Viaje Literario: Camilo Sánchez, la viuda de Van Gogh by Pina Bertoli
La viuda Van Gogh, de Camilo Sánchez, Marcos y Marcos 2016, traducción de Francesca Conte, ilustración de portada de Lorenzo Lanzi (Edición en Español Link)
“Theo no quería hablar de la agonía de Vincent. Apenas me dijo que parecía tranquilo, en el ataúd levantado sobre la mesa de billar de la posada Ravoux. Y que había sido una buena idea haber expuesto algunos de los últimos trabajos en torno a su flamante cadáver. Me las arreglé para reprimir la broma despiadada que se me había pasado por la cabeza: que finalmente había logrado conseguir su primera exposición individual. Me quedé en silencio y Theo se fue a dormir. Han pasado seis horas desde que durmió su primer descanso prolongado sin su hermano en el mundo”.
Theo no quería hablar de la agonía de Vincent. Apenas me dijo que parecía tranquilo, en el ataúd levantado sobre la mesa de billar de la posada Ravoux. Y que había sido una buena idea haber expuesto algunos de los últimos trabajos en torno a su flamante cadáver. Me las arreglé para reprimir la broma despiadada que se me había pasado por la cabeza: que finalmente había logrado conseguir su primera exposición individual. Me quedé en silencio y Theo se fue a dormir. Han pasado seis horas desde que durmió su primer descanso prolongado sin su hermano en el mundo.
La viuda Van Gogh, de Camilo Sánchez, Marcos y Marcos 2016, traducción de Francesca Conte, ilustración de portada de Lorenzo Lanzi
La historia viene de Johanna van Gogh-Bonger, esposa de Theo Van Gogh y cuñada de Vincent, protagonista de la novela de Sánchez: la mujer que entregó la obra del más grande y querido artista a la historia del arte y a toda la humanidad visionaria de la modernidad. La viuda Van Gogh, viuda de ambos hermanos porque si es cierto que era la mujer de Theo, también lo es que era ella quien coleccionaba las obras de su cuñado como y más como podía haberlo hecho una mujer. Por Vincent su cuñado y por Vincent su hijo, para que no se perdiera el inmenso patrimonio creativo que el artista Vincent supo concebir y crear.
La muerte de Vincent arroja a su hermano Theo a un estado de postración del que no podrá recuperarse: de hecho, apenas seis meses después de la pérdida de su hermano, Theo también muere. El suyo era un vínculo fuerte, visceral, y Theo, que ayudó a su hermano en todos los sentidos durante su vida, estaba desgarrado por la idea de no haber podido salvar a su hermano y por el deseo de demostrar a todos el valor del trabajo. del artista que para la mayoría de los críticos -en ese momento- era sólo un loco.
Johanna es testigo de la agonía de su esposo y trata de ayudarlo a sanar; ella también cree que la obra de Vincent -con quien pasó solo cuatro días juntos en su casa de París, y a quien nunca volvió a ver- debe ser preservada y valorada y guarda cuidadosamente los cientos de lienzos enrollados y apilados en casa, tratando de ordenarlos y empezar a enmarcarlos; sin embargo, también le preocupa la salud de su joven esposo, padre de Vincent, su hijo de pocos meses. Desafortunadamente, nada puede salvar a Theo; solo le queda a Johanna comenzar una nueva vida, regresando a Holanda, primero con sus padres, y luego a Bussum, un pequeño pueblo a veinte kilómetros de Ámsterdam, donde, con la ayuda económica de su padre, compra Villa Helma, transformando convertirlo en una posada y empapelarlo con las extraordinarias obras de su cuñado.
Johanna es consciente de la importancia de avanzar por el buen camino, de proponer las obras adecuadas en el momento adecuado: las conoce bien, y en la intimidad de su hogar las observa mientras lee las más de seiscientas cartas que Vincent y Theo han intercambiado a lo largo de los años. Ella entiende lo importante que es para ella conocer el alma de Vincent para poder dirigir sus esfuerzos en la dirección correcta. Y al hacerlo, descubre una personalidad que conocía superficialmente y se sorprende por muchos aspectos, como la poesía que impregna los escritos de Vincent, las descripciones de las pinturas, sus reflexiones sobre el uso del color; según ella, bien podría haberse convertido en poeta, si no se hubiera embarcado en el camino del arte. Esto es lo que anota en su diario:
Dejar las confesiones a un lado y aísla los pasajes donde aparece. Completamente abierto a las emociones y crea, casi sin darse cuenta, textos de inmenso valor poético. Cuando describe un cuadro, propio o ajeno, y lo vive con palabras, Van Gogh es un escritor formidable. Dice, por ejemplo, para describir un dibujo de mineros:
Arbonai / hacia la mina / en la nieve / a lo largo de un camino / bordeado / de un asedio de espinas: sombras pasajeras / apenas se distinguen / en declive / de la civilización
“Escribo como quien saca un pie de las sábanas y se cobija mientras duerme, para mantenerse a flote en medio de la noche. Para encontrar el camino de regreso de un sueño”.
Su esfuerzo por recuperar su independencia económica también surge en el diario; además, transcribe sus impresiones a medida que avanza en la lectura de la correspondencia entre los dos hermanos Van Gogh y anota sus elecciones para encauzar los esfuerzos encaminados a dar a conocer la obra de su cuñado. A través de estas páginas comprendemos las relaciones familiares tanto con sus padres y con su hermano André, como con las hermanas Van Gogh, en especial con Willemina, feminista emprendedora y admiradora de la obra de su hermano Vincent.
Aquí Camilo Sánchez nos regala una novela verdaderamente intrigante, testimonio del esfuerzo de esta extraordinaria mujer sin la cual hoy quizás no conoceríamos la obra de Van Gogh; lo hace alternando la narración con el relato en primera persona: un desvelamiento que viene de la propia Johanna y que la autora ha sabido armar y hacer creíble, a través de un enorme trabajo de estudio y lectura de todo lo relacionado con esta mujer.
Johanna siempre ha llevado un diario, al que confía sus pensamientos y reflexiones relacionados con la vida familiar -con pensamientos delicados dirigidos a su pequeño hijo y su crecimiento- y su denodado esfuerzo por ayudar a su marido durante su enfermedad. Son momentos duros, dolorosos, y escribir la ayuda a resistir:
Sánchez abrió con citación
Un personaje, el de Johanna, bien perfilado, que el lector va conociendo poco a poco, a través de sus palabras y de lo que hace: su vida íntima y familiar, su capacidad para superar la enfermedad y la muerte de su marido, su papel de madre y la gran entereza que, unida a una determinación igualmente increíble, la hacen capaz de hacer justicia a la obra de su cuñado.
El libro se despide justo cuando Johanna obtiene sus primeros éxitos de crítica y público, a través de las exhibiciones de las obras de su cuñado: y en realidad es sólo el comienzo, ya que el corpus total aún está por exhibirse. Como sabemos por la historia de su vida, logrará con creces su propósito: entregará al mundo las pinturas, dibujos y cartas y allanará el camino de un futuro lleno de satisfacciones para el tercer Vicente, su hijo, que participó en la construcción del museo de Ámsterdam dedicado al pintor, donde hoy se conservan más de 250 cuadros, 500 dibujos y acuarelas y más de 700 cartas. ¡Imprescindible para cualquiera que visite Ámsterdam!
Camilo Sánchez nació en Mar del Plata y vive en Buenos Aires. Periodista y poeta, ha colaborado con los más prestigiosos diarios argentinos –desde «Página 12» pasando por «Clarín» pasando por «Ñ»– tanto como editor como escribiendo reportajes de todo el mundo. Actualmente dirige «Dang Dai», una revista de intercambio cultural entre Argentina y China.
Mientras miraba un documental de la BBC, le llamó la atención una imagen de Johanna van Gogh-Bonger, mencionada fugazmente como la custodia de las pinturas y las cartas; durante una larga estancia en Nueva York, recorriendo museos y bibliotecas, descubrió su papel fundamental, nunca contado, en la defensa del olvido de la obra de Van Gogh. Era la historia que Sánchez esperaba para su primera novela, La viuda de Van Gogh: una homenaje al extraordinario pintor que murió solo, se suicidó, ya la mujer que luchó por hacerlo inmortal como artista.
Viaje Literario: Australia, Picnic en Hanging Rock by Pina Bertoli
Ignorada durante mucho tiempo por el panorama literario internacional, la literatura australiana, al igual que la literatura neozelandesa, se ha extendido más allá de sus fronteras geográficas desde los últimos veinte años del siglo pasado tras la concesión del Premio Nobel de Literatura por parte del australiano Patrick White (1973). Y gracias a la fama internacional adquirida por novelistas pertenecientes a la siguiente generación como David Malouf, Peter Carey y Tim Winton.
El año 1988 representó un momento significativo en la historia del continente australiano, la fecha del bicentenario del asentamiento británico en la colonia de Nueva Gales del Sur, y marcó también un punto de inflexión para la cultura australiana que, traspasando sus fronteras geográficas, se proyectó hacia una internacionalización más decisiva. No es casualidad que en 1988 el escritor Peter Carey ganara el premio literario inglés más prestigioso, el Booker Prize, sellando esta difusión literaria de Australia en el mundo. (Sugiero leer el ensayo completo, de la autora Serena Baiesi, que recorre en profundidad la historia literaria de este continente).
Una de las novelas que muchos han conocido sobre todo a través de la película del director australiano Peter Weir (que firmó, entre otras, Dead Poets Society y The Truman Show, además de Master and Commander), es Picnic at Hanging Rock, de la escritora Joan lindsay
La novela descansa sobre la poderosa dicotomía entre naturaleza y cultura. La trama narra el viaje de una clase de alumnas del aristocrático colegio femenino Appleyard -cerca de Melbourne- a Hanging Rock, un grupo de rocas volcánicas con vistas al estado australiano de Victoria, el día de San Valentín. Estamos a principios de 1900 y algunas de las chicas protagonistas, frustradas por una cultura rígida y respetable y castigada hasta en la ropa, son irresistiblemente atraídas por el insondable misterio de la naturaleza y se pierden en ella para siempre. Incluso los relojes se detienen: la naturaleza se traga la cultura, el mito se traga la historia, la eterna sucesión de amaneceres, atardeceres y estaciones trastorna el transcurso cronológico regular del tiempo.
También en la década de 1970, una serie de televisión basada en la novela de Colleen McCullough The Thorn Birds causó sensación; aunque sigue siendo el libro más vendido en Australia, personalmente no lo aprecié del todo.
Los decanos de letras australianas son Henry Lawson y A.B. Banjo Paterson.
Henry Lawson es uno de los escritores del período colonial. La mayoría de sus obras se centran en la estepa australiana, como la desolada “Past Carin'”, y algunos lo consideran el primero en ofrecer una visión precisa de la vida en Australia tal como era en ese momento.
Andrew Barton-Paterson, conocido como “Banjo”, fue poeta y periodista. Escribió muchas baladas y poemas sobre la vida australiana, centrados principalmente en el entorno interior del interior. Sus obras presentan una visión idealizada y romántica del campo australiano y sus habitantes, vistos como héroes que se enfrentan con valentía a las penurias de ese entorno. Esta visión ciertamente también estuvo condicionada por los sentimientos fuertemente nacionalistas de Paterson.
En las nuevas generaciones destacan Tim Winton y Doris Pilkington
Reseñas: Tarzán de los monos de Edgar Rice Burroughs. by Paula Emmerich
Un libro excitante hasta que el autor domestica al hombre-mono
La primera parte del libro es una excitante y coherente narración de eventos extraordinarios: la llegada de los Clayton (los padres de Tarzán) al continente africano después de una desafortunada travesía; el nacimiento del niño y la muerte de los padres; la adopción y crianza del niño por una mona; el desarrollo de increíbles habilidades del hombre-mono; su lucha por el dominio de la selva… Estos capítulos están escritos con tal vigor y suspense que crees ser testigo presencial de aquella realidad asombrosa de contiendas desgarradoras entre fieras y el hombre-mono, de situaciones de supervivencia y de proezas físicas y mentales.

