamente honesta y leal en lo emocional, no para de decirme que las relaciones, sobre todo, las amorosas, en la edad madura, no son como en la adolescencia o la juventud. En estas últimas, según ella afirma: “las mujeres no desconfían tanto y, sobre todo, no tienen ningún miedo: no están hastiadas de los hombres” Se trataría, pues, siguiendo su razonamiento, de: “seguir una cierta estrategia para ahuyentar la desconfianza y el miedo y conseguir lo que se desea” Quiero mucho a mi amiga Yolanda; no obstante, no estoy nada seguro de eso que afirma ella con tanta rotundidad: más bien, disiento con humildad y cariño.
Veamos, entonces, qué es lo que realmente está sucediendo en nuestras “avanzadas” sociedades. Los jóvenes, por serlo, aún no están lo suficientemente contaminados (por fortuna para ellos) ni tal vez han sido atravesados por ciertos discursos (a modo de “leitmotiv” wagnerianos) que son moneda corriente: “no necesitas a nadie, eres autosuficiente”, “no tienes que apoyarte en el otro”, “cásate contigo misma”. Es decir, toda una serie de mensajes en aras de establecer un onanismo universal, en el sentido más amplio. Me congratula, por ello, haber podido asistir a una conferencia en la que participa la filósofa, investigadora y escritora especializada en feminismo, Clara Serra, y oírla enunciar, más o menos, lo que acabo de escribir: “lo de no necesitas a nadie”, y demás; no sólo, incluso se atreve a decir qué: “el problema del feminismo es que no ha sabido, ni querido, establecer un diálogo sincero con Freud…” Me siento touché, en el mejor sentido del término. Dicho en otras palabras, el capitalismo separa a los sujetos para destruirlos como comunidad humana. “El aislamiento como condición para la manipulación…”, como escribía Ulrike Meinhof, al final de los años sesenta, en la revista Konkret, donde publicaba sus agudas e inteligentes columnas.
Hace ya muchos años, en la primavera de 1996, redacté una ponencia para un curso de doctorado (en la facultad de filosofía y letras de la Universidad Complutense de Madrid) sobre algunas páginas del libro de Karl Marx: El Capital, Libro I, Capítulo VI (inédito), en la que yo escribía lo siguiente: “…Si la humanidad no estuviera dentro del mercado capitalista, sometida al mando del capital, trabajaría para sí misma y para sus necesidades, como sujetos autónomos y libres. Produciría lo que yo llamo “plusvalía humana”, frente a la plusvalía del capital. Lo que los antropólogos han llamado el “efecto humanidad…”
“…la victoria de la subsunción real (esto es, el capitalismo) presupone la desaparición (por completo) del “efecto humanidad” y de la reproducción de la “plusvalía humana”: La familia…” Y definía “la familia”, como: “la acumulación de individuos asociales (no sujetos al mando capitalista), entre los cuales no tienen por qué darse grados de parentesco”.
Dicho todo esto, resulta, entonces, evidente, que lo que dice mi amiga es más que relativo. Es verdad que la estrategia es un elemento importante: sobre todo en las relaciones políticas. Sin embargo, tengo mis dudas sobre que haya que usarla en las relaciones amorosas, o de amistad: si bien, también suelen devenir (como en la política) en relaciones de poder. En todo caso, me parece más acertado pensar en aplicar, en el proceder de esas relaciones, el principio de realidad freudiano en lugar del principio de placer, para obtener los mismos resultados que se persiguen. En realidad, a pesar de lo que se diga, todo se juega en la corporeidad, en la atracción física. Lo demás, no se engañen, es superfluo.
Volvamos, entonces, al asunto del amor y de la amistad en la edad madura. Indiquemos, antes, que la amistad resulta, a mi juicio, más inalcanzable, incluso, que el amor. A pesar del componente sexual que conlleva este último, si bien alejándolo del fetiche: “El sexo sin amor no es sexo…”, escribía un promiscuo Arthur Schnitzler, adelantándose a eso de qué: “en la mujer, el sexo va unido al amor y a la palabra…”, Lacan dixit.
Se suele afirmar, comúnmente, que la impaciencia no da buenos resultados a esas edades. No obstante, querría señalar que la impaciencia, a veces, tiene que ver con la pulsión interna del modo en que se acomete el trabajo no asalariado. Si uno, por ejemplo, es rápido escribiendo o pintando, tratará también de serlo cuanto aborda una relación. Lo de ir poco a poco (dar tiempo al objeto deseado) no me parece muy acertado. Evidentemente, estoy excluyendo lo insistente y lo obsesivo; no, en cambio, lo persistente.
El problema, bajo mi punto de vista, de las mujeres (que es lo que a mí me concierne, como sujeto masculino heterosexual), en la edad madura, no tiene que ver, como he escrito más arriba, ni con la falta de confianza, ni con el miedo; más bien, con el hecho material de haber inoculado el germen onanista del modo capitalista de producción, que es una práctica fálica. Muchas mujeres practican, también, esa aproximación de disfrute fálico autística. Suena muy duro, lo sé. Sin embargo, no encuentro otra explicación más verosímil. El amor, ya sea en la juventud, o en la madurez, es una actitud revolucionaria frente a la vida misma. La renuncia al amor, aunque sea un fantasma, es anclarse en el “goce idiota” lacaniano. Sin embargo, es mucho más cómodo elegir una actitud reformista, es decir, auto conservativa, y no expansiva: lo apolíneo frente a lo dionisiaco.
De todos modos, descendiendo a lo más evidente, a lo más material, hay que decir que cuando uno se encuentra con alguien que le impacta, lo único que puede (y debe hacer) es comunicarlo lo más rápidamente posible. Es inútil esperar a no sé qué tipo de estrategia que produzca en la otra persona no sé qué tipo de confianza o de seguridad. Luego, está la sacrosanta libertad de esa persona de rechazar tus sentimientos, amorosos o amistosos, aunque aún se muevan en un inicio todavía nebuloso y el tiempo pueda trastocarlos en uno u otro sentido. Tal vez, los jóvenes se dejen llevar (como afirma mi amiga) por ese impulso que a mí mismo (en edad ya madura) me sigue orientando, casi del mismo modo que el “guía interior” al que se refiere Marco Aurelio en sus Meditaciones.
Me revelo contra esta sociedad que construye sujetos aislados que huyen de los otros. Me opongo, con todas mis fuerzas, a estrategias banales e infantiles que, al final, no sirven para nada: ni para dar confianza, ni para disipar en el otros las dudas. Hay que ser valientes y apostar por la revolución. Además, el tiempo es uno (pasado, presente y futuro), sucede en el mismo instante. Por lo tanto, dejémonos de dilaciones y de devaneos. Abracemos, como los neandertales o los sapiens primigenios, el “efecto humanidad”. Destruyamos las máscaras de la subsunción y seamos libres: nos va en ello la supervivencia.
Notas:
La impresionante imagen que encuadra el texto es la de la gran escultura de la artista Camille Claudel, titulada: L’Age mur (Edad madura), realizada en 1893. Conozco muy bien (apenas había sido inaugurado) el museo dedicado a la escultora, situado en Nogent-sur-Seine, una pequeña localidad, de apenas 6.000 habitantes, a unos 100 kilómetros, al este de París. También el cementerio, en Montdevergues, cercano a Avignon, donde hay una tumba dedicada a la escultora, que no contiene los restos de Camille, porque habían sido depositados en un osario común y se perdieron para siempre. En la misma población está el psiquiátrico (que también he visitado) donde pasó sus últimos treinta años de vida. Entre sus muros estuvo también el poeta Antonin Artaud.
La obra de Camille Claudel, cuando se visita el museo de Nogent, es apabullante. Más allá del aprendizaje junto a Auguste Rodin, Camille tiene un estilo propio que se impone al espectador sin ningún tipo de mediación. En esta obra que encabeza el texto, se representa a ella misma implorante frente a un Rodin, qué sin girar la cabeza, es llevado por una figura femenina algo oscura, de rasgos menos definidos que los de la propia autora, que aparece completamente desnuda.
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Charlas con mi gato: ¿conectamos? by j re crivello

“La gente quiere escapar de la necesidad de pensar en nuestra condición infeliz, y por eso preferimos salir a cobrarnos alguna pieza. En si la liebre no nos librará de pensar en los inmensos aunque desabridos defectos de nuestra común condición, pero el acto de cazar sí. Página 151, Z Bauman.
“Para conectar con gente necesitas historias”. Isaac Re Delgado
Dos frases lapidarias, la pronunciada por uno de mis hijos y Bauman, las recite en voz alta, mi gato escuchó. Fuera una tormenta de agua y viento le impedía escapar en busca de aventura. Tal vez al leerla me interesaba su opinión, pero en esta historias de la condición humana cualquiera puede opinar y un gato tal vez sea el menos indicado. Pero dijo:
— Hace millones de años los gatos cazábamos hasta que nos domesticaron, mi corazón felino intuye que los humanos sois tipos raros, el sino interior lucha por demostrar que aún puede ser salvaje, pero la cultura es una carga que les libera y oprime a la vez. Ambos miramos fuera desde el balcón de mi estudio los helechos se agitaban envueltos una y otra vez por un viento iracundo. Y dije:
— Las historias son chispas de actos entre humanos, algunos las coleccionamos pues detrás de cada una de ellas está un momento vivido por dos o más en su propio camino. En la serie WestWorld, —no le pregunté si la había visto, pero muchas veces se sentaba a mi lado frente a la tele y HBO—. En esa serie las historias se crean a partir de humanos y robots que sirven los deseos de sus clientes y me pregunto: ¿el futuro será así? Mi gato contestó:
— Los grandes felinos desaparecerán, y los gatos seremos los últimos en observar en fin humano, primero con sirvientes robots, luego dominados por ellos. Mi gato estaba ácido, sin fe, hoy. Tal vez mientras haya gente, habrá historias, recordando la frase de Isaac Re que se marchaba a Brasil, y en los cientos de mujeres y hombres que cada día viajan hacia nuevas experiencias y por ello rompí la acidez felina con una frase:
— Detrás de cada conexión esta la gente. Detrás siempre surge una complicidad. Mi gato estaba observando, y no dijo nada. Es un felino —pensé.
Silencio y soledad. by Ana de Lacalle

El silencio es como un poliedro, que en su sentido etimológico griego significa que tiene muchos asientos. Ocupar uno u otro, con la diferente perspectiva y sentido que implican, no siempre es una elección.
Hay una cara en la que nos vemos plasmados y que se deriva del hecho de no tener con quien hablar, es la soledad en bruto, acaecida e indeseable. Otra, es un plano necesario y querido que exige la interioridad de cada individuo para poder reflexionar, asumir los acontecimientos de la existencia, algo que ciertamente debe hacerse en soledad. Aun hay otro asiento -seguro que además otros que obvio- que consiste en sentarse al lado de alguien, acompañarlo, respetando su silencio, pero masticando su sufrimiento con la impotencia de no poder hacer otra cosa que callar. Esta última puede mitigar la sensación del que ha elegido el silencio de no hallarse en absoluta soledad, ya que se halla cuerpo con cuerpo con alguien que está dispuesto a escuchar.
Algunos silencios que guardan o se les imponen a los otros ni los advertimos; sin embargo, aquel que consiste en sostener el silencio junto a alguien que así lo desea, siendo un recurso al que recurrir por el silente, nos inunda de padecimiento por la impotencia que sentimos al ver como es otro se retuerce en el dolor sin querer transformarlo en palabras que puedan vincularnos dialógicamente. Este es el más duro de sostener para el custodio, esa figura silenciosa que resta paciente por si es reclamada. Es, asimismo, la impotencia elevada al máximo.
Afirmar, por lo tanto, que soledad y silencio constituyen siempre un binomio, aunque con diversas aristas, es una exigencia ineludible para comprender y sostener ambas. Sea por propia decisión, o por situarnos sentados pacientemente junto al que siente soledad en silencio, por los motivos que sean.
La liebre y la tortuga by Adriana Balderas

Avanzamos lentamente arrastrando el pasado. Somos como una gran tortuga.
¿Cómo descansar con tantas cosas que ya no existen, que son solo humo en forma de recuerdos?
Un nuevo día es el comienzo de una nueva vida que no todos están dispuestos a ver y creer,
que lo mejor es hoy y mañana. No antes ni después.
Hoy parece que, arrastramos perezosamente nuestros anhelos y con incredulidad sobre lo que nos espera un mejor mañana.
El mundo se ha vuelto de una manera cínica, rápido como una liebre, saturándose de resentimiento por un comentario o con tu sola presencia, en donde habita una elevación intelectual que nadie quiere aceptar tildándose falsamente de humildes, en donde la gente hace de la vida una carrera, esperando a romper la banda de ‘meta’ y morder con dientes la medalla y una aversión casi fobia a cualquier vulnerabilidad sintiéndose ofendidos eternamente.
La sociedad machacada, quiere que te enfoques en tus defectos y lamentes lo que no tienes.
En vez de eso, sé valiente y valórate por todo lo que haces continuamente que es para tu bien, principalmente. Amarse a sí mismo es un acto que lo ven como radical y que no todos están dispuestos a aceptar.
El cinismo, el consumismo, comercialismo y la cruda sociedad, siempre estarán ahí para hacerte cuestionar a ti mismo y todo lo que representas. Y para eso debes cuestionarte si eres lo suficientemente fuerte como para resistirlo y seguir siendo fiel a ti mismo.
Sólo esperar el mañana con ilusión, que otro truco nos dará la vida y nuestras propias decisiones, eso será lo que nos salve.
Si queremos descansar, quizás debamos sumergirnos en este monumental presente de millones de partículas y universos. Tal vez eso es la conciencia, un momento que no tiene límites.
Lo único que existe que no es un sueño, es este bendito segundo.
Siempre, pero siempre, todo será hoy.
No hay pasado ni futuro. La vida es eterna y realmente hermosa.
Por donde se quiera ver.
La clemencia by Nacho Valdés