Y así como la musculatura, la inteligencia y las habilidades de Tarzán son formidables, todo en la narración resulta de impactante fuerza… hasta que la historia se derrumba, porque lo que habíamos pasado por alto para mantener en vivo el mito de Tarzán alcanza el extremo de lo inverosímil y se rompe el sueño en el que estábamos sumergidos.
***Spoiler Alert***
Empecemos por lo sencillo. Tarzán aprende a leer y escribir por sí mismo como un competente maestro: Tarzán lee libros y cartas en inglés a la perfección (aunque no habla el idioma). Pude haber pasado por alto este aprendizaje fantástico, pero, cuando el hombre-mono empieza un proceso acelerado y absoluto de domesticación, ya no pude creer en la fábula. El autor convierte a Tarzán en un caballero francés de la noche a la mañana con el único fin de propulsar el romance entre Tarzán y Jane.
Una pena, porque por ¾ partes lees con excitación, aceptando con gusto, asombro y curiosidad el mito del hombre-mono y de sus habilidades asombrosas… Y al final te das de narices con un romance ordinario. Lo interesante hubiera sido ver cómo procede el romance de la jungla, entre el salvaje y la mujer civilizada, cuyo encuentro inicial es narrado con extraordinaria fuerza. Igualmente, lo interesante hubiera sido ver el proceso ―exitoso o no― de adaptación del Tarzán primitivo, verlo debatirse emocional y mentalmente entre su jungla y el mundo civilizado. Pero el autor acelera el proceso y se pasa por alto cuestiones fundamentales.
Otro tema que me ha incomodado es el racismo. Ahora, si tuviéramos que quemar los libros de los siglos pasados que exhiben algún «ismo», no quedaría literatura alguna, así que suelo tolerar estos sesgos. Sin embargo, en esta oportunidad, es un racismo tajante. Rice Burroughs nos muestra una villa de africanos salvajes, caníbales, incompetentes y supersticiosos, y a un Tarzán que les roba, los mata y los humilla, pero que es presentado como superior.
Es cierto que el autor menciona que los aldeanos huían de la mano cruel e inhumana de los belgas y pinta a algunos de los personajes europeos como seres de la peor calaña; sin embargo, la esencia de su racismo es este: Tarzán, criado por monos agresivos y caníbales, fue presentado como superior en inteligencia, ética y espíritu sobre aquellos aldeanos africanos, y nadie en la comunidad lo hizo sentir «humano». Tarzán descubre su identidad humana con el hombre blanco.
A mi modo de ver, el problema principal del libro es que, entre las escenas de excitante acción y los momentos de reflexión del súper héroe, parecían vislumbrarse los grandes temas de la naturaleza ambivalente del hombre y de la posible victoria del raciocinio y de la compasión humana sobre la bestia; sin embargo, estas cuestiones quedan enmarañadas y degradadas con la idea de la superioridad europea (con una predilección por la cultura inglesa). Y, hacia el final, el autor abandona la aventura de la selva, la que había sido la fuente principal de nuestra excitación y asombro, y nos escribe un cliché romántico, civilizado, raudo e inconcluso. Aparentemente, lo hizo para que continuemos la lectura de la serie (incluye veintitantas novelas más). Sin embargo, el desenlace absurdo y artificial de la obra original no me llama a proseguir.
La obsesión por los muertos en estupendas obras de arte — By Aldana Muñoz

Óleo sobre lienzo, 83 × 66 cm
Firmado en el ángulo inferior izquierdo: «J. Solana» Inscripción en rojo al dorso, en el bastidor: «El espejo de la muerte»
Desde Dante hasta Lovecraft, nuestra pasión por las cosas ocultas siempre ha sido un tema recurrente en cualquier expresión artística. Esto se debe quizá a que el humano es un ser curioso por naturaleza; siempre está allí buscando algo nuevo o una explicación para todo lo que se le ponga enfrente, esa cualidad muchas veces le ha impedido la posibilidad de dejarse sorprender por las cosas del universo.

Tal y como si se tratase de frutas sobre una mesa, estas calaveras apiladas representan una especie de naturaleza muerta. La imagen monótona que Cézanne tenía sobre la vida, hacía que su interés se volcara hacia la muerte, es por ello que constantemente veremos en su obra muchas alusiones hacia esta msiteriosa transición.
A pesar de los esfuerzos del hombre por abarcar todos los campos del conocimiento y la naturaleza, existe un misterio que hasta nuestros días nadie ha podido develar: la muerte. Esta etapa de la vida en la que dejamos atrás nuestro ser corpóreo ha fascinado a miles de intelectuales a lo largo de la historia de nuestro planeta; todo mundo se pregunta qué hay después de la muerte y sin embargo nadie ha podido descifrarlo.

El hombre niega que la muerte sea el final de todo. Los antiguos aztecas creían que la muerte era sólo el paso hacia otra dimensión en la que los seres humanos tenían la posibilidad de mantener contacto directo con los dioses; es por eso que esta fase del ciclo vital era tan celebrada por nuestros antepasados. Es por eso que los cráneos, como representación definitiva de la muerte, tenían gran importancia en las sociedades prehispánicas tanto como para ser retratados con los materiales más preciosos que ofrecía cada región.

La postura del pueblo mexicano frente a la muerte nunca ha sido negativa y eso es lo que Posada quiere remarcar en su grabado. Pintar a la muerte como alguien bello y sonriente nos da esa paz que necesitamos en aquellos angustiantes momentos en los que pensamos en nuestro fin como algo inminente. Esta obra hace que queramos abrazar a esta señora tan elegante aunque en ello se nos vaya la vida.
Todas las culturas alrededor del mundo han tenido su propia visión de la muerte; este concepto depende directamente del contexto en el que se genera. Muchas de estas ideas además de estar plasmadas en libros y tratados sobre el tema, también se encuentran retratadas en obras de arte cuyos personajes principales son cráneos que nos recuerdan con una amable sonrisa la fragilidad de nuestra existencia.

La pintura que se encarga de representar a la perdida del hálito vital no podría estar completa en su paso por la historia si no encontrara en algún cuadro la posibilidad de mostrar fielmente el lamento, la tristeza y el dolor que le embargan.
«El hombre que no percibe el drama de su propio fin no está en la normalidad sino en la patología, y tendría que tenderse en la camilla y dejarse curar”. (Carl Jung)