La tradición judeocristiana inserta en nuestra herencia ha marcado de manera indeleble ciertos comportamientos y usos en nuestro proceder. Desde una perspectiva social el perdón debe alcanzarse mediante un peregrinaje que muestre el arrepentimiento, la constricción y el autocontrol. En otras palabras: la indulgencia no se logra únicamente por el valor de nuestras acciones, sino por nuestra disposición pública de cara a la comunidad. El hecho de acudir a un confesionario, aparentar dolor, rezar con recogimiento y ostentar el lamento por los pecados es el paso previo a la aceptación del criminal por la congregación. La moral es clara: todos estamos posibilitados para lograr una segunda oportunidad, pero, para hacernos merecedores de la misma, debemos atravesar el páramo del arrepentimiento y el sufrimiento; una manera de recomponer el orden fracturado por nuestros pecados. Cuanto más ostentoso sea este recorrido mucho mejor para nuestros objetivos dado que el imaginario colectivo, alimentado una y mil veces por la literatura y el cine, acepta el viaje interior como una garantía de cambio introspectivo que certifica las bondades del protagonista del periplo. Que la conversión sea sincera es un asunto que en este caso no aplica; lo importante es la apariencia y el desgarro mostrados.
El paso de victimario a víctima suele ser un estándar en este tipo de alteraciones de la realidad. Se ambiciona cambiar la categoría de un individuo o colectivo para de este modo ofrecer una lectura alternativa sobre los acontecimientos. Por poner un ejemplo evidente: Heidegger negaba la categoría ontológica, debido a su desarraigo, al pueblo judío y, por este mismo motivo, no podía considerarse víctima del horror nazi. De hecho, y para ir más lejos, es el propio pueblo alemán el que resulta damnificado por el desenlace bélico por no poder llevar a término la misión de exterminio que tenía encomendada para alcanzar el Reich histórico y eterno. Como podemos comprobar diariamente este proceso argumentativo, por muy espurio que resulte, es ampliamente aceptado en numerosos círculos. La vuelta de tuerca ofrecida altera de manera patente el rol asumido por las dos partes incluidas en el hecho histórico mencionado y conduce a una inversión de los papeles.
El victimismo se convierte en el primer peldaño para lograr hacer exposición pública de la compunción conducente a la absolución. De alguna manera se intenta esquivar la responsabilidad por los propios actos, pues, según este modelo, el infractor se ha visto obligado por la otra parte, el contexto o cualquier otra fuerza externa y ajena a la verdadera naturaleza bondadosa del aspirante a ser amnistiado. Se quiere ofrecer la imagen de solidez, benignidad y buen hacer que, por azares de la vida y circunstancias atenuantes, se fragmenta en un momento concreto para después buscar su recomposición. En definitiva, se acepta el yerro representado por el momento fatal de debilidad, pero se ostenta el camino alternativo para lograr la rehabilitación.
Queda patente que este proceso medido y sucintamente aceptado de manera universal no es más que una pantomima. Este trampantojo consiente con la reintegración y evita numerosos problemas, aunque no sea más que un engaño del que debiéramos ser conscientes. El mecanismo explicitado se repite ad nauseam en innumerables ámbitos, pero quizás sea en política donde se manifiesta de manera recurrente y falsaria. La redención es posible salvo en casos singulares como los idus martiae que se llevaron por delante al anterior presidente del Partido Popular. En no pocas ocasiones el fuego amigo resulta el más letal y peligroso. Con todo, esta es otra historia. Lo que nos ocupa en este momento se refiere a la posibilidad de lograr la amnistía y absolución de nuestros pecados para de este modo reintegrarnos en la vida social arrebatada por el señalamiento ajeno, pues no hay nada peor que recibir el sambenito que nos identifica con el pecado y la ruptura de la moral consuetudinaria.
Hay muchas reglas no escritas, códigos morales tácitos que invitan al silencio y establecen la expiación por medio del apartamiento y la exclusión. Esto sucede en comunidades cerradas, en grupos compactos con una normativa rígida que instiga a cerrar filas frente a la esfera exotérica. Por su parte, los iniciados disfrutan de las prebendas y beneficios por ser parte del selecto grupo de elegidos para recibir la protección de los integrantes del colectivo distinguido y cerrado, pero, ¿qué es lo que sucede cuando se rompe la disciplina interna? En este punto lo que otrora eran mieles y buenas palabras torna hiel y maldad, pues, como se ha evidenciado con el ejemplo aludido, las peores ofensas llegan desde lugares conocidos y familiares. En estos casos la reparación no es posible y debe buscarse en el exterior la respuesta exculpatoria dado que el conjunto esotérico jamás concederá gracias alguna.
De un proceso idéntico al explicitado estamos siendo testigos en televisión, redes sociales y medios de comunicación. La pretendida reintegración no puede venir desde dentro cuando la pecadora se había sumergido entre nazis por serlo ella misma también. La bestialidad y falta de conmiseración mostrada para con los enemigos supone su propio azote, pues encuentra el látigo, no hace tanto tiempo enarbolado contra los débiles, golpeando contra su propia piel. Como si de un Eichmann de baratillo se tratase busca amparo en la circunstancia y su supuesta ignorancia. Con tono suave y voz meliflua disimula su odio y reclama un refugio que ella misma había negado una y mil veces. Se hace, por tanto, justicia; al menos en su caída poética. No habrá paz para los malvados, no podrán engañarnos.
ChatGPT nos ayuda a pensar más y mejor by Jaime Nubiola

En estas últimas semanas he prestado particular atención a ChatGPT [https://openai.com/blog/chatgpt/], el prodigioso recurso de inteligencia artificial, puesto —por ahora gratuitamente— a disposición de los usuarios de internet desde el pasado mes de noviembre. Impresiona muchísimo la rapidez y calidad de sus respuestas —en perfecto inglés o en perfecto castellano— a las preguntas que se le formulan. Le he preguntado al sistema desde qué es la libertad o la amistad hasta cómo hacer un ensayo para mi asignatura de «Filosofía del lenguaje». Sus respuestas me han parecido siempre atinadas e iluminadoras, pues ayudan a comprender un asunto o a emprender una tarea como la de escribir un ensayo.
Primero me llegó a través de la prensa la alarma de varios profesores norteamericanos advirtiendo que este software era capaz de escribir los ensayos académicos que asignaban a sus alumnos. Por mi parte, he podido comprobar que más bien puede ser una ayuda formidable para la enseñanza, pues —como si fuera un tutorial de YouTube— les da instrucciones sobre cómo hacer un ensayo o el trabajo del que en cada caso se trate.
He visto también a personas preocupadas por la ideología de fondo —básicamente materialista como la cultura dominante— que tiene este “modelo de lenguaje”, como a sí mismo se define el sistema, pero me parece que proporciona respuestas básicamente respetuosas con las convicciones religiosas, al menos de los cristianos. En el caso de temas discutidos proporciona las diferentes opiniones y tiende a respaldar la respuesta más “políticamente correcta”.
Las alarmas ante un sistema tan eficiente como este me recuerdan a aquellos que en mi juventud no dejaban llevar a clase la calculadora, o a quienes desconfían de Wikipedia o del programa de traducción de Google. Hace unas décadas se consideraba que calcular o jugar al ajedrez eran buenos ejemplos de actividades inteligentes, pero ahora que las máquinas hacen mejor esas tareas, nos damos cuenta de que lo realmente inteligente es diseñar y programar esas máquinas.
Me parece que estas nuevas herramientas pueden ayudarnos a ser “más inteligentes”, a cometer menos errores: sea, por ejemplo, en el diagnóstico asistido por ordenador, las sentencias judiciales o tantas otras actividades cuyo resultado sea un texto. De modo parecido a como el GPS —con sus fallos y errores— nos ayuda tanto a llegar a nuestro destino, el GPT [“Generative Pre-trained Transformer“], puede también ayudarnos “a salir del piloto automático —me escribía Beatriz Ariza— y competir en nuestros puntos fuertes vs. la IA: empatía, creatividad, etc.”. Por otra parte, estos “modelos de lenguaje” nos muestran que la actividad más propiamente humana no es escribir o pronunciar discursos: ¡cuántas veces hemos visto a charlatanes (incluso políticos) que hablan, pero nos dejan con la impresión de que no piensan! Ambas actividades —escribir y hablar— son técnicas que pueden ser producidas por programas informáticos.
Las máquinas que contestan a nuestras preguntas pueden ayudarnos mucho a pensar, a sopesar las diferentes opiniones, a valorar los datos disponibles, a calibrar los pros y contras, a tomar decisiones más fundamentadas. En estos días varios colegas me han advertido de un fallo garrafal de ChatGPT que lo inhabilita por ahora para el mundo académico: ¡Se inventa muchas referencias bibliográficas! Esto es, crea referencias falsas. Si le pregunto «¿Qué ha escrito Jaime Nubiola?» proporciona una lista de libros que no he escrito yo. Lo mismo ocurre si le pregunto por citas mías: contesta inventándose seis frases hermosas que tampoco son mías.
Ya se ve que todavía el sistema ChatGPT tiene mucho que aprender, pero estoy persuadido de que más pronto que tarde aprenderá. No hemos de tener miedo a ChatGPT, al contrario, me parece una invitación a pensar más, a pensar mejor, para así poder vivir más creativamente.
Pamplona, 24 de febrero 2023.
P. S. Acabo de preguntar al sistema: “¿Sabes algo de Masticadores Focus?”. Y me contesta:
Sí, Masticadores Focus es una iniciativa de la plataforma de blogs literarios Masticadores de Letras, que tiene como objetivo destacar el trabajo de escritores emergentes y establecidos de habla hispana. Masticadores de Letras es un proyecto liderado por el escritor y poeta español Juan Re Crivello, que busca crear un espacio para la difusión de la literatura y la cultura en español.
Masticadores Focus se enfoca en la publicación de reseñas literarias, críticas, ensayos y otros textos relacionados con la literatura, escritos por autores de la comunidad de Masticadores de Letras. El proyecto busca ofrecer una plataforma para que los escritores puedan compartir su trabajo y recibir retroalimentación de otros miembros de la comunidad.
En resumen, Masticadores Focus es una iniciativa interesante para aquellos interesados en la literatura de habla hispana y que buscan conocer nuevos escritores y obras literarias.
La pobreza del discurso by Franco Puricelli

Se han dicho muy pocas cosas, existen todavía infinitas combinaciones de palabras sin explorar. Por ejemplo: «la inconveniente mañana del fenómeno arrugado». Por ejemplo: «cuántos años de soberbia hipnótica y de anochecer compulsivo». Por ejemplo: «incapaz es redondo».
Alguien podría objetar que estas cosas no suelen decirse debido a su carácter absurdo, a su ausencia de significado. Los hablantes prefieren no insistir en combinaciones de palabras que no llevan a ninguna parte.
No sé si esto es realmente así, pero existen combinaciones que, a pesar de tener un sentido claro y específico, son cuidadosamente evitadas por los hablantes. Por ejemplo: «el sol sale cada día porque no hay manera de saber cuánto costarán las naranjas el año que viene».
Ya imagino la objeción: la idea expresada en ese enunciado es falsa. Pero nadie puede dudar de que se dicen muchas cosas falsas. ¿Por qué algunas falsedades proliferan en el discurso y otras no?
Además, hay muchas oraciones que, a pesar de ser verdaderas, no se dicen. Por ejemplo, hemos escuchado muchas veces «el libro está sobre la mesa», pero no solemos escuchar «la mesa está debajo del libro». La segunda oración es tan verdadera como la primera, pero por algún motivo no suele decirse.
Por todo esto, concluyo que los seres humanos hemos sido muy descuidados en la exploración de las posibilidades de nuestro lenguaje. Quién sabe cuántas combinaciones maravillosas y perfectamente viables duermen en los laberintos de la lengua, mientras nosotros insistimos en secuencias tan vulgares como «qué calor», «es así» o «ya vendrán tiempos mejores».
La sombra fría by Jesús Marchante Collado


Dos electroquímicos de la Universidad de Utah en Salt Lake City, en EE.UU., Martin Fleischmann y Stanley Pons, han hecho saber al mundo, en una conferencia de prensa, el logro del proceso de fusión mediante: “el empleo de una batería conectada a electrodos de paladio sumergidos en un baño de agua, en la cual el hidrógeno era reemplazado por su isótopo de deuterio” (también conocida como agua pesada). Con ese anuncio, se constataba que se podía (mediante la fusión fría) producir energía barata, limpia e ilimitada, en un simple laboratorio. Es el jueves santo del año 1.989, casi nada.
El artículo de El País, (si mi memoria no me traiciona del todo) especula incluso con la idea de la inmortalidad: “para la que la humanidad no estaría preparada (afirma el periodista) puesto que, gracias a esa energía limpia, toda la cadena alimentaria (la alimentación humana, pero no solo) estaría beneficiosamente afectada por ese nuevo hallazgo, lo cual repercutiría en la desaparición de sustancias tóxicas, y venenos, que provocan las enfermedades que padecen la mayoría de los seres vivos…” “Además (prosigue el periodista), la desaparición de los gases tóxicos, y de la contaminación, producidos por la industria, sería un hecho que también repercutiría sobre la vida de los seres vivos en el planeta…”
A partir de ese momento (señalemos que no existen, ni los ordenadores, ni los móviles, ni, por supuesto, Internet), el asunto empieza a ocupar un cierto espacio dentro de mi cabeza, y de mis intereses. Por supuesto, nunca había sido, para mí, baladí, el asunto de la inmortalidad: eso que, cuando preguntas a amigos y conocidos, todos responden de manera casi categórica con algo así como: ¿“qué aburrido sería, no…”? A lo que siempre he correspondido con un: “será para vosotros…”. Traigamos a la palestra a Tomás de Aquino: “todo lo que tenga inteligencia desea naturalmente existir siempre…”. Pues eso.
Los años pasan y nunca más vuelvo a leer nada sobre ese experimento llevado a cabo por los dos electroquímicos ya citados. No obstante, a finales de 1996, ya existen los ordenadores personales (unos auténticos mamotretos), y al igual que ya han hecho algunos de mis amigos más atentos a las nuevas tecnologías, decido comprarme uno. Señalaré, de pasada, que los mails no eran gratuitos. Había que contratar una compañía que te procuraba (a través de un servidor) una dirección de correo, y el acceso a una red (durante algunas horas al día) llamada: “Internet”, previo pago de un módico precio mensual. Internet era algo que me producía una renovada fascinación, cada vez que esa “bola del mundo” se ponía a girar y podías navegar (a una velocidad mínima), a pesar de que muchas veces la “bola” dejaba de dar vueltas y se bloqueaba. Primero, esa red la habían estado utilizando los militares y, en esos años (finales del siglo XX), ya podía ser utilizada por esa, todavía, minoría que comenzaba a disponer de ordenadores personales.
Esa nueva herramienta, que ya poseo, me posibilita volver a saber algo más de los amigos Fleischmann y Pons. Por supuesto, después de la legendaria conferencia de prensa de aquel jueves santo de 1989, toda la comunidad científica internacional y, evidentemente, el Ministerio de la Energía de los EE.UU., y por supuesto los militares, se echaron encima de los dos pobres electroquímicos, que fueron criminalizados. ¡Faltaría más! Habían osado poner en cuestión los intereses económicos del modo capitalista de producción.
Digamos, para ser correctos, que ellos dos no fueron del todo originales al anunciar ese experimento. Ya en 1926, dos científicos alemanes, Fritz Paneth y Kurt Peters, habían llenado una cámara con hidrógeno y paladio. Cuando analizaron los gases encontraron helio, señal de que la fusión se había producido. Al año siguiente, la prestigiosa revista “Nature” publicó un artículo describiendo el experimento de los alemanes. En 1934, el físico inglés Nelson Rutherford descubrió la existencia de reacciones de fusión en los núcleos de deuterio (hidrógeno pesado). En la década de los años cuarenta de ese mismo siglo, el conocidísimo físico soviético Andréi Sájarov relanzó la idea de que la fusión fría tendría lugar si se sustituyeran los electrones de hidrógeno por fugaces partículas subatómicas.
Todo esto, para señalar que los intentos se han venido llevando a cabo; sin embargo, los intereses capitalistas han sido más fuertes que dichas tentativas y no han dejado que prosperen.
Consigo, como decía, saber algo más del experimento realizado en aquel marzo de 1989. Por ejemplo, que sólo fueron necesarias dos baterías de automóvil, una lata de aceite, un barreño de supermercado debajo de un grifo, dos tablas de madera que sostenían otro balde lleno de agua y que a su vez servía de soporte a un instrumento similar a una pila eléctrica. Fleischmann y Pons describen los pormenores de su experimento (aunque reservándose algunos detalles importantes que dificultan su reproducción generalizada) en el número 261 del prestigioso: Journal of Electro Analytical Chemistry and Interfacial Electrochemistry. Al menos en teoría, unos cuantos litros de agua basarían para suministrar energía a una ciudad de tamaño medio durante varios siglos. A diferencia de la fisión nuclear, proceso en el que se rompen, dividiéndolos, átomos pesados en los reactores nucleares para producir energía, pero también escorias radioactivas, la fusión fría consiste en fundir, uniéndolos, núcleos, dé, átomos de hidrógeno, reacción que desprende un vertiginoso flujo de energía, además de un gas residual, el helio, completamente inofensivo.
Mi interés va en aumento; incluso tengo el atrevimiento de cartearme (vía mail) con miembros de la vieja JAE (junta de ampliación de estudios), el actual CSIC (consejo superior de investigaciones científicas). Esos científicos, se reafirman en la idea de que la fusión fría no es viable, que es imposible. Solamente es posible la fisión nuclear en caliente: el actual acelerador de partículas, por ejemplo. Por más que insisto en el experimento de los dos electroquímicos americanos, que conocen perfectamente, no se apean jamás del burro. Eso sí, siempre contestaron, de manera muy educada, a mis mails.
Algo desilusionado o, incluso, incomprendido, decido dar una cierta vuelta de tuerca y obtener un cierto consuelo: en julio de 2003, me pongo a escribir una novela sobre todo este asunto: “La sombra fría”. No obstante, tengo que aclarar que su desarrollo es un continuo “flashback” entre Madrid y New York, donde suceden simultáneamente las dos historias. Sin embargo, no es de mi novela de lo que quiero escribir.
En septiembre de 2004, el asunto de la fusión fría salta de nuevo a la palestra. Puedo leer que el Ministerio de Energía de los Estados Unidos (DOE) recibirá un informe de un grupo de expertos, acerca de las perspectivas en fusión fría (la supuesta generación de energía termonuclear mediante el uso de aparatos que quepan sobre una mesa). Lo que llama mi atención es el hecho de que, James Decker, el subdirector de la Oficina de Ciencia del DOE, anuncie en ese momento el inicio de las revisiones científicas acerca de la fusión fría. Y me la llama porque, en noviembre de 1989, una investigación efectuada por el propio Ministerio fue la causante de que se determinasen como poco convincentes todas las evidencias relacionadas con la fusión fría, estigmatizada como “ciencia basura”. La considerada como “infame” conferencia de prensa de aquel lejano jueves santo, empieza a ser tenida en cuenta. Tampoco fue casual que Steven Koonin, miembro del grupo de expertos que había evaluado para el DOE la fusión fría en 1989, sea en ese 2004, al que me estoy refiriendo, el jefe científico de BP (British Petroleum), la compañía petrolífera con sede en Londres.
La primera insinuación del probable cambio de marea había llegado en febrero de 2002, cuando la Armada estadounidense reveló que sus investigadores habían estado estudiando en secreto la fusión fría, con más o menos continuidad. Gran parte de ese trabajo se efectuó en el Centro de Sistemas de Guerra Espacial y Naval de San Diego, donde la idea de generar energía partiendo del agua marina (una gran fuente de agua pesada) debió parecer más cautivadora que en otros laboratorios. Varios investigadores del centro habían trabajado con Fleischmann, y encontraron difícil aceptar que se hubiese equivocado por completo.
En San Diego, y en otros centros, los científicos hicieron acopio de un impresionante cuerpo de evidencias en el sentido de que algo extraño sucedía cuando una corriente atravesaba electrodos de paladio sumergidos en agua pesada.
En diversas conferencias sobre la fusión fría, decenas de científicos e ingenieros se mostraron atónitos por el modo cuidadoso en que se expresaban ahora varios investigadores, anteriormente muy críticos. A lo largo de los años, unos cuantos grupos repartidos por todo el mundo habían reproducido el experimento original de Pons-Fleischmann sobre el efecto del exceso calórico, consiguiendo algunas veces incluso el 250% de la energía empleada durante el proceso. Los críticos enfatizan que, además de energía, la fusión de núcleos de deuterio debería generar otros subproductos, tales como el helio y el isótopo de hidrógeno conocido como tritio. Esos grupos encuentran fuertes evidencias de la generación de helio mientras las cédulas de paladio producen el exceso calórico, no así en otras circunstancias. También han podido observar la presencia de curiosas mini explosiones sobre la superficie.
Por si todo esto no fuese suficiente, por esa misma época, tiene lugar un experimento en Italia llamado: Rapporto 41, llevado a cabo por un grupo de científicos dirigidos por el premio Nóbel de física, Carlo Rubbia. Esa información la localizo, por casualidad, en la RAI (la televisión pública italiana). En ese documental, los participantes en dicho experimento aseguran haber reproducido exactamente el experimento de Fleischmann y Pons de 1989, dando, por tanto, la razón a los electroquímicos norteamericanos. Lo surrealista, e inquietante, se produce cuando una de las científicas, que ha participado en todo el proceso, se dirige a la cámara para explicar qué: cuando el equipo comunica a Rubbia que han tenido éxito en el experimento y le consultan cómo proseguir, éste les responde: “déjenlo estar, no hagan nada…”. Ante lo cual, lógicamente, el equipo se queda estupefacto.
Evidentemente, tuve claro que el Nóbel italiano (qué, dicho sea de paso, vino luego a dirigir en España, el CIEMAT (Centro de Investigaciones Energéticas, Medioambientales y tecnológicas), defendía ciertos intereses coincidentes con los de las autoridades americanas.
Y así, llegamos a finales del pasado año, que es cuando (por sorpresa) comienzan a aparecer informaciones que indican que el asunto de la fusión fría se va a hacer realidad en muy poco tiempo: que, finalmente, va en serio. Lo leo y lo escucho en diferentes medios, incluso internacionales. A mí cabeza acuden los nombres de los electroquímicos norteamericanos y su experimento de 1989. Las expectativas son enormes. Incluso yo mismo, empiezo a decirles a mis amistades, las mismas que me atacaban cuando al inicio del siglo XXI yo proclamaba a los cuatro vientos que la fusión fría era posible, qué: “veis, al final yo tenía toda la razón cuando sostenía que Fleischmann y Pons no mentían, sólo que los intereses capitalistas no podían admitir la gratuidad de una energía universal e infinita…” Sin embargo, no las tengo todas conmigo, a pesar de que llego a pensar, leyendo todo lo que leo, que la situación energética es ya muy crítica y el propio capital va a tener que jugar la vieja carta escondida de la fusión fría. No obstante, enseguida voy a descubrir cuales son las verdaderas intenciones que hay detrás de todos esos señuelos lanzados (a escala planetaria) por la famosa DOE, que ya he citado en varias ocasiones en el texto. Efectivamente, los mass-media, anuncian a bombo y platillo, que el 16 de diciembre se podrá seguir en directo la rueda de prensa que dará el Departamento de Energía de EE.UU. (la DOE), sobre el logro alcanzado por el Laboratorio Nacional de Lawrence Livermore de California.
Todas las expectativas creadas a nivel mundial se vienen abajo después de la breve conferencia de prensa. En realidad, se viene a concluir qué: “aunque se ha conseguido algo sin precedentes, deberán pasar, al menos, cuarenta o cincuenta años, para que esa fusión limpia, ilimitada, y prácticamente gratuita, pueda hacerse realidad y beneficiar a todos los hogares…”
No hace falta demasiada inteligencia, ni tampoco mucha perspicacia, conociendo un poco (como desde luego conozco) el desarrollo de toda esta historia, desde aquel lejano jueves santo de 1989, para intuir qué diantres ha sido toda esa puesta en escena. En realidad, la guerra prolongada entre Rusia y Ucrania, con la consiguiente crisis energética, ha empezado a provocar temor entre la población occidental (la otra, como que no existe, ya se sabe, lo del intercambio desigual, y demás, que permiten que el primer mundo sea el único mundo privilegiado), y eso ha hecho que los nervios de los gobiernos de los distintos países se tensen. También, lo que venimos padeciendo desde hace ya algunos años (el llamado cambio climático), y sus nefastas consecuencias, que están provocando, a su vez, mucho temor e incertidumbre (también en ese primer mundo privilegiado). La combinación de esos factores ha hecho que la vieja DOE enseñe una de las cartas, haciendo ver, a las claras, que el asunto de la fusión fría no es ciencia ficción. Sin embargo, sólo se queda en eso, en una declaración que, no obstante (aviso para navegantes), deja entrever que la fusión fría es un hecho material, exitoso, desde aquel increíble experimento de Fleischmann y Pons, y que podrían usarla cuando el mando capitalista lo considere más oportuno. Prueba irrefutable, una vez más, de cómo el poder va suministrando material, que tiene bajo su control, a la sociedad, según le vaya conviniendo, desde un punto de vista geoestratégico.
Curiosamente, el principio espinosiano de Causalidad múltiple hace su aparición (en modo fílmico) mientras escribo este texto. Sale a mi encuentro en mi televisión una vieja película de 1997, titulada: The Saint (El Santo), basada en el personaje de “Simon Templar” de la popular serie británica de la década de 1960, que interpretaba el actor Roger Moore. La película la dirige el australiano Phillip Noyce, que en tiene en su haber algunos títulos interesantes. No obstante, enseguida puedo darme cuenta que no es el caso de este film. Lo que hace que resista hasta el final es el hecho de descubrir (algo asombrado) que se habla de la fusión fría y que se menciona, de pasada, a Fleischmann y a Pons. También que la película apuesta por el experimento exitoso de la fusión fría, cuya fórmula exacta descubre la electroquímica que interpreta Elisabeth Shue. Diré, para ser completamente sincero, que la belleza tranquila de la actriz que acabo de mencionar (a quien había visto en 1995 trabajar en la película de Mike Figgis: Leaving Las Vegas) también influye de manera decisiva para aguantar una más que mediocre película.
Las dos imágenes que sustentan el texto corresponden a sendos recortes de la época en la que se explica de manera sucinta el experimento que llevaron a cabo los dos electroquímicos norteamericanos.
Recapitulación, una y otra vez by Adriana Balderas

Cuando el sol resplandece en el camino más remoto, en un mundo actual demasiado ruidoso, no siempre es fácil escuchar las respuestas más claras que la vida nos tiene.
¿Estamos siendo arrastrados por esas fuerzas que no ayudan a nuestra propia gravedad?
¿Podemos decir ‘no’ a lo popular, y ‘sí’ a lo realmente esencial?
Cuando el propio ser conversa con nosotros en silencio, en calma… Hacer una pequeña promesa. Para escribirlo.
Cuando se presenta la oscuridad y nos revela su escritura, leerla de nuevas formas distintas.
Para tratar de ser fiel a ella, a mis palabras y pensamientos.
Y cuando la luna asciende, yo solo pienso en la curiosidad que nuestros proyectos se convierten en puentes entre el pasado y futuro, se van transformando en historia mientras se manifiestan simultáneamente. Luna: guíanos, frústranos, exprésanos.
Y es el momento de preguntarnos: ¿Qué estoy aprendiendo a través de este proyecto? ¿Podría salvar una vida? ¿Podré servir de inspiración a una alma que está en gran oscuridad?
Es eso, todo lo que es significativo, lo que es gratificante.
Buena vida a todos.
Adriana Balderas
Los mares de Joseph Conrad by Ana de Lacalle

A lo lejos, el azul esférico queda seccionado en dos tonos por una difusa línea de superpetroleros.
En el puerto, las dársenas amanecen invadidas por cruceros con casino y discoteca y en los muelles, los contenedores chinos forman rompecabezas verticales o murallas de una fortaleza arcoíris, infalible y fría que solo deja escapar un murmullo de máquinas.
Si deseas profundizar en esta entrada; cliquea por favor adonde se encuentre escrito en color “azul”. Muchas gracias.
Ya no queda nada del territorio literario de Joseph Conrad, de las cristalinas aguas y los vientos cálidos que mecían palmeras de casa encalada donde sesteaba el oficial de paso. No hay bric barcas, ni bergantines, ni ninguna de aquellas esbeltas criaturas de crujientes maderas que tenían personalidad intransferible y sabían de peleas a muerte en confines inhóspitos con la misma materia del mundo.
La vida en el mar ha quedado relegada a un puro juego de resistencia deportiva, a desplazarse sobre cuchillas ligerísimas, y el ser humano, que tanto tiempo pasó sobre una cubierta, ha dejado de pensar la tierra desde el mar, el cielo desde el mar, la vida.
Nuestro Darwin no otea las Galápagosdesde el Beagle, un Roger Casement nunca levanta acta del Congo contemporáneo, Conrad no escribe «si quieren ustedes saber la edad de la tierra, observen el mar durante una tempestad. El gris de la entera superficie inmensa, los surcos del viento sobre los rostros de las olas, las grandes masas de espuma, arrojadas las unas contra las otras y ondeando, como enmarañados mechones blancos, le dan al mar, en medio de un temporal, una apariencia de cana edad, deslustrada, mate, sin destellos, como si hubiera sido creado antes que la luz misma».
Las estepas azules «salpicadas de arrecifes» bajo soles de misericordia, con sus peces de extrañas formas y carnes y aquellos contramaestres que tenían mujer y cinco hijos desconocidos en una casita impecable del condado de Kent.
También los marinos jóvenes, chavales de la anciana Europa que dando patadas a un canto rodado llegaron al puerto en el que iban a enrolarse, hacerse hombres y si la mano del destino venía mal dada, a hundirse poco después como monedas en la oscuridad más negra que nadie pueda imaginar.
El puerto de Conrad fue el de Marsella, el 15 de diciembre de 1874, como pasajero a Martinica. En la travesía de vuelta ya era uno más de la tripulación. Me pregunto si fue ese el viaje en el que divisó su particular «línea de sombra», frontera marina y conradiana que se atisba más allá del horizonte arqueado y que señala el paso de la adolescencia a la vida adulta y serena, vida que él alcanzó sin mayores percances para escribir algunas de las líneas más sinceras y compasivas sobre la condición humana.
No es que quiera de vuelta los años que Conrad tuvo en suerte o en desdicha vivir, tiempos de extrañas fiebres incurables, injusticia, atavismo, pobreza y guerra, pero sí desearía que la aventura que la navegación ofrecía entonces, volviera esta noche.
La posibilidad de ella y de una vida diferente. Desearía enrolarme por un tiempo, pensar lejos de toda forma estable, dejar que la rutina del barco hiciera su efecto, «una medicina excelente para los corazones dolidos […] y los espíritus más turbulentos», a decir de Conrad en El espejo del mar, sus memorias de navegante traducidas por Javier Marías.
Escribiría un diario que sería un homenaje secreto a una cierta forma de lidiar con las cosas y me llevaría los libros del polaco para someterlos al contacto del salitre y los vientos. Recalaría en puertos lejanos y conocería todo tipo de personajes y peligros.
Las amistades serían indestructibles, los odios pasajeros, las noches esperanzadas y llenas de consuelo. Leería en voz alta, en la intimidad del camarote, las cartas de mi mujer y soñaría, para cerrar el círculo, con un retiro prematuro de escritor desahogado junto a ella en la cala siciliana donde un día aprendí a bucear.
Dejaría que oficiales taciturnos y dipsómanos, curtidos en el tráfico de carbón y níquel y maderas preciosas entre Inglaterra, Chile y la costa occidental africana, forjaran mi educación a golpe de silencios y órdenes cortantes.
Aprendería ellenguaje del mar, armado durante siglos por hombres que hicieron de la palabra precisa, movimiento y del movimiento, arte. Largar el ancla; nunca echar, tirar o soltar el ancla. Recalada y partida, arboladura y rifada.
No quiero decir que sea imposible acariciar algunos de estos propósitos, el paso del cabo de Hornos sigue reteniendo, al parecer, toda su endiablada leyenda, tormentas inadvertidas en mares calmos hacen estremecer a los navegantes más expertos y la soberbia rodeada de agua por todas las partes sigue cobrándose un precio definitivo, pero indudablemente, el conocimiento aplastante del mundo presente ha matado el misterio, su hondura y su inmensidad.
El código del mar no existe más y hasta los niños-piratas, antes de ser abatidos por armas automáticas, hablan por teléfonos satélite con un bufete de trajeados en Londres. Quizás sean el universo y el cerebro los territorios por descubrir, pero ninguno de los dos se me antoja esta noche tan romántico, tan bello y tan liberador como el de los pocos metros de cubierta que van de la amura de babor a la de estribor bajo un cielo incendiado y un velamen terso como la piel de una ballena.
Imagen de portada: Gentileza de Jot Down
FUENTE RESPONSABLE: Jot Down. Por Pablo Mediavilla Costa.
Sociedad y Cultura/Arte/Historia/Literatura/Mar/En memoria/ Joseph Conrad.
Heidegger y el nazismo by Nacho Valdés