Ni siquiera el arte contemporáneo se salva de tener a la muerte como uno de sus protagonistas más entrañables. En esta pintura de Mark Ryden podemos ver la manera en la que la muerte es retratada: ya no es esa figura macabra y acechante a la que estábamos acostumbrados sino que es incluso una especie de amiga cuya llegada esperamos con ansias.
Arte: André Butzer En el Museo Thyssen-Bornemisza by Francisco Bravo Cabrera
Bueno, se dice que este artista alemán, (Stuttgart 1973), es un expresionista, y que se nutre del arte pop y del comic. Es posible y acepto esa explicación, hasta cierto punto, pues me parece que su mayor influencia es del comic y menos la del expresionismo, pero bueno, ahí lo dejo. Sus cuadros son muy infantiles, pintados, a mi juicio, al lo naif, utilizando principalmente colores primarios probablemente sacados directamente del tubo. No creo que haya tenido que pensárselo mucho, este pintor alemán, para pintar un cuadro y ni siquiera se ha tenido que currar el titulo ya que a la mayoría le pone “Sin titular.”
Pero bueno, el Thyssen-Bornemisza expondrá 22 de los cuadros de Butzer, en cuatro salas, y también presentará…a la venta, supongo…un libro, de la editorial Taschen, de 400 páginas que narra la evolución de la obra de este artista comenzando en la década de los 1990 y llegando hasta el presente. El libro supuestamente explora como usa la fuerza del color.
Algunos, por ahí en el “mundo del arte” han llegado a decir que Andre Butzer es el pintor que ha logrado la fusión del expresionismo europeo con el pop art Americano. Me parece un planteamiento un poquitín optimista. Personalmente no lo veo así. Vosotros lo veréis ya que la expo será hasta el próximo 10 de septiembre 2023. Esta es, sin ser otra cosa, la primera retrospectiva de Butzer en un país que no fuera el suyo. El curador es el director artístico del museo, Guillermo Solana que para esta exposición ha colaborado muy cercanamente con los del atelier particular del artista.
La exposición incluye dos obras que recientemente fueron añadidas a la colección de Blanca y Borja Thyssen-Bornemisza: “La lámpara mágica” (2010) y “Sin titular” (2022).
Los mandamases y la maestra by Carmen Romeo Pemán
Las fragolinas de mis ayeres.
A mi madre y a todas las maestras que han pasado por El Frago.
Aquella tarde estaba jugando al guiñote con el maestro, contra el secretario y el veterinario. Durante la partida, en el café de Rosendo, no se habló de otra cosa. De doña Filomena, la nueva maestra. La tercera en lo que iba de curso. Eran todas iguales, unas postineras. Pero esta, además de joven y presumida, era una sabelotodo que se enfrentaba al lucero del alba. Y eso yo no lo podía permitir en un pueblo de orden y la mandé llamar.
—¡Buenos días, doña Filomena! No tenga miedo que no le voy echar ninguna regañina.
—¡Buenos días, mosén! La verdad es que no sé por qué me ha llamado.
Me llamó la atención la calma con que me respondió.
—Pues verá. Me parece que no presta mucha atención a la enseñanza religiosa.
—No se confunda, mosén. Yo soy creyente y rezo con las niñas que quieren.
—Pues a eso voy. En religión hay que obligar. Estas libertades pueden traernos libertinajes.
—Yo… yo creo que si les damos un poco de libertad sus creencias se harán más fuertes.
—Espero que me haga caso. Además, le guardo mismo regalo que a las maestras anteriores. —Me giré hacia la mesa de la sacristía y tomé dos libros—. Aquí tiene El Año Cristiano y Flos sanctorum para lecturas de clase.
Antes de seguir con el asunto, me callé un momento. Esperé a que el veterinario, el maestro y el secretario levantaran la vista de las cartas.
Les conté cómo, aquella misma mañana, me había rechazado los libros. De forma altanera me dijo que solo ella se ocupaba de los asuntos de la escuela. Pero yo no lo tomé a mal, que el confesonario me había enseñado mucho en eso de la soberbia de las mujeres. Es más, para ver si la traía a buenas, a media mañana me acerqué a la escuela con La perfecta casada de Fray Luis de León. Y delante de las chicas me dijo que no pensaba leer ese panfleto.
En ese momento todos dejaron las cartas encima de la mesa. Y el maestro, que había notado que la nueva maestra solo tenía ojos para el médico, se animó.
—No llevaba aquí ni dos días cuando los chicos ya me dijeron que no querían rezar. Y uno de los pequeños fue el que se atrevió a decirme que la maestra había colgado un crucifijo pero que ella no rezaba ni obligaba a las chicas.
—Esto es motivo para echarla del pueblo —exclamó el dueño del café desde el mostrador.
Yo, como si no lo hubiera oído, seguí con mi cantinela.
—A mí no me la pega. Que cuando le he preguntado por qué se había llevado el crucifijo en la cartera y no lo había dejado en la escuela, me ha contestado: “Es que no quiero que se manché con el hollín de las paredes de ese antro que me han asignado como escuela. Además, en mi casa estará mejor guardado”.
Respiré un poco para ver las caras. Se estaba caldeando el ambiente, y seguí:
—Pues yo sé de buena tinta que los masones arramblan con las vírgenes y santos. Así que igual estaba metida en el robo del Niño Jesús de Praga, que acababa de desaparecer de la iglesia.
Al oír esto el veterinario y el maestro, que iba de pareja conmigo, se santiguaron.
—Bueno, mosén, que esto son palabras mayores. Vamos a acabar la partida y luego hablaremos —dijo el veterinario.
—¡Las cuarenta! —grité.
Entonces el secretario, que jugaba contra mí, se puso de pie.
—Espero que no se haya inventado la patraña del Niño Jesús para despistarnos y ganarnos la partida.
—Y yo espero que esto sea un arrebato de mal perdedor. —Me puse de pie y levanté la voz—. No me gustaría tener que ir a la caza de brujas y de masones.
—¡Por Dios, mosén Genaro! —me respondió el secretario y yo me volví a sentar—. No me esperaba esto de usted después de tantos años juntos.
—Tenga cuidado con lo que dice —le contesté—. Aquí sabemos de qué pie cojea cada uno. Y más cuando usted prefiere ir a confesarse con otros curas fuera del pueblo.
—Venga, sigamos con lo nuestro. Que me parece a mí que esta maestra nos está sacando a todos de nuestras casillas —dijo el maestro.
—No será para tanto. —El dueño del bar le pasó una mano por el hombro al secretario—. Todos conocemos a mosén Genaro y gracias a él van las cosas bien en este pueblo.
Rosendo se sentó a mirar en una esquina de la mesa y cuando acabamos de jugar comenzó con una de sus monsergas.
—¡Dónde se ha visto que unas alumnas manden más que la maestra! Si ustedes que tienen autoridad no tercian en el asunto, pronto se nos habrán subido a las barbas las crías, la maestra y las mujeres.
—¡Eso no lo permitiremos nunca! No dejaremos que Satanás entre en nuestras casas. —Me subía tanto calor desde el pecho que me sofocaba—. Lo mejor será que el domingo la amoneste desde el púlpito.
—¡Un poco de calma! —terció el veterinario—.No saquemos las cosas de quicio.
—A mí me va bien que sigan viniendo a mi café. Pero, si algún día me las tengo que ver con mi mujer y con mis hijas y ustedes no han hecho nada, me cagaré en sus muertos —se envalentonó el dueño del bar.
Entonces entró el médico. Rosendo volvió al mostrador a servirle un carajillo bien cargado de ron. Mientras se lo preparaba pensaba: “Con este, como con el secretario, no sé a qué carta quedarme. Unas veces la critican y otras dicen que con ella ha llegado un aire fresco. No sé, no sé, me tienen un poco mosca”.
Don Valero aprovechó la espera y me dijo al oído:
—He hablado con doña Filomena y está descontenta con lo que le ha dicho esta mañana.
Acto seguido, continuó en voz alta para que lo oyéramos todos:
—Esto se está pasando de castaño oscuro.
El medico se acercó a la estufa y mientras se calentaba las manos y me contestó:
—Pues ahora el que me voy a pasar soy yo. Quiero que sepa que a mí, y a muchos del pueblo que no se atreven a hablar, nos parece que la Iglesia no tendría que meterse tanto en estos asuntillos mundanos, como los llaman ustedes.
—¡Quéé diice! Hasta hace unos años las escuelas estaban en manos de la Iglesia para evitar los desatinos de los liberales en la formación de las almas de los niños. Cuando nos las quitaron nos pareció mal que entraran maestros, pero luego, con las maestras, las cosas fueron de mal en peor. Y no sé adónde nos llevara el señor Romanones con el nuevo Ministerio de Educación. Algún día se acordarán de mosén Genaro.
Después de aquella tarde me pareció que la maestra se había calmado, aunque el cartero me dijo que un día sin otro enviaba cartas de protesta a la Inspección. Así que una mañana, cerca ya de Semana Santa, me presenté en el Ayuntamiento. Cuando comencé a hablar el alcalde me alcanzó una nota que acababa de escribir.
El mes que viene, con el comienzo de la Semana Santa prescindiremos de sus servicios. Ya tenemos contratada otra maestra para la vuelta de vacaciones. El Frago, 12 de febrero de 1902.
Cuando el alguacil le llevó la nota, la vi que salía de su casa hacia El Terrao. Aproveché que estaba ensimismada, escuchando el ruido del río desde la barbacana, y me acerqué. Oyó mis pasos y se volvió como una gripiona.
—Mire, mosén Genaro, por su culpa y los mandamases como usted, las mujeres de este pueblo no irán a la escuela y se pasarán la vida subiendo cántaros de agua por esta trocha de cabras.
Se dio la vuelta y se fue pisando barro con unos zapatos rojos de tacón alto.
Carmen Romeo Pemán
Relato publicado en la revista cultural de El Frago, Entre picarazones. Número III, octubre de 2922Foto de Modesto Montoto.
Arte: Juana Pacheco y Juan de Pareja by Francisco Bravo cabrera
(Francisco Bravo Cabrera, escrito escuchando “Sketches of Spain” de Miles Davis)
¿Habrá pintado Juana Pacheco, la mujer de Diego Velázquez, mucho de los cuadros firmados por el gran maestro barroco? O quizá ¿Los habrá pintado su esclavo, Juan de Pareja? Bueno, eso piensan muchos historiadores de arte, pues se sabe que Velázquez tenía fama de ser un poco flojo para la faena, dada por su propio amigo el Rey Felipe IV, que se quejó de la indolencia del artista.
Pero bueno, hablemos de Juana Pacheco. Nació el uno de junio de 1602 en Sevilla, hija del pintor español, Francisco Pacheco. Aunque no existen obras con la firma de Juana, se sabe que si sabia pintar y es muy posible que hubiera hecho muchas obras y que fueran acreditadas a su esposo, Diego Velázquez, con quien se caso cuando apenas había cumplido quince años. Sabemos que durante esos años a las mujeres no se les dejaba hacer casi nada.
Juana fue modelo de varios cuadros atribuidos a Velazquez como “Sibila,” “Adoración de los Reyes Magos,” ”Cabeza de Muchacha” y algunos otros. En realidad no se sabe a ciencia cierta si los cuadros eran realmente de Velázquez o si era Juana la modelo. Hay muy pocos datos sobre la vida de estos dos grandes personajes de la historia del arte. Pero Juana y Velázquez permanecieron juntos hasta la muerte, 42 años , pues ambos murieron en 1660.
Ahora, si podemos hablar un poquitín de Juan de Pareja, el llamado esclavo de Velázquez, que nació en Antequera, (provincia de Málaga) en 1610. Antonio Palomino, pintor español e historiador de arte, dijo que Pareja era morisco, mestizo y “de color extraño.” Probablemente aprendió el oficio por su propia cuenta mirando y fijándose en el trabajo de su amo y de otros aprendices del atelier, y se sabe que Velázquez tenía muchísimos. El mismo Rey Felipe IV, quien tuvo ocasión de ver uno de sus cuadros, dijo del que alguien con tal talento debe ser libre y le exigió a Velázquez que le concediera a Juan de Pareja su libertad.
En 1649 Pareja viajó con Velázquez a Italia donde el maestro pintó su retrato que fue expuesto en 1650 en Roma y ese mismo año, en el mes de marzo, Velázquez le otorgó, legalmente, su carta de libertad, válida para el Reino de España.
Juan de Pareja regresó a Madrid donde se ubicó y pintó hasta su muerte en 1670.
Es muy posible que Velázquez, utilizara a sus aprendices, ayudantes, a Juan de Pareja y hasta a su mujer, Juana, para que le ayudasen a pintar sus cuadros y que él le haya puesto los toques finales y, por supuesto, la firma. Se sabe que Pareja era un excelente pintor y que pintaba, claramente, a la manera de Velázquez. Si algún día apareciere alguna obra con la firma de Juana Pacheco, ya entonces supiéramos hasta donde llegó la mano de ella en los cuadros firmados por su marido. Todo es posible en la historia del arte y según vamos adquiriendo mas y mas conocimientos y descubriendo mas y mas cosas del pasado nos vamos enterando de cosas que habían permanecido ocultas.
Diario —03 10:21 hs. by Felicitas Rebaque
Diario de la Feria del Libro de León—03 : La Bruja Burbuja by Susana Fernández Fernández
Preguntas rápidas en la Feria, a… Susana Fernández Fernández
Pregunta:1.- Cómo se siente un escritor perteneciendo al grupo de Masticadores
Respuesta Susana Fernández: Es un honor pertenecer a un grupo de escritores con tanto talento , con quienes compartir lecturas ,eventos e inquietudes literarias.
2.- Cómo has acogido la iniciativa de Masticadores León de participar en La Feria de libro con caseta propia?
Respuesta: . La iniciativa de Masticadores de participar en la Feria la he acogido con gran entusiasmo. Me parece una idea fantástica que aplaudo y apoyo. Si no puedo estar agradecida a los editores y organizadores: Felicitas Rebaque, Mercedes G. Rojo y Juan Re Crivello .
3.- Según las últimas estadísticas publicadas, una gran mayoría de personas que nos leen, lo hacen a través del móvil. Qué opinas de que te lean cientos de lectores en el tren, en el bus, en la peluquería, o en la playa?
Respuesta: Creo que es importante que exista la opción de que nos lean a través de las nuevas tecnologías, ya que hoy en día llegan a todo el mundo.
4.- Qué libro presentas en La Feria de Leon? Háblanos un poco de él
Pregunta. En la Feria de León, presento el libro de narrativa infantil : La bruja Burbuja y el karma del Arte ( Editorial Lobo Sapiens) .
Diario —01 08:00 hs. by Felicitas Rebaque
Diario desde la Feria del Libro de León (A partir de mañana publicaremos desde la propia Feria)
Desde el próximo día 4 hasta el 14 de mayo, la caseta de Masticadores León permitirá a los lectores disfrutar de las grandes creaciones literarias de la zona y de sus autores.
En su caseta de la Feria del Libro leonesa de este año, veinte de sus miembros se vestirán con la montera de los libros y, acompañados de una docena de personas relacionadas con el panorama literario de esta provincia, mostrarán al visitante sus obras, permitiéndole un contacto directo con los autores e, incluso, la firma de algún que otro ejemplar.
Les esperamos. mañana comienza este Diario.
Arte // LOS CUADROS FALSOS by Francisco Bravo Cabrera
Cuadros falsos deben haber miles y miles por el mundo entero, en colecciones privadas y ciertamente en el Museo del Prado, Le Louvre, el Metropolitan, el Guggenheim y en casi todos los demás. A Picasso le preocupaba y hasta llego a decir que los galeristas y vendedores deberían tener mucho cuidado, especialmente con sus cuadros, que el mismo sabía eran fáciles de falsificar. Y como siempre, del otro lado de la moneda tenemos a Dalí que se dedicó a firmar hojas en blanco para estimular las falsificaciones queriendo así que su obra continuase ad infinitum después de su desaparición.
Hay que recordar también el caso de Oswald Aulèstia, el que muchos consideran que es el mayor falsificador del mundo. Pero es que es un artista con obras propias, este barcelonés, hijo del escultor y pintor Salvador Aulèstia. Comenzó su vida de pillo haciendo falsificando las obras de su propio padre. El FBI lo considera culpable de inundar el mercado norteamericano con cuadros falsos de Picasso, Miró, Dalí, Chagall y de otros más. Una miniserie de sus hazañas se estrenó en pasado enero, dirigida por Kike Maíllo quien también hizo un documental de largometraje basado en este personaje.
Antes de este se conoció el caso espectacular de Elmyr de Hory, el gran falsificador húngaro, al cual Orson Welles le hizo un documental titulado “Fraude” (“F for Fake”). Este falsificador fue… por un tiempo… considerado un gran pintor, pero la verdad era que ni siquiera pintaba. Eran una pandilla de tres pillos, uno que pintaba, el otro que vendía y de Hory, que falsificaba los sellos y las firmas de aduana para, supuestamente, garantizar la autenticidad de los cuadros falsos que vendían. Pero, muy listo no era porque se descubrió su delito en Franca y sus compradores presentaron una denuncia y muy pronto le llego una orden de extradición, a Ibiza, donde vivía de Hory a la sazón. Parece que sabiendo lo mal que le iría al llegar a Francia, decidió suicidarse en Ibiza el 11 de diciembre de 1976.
Ahora el FBI ha dado a conocer que andan tras la pista de falsificadores del pintor negro norteamericano, Jean Michel Basquiat. Parece ser que una exposición en el Museo de Arte de Orlando, en la ciudad de Orlando, Florida, titulada “Héroes y Monstruos,” están expuestas obras posiblemente falsas del joven artistas que murió a los 27 años al final de la década de los ochenta.
El señor Aaron De Groft, director del museo floridano ha dicho y asegurado, que los cuadros son auténticos, que son originales. Pero el FBI opina otra cosa sobre estas pinturas hechas en el dorso de cajas de FedEx. La primera señal del fraude es que las letras del logo de la empresa, que aparecen al dorso de las pinturas, no se empezaron a usarse hasta seis años después del fallecimiento del pintor. Aunque el museo insiste en que si se usaban en vida de Basquiat.
Supuestamente estos cuadros, 25 en total, fueron pintados en Los Ángeles, California, en 1982 y fueron vendidos al director de la serie de televisión norteamericana “MASH.” Desde el fallecimiento de este las obras permanecieron desaparecidas hasta que reaparecieron en 2012 en un almacén que se vendió a ciegas. Hasta ahora estas obras no han recibido interés alguno ni de los coleccionistas ni de otros centros de cultura. ¿Se estará jugando su reputación este museo de Orlando?
Así que la próxima vez que visites uno de los grandes museos del mundo y te pongas a contemplar los grandes cuadros de los maestros del presente y del pasado, piensa que hay una cierta posibilidad que ese Dalí, que te ha gustado tanto, o ese Chagall, Picasso, Monet o Manet, no lo haya pintado su supuesto autor, si no un pillín en un sótano…
Relatos: Bilbo era Jack by Joiel O.
De alguna forma Tolkien supo atraer hasta nuestro mundo al primero y acaso el más importante de sus hijitos literarios de pies peludos, carácter afable y gusto por las cosas sencillas, buenas y hermosas. Bilbo el hobbit, tal era su nombre.
Al igual que ocurrió con Gollum tras hacerse con el Anillo, el mediano se corrompió lejos de la Comarca, pues sufría de frecuentes accesos de melancolía y abatimiento. Añoraba tiernamente a su sobrinillo huérfano y a los amigos con los que había vivido tantísimas aventuras. Ay los enanos, cuánto echaba de menos verse rodeado de enanos fuertes y valientes que le librasen de dragones y criaturas todavía peores.
Jack el Destripador hizo el mal en el barrio de Whitechapel durante el año de nuestro Señor 1888, apenas cuatro años antes del nacimiento del hombre que nos regaló la Tierra Media y sus habitantes, ¿cómo es posible, pues, que sea su criatura Bilbo la culpable de aquellas muertes tan nefandas que causaron espanto y consternación en aquella época que nos parece lejana y las que siguieron?
La explicación es bien sencilla: los sucesos que se narran durante El hobbit y El Señor los Anillos (The Hobbit y The Lord of the Rings en sus versiones originales) transcurren mucho antes de la era en la que el Destripador comenzó a atentar contra las desdichadas rameras, y ya sabemos que los hobbits gozan de largas vidas y que algunos son de naturaleza inquieta. Cuando leemos que el viejo Bilbo marcha en compañía de su familiar más querido, el mago Gandalf (posible referencia al degenerado príncipe Alberto Víctor, quien gustaba de asesinar y destripar animales) y algunos elfos hacia las Tierras Imperecederas, estamos asistiendo a una triquiñuela poética por parte del autor, un pretexto para librar de sospechas al hobbit, de ahí que las hipótesis respecto a la naturaleza del despiadado asesino apunten a sospechosos tan dispares como los judíos, Joseph Merrick (conocido como El Hombre Elefante entre quienes gustan de lo morboso), los indios de los circos, hombres travestidos de afectos poco exquisitos, el citado príncipe o el pintor Walter Sickert, aficionado a retratar meretrices en actitudes diversas. El barco que zarpó de los puertos grises no llegó demasiado lejos. Bilbo se bajó en un puerto fantasma y desde allí tomó rumbo hasta nuestro mundo. Años después hizo lo que hizo y en 1892 asistió al nacimiento de su propio padre.
Es evidente que fue el pequeño Bilbo, hastiado ya de la Inglaterra victoriana y sus gentes, quien decidió hacer de su capa un sayo y lanzarse a las calles de un barrio de mala muerte para dispensar ruina y espanto por doquier, sumido ya en las oscuridades de una mente enferma por culpa de las tragedias vividas tantísimos años atrás, cuando tuvo que portar un anillo de poder que le hizo daño, demasiado daño. Si dejó de matar fue sencillamente porque dejó de ser Jack, no de ser Bilbo. Más tarde tomaría otras personalidades, pero de esto trataré en otro momento si el mal que me aflige no me conduce hacia parajes más sombríos.
¿Acaso puede ser coincidencia que el brutal asesino presente en la producción cinematográfica From Hell, estrenada en el año 2001, guarde tal semejanza con el venerable anciano que se nos presenta al comienzo de El Señor de los Anillos: la Comunidad del Anillo (2001 también) celebrando su ciento once cumpleaños entre fuegos de artificio y gente glotona? Las casualidades no se eligen.
Aún hoy las razones por las que Tolkien decidió engañar a sus lectores son todo un misterio, sin embargo resulta indudable que Bilbo Bolsón y Jack «vamos por partes» el Destripador son un mismo ser.
Cuando Bilbo pregunta a Gollum «¿Qué tengo en el bolsillo?» durante el juego de acertijos en El hobbit, ¿acaso cree el imprudente lector que la respuesta es el puñetero anillo mágico con capacidad de transformar en invisible a su portador? No hijo no, más bien se trata de una broma macabra, una pregunta perversa que el envilecido asesino hobbit lanza a los lectores de aquella y todas las épocas que estaban por venir. Lo que tenía allí escondido era, ni más ni menos, parte del riñón izquierdo de Catherine Eddowes, la cuarta víctima canónica de nuestro Destripador favorito. Demasiado terrible para inventar una canción, ¿verdad John Ronald Reuel?
Magazine, Fin de Semana
Compartimos las lecturas del fin de semana, que el equipo de Masticadores les ha preparado.
Les invitamos a visitar nuestra nueva creación, el Blog Hotel. En inglés y español y participan: Miriam Costa, Barbara Leonhard, Marcello Comitini, Nolcha Fox, Felix Molina, j re crivello, Walter Bargen, Elvira González, Julie A. Dikson, Ken Gienke, Laszlo Aranyi.
Esteban Ierardo nos lleva hasta la histórica visita de Federico Garcia Lorca, en el Buenos Aires de 1930. Dice allí: “El 9 de noviembre de 1929 se inauguró el Hotel Castelar, cuando la Avenida de Mayo irradiaba una pujante vida cultural animada por escritores, actores, músicos y periodistas, en cafés y edificios distinguidos”.
Entrevistas: Mauricio Patiño Acevedo by Marcela Duque
“Entre la palabra o la lengua o la literatura, o tus cuentos, o tus narrativas, ¿qué es lo que más te ha enamorado de la transmisión oral?
Muricio Patiño: Sin duda lo que me ha enamorado de la transmisión oral está justo por fuera de elementos como la lengua, la palabra, la literatura, los cuentos o mis narrativas. Es la gente. Mi disculpa para explorar los caminos del arte es la narración oral, sin embargo, la intención final es conectar, vivir momentos conjuntos en los que compartamos la imaginación y nos dejemos permear por lo que somos a medida que vivimos cada historia. Me llama poderosamente la atención la forma de vivir las historias que tienen las audiencias alrededor del mundo”.
En Arte El arte ¿está en la obligación de educar? by Rosa Boschetti
En Submundos, Entre la sal… —01 by Elvira González
“El señor Borsetti, venía de varias generaciones de zapateros, heredó la fábrica junto con los edificios y locales. Un hombre muy educado, gentil, pero con ideas demasiado conservadoras, aún para la época. Casado, su esposa no podía tener hijos, resignado con su destino. Tenía una cordial relación con su mujer, dormían en habitaciones separadas, la pasión extinguida entre ellos tiempo atrás. Había crecido haciendo plantillas para calzado, para ambos sexos, casi dormido podía elaborar cualquier modelo. Varios diseños femeninos los realizó pensando en su esposa, los cuales le parecieron muy atrevidos, nunca los utilizó, lo que le lastimó.”.
En Economía, Francisco J. Martín se pregunta que pasará con nuestro Planeta cuando llegeumos a los 10.000 millones.
“Según el informe de Strategy& de la consultora PWC, titulado «The Sustainable Food Revolution» (en castellano, «La revolución alimentaria sostenible«), la propia forma en que fabricamos nuestros alimentos es la que está poniendo en cuestión nuestro potencial para seguir alimentándonos en el futuro.”.
Link de Lectura (disponible a partir del dia domingo)
Feliz fin de semana
J re crivello
Brasil, USA, México, Argentina, India, Gobblers Europa, Francia, Rumania, Italia
FEM, Archipiélago, Latinos, Sur, Letras desde el Desván, Misterio, Focus, Global
Gracias por vuestro apoyo.
Relatos: Entre la sal… —01 by Elvira González.
Apenas podía sostener los párpados, sintió una punzada en la mano, una uña fracturada observó, luego se percató restos de piel en las demás, esa lucha. Utilizó todas sus fuerzas, para no lograr más que la desesperación ante tal ataque que la desgarró por dentro. Débil para moverse, notó parte de sus prendas rotas con lodo, brotaron gotas de agua salada mezcladas con amargura por todo su golpeado rostro. Las yemas de sus dedos percibían heridas en su delicada epidermis, percibía el sabor a sangre en boca. Comenzó a toser, el dolor agudo en el vientre, colocó las manos tratando de apaciguar la molestia, quería moverse, no lo logró. Se quedó dormida, al despertar, escuchaba el sonido que hacen los rastrillos sobre la sal, voces de hombres, trató de hablar, nadie escuchaba. Un rato después, con la palma de una mano tocó el piso, cristales de sal adheridos, consumió algunos, tenía sed. Minutos después buscaba el colgante dorado que traía en el cuello con su nombre, «Nubia»…
Una fábrica de zapatos en donde quienes daban vida a las creaciones eran mujeres, a excepción de los supervisores y jefes. La empresa les proporcionaba donde vivir, un viejo edificio de pocos departamentos, apenas a unos metros del taller, a espaldas del salinero. Dos torres de apartamentos, uno femenino y el otro masculino, entre ambos había una botica, tienda de abarrotes y cafetería. Todo eso pertenecía al mismo director de la zapatera. Rentaba los locales en una fortuna, los cuales tenían altos ingresos, se encontraban a las afueras de la pequeña ciudad. No tenían muchas opciones para abastecerse, era complicado llegar al centro, sin un automóvil. Cada negocio tenía en la parte de arriba una habitación amplia con baño y cocineta.
El señor Borsetti, venía de varias generaciones de zapateros, heredó la fábrica junto con los edificios y locales. Un hombre muy educado, gentil, pero con ideas demasiado conservadoras, aún para la época. Casado, su esposa no podía tener hijos, resignado con su destino. Tenía una cordial relación con su mujer, dormían en habitaciones separadas, la pasión extinguida entre ellos tiempo atrás. Había crecido haciendo plantillas para calzado, para ambos sexos, casi dormido podía elaborar cualquier modelo. Varios diseños femeninos los realizó pensando en su esposa, los cuales le parecieron muy atrevidos, nunca los utilizó, lo que le lastimó. Él los tenía guardados en sus cajas correspondientes, dentro del armario de su oficina, además de vestidos y joyas obsequios para su Grettel. Ella había aceptado casarse con Benedicto, por interés, era un hombre muy atractivo, elegante, culto, amable caballero, además rico. Ella sabía perfectamente que le sería imposible embarazarse, se había practicado dos abortos clandestinos cuando era muy joven, pese era uno de sus secretos.
Un año atrás… Nubia, joven, curvilínea, piel tostada, cabellera color negro ondulada, hasta los hombros, ojos grandes color verde, pestañas enormes, nariz recta, labios delgados. Estatura mediana, alegre, le gustaba cocinar, bailar, maquillarse, era una persona cariñosa, adoraba la lectura. Había tenido muchos novios, tenía imán para los pretendientes, aunque no creía en el matrimonio. Disfrutaba trabajar en la fábrica, diseñar el calzado era algo fascinante para ella, quería presentar creaciones al director de la empresa, se preparaba para ello. Tenía tres años de antigüedad laboral, sin faltas o retardos. Vivía con otras dos compañeras, Filomena y Hanna.
Filomena, era tan jovial, que siempre le calculaban menos edad, delgada, piel clara cabellera castaña con ondas larga, ojos medianos muy expresivos, nariz pequeña, labios gruesos. Sabía tocar el piano, la música le parecía fascinante, disfrutaba bailar, comer, lo que cocinaba se le quemaba, detallista, observadora, analítica. Tímida si un hombre le gustaba. Solían decirle que podría ser detective, realizaba su trabajo en forma impecable, detectaba cualquier defecto por insignificante que fuera. Tenía cinco años en la zapatera. Encontraba relajante devorar libros.
Hanna, atrevida, directa, sin filtros, morena clara, ojos grandes color miel, nariz chata, labios grandes, cabello caoba oscuro, voluptuosa, lista, alegre, le encantaba la fiesta. Cocinaba delicioso, tenía grandes habilidades con la costura, reparando aparatos eléctricos, era capaz de convencer a una piedra de que era una nube y hacerla volar. Si un hombre le gustaba, lo hacía caer perdidamente enamorado. Sus compañeras eran su familia, las cuidaba como hermanas. Tenía seis años en la fábrica. Disfrutaba mucho cuando le leían un libro, sin embargo era incapaz de leer sola.
Rose, se había quedado viuda joven, pero perdió todo, su difunto marido había apostado hasta la camisa y ella no lo sabía, así que al final salió ganando su libertad. Era la mayor de todas, todavía en edad de vivir, con una cintura diminuta, sus medidas con más curvas, muy femenina, un rostro angelical, cabello rubio cobrizo. Ojos verdes pequeños, nariz respingada, labios gruesos. coqueta natural, simpática, práctica en la cocina y en cada labor que realizaba. Maternal, aunque sin hijos, siempre aconsejaba a sus compañeras, organizaba todo a su paso. Disfrutaba la música, el baile, caminar, hablar, además del amor por los libros, los temas prohibidos eran una invitación para saber más. Llevaba seis años y medio en la fábrica. Vivía con Tessa y Louise.
Tessa, alta, delgada, piel pálida, ojos grandes color café, nariz un poco aguileña, boca grande labios delgados, cabello castaño claro. Parecía muy seria, pero si entraba en confianza, era muy divertida, responsable, conservadora, tranquila, no buscaba problemas. Ella prefería comer que cocinar, pero era organizada con sus cosas. Le gustaba la música, bailar aunque le costaba soltarse en la pista, la historia y la lectura eran apasionantes para ella. Buena compañía, sobre todo si se sentía en un entorno seguro. Tenía el mismo tiempo en la fábrica que Rose.