El trabajo filosófico de Heidegger produjo, y sigue generando, multitud de propuestas y alteraciones en el universo intelectual europeo. Es más, el legado heideggeriano está incrustado en la filosofía continental de manera transversal, pues su influencia ha alcanzado un sentido radical que afecta profundamente a la intelectualidad del presente. El análisis de François Rastier, Naufragio de un poeta, supone una propuesta valiente que persigue el desenmascaramiento del radicalismo criminal y cómplice en el encubrimiento del extremismo político. En este sentido, los trabajos de Heidegger y Schmitt se mantienen vigentes en múltiples estudios y corrientes de pensamiento. La demanda de Rastier se dirige a la exigencia de una intelectualidad responsable y con la capacidad de dirimir el sectarismo y extremismo de la reflexión filosófica.
La lectura de Heidegger se extiende a infinidad de campos, pues, debido al estilo de su producción, no está reservada únicamente a los especialistas de la filosofía. Es por esto que su efecto tiene un mayor alcance que va más allá de sus acólitos ortodoxos. Por otra parte, la extensión política del trabajo del alemán se ha opacado hasta quedar prácticamente desaparecida frente a su reflexión existencial. No obstante, la realidad es que su pensamiento posee características profundamente nazis y antisemitas dado que entendía el ámbito judío en simbiosis con un complot mundial de tono criminal. Hasta la publicación de los Cuadernos negros se había logrado oscurecer esta realidad, pero, la aparición de este escrito conformado por notas, reflexiones y bosquejos de todo tipo ha descubierto de manera definitiva una de las características de la producción heideggeriana: su profundo antisemitismo.
El nazismo ha sido capaz de superar y sobrevivir al hitlerismo. La publicación medida y progresiva de la obra del de Messkirch ha ido develando un creciente extremismo hermanado a las tesis de Hitler y Rosenberg. Esta propuesta política, presente en su obra, se ha ido descubriendo de manera gradual hasta llegar a suponer una certeza indubitable que pone en entredicho las lecturas previas del trabajo heideggeriano. En este sentido, el alemán entendía que el desarrollo científico-técnico mundial respondía a un plan judío global. Con este presupuesto se alimenta la teoría del complot, refractaria a cualquier atisbo de racionalidad y alimentada por el odio al Otro y por la fe superadora de la razón. Es decir, se rompe con los presupuestos filosóficos para abrazar una sentimentalidad establecida sobre la emoción. En este punto se localiza el enfrentamiento entre el Enemigo y Nosotros, entre el subhombre y el superhombre. El lenguaje es instrumentalizado para por este camino generar una sensación de adherencia. El lector se convierte en un objetivo de conquista mediante las herramientas de la intimidación y el sometimiento que opone la posible interpretación y el pensamiento.
La realidad, en opinión de François Rastier, es que la filosofía de Heidegger pretende extender el odio racial y su oposición al nazismo se debería, no a la reflexión moral sobre su propuesta, sino a su escaso alcance y efectividad. En otras palabras, el filósofo entendía el nazismo como demasiado tibio. Su proyecto editorial aspiraba a ser aceptado por un neonazismo desacomplejado fundado sobre los siguientes pilares: antirracionalismo, ausencia de ética y rechazo de la ciencia y de la técnica. De hecho, su nazismo resultó proactivo, pues se sumó a la delación y persecución de colegas y alumnos en la universidad. Llegaría a organizar el grupo de intelectuales conformado por Rosenberg, Schmitt o Streicher, todos ellos participantes en el proyecto de las leyes de Nuremberg de 1935.
El Enemigo queda señalado en oposición a un Nosotros y asume múltiples formas bajo la dirección de la judería global. Al fundamento doctrinal del nazismo apoyado en este maniqueísmo radical y mesiánico organizado en torno al líder, se añade como antagonistas en el proyecto heideggeriano el americanismo, Inglaterra, la ciencia, la técnica, los asiáticos y, por supuesto, la racionalidad y la inteligencia propias de la filosofía. Se asume por esta vereda una doctrina biopolítica en la que se identifica lo judío como una plaga y se acepta violencia debido a la trascendencia de su planificación. La línea argumentativa de los Cuadernos negros se establece sobre los siguientes presupuestos: partiendo del argumento ontológico, se indica que los judíos, como entes provisionales, carecen de conexión con el Ser y de patria, no terminan de morir, pues no existen realmente. Se niega, por tanto, incluso la posibilidad de la muerte y la categoría de víctima. Por otro lado, defiende la autoaniquilación judía dado que su contubernio es culpable de la tecnificación contemporánea conducente a la industria de la muerte nazi. Por último, interpreta que los aliados han cometido un verdadero crimen, no así el nazismo, al impedir que Alemania terminase con su proyecto de exterminio.
Desgraciadamente esta propuesta está presente en la actualidad y, de hecho, gracias a los nuevos populismos políticos ha tomado fuerza. El odio se extiende y la adecuada clasificación de Heidegger como motor de estas desviaciones pseudofilosóficas es una labor esencial. En este sentido, necesitamos de una intelectualidad comprometida capaz de romper con las tendencias mayoritarias que tienden a disculpar, o incluso negar, el contenido político en la obra heideggeriana. Debemos, por tanto, abrazar la inteligencia para huir del proselitismo y la apología sentimental. En caso contrario, el neonazismo y los discursos sentimentales fundados en la exclusión y el rechazo tomarán la fuerza suficiente como para suponer un grave problema que ya comienza a intuirse en la degradación el espacio político.
UN CIERTO MALESTAR by Jesús Marchante Collado


No puedo dejar de escribir: en realidad, un sinfín de ideas acuden a mi cabeza, de manera continua, sin apenas interrupciones. Podría llegar a pensar, incluso, que el escritor le está ganando la partida al artista-pintor. No obstante, sé perfectamente que eso no está sucediendo: ambos, conviven en armonía. Es algo mucho más banal, más superfluo. Me agarro a la escritura porque, de momento (ya van dos meses así), el guarda polvos que encargué a una mujer que hace arreglos, sigue durmiendo el sueño de los justos. Lo último que me comunica es que el susodicho guarda polvos le está provocando más problemas de la cuenta. Si siguieran vendiendo ese tipo de ropa de trabajo, como en otros tiempos, habría solucionado el problema hace ya mucho tiempo. Sin embargo, no es tarea fácil: a pesar de no estar persiguiendo ninguna quimera. Yo sólo pretendo hacerme con un guarda polvos para poder seguir pintando; eso sí, que me cubra bien del todo. Toda la ropa de trabajo que venden no pasa de la rodilla, y yo necesito una prenda que me llegue hasta los pies. De ahí el encargo a esa mujer que hace arreglos. No obstante, está claro que hay un problema esencial; considero que la palabra organización no debe formar parte de su vocabulario. De otro modo, el caos no se hubiera adueñado de su local de trabajo. Compagina los arreglos con la recepción de paquetes que llegan desde cualquier rincón del planeta. Es algo bastante habitual, en los últimos tiempos, si alguien compra un artículo por Internet. Sin embargo, en este caso concreto, eso lo complica todo: el suelo de su taller se llena de esos bultos en tal desorden que, en otras circunstancias, podría arrancarme una cierta sonrisa. Está sobrepasada, desbordada, estresada. Eso sí, no pierde jamás la sonrisa, ni el buen tono de su voz. “Algo es algo”, me digo.
Así qué, querido lector o lectora, el pintor no está perdiendo ninguna batalla; simplemente aguarda, con todo el estoicismo del que puede hacer gala, a que el tiempo le procure, finalmente, el dichoso guarda polvos.
Mientras tanto, como decía, las ideas acuden a mi cabeza, y trato de ponerlas sobre estos folios virtuales donde puedo escribir con la ayuda de un teclado, con absoluta comodidad. En absoluto echo de menos la escritura a mano, con una estilográfica, un bolígrafo, o un lapicero. En este caso, a mi entender, la técnica ha mejorado las viejas herramientas. Allá cada cual, si alguien decide escribir sobre un bonito y delicado cuaderno.
Entremos, de una vez por todas, en el meollo de lo que quiero contar. Hace ya bastante tiempo que he llegado a la conclusión de que existen dos óperas, bajo mi punto de vista, claramente expresionistas y abstractas: Salomé y Elektra (óperas, ambas, en un solo acto), del compositor alemán Richard Strauss, que son algo más de lo que en un principio puedan parecer. Salomé, estrenada en 1905, finaliza de una manera absolutamente abstracta, anticipándose, de manera brutal, a la abstracción pictórica de la primera acuarela abstracta de 1910, de Vasili Kandinsky. Elektra, de 1909 es igualmente expresionista y abstracta. Sin provocar el escándalo de su antecesora, sobre todo por la escena de: “la danza de los siete velos”, es igualmente vanguardista. Recuerdo ahora qué, a finales de los años setenta, o principios de los ochenta, del pasado siglo (no podría fijar con exactitud la fecha exacta), tuve la oportunidad de asistir a la representación en vivo de Salomé, en el Teatro de la Zarzuela, que es donde se programaba la temporada de ópera. El Teatro Real, donde desde hace algunos años tienen lugar las representaciones operísticas, en aquellos años, hacía las veces de sala sinfónica. El Auditorio Nacional no existía aún. Me viene a la cabeza por un hecho que, entonces, como ahora, me llamaba la atención: el papel de Salomé lo interpretaba la excelente cantante (ya desaparecida) Montserrat Caballé. Siempre me ha sorprendido por dos hechos, a saber: uno, que ella nunca fue una especialista en óperas modernas, o de vanguardia; dos, que es imposible imaginarse a Salomé, en la figura de la Caballé. Lo siento, pero es imposible. No sólo; en mi recuerdo, está la escena de la “danza de los siete velos”, donde a los responsables del vestuario no se les ocurrió algo mejor que meter a la cantante dentro de una especie de tutú, del cual colgaban numerosas piezas de tela, situadas alrededor de su cintura, que caían de esa guisa hasta los pies de la cantante. ¡Surrealista! De verdad que produjo ciertas risas entre el público. Y no es esa una escena de la ópera de Strauss (ninguna lo es) que pueda llamar a la carcajada; ni mucho menos. Era evidente qué, la Caballé, no iba a salir en cueros al escenario. Bien; pero, al menos, hubiera sido necesario un mínimo de elegancia a la hora de decidir un vestuario sustitutivo: sobre todo por el debido respeto a la obra del compositor alemán.
Hay algo más que querría señalar sobre Salomé. El texto en el que se basó Strauss, era el de Oscar Wilde, traducido, por supuesto, al alemán. Siendo bastante evidente que la historia es un estudio sobre la obsesión, y que, quizás, el compositor podría haber tenido a la vista algunos de los textos que Freud había escrito ya sobre ese tipo de psicopatologías, no deja de resonarme en la cabeza otro texto que no he leído bien del todo, pero cuya transposición a la pantalla he visualizado decenas de veces: me estoy refiriendo a la novela Lolita (de 1955) de Vladimir Nabokov, y a la película sobre ésta (de 1961), de Stanley Kubrick. Salomé hace matar a Juan el Bautista (y que le sirvan la cabeza en una bandeja), para poder poseer su boca y besarla, cosa a la que se había negado (incomprensiblemente para ella, tan bella y sensual) el Bautista. No obstante, Herodes (su padrastro) está dispuesto a satisfacer ese deseo y otros, con tal de obtener, quizás, los favores (sexuales) de su hijastra. Aquí es donde se producen, bajo mi punto de vista, ciertas similitudes con Lolita. Humbert Humbert (el padrastro de la joven y bella Lo), también está dispuesto a satisfacer todos los caprichos de la chica, a cambio de los favores (sexuales) de esta. Sin embargo, más adelante, se dará cuenta de que lo que le pasa, en realidad, es que está enamorado de ella; aunque sea ya demasiado tarde para su propia estabilidad psíquica.
Al final, Humbert, como Herodes, se siente impulsado a matar; en su caso, a Clare Quilty. Los dos sujetos amados deben perecer. Lolita (que tiene ya una abundante tripa, propiciada por el desconocido con quien se ha casado, cuando la vuelve a encontrar su padrastro) le confiesa a Humbert (mientras éste llora desconsoladamente, ¡quién lo hubiera imaginado!) quién era Quilty en sus diversas apariciones, y cómo ella había caído atrapada y enamorada desde el primer minuto que lo vio aparecer. Sin embargo, Clare, al poco tiempo se cansó de ella. Ahora está con un “don nadie”, pero parece no importarle lo más mínimo; de hecho, declara sentirse muy unida a él. Cuando Humbert (que sigue sollozando) le pregunta qué: ¿“por qué no volviste conmigo”?, ella le responde, sin titubear: “siento haberte engañado, pero la vida es así…”.
Viendo, una vez más (no sé cuántas llevo ya), la Lolita de Kubrick, me doy cuenta de que lo importante no es el hecho de que al profesor de literatura francesa le puedan interesar las “púber” o las “ninfas”. Eso, a mi juicio, da un poco igual. El hecho que me asalta ahora, es el asunto de lo “tóxico”, de las relaciones “tóxicas” con alguien que está poseído, sin saberlo del todo, o sabiéndolo, quizás, de alguna manera, por ciertas “psicopatologías de la vida cotidiana”. Lolita, al margen de que tenga catorce años, es tan tóxica como alguien que tenga treinta, cuarenta o cincuenta años. Y Humbert, como tantos otros, cae atrapado en la dependencia emocional que esa toxicidad, no reconocida, le produce. Muere en la obscuridad de la cárcel, después de haber matado a Quilty. Como también muere Salomé (a manos de los soldados de Herodes, siguiendo las órdenes del tetrarca de Judea), después de haber besado la boca de Juan el Bautista, a quien antes le ha dicho: “Sé muy bien que me habrías amado y el misterio del amor es más grande que el misterio de la muerte…” La toxicidad, menos aparente, también está presente en la historia de Salomé.
No obstante, volvamos a Richard Strauss. Esas dos óperas, tan vanguardistas, que he señalado antes, le hacen ponerse por delante, incluso, de su amigo y rival, Gustav Mahler. Recibe la admiración incondicional de dos músicos jóvenes que están dando al traste con el clasicismo y la tonalidad: Arnold Schömberg y Alban Berg.
Sin embargo, ese Strauss, atrevido e iconoclasta, volverá al redil del orden clasicista y de las “ideas peligrosas”. La vanguardia y la incipiente atonalidad, le asustan. Su siguiente ópera, situada ya en ese ámbito más formal, será: El caballero de la rosa (1911). Después de la “gran guerra” (1914-1918) su vuelta atrás será todavía más acentuada. Luego vendrá el período nazi, y su penosa colaboración con ese régimen predador y asesino.
Me permito, en este punto, una pequeña digresión que viene al caso. A finales de noviembre asisto, en el Círculo de Bellas Artes, a una conferencia titulada: Una conversación en torno a GLOSARIUM, de Carl Schmitt: el jurista y destacado teórico político del régimen nazi. Intervienen, además de Clara Ramas (filósofa y marxista heterodoxa, según ha proclamado en alguna ocasión, ella misma; diputada en la Asamblea de Madrid por la organización Más Madrid, y también discípula de Villacañas), que hace gala de una aparente neutralidad que no llego a entender del todo, el citado profesor José Luís Villacañas, y su alumno, como doctorando, Juan Mayorga. No he escuchado a ninguno de los tres, con anterioridad. Me sorprende la intervención, precisa, inteligente, sin paños calientes hacia Schmitt, del dramaturgo Mayorga, que ha estudiado filosofía y ha llegado al jurista alemán (según dice él mismo) a través de Walter Benjamin. Por supuesto, asegura que no puede dejar de leer a Schmitt: “su lectura, ayuda siempre a seguir reflexionando…” No obstante, acaba su alocución con el siguiente dardo lanzado en dirección, creo yo, de su antiguo profesor: “me gustaría que la muerte me pillara leyendo un libro…pero espero que, en ningún caso, sea un libro de Carl Schmitt…”
El filósofo Villacañas, que ha intervenido en primer lugar (de ahí lo del dardo), no acaba de ser del todo claro respecto al jurista nazi. Trata de justificarlo a través de las respuestas que Schmitt le da al fiscal norteamericano Robert Kempner, en Nuremberg. Existe un libro que detalla todo esto y en el que el profesor Villacañas escribe el epílogo. Llega a afirmar qué: “como cristiano que es, Schmitt siente la culpa, si bien también reniega y detesta a sus acusadores…” De hecho, Schmitt, en alguna parte de ese Glosarium, afirma: “sólo me siento vivo en el manejar ideas peligrosas…” Apenas he leído al jurista nazi (solamente, un poco, de corrido, su Teoría del partisano). No obstante, sé la importancia que el jurista nazi ha tenido para una parte de los filósofos más sobresalientes del siglo XX: Benjamin, Arendt, Habermas, Agamben, Derrida o Antonio Negri, entre otros.
Sin embargo, niego la mayor de la tesis del profesor Villacañas, a la que no puedo responder in situ, porque sólo conceden la palabra (al finalizar el acto) a una persona del público presente. El filósofo español intenta preguntarse qué es lo que hizo que una gran parte de la población alemana apoyase al movimiento nacional socialista. Después de hacer un recorrido a través del romanticismo alemán y de todo lo prometeico que emana de muchas de esas tesis, viene a concluir algo así como qué: “en realidad todo había sido escrito hacía ya mucho tiempo, todo estaba ahí. Sin embargo, de repente, llegó un idiota, un tonto, un cateto (Adolf Hitler) y se tomó todo eso que estaba ya escrito, completamente en serio, y a pies juntillas. Si no hubiera sido así (si nadie hubiera aparecido comportándose de manera crédula, debo añadir yo, siguiendo su razonamiento), no hubiera pasado nada…”
Para nada, de ninguna manera; el profesor sigue la estela de todos aquellos incautos que piensan que la historia es un proceso con sujeto: que el idealismo, dentro del campo de la filosofía, es la posición correcta. Hay, además, elementos materiales que explican el por qué del desastre que llevó a los alemanes al fondo del abismo. El primero lo encontramos en el aplastamiento de la revolución alemana (por orden de los dirigentes socialdemócratas alemanes) en 1919, con el encarcelamiento, y el asesinato de cientos de militantes espartaquistas y comunistas, entre ellos: Rosa Luxemburg y Karl Liebknecht. El segundo, es de Perogrullo para cualquiera que sepa cómo funciona el modo capitalista de producción. Cuando la crisis se hace insuperable, y las cartas por jugar se le acaban al mando capitalista, queda una última carta: la de la guerra. Esos son los elementos materiales que nos permiten no equivocarnos a la hora de analizar ciertos procesos históricos.
No obstante, volvamos al compositor Richard Strauss. Yo si encuentro en él un cierto tono de arrepentimiento (al contrario que en el caso de Schmitt); sobre todo en tres de sus últimas obras: Metamorphosen, El concierto para oboe, o Las cuatro últimas canciones. Escritas a partir de 1945, encuentro en ellas ese sentimiento de desesperanza después del fracaso total del régimen criminal nazi. Lo afirmo sin ningún tipo de ambages. Sobre la música de Metamorphosen trabajé de manera intensa, plasmando en una serie de dieciocho marcos antiguos (todos diferentes), ese profundo malestar que exhala, bajo mi punto de vista, el compositor en esa magnífica obra.
Esas últimas composiciones, incluso, recuperan la intensidad y el expresionismo que el artista había abandonado al acabar su ópera Elektra: vuelve a aparecer la abstracción.
Las imágenes que dan soporte a este texto son las de los discos (que poseo) de esas fascinantes óperas de Strauss. Las dos están dirigidas por Solti (a quien tuve el privilegio de ver dirigir a la orquesta filarmónica de Viena, la misma de las grabaciones que acabo de señalar, en el Teatro Real, cuando aún era auditorio de música, no sin una acción bastante rocambolesca por mi parte para poder asistir a ese concierto; no obstante, eso sería otra historia), y en las dos interviene, también, en los papeles de Salomé y de Elektra, la maravillosa y legendaria cantante: Birgit Nilsson.
REFUGIOS CLIMÁTICOS by Jaime Nubiola

Esta semana he tenido conversaciones con muchos alumnos, más de una docena. Hemos hablado, sobre todo, de los resultados académicos de diciembre y de cómo afrontar las asignaturas del segundo semestre. Algunos de ellos —quizá porque ven que tengo la edad de sus abuelos— no dudan en pedir mi consejo sobre asuntos que les preocupan vitalmente. A todos nos reconforta compartir con quienes queremos lo que nos inquieta, pues tenemos experiencia de que muchas veces al contar los problemas estos se tornan más manejables y además pueden darnos incluso un consejo útil.
Como en toda España, esta semana ha sido gélida en Navarra, supuestamente a causa de la entrada de una masa de aire siberiano que ha hecho que los termómetros no superaran muchos días los 3º o 4º. Un valioso alumno me contaba que en su piso no gastan dinero en la calefacción y que, para compensar el frío, además de abrigarse cuando están en casa y de hacer la vida en la cocina para aprovechar el calor, lo que hacían él y sus compañeros de piso era procurar estar el máximo tiempo posible en la biblioteca de la Universidad.
Me alegra que las bibliotecas resulten un «refugio climático» en el que los alumnos se protegen del frío acercándose a los libros y a las demás personas que leen libros. Veo en la prensa que en Barcelona para huir de la ola de frío polar se han activado un centenar de refugios climáticos que incluyen complejos deportivos, museos y también bibliotecas.
Me encanta que las bibliotecas se hayan convertido en centros de acogida, en refugios climáticos. Las bibliotecas no son almacenes de libros, sino que son algo vivo: han de ser el corazón de la universidad y de la vida intelectual de profesores y estudiantes. Las bibliotecas son el lugar de encuentro de quienes tienen ansias de aprender, de quienes —en expresión de C. S. Lewis— «buscan la verdad en compañía de sus amigos».
¡Bienvenida sea la ola de frío si trae más alumnos a las bibliotecas!
Pamplona, 2 de febrero 2023.
¿Qué hacemos con la desigualdad? Debate Ana de Lacalle y J. re crivello

Ana de Lacalle siempre ha escrito sobre aspectos que le influyen en su pensamiento, ante la creciente desigualdad, o los episodios de intolerancia social; y j re crivello, durante mucho tiempo ha reflexionado sobre el capitalismo y las capacidades para desarrollar el crecimiento. Hoy les invitamos a contestar estas preguntas sabiendo que la PRIMERA JORNADA DEL CONGRESO DE FILOSOFÍA Y POBREZA, se está realizando en la ciudad de L’Hospitalet (Barcelona)
Pregunta: Dice el banco Mundial que las mediciones monetarias estándar no reflejan aspectos importantes del bienestar, como el acceso a una atención sanitaria de calidad, la prestación de servicios públicos básicos o la seguridad de la comunidad. ¿Cuál sería para ustedes la definición estricta del concepto de pobreza?
Ana de Lacalle: Entiendo que los cimientos de la situación de pobreza, que padecen millones de personas, son la desigualdad en la distribución de la riqueza y las barreras invisibles que impiden salir de esa situación de carencia de bienes básicos, como son el no poder acceder a la educación y a la cultura y no dotarse, en consecuencia, de recursos para enfrentarse a una sociedad sometida a lo económico y en la que la competitividad y los “contactos” siguen siendo la manera de vivir con cierta dignidad. Lamentablemente, se está produciendo, al menos en España, una situación de precariedad inédita: tener trabajo no garantiza no vivir en situación de pobreza. Esto exige que repensemos hacia qué tipo de sociedad vamos y si el esfuerzo de los ciudadanos servirá para no verse abatidos por ese estado de carencias materiales, y las que de ellas se derivan.
J re crivello: El concepto de pobreza ha cambiado con el paso del tiempo, cuando observamos a los emigrantes que llegan a Europa para ellos tal vez la definición resida en: “una atención sanitaria de calidad, la prestación de servicios públicos básicos, o la seguridad de la comunidad”. El tema de la seguridad cada vez influye, ante el nivel de inseguridad y delincuencia que en alguno de dichos países impera, ellos lo definen como: “caminar tranquilos por las calles”. También la capacidad de ahorrar y mejorar el estándar de vida de los familiares que han dejado en sus países. Es una tasa de ahorro representada por una casa allí, un terreno, o la educación de sus hijos y que se traducen en envíos monetarios mensuales.
Pero la pobreza en términos de la sociedad española o europea asume otra dimensión, Según el Informe AROPE sobre el estado de la pobreza en España, alrededor de 12 millones de españoles, es decir, un 25,3% de la población, se encuentra en riesgo de pobreza o exclusión social. (1) Pero si a un joven español le preguntáramos sobre la pobreza tal vez no respondería, que su preocupación es la inestabilidad laboral, los empleos mal pagados. O, la sobrecualificación en relación a su salario, alquileres altos que retrasan su emancipación (en Barcelona los alquileres han subido un 25% en 2022), y la ausencia de apoyos para su emancipación en formación, etc. Tal vez esta sea la verdadera dimensión de la pobreza en España.
Pregunta: Cada vez observamos una separación mayor entre una Elite súper-rica, y un mundo de pobres que según cálculos del Banco Mundial, son 2000 millones que viven con 1,90 Dólares. Pero ahora se ha agregado una clase media que observa como sus condiciones empeoran. ¿Consideran ustedes que esta Super-Elite debe tener un tratamiento especial en cuanto impuestos y regulaciones aun mayor que la actual?
Ana de Lacalle: Sin duda. Hay grupos minoritarios, que como sostenía Juan, están acumulando la mayor parte de la riqueza. A mi juicio hay mínimos que garantiza el estado como la educación o la sanidad a la que estas élites no deberían tener acceso. Inclusive, entiendo que para que un Estado pueda asumir el reto de garantizar que todo ciudadano tenga una vida digna estos servicios universales deben ser acotados con alguna forma de co-pago a partir de determinada renta. Será tal vez la manera de salvar la sanidad y la educación públicas de calidad para todos, los que tienen más y los que tienen menos.
J re crivello: La Súper-Elite, hablamos de los que no son millonarios, sino más que ello. Deberían tener una reglamentación de impuestos mundial y esta parte de la riqueza ir a un fondo de desarrollo social (para comunidades pobres, para formación, etc.). Cuando mencionamos a la Súper Elite hablamos de individuos que tienen 6 casas de 50 millones en distintas partes del mundo y no las utilizan. Esta es una manera de aproximarse a esta Elite quien si es fiscalizada en un país puede emigrar a otro. El co-pago que menciona Ana de Lacalle a partir de una renta ya solo es posible a nivel europeo. Cuando hablamos de la Súper –Elite debemos considerar a las Elites de las Autocracias (Rusia, China, Corea del Norte) están protegidas por el Estado pero venden sus productos en las sociedades democráticas. Su riqueza se monetiza entre nosotros, con lo cual deberíamos establecer un marco regulatorio de impuestos a nivel Europeo. No se puede permitir que ciertas multinacionales tengan sede en Irlanda y escapen a la legislación impositiva nacional. Un ejemplo: Los ingresos de Amazon en España “superaron los 6.000 millones de euros” en 2021, pero solo tributó 292 millones. La cifra supone que la multinacional pagó menos del 4,8% de impuestos de los ingresos brutos de todas sus actividades en el país. La compañía no hace públicas sus cifras de beneficios en España desde hace más de una década.
Jeff Bezos es parte de la Super-Elite y es dueño de Amazon. El debate, a veces es que no existe un capitalismo, sino diversos capitalismos. El surgido del pacto socialdemócrata y liberales en Europa (que vivimos en España), el liberal estricto de EEUU, el de las Autocracias (Rusia, China) y el del Salvaje Oeste (algún día hablaremos de este último), pero aquí entraría Ucrania.
Pregunta: Muchos hablan del capitalismo como un “monstruo de mil cabezas separado de sus vidas” Para enfrentarnos a la pobreza, tal vez no deberíamos considerar: ¿Qué el capitalismo ha evolucionado? ¿Es intrínseco a nuestras personalidades o está separado de nosotros?
Ana de Lacalle: El capitalismo es desde sus inicios un sistema económico, para nada intrínseco al individuo. Ahora bien, es cierto que su aspiración del crecimiento y los beneficios ilimitados han convertido al capitalismo en una forma de vida, en la que se nos educa y se nos incultura. En consecuencia, lo llevamos interiorizado, y esto queda patente en lo que consideramos necesario para vivir, y realmente no lo es. Sin embargo, sería una trampa creer que denominamos pobre al que no tiene móvil. No, en absoluto. Paradójicamente, parece más fácil conseguir determinadas tecnologías que están incrustadas en nuestras vidas que un trabajo digno que garantice poder comer, tener una vivienda, pagar los suministros, la ropa y que quede un pico para no padecer por cada céntimo. Vivimos en un tiempo desajustado, diría. Precisamente porque la pobreza puede sobrevolar sobre cualquiera, aunque no nos lo creamos, y sin embargo se sigue manifestando en la carencia de condiciones de existencia básicas, más difíciles de obtener que cualquier objeto banal.
J re crivello: Durante años sostengo que el capitalismo es intrínseco a nosotros (somos y deseamos ser el) (2). Yuval Noah Harari, en Homo Deus se ha sumado a esta manera de explicar el capitalismo. En su libro afirma: “Las ficciones nos permiten cooperar mejor. El precio que pagamos es que la misma ficción determina los objetivos de nuestra cooperación” (pág. 197, libro citado) Y agrega: “La ficción no es mala Es vital. Sin relatos aceptados de manera generalizada sobre cosas como el dinero, los estados y las empresas ninguna sociedad humana compleja puede funcionar” (pág. 222, ob. Citada)
Con lo cual el capitalismo para algunos, es visto como un sistema externo a nosotros, tal vez es un error considerarlo así, tal vez es mejor aceptar que el capitalismo es una ficción en que muchos se encuentran muy cómodos y genera desigualdades. Lo aceptable es ver como evolucionamos estas relaciones aceptadas por todos a situaciones de mayor equidad. Suponiendo que los participantes deseen que ello ocurra, que me quedan serias dudas al respecto. Pero los que aceptaban la ficción del feudalismo con el tiempo hicieron que evolucionara hacia un sistema de mayor libertad y talento, lo mismo puede ocurrir con el capitalismo. (Aunque aquí habría casi un libro para hablar de ello: que haremos con la ley del valor, con el sistema de precios, con la propiedad, etc.). Evolucionar el feudalismo supuso mínimo tres siglos. La pregunta que nos hacemos es:
¿Qué narración o ficción futura será compatible con el nivel de cooperación humana y… de la Inteligencia Artificial?
Pregunta: Para Marx, la producción de riqueza y de miseria se vuelve, dentro del capitalismo, un binomio indisociable. La desigualdad no sólo es sistémica sino también sistemática. Se puede disminuir, controlar, pero nunca erradicar; incluso, ve a la desigualdad como condición de existencia del modo de producción capitalista. ¿Para Uds. la pobreza es sistémica o se debería cambiar el enfoque del estilo de Marx? O, ¿Cómo nos enfrentamos a la desigualdad creciente?
Ana de Lacalle: Personalmente matizaría que esta visión atribuida a Marx constituye la crítica, el desvelamiento de lo que opera sin que los participantes en el sistema sean conscientes. Así, coincido en que el desarrollo del capitalismo, ateniéndose a los principios liberales más genuinos, da como resultado cada vez mayores desigualdades, e incluso sin desigualdad no hay capitalismo porque hace falta que unos posean bienes y otros solo su fuerza de trabajo para que el sistema funcione. En este sentido, acabar con la pobreza implica un cambio de sistema, de estructura económica que proporcione las herramientas para una vida digna a todos. El capitalismo, y los acontecimientos lo muestran, no provoca sino más cantidad de pobres, y menos cantidad de muy ricos. ¿No está fallando el sistema de producción e intercambio capitalista? Creo que sí.
J re crivello: Nos enfrentaremos a una desigualdad creciente, solo creando con pactos al interior de nuestras sociedades, tal como el ejemplo del pacto socialdemocracia y liberalismo que se practica en España y la Union Europea, podremos superar esta desigualdad..
Pero la desigualdad creciente ahora es más compleja e implica a más actores: las capas más pobres de la sociedad, las dificultades de la clase media, los ricos y la Súper-Elite mundial (y aquí deberíamos distinguir entre la democrática y la autocrática. Ante esto, en los próximos 50 años aparecerá un nuevo actor: la Inteligencia Artificial.
Pregunta: A comienzos de 2023, aparecen dos modelos de capitalismo, el asociado a Autocracias como Rusia, China (y una gran concentración de la presión y chantaje militar, por ejemplo en Ucrania o en Taiwan; y aquel asociado a democracias con un pacto entre la socialdemocracia y liberales. ¿Podrían valorar ambos modelos e intuir cuáles son sus problemas futuros?
Ana de Lacalle: ¡La pregunta merece todo un ensayo! Así que sucintamente diré que las Autocracias son regímenes dictatoriales que minimizan el problema de la pobreza -si es que realmente es así- a costa de la libertad y de la superexplotación de los individuos que solo importan como elementos productivos. El socialdemócrata liberal -si pueden agruparse con coherencia todos estos adjetivos- está ampliando la intervención del Estado en demasiados ámbitos de la vida privada, y además intenta reducir lo democrático a lo electoral, y su forma de paliar la pobreza se lleva a cabo mediante unos impuestos que acaban gravando más a los que menos tienen y menos proporcionalmente a los que más tienen. En consecuencia, ninguno de los dos es esa alternativa, tal cual se efectúan hoy, al capitalismo de consumo que se inocula sobre todo en las supuestas democracias. Respuesta breve, porque ya digo que esto requiere un ensayo entero. Gracias por este diálogo.
J re crivello: Como dice Ana de Lacalle, es todo un ensayo. Siendo esquemáticos. Las sociedades del pacto socialdemocracia y liberales se enfrentará: a grandes desigualdades, la gestión de su envejecimiento (y su sistema de pensiones), el coste de la sostenibilidad, la gestión de la Súper-Elite, el coste de su sistema militar para defenderse de las Autocracias, etc.
Las Autocracias, en el caso de China: a la gestión del envejecimiento (en 2050 pasarán de ser 1000 millones a 700 millones), a mantener la productividad, a incrementar su gasto militar. A la resistencia de la sociedad a ser gobernada por 22 millones de funcionarios del partido, al riesgo de la ruptura de China en varios países (un tema que no se menciona pero aparecerá) En el caso de Rusia, a gestionar la derrota en la guerra, a pagar las indemnizaciones a Ucrania, a establecer o una democracia o convertirse en un país más cerrado al estilo Corea del Norte, a su relación con la Unión Europea (o se integra más, o crea una frontera cerrada).
Los tiempos que vienen no serán tan apacibles, como dice Yuval N. Harari en Homo Deus, estarán presididos por una extraña pareja, la religión y la ciencia. Entendiendo la primera como ficción totalitaria para que los humanos cooperemos.
¿Y la ciencia?: “Gracias a los ordenadores y la bioingeniería, la diferencia entre ficción y realidad se difuminará, a medida que la gente remodele la realidad para que se ajuste a sus ficciones favoritas, nos dice Yuval N. Harari en Homo Deus (pág. 200) O, como le llamo en mi libro aún inédito, tal vez asistimas al Capitalismo: el Periodo Oscuro (3), del cual por cierto, solo poseemos algunas intuiciones. Por ejemplo no será como la Alemania nazi, sino global, integrado, de Súper-Elite y con la I. Artificial.
Notas:
Blog de Ana de Lacalle Filosofía del Reconocimiento Escritora Barcelona, España
Ana de Lacalle (Madrid, 1964) ha sido profesora de filosofía en el colegio Jesuitas-Sarrià de La Fundación Escuelas Jesuitas, durante veintitrés años. Es autora de ensayos sobre la didáctica de la filosofía, relatos, compendios de aforismos y novelas teñidas con un trasfondo filosófico. Ha publicado en diversas revistas literarias y blogs, además de otras de naturaleza filosófica. Participado en congresos virtuales de Filosofía organizados desde distintos países de Latinoamérica.
Blog de j re crivello barcelona
Director & Fundador de Masticadores Barcelona (Vilanova i La Geltrú) Nacionalidad: española, italiana, argentina (Escapó de dicho país con 19 años). Escritor, editor y fundador de Masticadores. Sus blogs ha pasado la mítica barrera del millón de visitas. Ha escrito en El País, Clarín y Mundiario. Ha publicado 14 libros
(1)El Informe AROPE se basa en tres variables principalmente: la población en riesgo de pobreza, la baja intensidad en el empleo y la carencia de material. Las tasas de riesgo de pobreza o exclusión social más elevadas se presentaron en regiones como Canarias, Andalucía y Extremadura. Mientras los porcentajes más bajos fueron en País Vasco y Navarra.
(2)Tengo un libro terminado que tal vez algún día edite. Se llama Capitalismo El período oscuro. Si supero mi aversión (propia ya de mi edad) a seguir publicando, lo editaré.
(3) Caracterizo al Periodo Oscuro como un capitalismo basado en los Estados dominados por una Elite y sin democracia parlamentaria, ni prensa libre y en lucha con los Estados capitalistas basados en la libertad (de prensa, de comercio, de reglas) –j re crivello Ver artículo
Perú, la agonía del difunto by Manolo Echegaray