Louise, estatura mediana, tez clara, cabellera castaño cenizo, ojos expresivos cafés, nariz pequeña boca mediana bien delineada. Delgada con curvas, siempre sonreía, pasar lo que pasara, tenía mucha paz interior, siempre bien y de buenas. Pero el día que se enojaba, volaban hasta las ollas. Le tenían mucho aprecio y respeto, hasta en le trabajo en el cual tenía siete años, conocía la historia de todos. Una mente brillante, hablaba poco, no creía en el matrimonio, había tenido malas experiencias. Cuando se metía a la cocina podía sorprender a cualquiera, dependía de su estado de ánimo, adoraba leer mientras escuchaba música.
Nubia, Filomena y Hanna compartían un departamento, cada una tenía su habitación y baño, eran responsables de mantener el orden. En las áreas comunes se dividía entre tres el trabajo, tenían ciertas reglas que seguir, en el edificio no podían entrar hombres. La persona que se encargaba de limpiar las escaleras, pasillos, la entrada era una señora muy estricta, llamada Magda.
En el departamento justo enfrente, vivían Rose, Tess y Louise, quienes se llevaban muy bien con sus vecinas. Todas trabajaban en la zapatera. Salían juntas y regresaban juntas, por lo general, por lo menos de dos en dos. Se cuidaban bastante, por la zona cuando anochecía pocas personas transitaban. Justo atrás había un salinero, al cual por lo general no se acercaban, ahí trabajaban solamente hombres.
En el edificio que habitaban los compañeros de la zapatera, las reglas eran más relajadas, también había pocos apartamentos, con tres habitaciones cada uno. Ingeniosos, hacían fiestas a las que asistían colaboradoras de la fábrica. La mayoría de ellos eran solteros, divorciados y alguno viudo. Solían ser cordiales en su trato, ese era un requisito para poder desempeñar las labores en la empresa. El director les explicaba que el calzado debía ser confeccionado con amor, pues eso percibirían las personas al utilizar un par de zapatos. Lo mismo pasaba con la comida, las prendas de vestir además de otras cosas. Algo con lo cual no todos estaban de acuerdo.
Siempre tenían un descanso a media mañana, en una mesa había café, té, además de pan, galletas o algún pastel cuando era cumpleaños de algún colaborador. Como era el caso de Rose, cumplía años, le encantaba el bizcocho cubierto de chochos de azúcar con uvas verdes. Una grata sorpresa al ver que el señor Borsetti lo había recordado, la infusión de canela, anís y naranja, el aroma era una verdadera delicia. Quien suspiraba en secreto por el director, además de ella algunas más.
Tenían preparada una fiesta sorpresa para Rose, esa misma noche en el apartamento de Nubia, Filomena y Hanna. Asistirían algunos de los caballeros con quien se llevaban bien, vestidos de mujer, con pañuelos en la cabeza o sombreros. Para no levantar sospecha, llevarían un libro en las manos.
Sentadaen un cojín de meditación, decalza, con una taza de infusión de manzanilla, romero y limón, velas encendidas con buena intención. El aroma a lavanda en el ambiente, una atmósfera relajante, en calma y confortable sofá para recibirte. Mientras escucho a Vanessa Martín – Pídeme feat. Mariza cálidas voces, buen arreglo. Agradezco tu visita ala blog, té o café, bocados dulces, disfruta la experiencia.
Respira tranquilidad. Inhala paz y exhala amor…
Relatos:
Una casa sin hogar by Maya Caravella Castillo
Al escuchar el ruido de las llaves abriendo la puerta se apresura en quitarse las lágrimas que han estado mojando la funda del edredón desde hace media hora. Al tiempo que se frota los ojos, se levanta de la cama de un salto, corre al espejo, se mira.
—Mierda… —Por más que se restriega las palmas contra las mejillas, no hay forma de disimular que su piel, normalmente tan pálida que trasluce el azul de las venas, ahora luzca roja e hinchada. Al igual que su nariz.
Sara camina con el ceño fruncido, los labios apretados y el paso firme hacia su habitación. A cada paso, el suelo retumba y cuando abre la puerta, la manivela da un golpe que hace vibrar la madera. Entra, da un portazo, se sienta en la cama y luego se tumba. Vuelve a incorporarse soltando un bufido y, de nuevo, se pone en pie. Da un par de vueltas a la habitación al tiempo que sacude las manos, coge aire y lo suelta, da un par de saltos y mueve el cuello hasta hacerlo crujir. Vuelve a salir de la habitación, cerrando con un nuevo golpe, y se dirige a la cocina.
—Puta mierda. —Varios mechones de pelo le caen sobre la cara; se han escapado del agarre de la goma de pelo que cae por la mitad de la cabeza sujetando los restos de una coleta. Tiene las mejillas rojas y antes de agacharse frente a la nevera abierta se recoge las mangas del jersey: una mancha marrón de diferentes tonos invade el centro del abdomen. Resopla—. Vaya puta mierda. —Está a punto de cerrar el frigorífico cuando aparece Mavi.
—Hey, hola. —Se sorbe la nariz ligeramente enrojecida. Está en pijama, un pantalón que le hace bolsas y una sudadera tan amplia que el bajo le llega hasta las rodillas. Tiene los brazos cruzados y únicamente los separa del cuerpo para coger con rapidez una hoja de papel de cocina y sonarse—. ¿Cómo estás? —Su voz es apenas un susurro.
—Bien. —Sara aun no ha salido de la balda que le corresponde en la nevera compartida. Vuelve a soltar un bufido—. Qué coño ceno yo ahora.
—Puedes hacerte una tortilla —sugiere Mavi con una suave sonrisa pero manteniendo la distancia con su compañera de piso—. Es rápido, si no estás de humor…
—Que estoy bien, hostia. —Cuando el electrodoméstico se cierra, la despensa se abre. Sara lo observa con los brazos en jarras, las manos apoyadas en la cadera y dando toquecitos en el suelo con la punta del pie—. A chuparla. —Sin sacar nada, traslada sus pasos al fregadero, donde una decena de platos se apila sobre varias cacerolas, una sartén y dos tazas del desayuno—. La puta mierda de los platos. —Mientras habla, estruja el estropajo entre sus manos, sacude la espuma del jabón sobrante y comienza a fregar.
Mavi la observa en una esquina de la cocina, encogida sobre sí misma. Con la mirada gacha, la melena corta que no excede el lóbulo de las orejas le esconde la cara. De vez en cuando separa los labios para iniciar una frase que, al quedar aplacada por los bufidos de Sara, nunca llega a sobrepasar, ni siquiera, sus cuerdas vocales. Deja que su compañera vaya de un lado para otro, cabizbaja, centrando su atención en las zapatillas de estar por casa. Vuelve a sorber por la nariz y se frota los ojos.
—¿Quieres hablar? —Cuando la ve fregando, se acerca por fin.
—No. —La respuesta es directa y cortante. Mavi alza las cejas y asiente.
—Ah. —Da un paso hacia atrás con las manos metidas en los bolsillos de la sudadera. Carraspea antes de volver a hablar—. Si necesitas cualquier cosa voy a estar en el balcón. Necesito un cigarro.
El humo se le queda atascado en el nudo que tiene en la garganta. Intenta tragar, pero tan solo consigue un ataque de tos. El ruido de los coches atravesando la callejuela iluminada por las farolas se entremezcla con los golpes de platos y vasos que provienen de la cocina. De vez en cuando, nota cierta quemazón en los ojos, secundada por un par de lágrimas que se apresura en hacer desaparecer con la mano que le queda libre. Respira profundamente, en silencio. Cuando suelta el aire, el cuerpo le tiembla.
Está apoyada sobre la barandilla, con la barbilla apuntando hacia el cielo y el cigarro sostenido con un par de dedos. Va dándole alguna calada que utiliza para llenar sus pulmones de aire, sostenerlo unos segundos y volver a soltarlo de vuelta. No abre los ojos, sino que siguen apretados con fuerza.
—Hazme un hueco. —Sara se cuela en el balcón dándole un empujón con la cadera. Hay una silla, así que se sienta. Colocada, saca una cartera de la que coge un filtro que se lleva directamente a los labios y un sobre de tabaco de liar. Tras el embiste, Mavi se mueve ligeramente a la derecha hasta que su hombro roza con la pared. Ahora clava su mirada en la calle. Cada medio metro hay restos del paso de algún perro, intercalados con botellines rotos, latas de cerveza o refresco, trozos de comida y bolsas de basura en general. Un suspiro sigue a una nueva calada; niega con la cabeza.
—En fin. —Se mordisquea la cara interna de la mejilla antes de volver a frotarse los ojos y girarse hacia Sara. Ya ha terminado de liar el cigarro y también mira a la calle—. ¿En qué piensas? —Sara se encoge de hombros.
—En que mi vida es una puta mierda. Como siempre. —Se lleva el cigarro a la boca, y cuando absorbe el humo, aprieta los dientes. Mavi la mira durante un par de segundos, pero enseguida vuelve a clavar los ojos en el suelo. Tarda en responder.
—Ya. Entiendo. —Vuelve a morderse la cara interna de la mejilla, dando al mismo tiempo unos toques al cigarro para desprender la ceniza.
Durante varios minutos, ninguna de las dos habla. Mavi acaba por darse la vuelta, volviendo a apoyar los codos sobre la barandilla para fijarse en la calle. Si no fuera por el camión de la basura que la atraviesa llevándose varias ramas de árbol en los retrovisores, el silencio sería sepulcral.
—No me vas a contar nada o qué. —La voz de Sara irrumpe con firmeza—. Tú qué tal el día.
—¿Yo? —Mavi se gira hacia su compañera con los ojos, normalmente rasgados, abiertos y redondos— Yo, pues… —Se queda callada hasta que un ligero temblor en el labio y las lágrimas aparecen. Mira hacia arriba en un acto reflejo y traga saliva de nuevo. Coge aire, lo suelta, aparta las lágrimas con las puntas de los dedos y, mientras, va dejando caer palabras inconexas. Sara, mientras, sigue con la mirada fija en la calle. El humo de su cigarro se extiende cerca de un metro con cada exhalación. Mavi continua— Pues… pues no… yo… —Las lágrimas brotan por fin y caen por sus mejillas— La verdad es que no…
—¿No estás bien? —irrumpe Sara— ¡Ja! Qué me vas a contar. —Tira la colilla por el balcón justo antes de volver a coger el paquete de tabaco de nuevo— Estoy harta de ser pobre, de tener que aguantar a pijos subnormales, de tener que callarme todo, de asentir y poner buena cara. —Mientras habla, sus cejas se juntan hasta tocarse la una con la otra. Mavi se ha quedado boquiabierta. Las lágrimas aun caen por sus mejillas.— No puedo con la falta de empatía de este país, tío, es que me da un coraje que no veas. Pero claro, una tiene que tragar porque tiene que pagar un piso y comer y vivir en este puto mundo de mierda. —En este momento dirige la mirada a Mavi, que asiente repetidamente con las cejas levantadas— Mira —continúa Sara, colocándose en la silla para mostrarle la camiseta. Mavi asiente al tiempo que se seca nariz y rostro con la manga de la sudadera—, mira esto. Un crío me ha tirado media torta de chocolate encima. Mi única camiseta limpia. —Vuelve a recostarse sobre el respaldo para, al instante, volver a incorporarse— ¿Me puedes decir tú qué me voy a poner mañana? Porque yo no lo sé. ¿Tú crees que a estas horas voy a poner yo una lavadora? —Se queda callada mirando a Mavi con los brazos extendidos. Mavi balbucea antes de responder.
—Oh, no. No, claro. No. No, la verdad es que no son horas, no. —Cambia el peso de un pie a otro. Carraspea y vuelve a cruzarse de brazos. Sara da una calada al cigarro— La verdad es que sí que es una mierda. Trabajar de cara al público es de lo peor que podría pa…
—¡Y luego, otra! —Los últimos retazos de humo salen al tiempo que la exclamación— Las horas extra que estoy echando que me las voy a tener que comer con patatas, claro. Te digo yo que de esto no veo ni un duro. Escúchame porque ya te lo diré. Ya te lo diré. —Esta vez, no llega a terminarse el cigarro cuando lo lanza nuevamente por el balcón. Se levanta de un salto de la silla— En fin. Voy a ver si ceno algo. ¿Vienes?
Tras la segunda interrupción, Mavi se ha quedado callada definitivamente. Aprieta los labios, se sienta en el suelo con las rodillas pegadas al pecho y simplemente escucha. Interviene con algún “sí” y algún “claro”, pero no aparta la mirada del cigarro hasta que Sara decide meterse en la casa. Entonces levanta la cabeza y niega, le muestra el cigarro aun por consumir.
—En un rato. —Sara la mira con las cejas levantadas.
—Madre mía, chica, sí que te tomas tu tiempo —dice al entrar—. Cierro aquí, que entra frío. —Y sin esperar respuesta, da un portazo.
Mavi da un respingo que le hace coger y soltar aire con fuerza. En el proceso, su labio vuelve a temblar, las lágrimas surgen de nuevo y esta vez, imbuida por la oscuridad, no se las quita.
—Sí, mami, todo bien. No te preocupes. —Sosteniendo el teléfono con una mano, Mavi da vueltas por la habitación— ¡Sí! En el piso todo genial. Sara y yo hemos hecho muy buenas migas. —En una de las paredes hay un calendario colgado. En él hay diferentes dibujos y fechas señaladas, y cada día pasado está tachado con una cruz. Mavi pellizca una de las esquinas.— No, sí, es guay porque tenemos cada vez más confianza la una con la otra —continúa Mavi—. Y ella se desahoga mucho conmigo. La verdad que tiene muchas cosas encima, me da mucha pena. Así que bueno si al menos tiene a alguien que escuche pues es una carga que puede quitarse. —Al hablar, su voz es apenas un susurro. Gira sobre sí misma, se encuentra con la mesa y comienza a amontonar algunos de los papeles que hay desperdigados por el tablero. Escucha con el ceño ligeramente fruncido y los labios apretados, traga saliva y carraspea antes de responder—. Yo también os echo de menos, mami… que hablamos todos los días pero por teléfono no es lo mismo. —Arruga la nariz: empieza a enrojecerse, al igual que sus ojos. Cada vez parpadea más rápido. Se toma unos segundos para coger aire, soltarlo; sus labios tiemblan cuando lo hace pero vuelve a tragar saliva y carraspear, logrando que su voz suene firme cuando habla—. Pero bueno, no queda casi nada para vernos otra vez. Y ya podremos hablar como siempre y contarnos nuestras cosas… —Las manos le tiemblan mientras recoloca los libros de la mesa. Los de teoría por un lado, los de lectura por otro; los encuadra con los vértices del tablero, al igual que los bolígrafos, que pone en paralelo y siguiendo una fila—. No sabes la de veces que me apetece un abrazo tuyo. —Acto seguido de formular la frase, sus ojos se llenan de lágrimas que se apresura en quitarse con la manga de la sudadera—. Sí, sí. Eso es lo que decía antes. No falta nada. —Respira profundamente y se restriega la nariz, que empieza a moquear—. Sí, sí, eso es lo bueno. Con ella puedo hablar también, sí. —Vuelve a limpiarse con la manga y asiente, esbozando una pequeña sonrisa antes de responder—. ¡Claro! Claro, no te preocupes. Vamos colgando ya que llevamos… —Se separa el móvil de la oreja para mirar la pantalla— Madre. Llevamos casi una hora. Sí, no, pues colgamos ya, si quieres. Sí, vosotros también, cuidaos mucho. Hablamos mañana. —Durante la despedida, se acerca a la cama y se deja caer para quedar tumbada boca arriba—. Yo también os quiero. Mogollón. —Agarra la almohada para abrazarla con fuerza—. Chao. Un beso. Que tengáis buena tarde.
Cuando cuelga deja caer el móvil a un lado, y al mismo tiempo que aprovecha la mano que se le ha quedado libre para apretar la almohada contra su cuerpo, se encoge sobre sí misma, en posición fetal. Se concentra en el silencio de la casa con los ojos cerrados y las mejillas húmedas.
Se despierta con la puerta de su habitación abriéndose con un golpe. Se incorpora y abre los ojos al mismo tiempo. Los tiene hinchados y enrojecidos, también resecos, y se clavan, entrecerrados, en Sara. Espera debajo del marco.
—¿Estabas dormida? —No espera a que Mavi responda—. Quiero fumarme un cigarro, ¿vienes? —La mira con el ceño fruncido, mientras Mavi, que se restriega los ojos con fuerza, pasa a sentarse en el borde de la cama.
—Dame un segundo que me ubique un poco —dice por fin, esbozando una pequeña sonrisa—. Dios, me he quedado muertísima. Estaba hablando con mi madre y…
—Bueno, voy saliendo. —Sara se marcha inmediatamente y Mavi se queda con la boca abierta mirando el hueco que deja.
—Claro. Lo que veas. —Un suspiro y la chica se levanta de la cama directa a la cajonera que se esconde bajo su escritorio; saca el paquete de tabaco del primer cajón y se acerca a la puerta. Justo antes de salir, su mirada se posa sobre el calendario de la pared, pasa a la hoja siguiente, donde al final del mes aparece un recuadro rodeado varias veces y en el que se lee “CASA”. Suspira, deja caer la página, y sorbiéndose una vez más la nariz, sale de la habitación.
Relatos:
Graznidos by Fer Alvarado
Jacinto Bonaval era una persona que sin lugar a equivocarme podría denominar como peculiar. El día que perdió un ojo trabajando en la fábrica de gafas de seguridad se tapó su recién estrenado hueco y, mientras todos gritaban, exclamó con la mayor naturalidad:
—La ironía de la vida acaba de llevarse parte de mi visión pero me ha regalado un lienzo en el que poder contar mis historias.
En ese momento nadie supo a qué se refería pero no tardamos en averiguarlo. Pocos días después del desgraciado accidente, adquirió un ojo de cristal que decoraba cuando salía a pasear. Si era verano, lo pintaba de amarillo convirtiendo aquella pupila vidriosa en un sol sonriente y, en primavera, le añadía pétalos haciéndolo florecer como una margarita. Muchos se escandalizaban cuando veían su obra artística pero para estas aburridas gentes siempre tenía la misma respuesta: «si tenemos algo único, debemos aceptarlo y darle la mejor forma posible». Poco después adquirió el título oficial de borracho del pueblo lo cual no le ayudó a mejorar su imagen. Llegó a perfeccionar tanto su técnica que bebía con la mirada. Imaginad, un hombre entra a un bar, se sienta a tu lado, observa tu copa y el líquido desaparece. Esto le llevó a ganarse muchos enemigos ya que, además, lejos de mantenerlo en secreto, tras vaciar todas las bebidas de la barra eructaba ruidosamente y, sin haber pedido ni una sola consumición, se marchaba del establecimiento con la mirada más vidriosa si cabe mientras andaba en zigzag tratando esquivar, según él, a los gansos que vivían en los alrededores.
—El truco para beber así es que soy daltónico —solía comentar—. Lo que no sé es si lo soy del ojo de cristal o del otro.
La mayoría del pueblo comenzó a darle la espalda y a tratarle de bicho raro. Sin embargo, los niños estábamos encantados con sus ocurrencias. Cuando abandonaba el bar con pasos trastabillados, mis amigos y yo le perseguíamos imitando sus etílicos andares. Él, lejos de enfadarse por nuestras travesuras, sacaba uno de sus pupilas de cristal del bolsillo de su raída chaqueta y, entre risas, siempre nos amenazaba con echarnos mal de ojo.
Este solo fue el principio de nuestra relación con Jacinto. Pronto nos comenzamos a reunir en las afueras. Nos gustaba sentarnos a su alrededor y él, como un juglar de tiempos pasados, nos deleitaba con las historias más extravagantes. Incluso a veces sacaba su colección de ojos de cristal pintados a mano y los usaba como protagonistas de sus relatos. Aquello, lejos de incomodarnos, nos divertía sobremanera. Aún recuerdo como sacaba una manta a cuadros de su zurrón y la colocaba sobre el suelo para, justo después, distribuir a los vidriosos protagonistas de sus historias entre las cuadrículas.
—Cuando los gansos cesan de graznar comienza el teatro de las miraonietas. Un lugar en el que la vista es la que siempre engaña. —Esa era siempre su entrada antes de iniciar sus cuentos. No entendíamos el por qué de los gansos pero siempre los incluía en sus historias. Los describía como animales ruidosos y molestos; como seres que se unían en bandadas y que atacaban a todos los que no querían formar parte de su grupo. Pensábamos que, cuando hablaba de estas aves, era porque se había entretenido mirando en exceso las bebidas espirituosas ajenas. Hasta que, en una ocasión, acudió a nuestro encuentro con su macuto rajado y su colección de ojos pintados en las manos. Nosotros, preocupados, le preguntamos qué había ocurrido. La respuesta no nos tranquilizó en absoluto:
—Han sido ellos. Vinieron a por mí con los picos más afilados que nunca. Quieren que deje de contar mi historia y que solo se escuchen sus graznidos. —Cruzamos miradas escépticas pensando en que nuestro amigo había terminado de perder la cabeza. Él, al darse cuenta de nuestras dudas, intentó llamar nuestra atención alzando el tono de voz —. Vosotros seréis los siguientes. Por favor, que no os convenzan. Si en algún momento deseáis que deje de contar mis relatos lo haré. No tengo ningún problema en ello. A cambio, solo os pido un favor: nunca os unáis a los gansos.
Tras aquel inusual discurso decidimos dar la reunión por terminada y nos marchamos a nuestras respectivas casas. Cuando llegué a la mía supe que algo no andaba bien. En el salón habían varias personas reunidas y, mi tía, al verme, se levantó y corrió a abrazarme.
—¿Has estado con Jacinto? —Me preguntó sollozando—. No vuelvas a ir con él, no lo vuelvas a hacer. Ha terminado por volverse loco. Cogió sus ojos de cristal y se los lanzó a la gente en mitad de la plaza mientras gritaba que todos eran unas malditas aves. No es una persona de fiar. Dime que no volverás. Prométemelo.
Me quedé observando a mi tía. Al terminar de hablar había unido los labios de tal manera que su boca sobresalía por encima de la barbilla. Me recordó peligrosamente a un pico. En ese momento uno de los allí presentes habló:
—Es cierto muchacho. Yo estuve allí y lo vi todo. Desde que perdió el ojo no estaba bien pero ya ha sobrepasado todos los límites… —. Giré la cabeza hacia el hombre que acababa de hablar. También tenía esa forma picuda en los labios. Aunque algo me llamó aún más la atención. Estaba jugueteando con un trozo de tela entre sus manos. Lo pasaba de un dedo a otro con rapidez como si disfrutara de su tacto y no quisiera desprenderse de él. Estaba claro que no era un simple trapo. Era un trofeo. Al verlo, lo reconocí en seguida y supe a qué pertenecía: era parte del zurrón que le habían destrozado a Jacinto aquella misma mañana.
En seguida una de las personas que lo acompañaban se dio cuenta de lo que miraba e intentó desviar mi atención. No lo consiguió. Ya no escuchaba sus mentiras, ni sus palabras malintencionadas. Ni siquiera podía decir que el sonido que llegaba a mis oídos era humano. Solo escuchaba graznidos.
Aquel fue el último día que vi a Jacinto Bonaval. Desapareció del pueblo sin dejar rastro. Yo, fiel a sus teatros, acudí a diario durante años al lugar donde solíamos reunirnos. Desesperado, buscaba alguna señal que me ayudara a dar con su paradero: tal vez un camino de cristales coloridos o trozos recortados de los cuadros de su manta que me aportaran una pista. Nunca encontré nada pero, aún así, no falté ni un día al lugar dónde se celebraron sus excéntricos recitales. Recordar sus relatos, sus ojos de cristal coloreados y sus vivencias imposibles me divertía, me relajaba y, sobre todo, conseguía lo que más deseaba: acallaba los graznidos de los malditos gansos.
Relatos:
Relatos falaces, 12: Libros robados by Félix Molina
Para Inma y Lilo, libreros. Incluso amigos
Luego viene ese sentimiento de culpa, cuando te levantás un domingo peludo y la amada no está, o no estuvo nunca. La boca se hace de ginebra gastada, que no bebida, y solo (sólo) pensás en la estúpida noche del sábado, toda la noche practicando el butrón para robar libros en las librerías de los amigos.
A lo peor luego viene también la hora de afeitarse y echarse un chorro de agua de colonia, saco de lana nueva y las visitas, culpables, todas culpables, qué remedio.
La quinta suele ser rosada, con un aire entre gubernamental y estanciero. El whisky suele prodigarse entre tacos de acelga y queso y la congoja par de los propietarios. De modo que os robaron en la librería. La frase no sorprende a nadie. Llega entonces una suerte de asado y la enumeración de lo sustraído. Un Kempis antiguo (los Kempis siempre son antiguos), dos biblias de Roncesvalles y el Decamerón de Boccaccio con las cubiertas de Doré. El Decamerón incluso, pregunto mientras apalillo con fruición la boca. Incluso, se me dice, como una despedida.
Y al llegar a casa viene la búsqueda inmediata y nerviosa, porque yo no recuerdo haber dejado en lugar alguno el Decamerón de la quinta rosada, ni las obras completas de John Keats en edición príncipe del apartamento familiar en Corrientes, ni un breviario de horas, seriado y renacentista, de la mujer que ahora viene a ser mi amante.
Lunas de Lantano —29 By Félix Molina
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Para morir basta un ruidillo…
Néstor Juárez —Nes para su familia, también para Inés Menta: estos son los secretos de la omnisciencia— había escamoteado a la vigilancia de Antonio y Antonia sus pastillitas del sueño, de ese sueño que él deseaba eterno cuando la mirada se le perdía por los anchos ventanales del módulo. Pero no tenía las cápsulas suficientes de Rivotril 2 mg para procurárselo. Para que la cosa pasase de siesta a eternidad necesitaba al menos unos 30 mg, como una media cajita bien administrada. Los dos celadores habían sido eficaces y apenas habría unos 10 mg, desperdigados por la habitación: en la funda de un cedé de Benny Carter, en la protectora de su móvil, en la entresuela de unos zapatos que no usaba, en un sobrecito con sus clickbaits redactados…
Pensó que una botella a la mitad de bourbon podría acrecentar la magia de los escuálidos diez miligramos de antiepiléptico. Se sirvió en un vaso que simulaba una calavera de cristal un buen trago y fue tomando también del puño la cosecha de Rivotril, mientras inspeccionaba el sobre con las redacciones de clickbaits. Le lastimaba haber escrito eso. Una actriz que era infeliz y ahora sabrás por qué. Un actor que se había separado y ahora sabrás los motivos. Una presentadora que no querrás saber lo que parece ahora. Un político que ya no tiene que preocuparse por lo que no te puedes ni imaginar… Y todo buscando dilatar la lectura de los internautas mientras las promociones se agolpaban en las pantallas incitantes de una curiosidad nimia, absurda. Destinada además a satisfacer la falsedad de una historia, o lo inocuo de su trama: al final la actriz era infeliz por haber perdido un vuelo. El actor se había separado unos días de su esposa para rodar. La presentadora seguía igual de guapa (o de fea). Y el político no se tenía que preocupar de sus perritos porque ahora los cuidaba su hijo.
Sintió, en un ataque de ironía cósmica, que también las pastillas que estaba tragándose, a pulso de güisqui, eran un placebo. Que sus novelas tampoco significaban nada para nadie (y con un vistazo abarcó los folios impresos de Caballo viejo, que pretendía presentar a los premios Lunas de Lantano). Que la Fundación y hasta la beca eran también un clickbait, una trama inane, urdida para dilatar una mentira o una vanidad.
Con cólera recordó la vergüenza que sintió el día que Inés descubrió un sobre como el que ahora manchaba de bourbon. Solo es un pasatiempo, Inés. Me divierte y, además, me paga mis extras. Y ella, siempre por encima de todo, siempre única, veraz, bella. Buena. Tú no escribes pasatiempos, Nes. Tú escribes novelas.
Llenó la calaverita de cristal con lo que quedaba del líquido orinegro y se tragó las dos últimas cápsulas. Esperaba al menos la gravidez del sueño, la paz sin alas y el yunque narcótico de la droga familiar. En su lugar, distinguió claramente dos toques en la puerta.
—¿Néstor, está ahí?
—¡Eso creo!
Se inclinó con toda su ebriedad sobre la puerta de polímero del módulo, donde una pequeña apertura modernamente diseñada hacía las veces de la mirilla de toda la vida. Ahora es cuando la soberbia omnisciente se encuentra con la cualidad bonachona de la primera persona.
—Soy el inspector Carreter. Llevo unos cuantos días queriendo hacerle unas preguntas.
Semana Santa en Sevilla by Rick Steves
En España, la Semana Santa se celebra con esplendor y emoción sin igual, más famoso en Sevilla. Aquí, Semana Santa es un evento épico que conmueve el alma y cautiva a todos los que participan.
El Domingo de Ramos, el primer día de la Semana Santa, las familias vestidas para este importante día se dirigen a su iglesia parroquial para la misa. Luego, paseando con ramas de palma y olivo, recorren el vecindario y finalmente regresan a su iglesia de origen. Luego, visitan otras iglesias en toda la ciudad, cada una con carrozas elaboradas.
Sevilla tiene muchas hermandades religiosas (o “cofradías”) que se encargan del cuidado de venerables carrozas que llevan estatuas de Cristo y la Virgen María por las calles durante la Semana Santa.
Los sevillanos tienen un lugar especial en sus corazones para María. Las carrozas con María evocan grandes emociones y les recuerdan a la madre afligida que ha perdido a su único hijo.
Cada iglesia de barrio tiene su María única, todas son las madres dolientes de Cristo crucificado, pero cada una representa un aspecto diferente de su dolor. Y hay otros flotadores. Este, apodado “La Borriquita” (o “La burrita”), representa la gran entrada de Jesús a Jerusalén.
La Borriquita sale de su iglesia y comienza su procesión por las estrechas calles. Esto marca el inicio oficial de la Semana Santa. A partir de ahora, todos los días hasta el Domingo de Resurrección, la ciudad se anima con decenas de procesiones de este tipo. Estos desfiles rituales llenaron por primera vez las calles de Sevilla hace 400 años. Están diseñados para presentar la historia de la Pasión, la muerte y resurrección de Jesús, de una manera que la persona promedio pueda entender.
Hoy, unas 60 fraternidades hacen cada una el viaje a pie, llevando carrozas en procesiones como estas desde sus parroquias hasta la catedral de la ciudad y viceversa. El viaje, a través de kilómetros de multitudes apasionadas, puede durar hasta 14 horas. Los hombres fuertes llamados “costaleros” trabajan por turnos. Como equipo, soportan dos toneladas de peso en la nuca, una experiencia que consideran un gran honor a pesar del dolor que implica, y de hecho debido a él.
A medida que las carrozas avanzan lentamente hacia la catedral, los momentos de gran pasión ocasionalmente hacen que todo se detenga. Siglos de cantaores de flamenco han dado serenatas a María y Jesús con canciones de amor mientras recorren la ciudad. Tradicionalmente espontáneas, estas canciones apasionadas ocurren cuando un cantante está tan abrumado por la emoción que debe comenzar a cantar.
Cuando el anochecer cae sobre Sevilla, una larga fila de penitentes silenciosos y vestidos de negro escoltan una de las carrozas más conmovedoras de la ciudad hacia la catedral. La carroza representa a Jesús muerto bajado de la cruz y llorado por las personas que más lo amaban. Entre las más dramáticas de las procesiones de la semana, la carroza está decorada con sencillez, con iris púrpura y una sola rosa roja, que simboliza la sangre que derramó Jesús.
A medida que se acerca la noche, las velas de los penitentes se balancean como luciérnagas que bailan en la oscuridad. Toda la Semana Santa en España es un espectáculo glorioso. Después de un día completo, es difícil imaginar más, y luego aparece la María conocida como “Estrella”, etérea y radiante. Una lluvia de pétalos cae sobre ella como si el mismo cielo le agradeciera su inmenso y amoroso sacrificio.
Puedes leer en inglés aquí en Gobblers
Artículos:
Palomares. Las ruinas de los campos en soledad. – 03. Por Mercedes G. Rojo y Olga Orallo /Guía secreta de Barcelona: Café La Opera by j re crivello / Saltos de Moconá, la joya oculta de la selva misionera argentina / Borges y la Buenos Aires secreta By Esteban Ierardo / Las ruinas que deja el mar —02. Por Mercedes G. Rojo y Olga Orallo / Barcelona secreta El fantasma de Markus by j re crivello La Memorias de las ruinas —01 / Buenos Aires: La influencia de Gaudi by Esteban Ierardo
Palomares. Las ruinas de los campos en soledad. – 03. Por Mercedes G. Rojo y Olga Orallo (fotografía)
Serie: Viajes. La memoria de las ruinas. 3