El Perú parece un difunto, pero que se resiste a morir;
el Perú agoniza, no solamente por los balazos recibidos, sino porque de uno y otro lado lo golpean. Nadie parece hacer caso, mientras las mentiras vuelan por entre el gas de las bombas lacrimógenas y como a Vallejo …
“Le pegaban todos sin que él les haga nada. Le daban duro con un palo. Y duro también con una soga”
… … …
“Y muerto el combatiente, vino hacia él un hombre
y le dijo: ¡No mueras, te amo tanto!
Pero el cadáver ¡ay! Siguió muriendo…
Acudieron a él veinte, cien, mil, quinientos mil,
clamando ¡Tanto amor, y no poder nada contra la muerte!
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.
Le rodearon millones de individuos,
con un ruego común: ¡Quédate hermano!
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.
Entonces todos los hombres de la tierra
le rodearon; les vio el cadáver triste, emocionado;
incorporóse lentamente,
abrazó al primer hombre; echóse a andar…”
… … …
Ojalá que el Perú resucite y eche a andar nuevamente.
Ref: Dos poemas de César Vallejo.
IMAGEN: https://www.radionacional.com.pe
Mitologías by Nacho Valdés

El ser humano es un animal surcado por el interrogante. No en vano, dedica gran parte de sus energías a la resolución de cuestiones probablemente insolubles. En este sentido podría citarse la teología, por poner un ejemplo diáfano. En pocas palabras, la aclaración de preguntas ocupa gran parte de nuestro tiempo, aunque no sea posible ofrecer respuesta a todos los vanos insertos en nuestra cotidianeidad. Para solucionar esta profunda complicación, pues dejar elementos irresolutos provoca una aversión natural, nació en su día la explicación mitológica.
Desde las narraciones fantásticas y extraordinarias se ha venido ofreciendo réplica a los misterios insondables que nos han venido atenazando. El verbo, como vehículo para la aclaración, nos ha congregado alrededor de la palabra y nos ha cautivado desde el surgimiento del lenguaje articulado. La narración, de giros imposibles y estructuras acogedoras que permiten nuestro propio reconocimiento en proyecciones fantásticas, ha supuesto un cálido refugio para soportar nuestra indigencia existencial. En estas historias aclaratorias de los misterios cósmicos el ser humano siempre ha estado en el centro, pues, con independencia de ofrecer el protagonismo a fuerzas naturales impersonales, seres poderosos e inmortales o divinidades etéreas y alejadas de nuestra rutina habitual, de alguna manera estas fábulas nos han afectado de manera directa o transversal al ofrecer soluciones a las incógnitas que nos acongojan.
Algunas narraciones se han extinguido y son objeto de curiosidad histórica. Otras, por el contrario, siguen entre nosotros y mantienen su frescura para multitud de adeptos. Para muestra las religiones mayoritarias que siguen agitando la sentimentalidad de los pueblos. El mito, por tanto, se mantiene al pie del cañón ofreciendo desahogo para los conformistas que prefieren un relato heredado y placentero. En estas quimeras localizamos respuestas arbitrarias para temas tan variados como la cosmología, la antropología, la organización social e incluso la sexualidad, pues, este último tema parece ser de gran importancia para las confesiones monoteístas. En definitiva, el orden social viene en gran medida marcado por justificaciones extraídas de libros escritos hace centurias. De manera curiosa, y por terminar con este fragmento, estas reconvenciones siempre terminan por establecer la fusión entre espiritualidad y poder.
Por otro lado, nos encontramos la filosofía. Esta disciplina o quehacer se orienta a la descomposición del mito, pues, frente a las elucidaciones imaginativas, procura el empleo de la razón. No siempre atina, pero ha dejado claro a lo largo de su historia su oposición a la arbitrariedad emanada de las mitologías. De hecho, el filosofar siempre ha resultado una actividad sospechosa y no son pocos los mártires de la intelectualidad que han dejado su vida a manos de fanáticos creyentes durante el ejercicio de la reflexión. De manera evidente, el filósofo siempre ha resultado de alguna manera indomable y, por este motivo, ha sido objeto de censura y persecución por todo tipo de regímenes. La verdad incomoda al poderoso, pues suele desestimarla o emplearla de manera parcial para sus intereses particulares.
Las respuestas filosóficas resultan fragmentarias y esto incomodidad dado que preferimos una presentación, un nudo y un desenlace. Es decir, relatos cerrados como los religiosos. Las sentencias mitológicas son mucho más prácticas debido a su carácter absoluto. En los libros sagrados y en las narraciones de sus profetas y sacerdotes encontramos soluciones definitivas mucho más satisfactorias que el nuevo interrogante emanado de la actividad filosófica. La reflexión abre más puertas, establece rutas por las que deambular, pero para lograr las metas debemos emplear la luz intelectual como si de un candil se tratase; de esto sabía algo Diógenes el perro. Caminamos sin apenas luz por la vereda de un bosque y la filosofía es la herramienta que nos permite desbrozar algunos pasajes para alcanzar pequeños claros en los que descansar. El mito es el desierto, no hay más que arena y toda es propiedad de los iniciados y autorizados para la interpretación. El resto deben mantenerse al margen. Es labor filosófica el enfrentarse a este erial para intentar, en la medida de lo posible, revertir el proceso de desertificación intelectual a la que tiende por pereza el humano.
Como ha quedado dicho la mitología sigue entre nosotros, pero la más perniciosa ha cambiado su forma para lograr nuevos adeptos. Hoy por hoy ha tomado la forma de falacia política, pues en no pocas ocasiones esta última ha trocado en religión marcada por el proselitismo sentimental. Ante esta tendencia poco se puede hacer, pero los resortes intelectuales son poderosos y pueden estimularse de la manera adecuada. Para lograr la conversión, como sucediera con Pablo de Tarso, pero en un sentido inverso, necesitamos de toda nuestra capacidad persuasiva y retórica para lograr reverdecer el páramo en el que se ha convertido lo político. Las posiciones pétreas, el estatismo y la sujeción férrea a cuatro presupuestos prefabricados son los obstáculos colosales a combatir.
La nueva mitología ha tomado la forma del bulo y se expande a gran velocidad por las redes sociales y los medios de comunicación ilegítimos (no por su tendencia ideológica, sino por su desvergüenza a la hora de propagar falsedades). Esta nueva naturaleza mitológica nos ofrece toda una serie de interpretaciones y explicaciones para todas las dificultades que nos encontramos. Solo las mentes simples caen ante estas propuestas abanderas por el populismo. Por desgracia, la misma política de tono mítico se ha encargado de desarbolar las posibilidades formativas de una sociedad adocenada por sus dispositivos móviles. El presente, aunque nos devuelva un reflejo perturbador, también supone una miríada de posibilidades para la actividad filosófica, pues, como anunció Edward Said, el intelectual comprometido nunca puede ser orgánico y debe erigirse contra este flagrante abuso. Es, por tanto, labor de la filosofía el acabar con el uso partidista y fabuloso de la información.
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¿ A QUIÉN LE IMPORTA REALMENTE LA POBREZA? by Ana de Lacalle

-Publicado el 26 el Enero en el blog de Ana de Lacalle
A una semana vista del Congreso de Filosofía sobre la Pobreza, tres meses de dedicación y esfuerzo, me surgen algunos interrogantes que exceden lo que es el acto en sí.
Ha sido una iniciativa ciudadana, desde diversos lugares de Latinoamérica y el Estado Español, que se ha ido gestando en un foro filosófico a lo largo de más de un año de trabajo y que ha culminado con el deseo y la inquietud de ampliar el ámbito de reflexión a más ciudadanos del mundo. Además, hemos querido hacerlo presencialmente porque “los cuerpos importan” y, tomo prestada la expresión butleriana para significar que, el hecho de compartir espacio físico junto a los Otros nos une y quizás nos distancia, pero lo que parece evidente es que nos compromete por entero con la presencia y las interpelaciones ajenas. Esta reciprocidad es nuclear porque nuestra voz, no será solo propia, sino que estamos obligados a ser la voz de los que nunca la tienen, a ponernos en su lugar, a dar en el clavo con lo más urgente y relevante, sin perder el horizonte a vislumbrar sobre cómo sería posible una vida fuera de la pobreza para los que están padeciendo esta lacra, que deshumaniza, cosifica y menosprecia a ciudadanos a los que se les niegan sus derechos más básicos.
Bien pues en este gesto de voluntad de diálogo ciudadano hemos constatado la falta de participación de los políticos a los que se ha invitado -o expolíticos-. Todos tenían imposibilidades, es decir otras preferencias políticas que probablemente son más rentables electoralmente, o quizás en algún caso son ciertamente más importantes. No obstante, que los representantes de los ciudadanos no prioricen la escucha activa de los que tenemos que reclamar, cuestionar y denunciar los que legitimamos su cargo, dice muy poco de la auténtica legitimidad y salud democrática. El tema de la Pobreza no es cómodo. Y eso que no son los pobres los que acuden al congreso, porque esos obviamente tienen urgencias más perentorias que la reflexión y el diálogo y seguramente en muchos casos las herramientas culturales para enfrentarse a su propia situación desde una perspectiva teórico-práctico. Es muy significativo que los ciudadanos no seamos escuchados por aquellos que votamos para que nos representen, porque parece obvio que lo que de facto hacemos al votar es cederles poder para que hagan lo que consideren sin atender excesivamente a las demandas ciudadanas.
Sería injusto no reconocer que institucionalmente los poderes políticos entran en cierto diálogo o contraste con entidades, otras instituciones privadas que ofrecen un servicio público, que están mediatizadas por el apoyo económico que el representante de turno político acabará firmando o denegando. En este ámbito se produce lo que, personalmente, denomino politiqueo, es decir pactos implícitos con deudas no declaradas que todos sobreentienden.
Lo que me perturba es ¿Por qué los políticos no se exponen al Ágora democrática directa, de ciudadano a político, sin que medien representaciones institucionales que están en alguna medida “atadas de pies y manos”? No parece que el ruedo les parezca cómodo, porque en este no hay ningún tipo de filtro a priori sobre el contenido de lo que expondrán los ponentes y los asistentes, que acuden todos ellos gratuita y voluntariamente.
Después, claro está, el esfuerzo de que el mensaje del Congreso arribe a las instituciones políticas será un esfuerzo titánico, si es que llega a producirse.
Por su parte, hay medios de comunicación con una diversidad de miras, y que algunos hagan una apuesta por lo que parece ser una lacra que afrontar, admirables -entre ellos quisiera destacar a los medios de comunicación de la ciudad de L’Hospitalet y a Radio Mataró-. Los medios de comunicación con más poder como la televisión pública o privadas, y los periódicos de primer orden no se dignan ni a responder. Quizás porque las gestiones se han realizado mal, también porque comunicar con el quien es un misterio dentro de organigramas complejos, …quizás.
Para concluir el artículo, que no esta comezón que genera rabia e impotencia no resta más que preguntarse ¿A quién le importa realmente la pobreza? Y la respuesta parece obvia: a los pobres, que como tales no tienen voz, a veces ni voto, aunque si lo tuviesen de poco les serviría, y a personas que trabajan día a día -muchos profesionales vocacionales y voluntarios-para ver cómo algunos pueden superar, con apoyo, ese estado sobrevenido que no los define como ciudadanos, ni mucho menos como personas. Así es que, deseando que seamos capaces de que el diálogo del Congreso revierta en una mejora de la situación de muchos ciudadanos, quisiera expresar mi reconocimiento, admiración y gratitud a todos aquellos que dedican su vida, codo con codo, a luchar junto con los que se hallan en situación de pobreza y a no perder la esperanza ante el ninguneo de las instituciones públicas, privadas, ya sean políticas o medios de comunicación que buscan sobre todo audiencia.
Adjunto un relato que forma parte de una novela que muestra un caso ficticio pero veraz que como colofón puede ilustrar estas complejas situaciones de pobreza que suponen una complejidad de la existencia que va mucho más allá de lo económico -aunque este sea el que establece las bases definitivas-
De cómo el trabajo infantil dignifica
Las etapas de la vida son franjas de edad siempre relativas al contexto social y económico. Así, la infancia puede resultar finiquitada con anterioridad en ciertas capas sociales que en otras. Aunque, también es cierto, se puede intentar confundir al infante respecto al sentido de su trabajo prematuro, para que no lo interprete como una necesidad de mediocridad social.
En esta línea, cuando el padre consideró que los hijos tenían edad suficiente para iniciarse en el mundo laboral, les hizo compatibilizar un trabajillo de aprendices con sus estudios. Los candidatos preferentes fueron los dos chicos, que a sus doce años se incorporaron como ayudantes de camarero en un Frankfurt del pueblo. La niña mayor lo hizo, posteriormente, como aprendiz de peluquera con once años.
Para los varones supuso una inmersión rotunda en el mundo de los adultos porque se vieron sometidos a igual exigencia, aunque a menor estipendio. Se acostumbraron a conversaciones propias de hombres malhumorados, mujeres que despotricaban de sus maridos, jóvenes que bebían porque no querían parar de beber, disputas futbolísticas que podían acabar en agresiones, ya que, en una dictadura, aunque fuese decadente, nadie osaba en público tocar temas comprometidos. También aprendieron, porque de eso algo ya sabían, a sisar parte de las propinas, sobre todo el chaval del rostro pícaro que iba enzarzándose en empresas cada vez más “sublimes”. La niña mayor, la que lucía un semblante engañoso, aprendió diversas tareas de peluquería, así como a planchar, y con la experiencia que tenía de su hermana pequeña, se hizo cargo puntualmente de los críos de la jefa. Conoció al marido de la peluquera –que ya existía antes de que Jean Rochefort lo catapultara a la fama. Era un tipo presuntuoso, narcisista y profundamente engreído que se paseaba por el corredor central del salón con la finalidad de ser admirado por todas las clientas –o eso creía él- A las empleadas les repartía guiños a diestro y siniestro, convencido de que esa era la máxima aspiración de estas. En especial de las menores, de catorce y once años, a las que sometía a tocamientos diarios en presencia o ausencia de las demás. La tercera empleada, de veintiún años, mantenía la compostura y seguramente el puesto de trabajo, con un gesto ambiguo. La chica de catorce años parecía divertirse entre risas y carcajadas intentando evitar las zarpas del marido de la peluquera, y la niña de once años no entendía qué estaba pasando, pero se le hacía especialmente hiriente cuando la asaltaba a solas en el cuarto de la plancha. De esta experiencia aprendió a guardar silencio. Adquirió la conciencia de que hay cosas que suceden que no se pueden explicar. Esta, en concreto, no sabía por qué, pero intuía que a sus padres no les gustaría, que tal vez creara problemas en casa y nada más lejos de su voluntad. Así es que se tragó el asco que le producía ese depredador y sintió lástima por la peluquera que siempre la trató bien, desde esa mirada huidiza y triste.
Solo de adulta fue capaz de ponerle nombre a lo que sucedió con el marido de la peluquera.
A. de Lacalle. “Híbrido” Editorial Adarve. 2018. Madrid.
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Una caída que invita a pensar by Jaime Nubiola

El pasado miércoles 11 de enero llovía en Pamplona. Iba caminando a mi trabajo en la Universidad —procuro hacer 11.000 pasos diarios—, protegido con paraguas y un calzado adecuado. Lamentablemente, mientras iba pensando en las personas y los asuntos que iban a llenar mi día, en una bajada de la Plaza de los Fueros me falló un pie, resbalé y cayó todo mi considerable peso sobre el pie izquierdo. Me di cuenta enseguida de que había sido un golpe muy fuerte, pero pensé también que seguía vivo y que no tenía nada roto. Fui recuperándome poco a poco. Como podía caminar y el dolor era soportable, seguí hasta mi despacho.
Al enfriarse la pierna se produjo una notable hinchazón. Como la molestia era llevadera pude dar la primera clase del curso de «Filosofía del lenguaje» y después me fui en taxi al Servicio de Urgencias de la Clínica de la Universidad. Una vez hechas las radiografías, la Dra. Laura Olías me dijo que tenía rotura de peroné, que no requería cirugía, sino inmovilización de la articulación con una férula y escayola durante seis semanas. Añadió que tendría que manejarme con silla de ruedas y muletas durante ese tiempo porque no debería apoyar el pie izquierdo en el suelo.
Llama mucho la atención cómo un pequeño resbalón puede cambiarte tanto la vida. Desde el primer instante vino a mi memoria aquella frase de la filósofa judía Edith Stein: «Lo que no estaba en mis planes, estaba en los planes de Dios» (Ser infinito y ser eterno, Herder, 1986, p. 109). De hecho, tuve que cancelar tres breves viajes previstos para las semanas siguientes y, sobre todo, dejarme cuidar por los demás en mi forzosa inmovilización. Esa frase de Edith Stein —que murió en la cámara de gas en Auschwitz en agosto de 1942— invita siempre a pensar. Mi amigo filósofo Nathan Houser me escribía: «Debo preguntarte, ¿crees que tu pierna rota fue el plan de Dios, como sugieres con la cita de Stein, o fue tal vez el capricho arbitrario del Azar?». Este es el tipo de problemas que han perseguido a filósofos y teólogos cristianos y no cristianos desde hace siglos en torno a cómo conciliar la ciencia, omnipotencia y bondad atribuidas a Dios con nuestras desgracias.
Contesté a Houser evocando la respuesta del papa Benedicto XVI a esta grave cuestión precisamente en Auschwitz en su visita de mayo del 2006: «¡Cuántas preguntas se nos imponen en este lugar! Siempre surge de nuevo la pregunta: ¿Dónde estaba Dios en esos días? ¿Por qué permaneció callado? ¿Cómo pudo tolerar este exceso de destrucción, este triunfo del mal? [...] Nosotros no podemos escrutar el secreto de Dios. Solo vemos fragmentos y nos equivocamos si queremos hacernos jueces de Dios y de la historia. [...] El Dios en el que creemos es un Dios de la razón, pero de una razón que ciertamente no es una matemática neutral del universo, sino que es una sola cosa con el amor, con el bien».
En mi caso personal he podido comprobar el tsunami de afecto que ha suscitado mi caída del pasado día 11, con la fractura y el escayolamiento del tobillo izquierdo subsiguiente. Los alumnos a los que aquel día había dado clase cojeando me agasajaron el miércoles siguiente con una estupenda caja de bombones. El post que subí a Facebook generó más de 300 reacciones y 200 cariñosos comentarios. En la mayor parte de los casos solo pude contestar con un corazón para expresar "Gracias, ¡me encanta!". ¡Cuánto reconforta sentirse querido, quizá más todavía en circunstancias como esta! Me han emocionado en especial los encuentros casuales con colegas y amigos por los pasillos de la Universidad o la desinteresada ayuda de desconocidos ante ocasionales dificultades con la silla de ruedas en mis traslados.
Todo son motivos de agradecimiento. El punto, sin embargo, que quería destacar aquí hoy —además de la permanente invitación a pensar sobre las cosas que nos pasan— es la importancia de dejarse cuidar. Frente a la encendida defensa de la autonomía personal, el dejarse cuidar nos enseña a ser humanos, nos enseña que somos dependientes de los demás: esa es la humana condición.
Pamplona, 24 de enero 2023.
Volviendo al futuro by Jesús Marchante Collado
Llueve torrencialmente, a mares; no importa: a pesar de que el sol haya desaparecido de los cielos de Madrid hace un par de semanas. Es media mañana y me dirijo a una presentación que preveo interesante. Tiene, además, el aliciente, al menos para mí, del sitio donde va a tener lugar la misma: la librería científica de la vieja JAE (junta de ampliación de estudios), a la que, en 1939, tras la llegada de los fascistas al poder en España, después de un fallido golpe de Estado que tuvieron que enmendar con una guerra civil de tres años de duración, como todos sabemos, le robaron el nombre, como a tantos otros lugares, y pasó a denominarse: CSIC (consejo superior de investigaciones científicas). Por cierto, otro de los nombres robados, aún no recuperado, linda con todo este complejo que era la JAE: el Instituto-Escuela (obra realizada durante los años 1931-1933, y diseñada por dos espléndidos arquitectos modernos españoles: Carlos Arniches y Martín Domínguez) llamado también, tras ese triunfo fascista, Instituto Ramiro de Maeztu. Me he “colado” en varias ocasiones para recorrer algunos de los pabellones originales que aún siguen en pie y poder admirar las marquesinas super revolucionarias (para la época) del pabellón de párvulos, diseñadas por el ingeniero Eduardo Torroja: que, mire usted por donde, durante la gran nevada de “Filomena”, aguantaron en pie sin sufrir el más mínimo daño, lo contrario que acaeció al feo pabellón polideportivo construido en los años sesenta del pasado siglo.
Esta mañana, en cambio, voy a penetrar en los dominios de la conocida antaño como: “colonia de los chopos”. No lo hago, desde hace un par de decenios, al menos. En aquellos ya lejanos años, acudí a algunos actos, en la restaurada y renovada: “Residencia de Estudiantes”, lugar por donde pasaron: Federico García Lorca, Luis Buñuel, Salvador Dalí, etc., etc. También participaron en las reuniones que organizaban los residentes la práctica totalidad de la intelectualidad española y un tropel de la extranjera. Los españoles de ahora, aquellos que hayan leído alguna cosa, por casualidad, se quedarían petrificados si supieran cuanta gente importante recalaba en nuestro país y, por supuesto, en su capital, Madrid. España aún no había echado el cierre definitivo: la libertad y el conocimiento no eran considerados peligrosos y nocivos.
No obstante, aunque me entran unas ganas enormes de recorrer todo ese territorio, oteando en la lejanía ciertos edificios, me digo que será mejor dejarlo para después del acto que vengo a presenciar.
Cuando entro en la librería, situada en uno de los pabellones que reestructuró (por encargo del régimen fascista) el arquitecto Miguel Fisac, me doy cuenta, rápidamente, que me he infiltrado dentro de un selecto grupo social: investigadores, filólogos, historiadores, etc. Me siento como una especie de elefante en una cacharrería, o como un gato en un garaje: da igual. Estoy convencido de que no voy a perder el tiempo.
Se presenta la grabación de un nuevo disco a cargo de la Grande Chapelle, que dirige el musicólogo: Albert Recasens. Acudo, no porque conozca a ese grupo musical: mi melomanía no da para tanto. Desafío la lluvia matinal porque, junto a ese musicólogo y director, interviene alguien a quien sigo hace ya algún tiempo: María del Ser, que es doctora y presentadora de “Grandes Ciclos” y “El Jardín de Voltaire”, entre otros programas, en Radio 2 (radio clásica), que es como me sigue gustando llamar a esa emisora de radio nacional.
La voz, en la radio, de María del Ser, no es especial, es mágica, hipnótica. Lo escribo aquí, porque ya se lo he hecho saber a ella, mediante mensajes, a raíz de los programas que realiza. No obstante, no es sólo su voz lo que me atrae: es su enorme erudición, sus reflexiones y comentarios que acompañan a sus retransmisiones. Tiene, además, la enorme virtud de descubrirnos a músicos completamente olvidados o desconocidos; al menos, para mí. Como hace unos días cuando dedicó varios programas al compositor bohemio: Antonín Benda, del que se cumplen trescientos años (casi nada) de su venida al mundo. No sólo me descubre a ese músico, sino también que era el compositor favorito de Dios, es decir: Wolfgang Amadeus. Según relata María, llevaba, consigo, sus partituras a todas partes. El entrañable Wolfgang no podía dejar de escuchar esa música, aún si en la mayoría de las ocasiones era sólo en su cabeza donde la oía.
Otro de esos músicos, que te dejan sin palabras es: Johann Kuhnau, a quien María del Ser deshoja cual margarita. Ella me descubre que era “cantor” en la Iglesia de Santo Tomás, de Leipzig: nada más, y nada menos, que el predecesor en el cargo de un segundo Dios, esto es: Johann Sebastian Bach. Afirma ella qué: “los críticos siempre dijeron que su música era muy inferior a la de su sucesor…” Sin embargo, cuando uno escucha sus composiciones, tiene la tentación de pensar muy distinto a esos críticos eruditos. Sobre todo, por ciertas escalas que aplica al órgano, o al clave, instrumentos, como sabemos, donde brilló Johann Sebastian.
El formato del evento me resulta gracioso. Es, desde luego, absolutamente riguroso. Ella lee su presentación y las preguntas que le hace a Albert Recasens: no deja nada a la improvisación. Lejos de resultar aburrida, esa voz tan particular que tiene ella, como ya he señalado, hace que parezca que no lee los folios que ha preparado. Y no lo es, incluso, porque supera en tiempo ese aforismo tan conocido de Gracián: “lo bueno, si breve, dos veces bueno”. No apetece que acabe con su exposición leída, de la que no se justifica, ¡menos mal! “Qué siga”, me digo hacia mis adentros.
Cuando le toca el turno a Albert Recasens, que no lee, enseguida me doy cuenta que estoy ante alguien, también, muy sabio y metódico. Aún no puedo exprimir una opinión de sus virtudes, o no, como músico: no tengo en mi poder ninguno de sus discos editados por la JAE. Digamos de paso que, la persona que hace la presentación del acto: Lola Josa, una mujer investigadora, pone en valor la enorme labor de edición que viene llevando a cabo, desde hace un montón de años, la antigua JAE. Resalta, como no puede ser de otro modo, la atención particular que ha dedicado a la hora de poner a disposición del público la edición de esa música poética, como se denomina la colección: que atiende a la recuperación de los compositores que más han contribuido a la evolución de la música española de los siglos XVI al XVIII: Cristóbal de Morales, Alonso Lobo, Tomás Luis de Victoria, Carlos Patiño o Juan Hidalgo.
Recasens va respondiendo a las preguntas que le propone María del Ser. Y lo hace, blandiendo un rigor y una seriedad científicas que en mi cabeza no pueden dejar de resonar dos de los autores que más han influido en mí: Karl Marx y Sigmund Freud. Sí, su metodología, según explicita, es tal que, creo estar asistiendo a un acto en algún otro país europeo; en ningún caso, en el mío. El lector, o lectora, puede pensar que exagero; sin embargo, les digo que no. Lo riguroso y lo científico han supuesto siempre una anomalía en nuestro país.
El nuevo disco, que aún no está a la venta, está dedicado a uno de los grandes músicos del barroco español: Carlos Patiño (1600-1675). Ahonda en lo que significó ese período en España: “desde el punto de vista de la música”, acota el musicólogo. En esa corte de Felipe IV, valedora de todos esos músicos y artistas, Recasens nos hace saber que mientras Patiño acude a la “capilla real” situada en el viejo Alcázar, esa música que escucha el rey, también la puede estar escuchando, mientras pinta algún cuadro, Diego Velázquez.
Se nota que el musicólogo es un apasionado de ese período en el que el “contrapunto” fue el método que usaron los compositores para revolucionar la música heredada del renacimiento. Incluso llega a relacionar el siglo XVII con el nuestro.
Bueno, ahí habría mucho que discutir. Tal vez él esté pensando en una de las primeras crisis serias del capitalismo más avanzado (el de los países bajos) que tiene lugar en esa época. Habla, en sentido positivo, de los “afectos”. Tal vez, se olvida de que el filósofo barroco por excelencia, un judío de origen español: Baruch de Espinosa (uno de los padres del materialismo), había acotado en un sentido muy negativo eso de los “afectos”. En la parte cuarta de su Ética, la titulada: “De la servidumbre humana, o de la fuerza de los afectos” en el Prefacio dice: “Llamo “servidumbre” a la impotencia humana (imposibilidad de ser libre, añado yo) para moderar y reprimir sus afectos, pues el hombre sometido a los afectos no es independiente (no tiene potencia propia, sui juris) sino que está bajo la jurisdicción de la fortuna, cuyo poder sobre él llega hasta tal punto que a menudo se siente obligado (coaccionado), aún viendo lo que es mejor para él, a hacer lo que es peor…”
En cualquier caso, más allá de esta pequeña digresión, el musicólogo consigue que salgamos de allí siendo fans de ese Patiño, del que todavía no he podido escuchar su música.
Al finalizar el acto, me lanzo a hacer un recorrido por ese territorio que habla muy a las claras (en sus arquitecturas) de la enorme tragedia, y del desastre que supuso parar abruptamente el tiempo histórico con la sublevación militar y su posterior triunfo, después de tres largos años de resistencia de la democracia republicana española.
Me doy de bruces, enseguida, con el edificio conocido como: “Rockefeller”, en realidad el antiguo instituto nacional de física y química, diseñado en 1932 por los arquitectos: Manuel Sánchez Arcas y Luis Lacasa. Debe su nombre a que la construcción fue financiada por la Fundación Rockefeller. Sánchez Arcas y Luis Lacasa ostentan el mérito de haber sido inhabilitados, de por vida, para el ejercicio de su profesión, por el Colegio de Arquitectos de Madrid. Sánchez Arcas construyó la Central Térmica en la Ciudad Universitaria, y el Hospital Universitario San Carlos. Se tuvo que exiliar, al finalizar la guerra, y participó en la reconstrucción de Varsovia. Luis Lacasa es el autor, junto a Josep Lluís Sert, del Pabellón de España en la Exposición Universal de 1937, celebrada en París. Ese edificio que contenía: “El Guernica” de Picasso o “La Montserrat” de Julio González. Los dos arquitectos recibieron el premio Nacional de Arquitectura en 1932 por el “Rockefeller”. Entro en su “hall semicircular”, bien conservado, como toda la facha exterior, que no me deja nada indiferente.
Querría pasar por alto, pero no puedo, el hecho de que Lacasa colaboró con el NKVD (la policía secreta de Stalin) y con su enlace principal en la guerra de España: Alexander Orlov, en la detención de numerosos dirigentes del POUM (Partido obrero de unificación marxista) y en el asesinato de su secretario general: Andreu Nin. A día de hoy (los antiguos dirigentes del PCE se han negado sistemáticamente a decir el lugar donde están enterrados sus restos), sigue sin saberse su paradero. Diré de paso que, en las milicias del POUM, es donde se enrola George Orwell, cuando llega a Barcelona, para defender la democracia republicana española. De su experiencia en los sucesos de mayo de 1937 (el enfrentamiento entre los estalinistas del PCE, los anarquistas de la CNT y el POUM) nacerán dos de sus libros más importantes: Rebelión en la Granja y Homenaje a Catalunya. Sin embargo, menos conocida es la implicación del escritor español, José Bergamín, en las calumnias contra el POUM y sus dirigentes en un conocido “libelo”, escrito bajo el seudónimo de Max Rieger. No obstante, en el prólogo, utiliza, sin cortarse ni un pelo, su propio nombre, en el año 1938, uno de cuyos ejemplares poseo. El “libelo”, en cuestión, lleva el título de: Espionaje en España: edición especial popular. Les aseguro que el librito no tiene desperdicio.
Sigamos, después de esta digresión que he considerado necesaria, por el recorrido del “campus” de la antigua JAE.
El ladrillo se impone como ornamento fundamental a la hora de proyectar ciertos edificios de estilo racionalista como el descrito anteriormente y en otros anteriores como la famosa “Residencia de Estudiantes”, obra de Antonio Flórez, realizada en 1915. El estilo moderno “neomudéjar” del edificio y las comodidades que ofrecía en su interior, dan buena cuenta del inicio de un período fructífero abortado abruptamente, como ya he señalado, por la victoria en abril de 1939 de los militares sublevados contra el régimen democrático y constitucional republicano.
Sin embargo, lo que me produce cierta hilaridad es comprobar cómo muchos otros edificios dentro de este campus, y en los alrededores de todo el entorno de la JAE, finalizados o realizados inmediatamente después de finalizar la contienda, en 1939, siguen respirando el aire moderno y racionalista de los edificios construidos durante el período republicano. Un ejemplo mayúsculo de esto que estoy afirmando lo constituye el “Instituto de física aplicada Leonardo Torres Quevedo” (1939-1940): situado en la calle de Serrano, justo enfrente del Instituto-Escuela. El arquitecto responsable de dicho diseño fue un tal Ricardo Fernández Vallespín, miembro del Opus Dei (amigo personal de Escrivá de Balaguer) y afectísimo al nuevo régimen fascista.
Y me produce, desde luego, hilaridad, como decía, porque después de que este arquitecto, como otros, proclamen su abjuración del estilo moderno y del racionalismo, van a terminar realizando proyectos “absolutamente” racionalistas y modernos. ¿Por qué?, se preguntará el lector o lectora; muy fácil: porque han sido contaminados por sus maestros republicanos en la Escuela de Arquitectura, y aunque traten de escapar de esa manera de concebir la construcción, caen atrapados (como en una tela de araña) dentro de esa estética tan potente.
Le ocurre algo similar a otro arquitecto de más enjundia, que ya hemos citado anteriormente: Miguel Fisac. Uno de los primeros miembros del Opus Dei, y que también pretende hacer apostasía de la arquitectura moderna. Sin embargo, cuando el régimen del “generalísimo” le encarga, en los años sesenta del pasado siglo, la remodelación y recuperación de lo que queda en la vieja “colina de los chopos”, tampoco puede escapar a esa “poderosa” influencia moderna. Lo atestigua su reconversión del auditorio de la Residencia de estudiantes, prácticamente destruido durante la contienda, en la actual “Iglesia del Espíritu Santo”, cuya fachada lateral hace de mediana con el viejo Instituto-Escuela, De Arniches y Martín Domínguez. Incluso el edificio central del nuevo CESID, construido en 1943 (en cuyo frontispicio, hasta hace muy poco, aún aparecían labradas un sinfín de loas al “Caudillo”, borradas a raíz de la promulgación de la ley de “memoria histórica” que puso en pie el presidente del gobierno: José Luis Rodríguez Zapatero), aun cuando en su fachada exterior, de granito, en la que utiliza ocho columnas de estilo neoclásico, la distribución de las ventanas y huecos en ella, no cabe ninguna duda que beben de aquella estética de la que había hecho abjuración. No obstante, para más inri, cuando entro (por primera vez en mi vida) en sus aposentos, la cosa aún está más clara. La soberbia escalera de mármol verde veteado, o las mismas puertas y otros elementos, cantan que este arquitecto, como el otro, ha sido “contaminado” por esa arquitectura moderna.
Con todo, lo que me emociona (hace muchísimos años que no vuelvo a ella) es recorrer el enorme perímetro de la vieja Residencia de Estudiantes; cuyo pabellón central era denominado, en forma jocosa, por los residentes: “el transatlántico”: un larguísimo balcón corrido de madera situado entre dos espléndidas torres-minaretes que parecen desafiar el mundo. La construcción de ladrillo y madera (neomudéjar) es de una modernidad apabullante, incluso a día de hoy. Esos viejos muros acogieron a Einstein, Stravinsky, Marie Curie y muchos otros. Madrid, desde luego, no era gris.
Cuando estoy a punto de abandonar la “colina de los chopos”, llama mi atención un edificio de un cierto estilo clásico (a base de ladrillo y granito) en uno de los laterales del “campus” central. Miro hacia la puerta y veo un rótulo que reza: “Archivo Histórico Nacional”. No tenía ni idea que esa institución tuviera su sitio en la famosa “colina”. Está ahí desde el inicio de los años cincuenta después de haber sido proyectado, en 1944, por un arquitecto curioso: Manuel Martínez Chumillas. Digo lo de curioso, porque el hombre estuvo adscrito a uno de los faros de la modernidad catalana y española: el GATEPAC (Grupo de artistas y técnicos españoles para el progreso de la arquitectura contemporánea), pero que después tuvo que subsumirse bajo los nuevos cánones clasicistas impuestos por el nuevo régimen. Con todo, el edificio tiene su interés. Decido, también entrar a otear y ver qué se puede hacer en ese archivo. El interior es elegante y acogedor. Me sorprende, al solicitar información, que sea tan fácil poder hacerme un carné de investigador en el que poder escrutar legajos históricos: pequeñas joyas que daría miedo tener entre las manos. La persona de seguridad, que hay en la entrada, me anima a volver (al día siguiente) y hacerme el susodicho carné, porque ya es un poco tarde: casi las tres.
Abandono todo ese maravilloso paisaje arquitectónico y natural con la idea de volver al día siguiente a los aposentos del mencionado archivo.
Ya en casa, en mi ordenador, buceo mínimamente para saber qué tipo de fondos puede albergar dentro de sus muros. Mi interés va sobre el período republicano y todo lo que tenga que ver con él. Encuentro que cuentan con el archivo privado del antiguo presidente de la República Española en el exilio: Diego Martínez Barrio y también con el archivo del presidente del Gobierno en ese exilio: José Giral.
Mi cabeza bulle completamente excitada. Tengo claro que al día siguiente mis pasos van a guiarme hasta el edificio de Martínez Chumillas.
Mientras con extrema amabilidad me hacen el carné, vengo a saber que éste me va a permitir acceder, sin ningún obstáculo, a los archivos de Salamanca, Alcalá de Henares, Valladolid, y otros. El de Salamanca (que contiene todos los archivos de la memoria histórica y más) está en mi ojo de mira.
Hecha la acreditación, me pasan a la sala de lectura y manipulación de los documentos históricos (una vez que me he despojado, obligatoriamente, de la prenda de abrigo, de cualquier tipo de herramienta de escribir, de todo tipo de cuaderno para tomar apuntes e, incluso, de la funda de las gafas), donde me atienden, otra vez, con una delicadeza y amabilidad que me sorprenden. No tengo ni idea de cómo moverme en esta institución; no importa, me guían de manera sencilla. Sólo podré consultar aquellos documentos que no estén digitalizados: estos se pueden ver directamente en la pantalla de los ordenadores que el archivo histórico tiene desplegados por la sala. En ellos, visualizo la carta de renuncia del presidente de la República: Manuel Azaña (ya desde su exilio, en Francia, en los últimos momentos de la guerra, el último día de febrero de 1939). Sin embargo, compruebo que los “papeles” de Martínez Barrio no están digitalizados y, por lo tanto, puedo pedirlos para poder echarles un vistazo. Con mucha atención, apunto en una de las hojas en blanco, con uno de los lapiceros, que pone a disposición de los investigadores la institución, la signatura de esos documentos. Espero unos minutos, algo nervioso, en la mesa que se me ha asignado, a que los empleados me traigan dichos legajos.
Enseguida me llegan una especie de archivadores (un total de tres) cuyo contenido está perfectamente atado con cintas de tela blanca. Abro el primero de ellos. Dentro, varias carpetas nuevas, también blancas, contienen esos preciosos y delicados documentos. Enseguida soy consciente de que estoy entrando (por un agujero, el de Alicia, quizá) en la historia reciente de mi país. Trato, con mucho escrúpulo, de hojear los folios (muchos de ellos de papel cebolla, de distintos colores) donde aparecen un sinfín de alegaciones y el detalle preciso, desde finales de los años cuarenta y principios de los años cincuenta, de las cuentas del gobierno de la República y de todas sus instituciones. Descubro, no sin cierto asombro, el funcionamiento preciso de todo ese entramado oficial.
Se llevan a cabo reuniones del congreso de los diputados; reuniones de los distintos ministerios; viajes del mismo presidente de la República o del presidente del Gobierno de ésta. Observo las asignaciones metálicas que se hacen a la Generalitat de Catalunya o al Gobierno de Euzcadi, que siguen funcionando institucionalmente. Me impresiona comprobar, a medida que voy hojeando la documentación, que el gobierno republicano en el exilio (primero en Francia, y después en México) funcionaba a pleno rendimiento como lo hacía en España antes de que la dictadura del general Francisco Franco se adueñara del gobierno de nuestro país.
Veo la disponibilidad, en esos momentos, de fondos con los que contaba el Estado republicano: en USD, y en oro de esa misma moneda; en FRF y FRF, también en oro; en libras esterlinas, en CHF suizos; también en pesetas españolas. Se abren cuentas a nombre de personas concretas. Una de ellas, resuena en mi cabeza cuando leo su nombre: Nicolau d’Olwer. Personaje poco conocido dentro del gobierno de la república; si bien, fue ministro de Economía Nacional o Gobernador del Banco de España, además de diputado por el partido de: Acció catalana republicana. Decía que su nombre vibra, en cuanto lo veo escrito, en mi cabeza, porque me retrotrae a cuando yo era poco más que un adolescente, y le daba la murga a mi abuela materna con esos asuntos históricos. Curiosamente ella, recordando ese período, sacó a la palestra el nombre de ese diputado. Ahora, tantos años después, cuando veo reflejado ese nombre, puedo incluso volver a escuchar, dentro de mí, la voz de mi querida abuela, de la que aprendí tanto, hablándome con cierto énfasis de aquel período.
Me emociona ver esos folios con el logo del escudo republicano, y debajo: República Española. Aparece marcado, en muchas ocasiones, el negativo que, el paso del tiempo, han dejado los clips que sujetaban esos papeles. El óxido de esas marcas aparece delante de mis ojos. Me llama la atención que la palabra: República, aparezca siempre sin acento. Sólo a partir de 1952, comparece acentuada en todos los folios donde aparece dicha palabra.
Ya he dicho que hay una continuidad del Estado republicano en todos los sentidos: Congreso de los diputados, Mesa de las Cortes y Diputación permanente de las Cortes y los correspondientes gastos reservados; no sólo. Puedo leer la relación, en 1.946, de las legaciones y consulados que mantenía el gobierno republicano español en el exilio: México, París (agencia oficiosa), Belgrado, Bucarest, Varsovia, Praga, Sofía, Suecia, Noruega, Dinamarca, Austria, Venezuela, Guatemala, etc.
Esa continuidad del Estado que preconizaba Martínez Barrio en 1.948, llega a producirse de manera honoraria, gratuita, cuando los fondos del gobierno republicano desaparecen casi por completo. Diversas personas ( “pigmeos trepa-muros”, los denominaba Negrín en 1.947) se apropian de los bienes del Estado republicano y no los hacen llegar a éste, jamás.
Aún en 1.950, se puede leer esta nota de Martínez Barrio: “la desasistencia casi universal con que nos distinguen los Estados y pueblos democráticos, que en materia de ayuda económica se conducen para con la R.E. (república española) con la misma indecisión y desgana de que dan muestra cuando de resoluciones de carácter político se trata…”
Cierto es que, los dirigentes republicanos, no perdieron nunca la esperanza, hasta, incluso, ya entrada la década de los años sesenta, en que las democracias europeas acabarían interviniendo y desalojando al dictador de España. Vana ilusión, como ya sabemos. No obstante, hojeando todos estos papeles, no quiero dejar de señalar la enorme entereza y la conciencia que tenían todos ellos sobre el siguiente hecho: que lo que el pueblo español había votado en las últimas elecciones democráticas celebradas en febrero de 1936, y todo ese legado de la soberanía popular, había que protegerlo más allá de las fronteras que había cerrado a cal y canto la dictadura. Pienso que, aún hoy, no hay una conciencia exacta del importantísimo papel que jugaron todas esas personas que seguían representando, en condiciones muy duras, al pueblo español.
Una última cosa que quiero señalar, leyendo parte de esos papeles. En marzo de 1.935, todas las derechas españolas (la C.E.D.A., de Gil Robles y otras), todas extremas, como en nuestros días, trataron de reprobar a Manuel Azaña, en dos sesiones parlamentarias, acusándolo de haber vendido un cargamento de armas a los socialistas revolucionarios de Asturias. Todo eso quedo en agua de borrajas y Azaña salió reforzado. Lo curioso (y es lo que quería señalar), es que el 21 de marzo de 1.935, José Antonio Primo de Rivera, desmarcándose de toda la derecha y de los derechistas, pronunció un discurso (para asombro de esa parte del hemiciclo que trataba de tumbar a Manuel Azaña) en el Congreso de los Diputados, en defensa del político de Izquierda Republicana.
La fotografía de la izquierda, da cuenta del famoso “transatlántico” de la vieja Residencia de Estudiantes. Edificación neomudéjar y modernísima proyectada por Antonio Flórez en 1.915. Me produce alegría ver que todavía sigue en pie.
La fotografía de la derecha, es una instantánea del “Instituto de física aplicada Leonardo Torres Quevedo”, el edificio diseñado por el opusdeísta y afecto al régimen: Ricardo Fernández Vallespín. Se puede apreciar, sobre todo en la torre, cuyo perímetro lo recorre un larguísimo ventanal rectangular perpendicular, la estructura racionalista del edificio. Las ventanas apaisadas (otra característica de ese tipo de arquitectura) de la fachada derecha, dan buena cuenta de eso que estoy diciendo. En definitiva, todo ese enorme conjunto, no debe nada a los postulados estéticos del nuevo régimen dictatorial.
~ ¿Vives o sobrevives? by Adriana Balderas