Hoy vamos a comenzar nuestro viaje a través de una serie de ruinas que acompañan el paisaje de determinadas zonas por las que discurren rutas tan conocidas como puede ser el Camino de Santiago, principalmente en su variante más conocida que es el Camino Francés, ya a su paso por tierras de Castilla y León, y sobre todo por tierras palentinas y del sur de León. Esas ruinas, que conviven en ocasiones con otras edificaciones del mismo tipo que aún siguen en pie o con otras que comienzan a ser restauradas más como reclamo turístico que como otra cosa, no son otras que las de los palomares que jalonan estos territorios. Ligados a la provisión de grano para las palomas que los poblaban, en no pocas ocasiones estos espacios se construían en mitad de terrenos dedicados a la siembra, aunque en otros casos puedan aparecer mucho más cercanos a los propios núcleos poblacionales. Su tipología es muy variada, como se puede apreciar en la galería fotográfica que les ofrecemos, incluso aunque falten muchos de esos modelos. Cilíndricos, cuadrados, rectangulares, construidos en adobe o tapial o incluso en piedra, a pesar de su uso totalmente utilitario y de la aparente simpleza de los mismos, muestran en muchas ocasiones una inaudita belleza sobre todo en lo relativo a sus remates.



Amante de la arquitectura del barro y la paja, de ese adobe característico de las construcciones de algunas zonas de nuestras provincia y de otras aledañas, la fotografía de los palomares surge en Olga Orallo unida sobre todo a algunos domingos de invierno en que el día es más corto y la dura meteorología vuelve al ánimo perezoso a la hora de buscar paisajes por los que transitar en busca de nuevas ruinas que fotografiar. Y así, metida en el coche, deja que el mismo se deslice al azar hacia tierras de la vecina Palencia o tierras más próximas de los Oteros, de Tierra de Campos (comarca que bajo la misma denominación comparten hasta tres provincias León, Palencia y Valladolid), en la zona sur de la provincia leonesa donde se encuentra con “palomares, palomares de todo tipo y tamaño; algunos conservados, otros derruidos; y me llaman la atención todos y me pongo a fotografiarlos”. Y es en ese momento cuando comienza la odisea, porque algunos de ellos tienen fácil acceso desde la carretera desde la que se divisan mientras que para llegar a otros hay que atravesar tierras a menudo aradas que hace que cuando consigues alcanzarlos “llegas ya de barro hasta las cejas”. Y es que algunos de los momentos más hermosos plásticamente hablando para inmortalizar estos lugares son aquellos en los que la lluvia ha estado presente, precisamente por la especial tonalidad que adquieren esos materiales en los que están construidos, o lo que ella denomina la “hora dorada”.
Entre todos ellos, los que más llaman la atención de nuestra fotógrafa, los que más le gustan son los palomares de forma cilíndrica, otro detalle más en el que coincidimos respecto a estas ruinosas construcciones, “no sé por qué motivo pero me gustan muchísimo; pero es que además tú entras en uno de esos palomares –los que están abiertos, los que están abandonados- y es como un laberinto, es como una espiral por dentro (son diferentes a los rectangulares o cuadrados que quizá son los que más acostumbrados estamos a ver) que a medida que la recorres te muestra las paredes cubiertas de esos huecos, nichos,…, en los que anidaban las palomas”. Fotográficamente hablando reconoce que para ella los que más gancho tienen son los que están aislados en mitad de las tierras, siendo su hora preferida para fotografiarlos “al atardecer, cuando baja el sol; la luz del atardecer cuando incide sobre el barro le da como un color dorado, que queda espectacular”, esa “hora dorada”, que ya comentamos; y eso aún cuando -incluso con ellos- siga prefiriendo el trabajo en blanco y negro, . Sus preferidos, precisamente por esa debilidad que siente por la arquitectura del barro, son los que ha encontrado por la zona de Palencia, la zona de Zamora y el sur de León, aún cuando es consciente de que hay otros que salpican otras zonas geográficas de nuestra provincia, con tipologías diferentes ligadas a la piedra y la pizarra, como puede ser el Bierzo, la Cabrera, la Montaña e incluso alguno perdido en la misma Maragatería.




Aunque parece que ahora mismo hay un cierto movimiento hacia la recuperación de algunas de estas construcciones, la verdad es que lo que sigue predominando en nuestros campos es la presencia de palomares más o menos en ruinas (los que más le llaman la atención) algunos en peor estado que en otros, que al mismo tiempo que nos muestran su belleza exterior, nos ponen al descubierto esos espacios interiores en los que bullía una vida avícola que durante siglos ha sido una forma de complemento alimentario para las gentes que poblaban las tierras en las que se erigen. Y es que parece que la introducción de los palomares podría venirnos ya de la época del asentamiento romano en nuestras tierras, pues eran muy aficionados al consumo de estas aves. Durante el medievo y épocas posteriores, el disfrute de palomares para su explotación, estaría sobre todo destinado a órdenes religiosas y a hijosdalgo; y ya en pleno siglo XX, con la llegada de la posguerra española, este tipo de edificaciones proliferarían en muchos lugares de nuestra geografía como una forma para combatir el hambre y proveer de alimentación complementaria a muchas familias. Posteriormente, ya en las últimas décadas del siglo, el cambio en los usos agrícolas y otras cuestiones socioeconómicas darían al traste con el interés por las mismas cayendo muchas de estas construcciones en un total estado de abandono que ha provocado ese paisaje de ruinas que se extiende a lo largo de muchos campos, por no hablar de los que han desaparecido totalmente, un aspecto a mi entender bastante deplorable habida cuenta de que son parte de nuestra memoria histórica y de nuestro paisaje más particular. En este sentido, su presencia no solo en estas tierras sino en otras del resto de la geografía española, así como su importancia para señalar la riqueza de ciertas clases sociales en épocas anteriores, se nos señala ya en citas literarias como las de La vida del Lazarillo de Tormes (1554), donde se nos cuenta “Y tengo un palomar, que de no estar derruido como está, daría cada año más de doscientos palominos”, (lo que nos habla ya de que esta situación de dejar que acaben en situación ruinosa no es un fenómeno de ahora); o en El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha (1605), donde en su primer capítulo nos habla de los hábitos alimenticios del mismo, “ Una olla de algo más vaca que carnero, salpicón las más noches, duelos y quebrantos los sábados, lantejas los viernes, algún palomino de añadidura los domingos…”, lo que bien podría indicar –a juicio de algunos expertos- que esos pichones sería cazados por el propio Alonso de Quijano, aficionado a la caza, que bien pudiese tener un palomar, fruto de ese privilegio que en la época se otorgaba a los hidalgos y a las órdenes religiosas.