Que la gente sepa que vivir es bueno, que la vida no es mala cómo nos la han mostrado y que es responsabilidad de cada uno buscar la propia felicidad sin complacer a otros de lo que quieren de nosotros.
Para muchos es fácil decir a alguien que lo está intentando y que ha logrado mejorar haciendo cosas diferentes con frases de "eso todos lo pueden hacer", a modo de crítica. Pero ¿Es verdad? ¿Pueden hacerlo? ¿Realmente todos se esmeran para hacer un cambio? ¿Todos pueden hacer lo que tú haces?
A veces los comentarios más desanimados son de personas que siempre quisieron hacer algo y ni siquiera lo intentaron, terminan por proyectar sus frustraciones en lo que los demás si pudieron y quisieron hacer. Tal vez eso sea una parte del éxito. Hacer las cosas y no procrastinar.
Existe un dicho que dice:
“Yo no sé exactamente quién va a llegar al éxito, pero sé distinguir quien va por buen camino”, la cuestión es que la desesperación de ver milagros nos vuelve ansiosos en la intriga de la espera, y ahí es cuando se pierde la conexión de lo que es hoy y lo que quieres en la vida.
De mi lado, sigo insistiendo que el éxito no es lo que portas ni las vistas ni los likes, sigo desechando esa idea de que el milagro es ese coach en auto deportivo contando billetes frente a una cámara diciéndonos qué hay que hacer.
¿Aún sigues creyendo que el éxito es lo externo? ¿Qué estás haciendo por ti y cómo está influyendo a tu alrededor? ¿Sólo ves por ti? ¿Qué incluye tu misión de vida realmente? ¿Qué aportas sin ego?
Algunas preguntas que responder en la sinceridad de tu soledad.
Adriana Balderas.
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