Personalmente y aunque paisajísticamente hablando soy muy de volver mi mirada y mi corazón hacia tierras presididas por el monte Teleno, donde la planicie del terreno comienza a elevarse en suaves lomas rompiendo la uniformidad del horizonte, entiendo perfectamente la fascinación de Olga por estas humildes, a la vez que bellas en su sencillez construcciones. He de reconocer que en mi retina están prendidas algunas imágenes provocadas por el juego de luz sobre las mismas que más de una vez me han llevado a detener mi viaje para disfrutar del hermoso espectáculo de los rayos de sol rompiendo las luces para iluminar, o de un arco iris enmarcando su silueta en medio de esos campos inmensos, donde es raro que un árbol rompa el horizonte y que , no sé muy bien por qué parecen hablar de soledad al tiempo que de duros trabajos, aún bajo un cierto aire poético .
Espero que un sábado más, este viaje que hemos querido compartir con ustedes les haya resultado sugerente y les invito buscarlos y a disfrutar de su presencia antes de que desaparezca de su paisaje, no sin antes recomendarles –si sienten interés por estas singulares construcciones- para la lectura de Los palomares en la provincia de León, de Santiago Diez Anta. Deduzco que habrá más, quizá ligados a las otras provincias, pero ya saben que a una le gusta “barrer para casa” siempre que tiene ocasión de ello. También les comento de la existencia de Irma Basarte, una profunda enamorada de este tipo de construcciones, fundadora y presidenta de la Asociación de Amigos de los Palomares, que lleva varios años catalogando los existentes en la provincia de León, parte de cuyo trabajo podrán ver en https://www.facebook.com/groups/palomaressingulares/ , por si quieren indagar al respecto.
Feliz viaje a la memoria de nuestras ruinas.
Guía secreta de Barcelona: Café La Opera by j re crivello

Casi a la mitad del largo paseo que lleva al final de La Rambla, se encuentra este estrecho y particular café. Rodeado de espejos, en forma de tubo y con mesas a cada lado hasta toparnos con una barra que da entrada a un cuadrado amplio. Pero su fuerza está en los primeros cuatro metros, esas codiciadas seis mesas que ofrece al visitante para tan solo sentarse y… mirar.
Hace años el dueño un señor bajito y estrecho de miras nos quería quitar de la maratoniana espera. Del colega. De la amada. Del hombre salido hace poco del armario. Con un brazo de hierro, de aquellos que utilizaban antiguamente para bajar las persianas utilizaba su estilo para disciplinar a la clientela. Hoy a sus persianas las bajan con electricidad y esperan a su lado, para que la oxidada estirpe nos libere del ¿día de trabajo?
En esa época pasábamos largas horas, en aquel denso espacio pero estrecho. Era ojear, mirar, contemplar. A decir verdad, su espacio fue poco a poco colonizado por la fauna de mariquitas y su estilo. Pero los neo-hippies y los progres seguimos viendo –y recordando- aquello como el puré que acompaña al bistec, y ellos le reemplazaron por la ensalada verde, grácil, genial de atrevido color y movimiento.
Hace días estuve allí, ¿es que estoy recorriendo el pasado?, ¿o mirando el futuro? Los turistas le visitan como un lecho de ámbar, dispuestos a navegar en el para al regreso contar a sus amigos: ¡he estado allí! ¡He visitado uno de los templos de Barcelona! (1) Pero los garitos de moda se desplazan como los cuernos de la señora o el señor que desea platicar y sexo. Así que el café ha quedado varado en mitad de la Rambla, hasta el llegan ahora, los árabes, las fulanas y los carteristas, esta marea avanza en la crisis y desaparece una vez llegada la buena racha.
La depresión económica ha permitido que crezca esta suerte de morada de los señuelos de sexo y robo en mitad de este orgulloso paseo, y el visitante pueda ver las nalgas de las meretrices en plena Rambla. Mientras el bar La Opera aguanta vendiendo lo de siempre: mirones, cuernos, y ambiguos. Todo ello con coca colas o cervezas, o cortados.
¿Y su dueño? Se ha ido a pegar saltos al otro mundo indiferente a su fauna. Y, los jubilados sin perra gorda se han metido en los clásicos hogares de las caixas o bancos, ahora allí hay timba, ordenadores con internet, calefacción gratis y alguna cosilla más. Faltan eso sí, las carnes ambiguas, ¡ellas daban mucho atrevimiento! Pero si Ud. le visita, recuerde a su dueño, fiel del poder del franquismo muerto y la democracia ansiosa de sexo sin condón.

(1) Tal vez el otro sea la Sagrada Familia
Como llegar:
Dirección: La Rambla, 74, 08002 Barcelona
Abierto ⋅ Cierra a las 2:30
Saltos de Moconá, la joya oculta de la selva misionera argentina
Ubicados a 300 kilómetros de las famosas cataratas del Iguazú, estos saltos de agua son una invitación al turismo de aventura y a conocer la tranquila vida de El Soberbio y la selva Paranaense
By Federico Rivas Molina publicado en El País

En un punto perdido de la provincia argentina de Misiones, 1.200 kilómetros al norte de Buenos Aires, al final de una larga carretera asfaltada, hay un sitio que se llama El Soberbio. Como todo pueblo con aspiraciones de progreso, tiene un semáforo. Podría no estar allí, porque el Soberbio es un sitio tranquilo en la orilla del río Uruguay, con calles de tierra roja, casas bajas y niños que corren por las veredas. Como basta cruzar el río para llegar a Brasil, muchos de sus habitantes hablan en un español mezclado con portugués que da un aire de irrealidad colectiva a los sonidos, las comidas y las costumbres. Estamos en el corazón de la selva Paranaense, o lo que queda de ella, y a solo tres horas por carretera al sur de las cataratas del Iguazú. El turista conoce aquellos saltos rugientes, marca registrada del turismo internacional en Argentina. Pero la mayoría desconoce que en El Soberbio hay una joya oculta que vale la pena descubrir: los saltos de Moconá.
Los saltos de Moconá son una anomalía geológica única en su especie. Una falla que corre a lo largo del río Uruguay ha creado unos balcones de hasta 15 metros de altura y tres kilómetros de largo. El viajero los recorre en navegación desde abajo, acompañando el agua que se desploma en paralelo al cauce. El aroma y los sonidos de la selva se mezclan en una experiencia inolvidable que, vale advertirlo, de tan salvaje tiene sus pormenores. Si ha llovido mucho, el río crecerá hasta tapar los saltos y donde había cascadas rugientes solo se verán aguas plácidas. Ese es el costo de enfrentarse a la selva virgen. Pero a no hay que desesperar, porque en El Soberbio hay mucho más que saltos de agua.

Este pueblo misionero es hijo de la industria de la madera. Muchos colonos brasileños de origen alemán eligieron el paraje para desarrollar el negocio. Sobraba la materia prima y el río Uruguay servía como medio barato de transporte. El pueblo creció, pero no demasiado. Hoy tiene unos pocos miles de habitantes que viven del cultivo de tabaco, la citronela y la yerba mate y que buscan en el turismo una nueva oportunidad de desarrollo. Quienes elijan visitarlo verán un proyecto en pleno crecimiento que tiene el desafío de no morir de éxito. El encanto de lugar es, justamente, que no llegan buses cargados de turistas y las grandes cadenas hoteleras se concentran en las cataratas del Iguazú. Pero no por ello falta infraestructura.
A lo largo de la ruta 2, que recorre la vera del río Uruguay hasta los saltos, hay sitios para dormir y visitar cargados de historia. Como la casa de la familia de Adelmar Galiano, descendiente de emigrantes italianos y ucranios que están en El Soberbio desde la época de su fundación. En la finca se cultiva la citronela (Cymbopogon nardus), una gramínea asiática de la que se extrae un aceite que se utiliza como desinfectante y repelente de mosquitos. Galiano ama su trabajo, y muestra al visitante la cascada que cae sobre su terreno y las plantas de citronela que seca al sol antes de destilar el aceite con un alambique de su invención. “Ahora somos pocos los que nos dedicamos a la citronela”, dice lamentándose, “porque muchas familias se han pasado al tabaco. Y el tabaco volvió escasa la leña y el agua”.
La selva está en una tensión constante con el progreso. Por eso el desafío de las autoridades locales es garantizar un turismo sostenible, como explica Víctor Motta, director del modelo de desarrollo: “Acá no entran buses de dos pisos y no tenemos hoteles cinco estrellas. Incluso no hay autobuses que recorran la ruta 2 hasta los saltos”. En el camino hay una reserva privada de unas 40 hectáreas llamada Yasí-Yateré, obra de Leo Rangel Olivera, un uruguayo que cultiva más de 300 tipos de frutas y otras plantas comestibles. Machete en mano, Rangel corta los frutos aún chorreantes para que el turista los pruebe con sus manos. Ha intentado incluso con el café, rescatando del olvido plantas que un visionario trajo a mediados del siglo pasado sin demasiada fortuna. “Soñamos con un sitio de cultivo que conviva con la selva”, dice. “Cuando arrancas la selva se acaba la materia orgánica. Luego de unos años la tierra se vuelve estéril y solo sirve para ganado, por eso trabajamos con un modelo de agricultura permanente”, explica.

Para visitar la reserva de Rangel Olivera conviene alojarse en el lodge La Misión Moconá, con habitaciones burbuja con vistas al río que sumergen al visitante en la noche húmeda y estrellada. Desde allí parten excursiones en Unimog, un transporte militar todoterreno que se adentra en viejos caminos de tierra entre la maleza. La guía Gloria Gómez mostrará con paciencia lo que queda de la Mata Atlántica Paranaense, diezmada del lado brasileño por el agronegocio. En El Soberbio se camina entre paraísos, palmeras pindós, cedros e inciensos, ante la mirada de decenas de tucanes. Gómez contará entonces la historia del Pombero, un protector del bosque que “emite sonidos del monte, en ese silencio que no es silencio”. “Mi abuela me decía que el Pombero me iba a cuidar, y le dejaba tabaco y caña en agradecimiento”, cuenta.
Si se andan otros 20 kilómetros hacia los saltos se llega al Moconá Virgin Lodge, 14 habitaciones conectadas por pasarelas de madera que se pierden entre los árboles. Durante el día se puede practicar tirolina, navegar en kayak por el río y hacer senderismo. Por la noche se corta la luz eléctrica y el cielo estalla de estrellas.
Borges y la Buenos Aires secreta By Esteban Ierardo
En su vagabundear por la ciudad de antaño, al escritor no le atraía la arquitectura que imita a París, Madrid, o Viena. Por el contrario, en sus historias se funden los tranvías a caballo, los carros del aguatero y el lechero, y las casas con patio, zaguán y jardín… El arrabal, en definitiva.

Borges camina por las calles del Buenos Aires perdido, el de las casas bajas y el mucho cielo. No la ciudad con los muchos edificios afrancesados en su centro, sino la de los suburbios, los arrabales que se desvanecen en la pampa.
Los latidos del escritor terminaron en un hospital de Ginebra, Suiza, en 1986. El Buenos Aires que siempre agitó su memoria era el de los tranvías a caballo y de los primeros tranvías eléctricos, los carros del aguatero y el lechero, y las casas con patio, zaguán y jardín; no la urbe de “las torres de cemento y el talado obelisco”.
Varios escritores célebres inspiraron su literatura en ciudades, o sus narrativas contribuyeron a modelar sus ambientes: la Praga de Kafka, el Dublín de Joyce, la Lisboa de Pessoa, el Edimburgo de Stevenson, la Estambul de Pamuk. La de Borges es “la secreta ciudad de Buenos Aires”, según reza el epílogo de su poemario La cifra.
Esa urbe secreta es lo perdido, pero también lo preservado entre cuentos, poemas, entrevistas y versos del autor de El Aleph.
En los bordes
En la casa de la calle Tucumán 840, entre Suipacha y Esmeralda, nació, en 1899, Jorge Francisco Isidoro Luis Borges en el hogar de sus abuelos por la línea de su madre Leonor. Borges recordará luego que hacia fines del siglo XIX la calle Viamonte “se llamaba calle del Temple, y estaba llena de lupanares”. Su lugar de nacimiento era ya la casa arquetípica de un Buenos Aires mítico que luego el escritor evocará con nostalgia, la casa baja, con aljibe, patio, puerta cancel y un húmedo zaguán.
Pero la cosmovisión borgiana nació en su casa de la infancia, ya perdida, en la calle Soler (hoy calle Jorge Luis Borges) en un Palermo que era la transición entre la ciudad céntrica y el suburbio que, en sus límites, albergaba todavía almacenes de ramos generales, galpones, prostíbulos, esquinas en las que los compadritos esgrimían su puñal y su coraje, y donde el arroyo Maldonado fluía todavía como serpiente de agua escurridiza bajo un cielo ancho, con el horizonte visible, de los amaneceres y ponientes.
En aquellos años infantiles Borges conoció la Enciclopedia Británica que lo sumergirá en su pasión cosmopolita por las muchas filosofías, religiones, literaturas, saberes. Y la imagen del tigre. El felino de Asia, con sus rayas y magnetismo que también visitaba en el cercano zoológico. Su casa infantil tenía dos plantas, se encontraba junto a la de su abuela Fanny Haslam, madre de su padre Jorge Guillermo Borges, que era “muy inteligente” y, por lo tanto, como toda persona inteligente, tolerante, y libre pensador que le transmitió una vehemencia casi anarquista por la libertad individual.
Conoció entonces a quien lo introducirá en la ciudad mítica, Evaristo Carriego, joven que murió a los 29 años dejando un solo libro, Misas herejes, con versos en los que se exalta el tango, los compadritos, el ambiente del arrabal, lo que será parte de la mitología de Buenos Aires que el escritor empieza a modelar luego del regreso de un viaje a Europa, en 1921, a través de sus primeros libros de poemas Fervor de Buenos Aires (1923), Luna de enfrente (1925), Cuaderno San Martín (1929).
Libros de versos nacidos al ritmo de su caminar por las calles del sur, o de Villa Ortúzar, Palermo, Chacarita, Recoleta o Balvanera. Recorridos urbanos impregnados de filosofía. En Fervor de Buenos Aires, por ejemplo, en su poema “Amanecer”, en ese momento cercano a un nuevo sol, luego de una larga caminata nocturna sabe que él y otros pocos noctámbulos impiden que la ciudad desaparezca. La urbe sobrevive porque alguien la está pensando. Los entornos de seres y cosas solo existen por el pensamiento de una mente individual o universal, como lo propone en su cuento “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius”, en Ficciones.
Y al recorrer las calles durante el día y la noche, el joven Borges descifrará también una sabiduría popular en la inscripción en los carros, uno de los textos de Evaristo Carriego, 1930, la biografía no solo de un amigo, sino también de Palermo.
En su vagabundear por la ciudad de antaño, al escritor no le atrae la arquitectura que imita a París, Madrid, o Viena, sino que, como manifiesta Carlos Alberto Zito en El Buenos Aires de Borges, “el joven poeta quiere ver el Buenos Aires profundo, rioplatense, pampeano, el que se hace solo, sin consultar a los europeos, en los bordes de la ciudad”. Y en “Las calles”, poema también de Fervor de Buenos aires, se rubricará con claridad el lazo del escritor con la ciudad ya que “las calles de Buenos Aires/ya son mi entraña /No las ávidas calles, incómoda de turba y ajetreo/ Sino las calles desganadas del barrio/ Casi invisibles de habituales…”
Las calles humildes del barrio encienden de íntima pasión al poeta. De ahí el desdén por el edificio señorial y por el art Nouveau, o “los reticentes cajoncitos” del estilo art decó de Alejandro Virasoro. La Buenos Aires más ostentosa se apartó de la herencia española, pero la que rebullía en el suburbio era la “arquitectura instintiva” del capataz italiano. Y el goce con la construcción más espontánea también lo buscará en el tango, que valora cuando surge de la rusticidad y no desde la pieza con pretensión de género artístico.
La ética del puñal
El arroyo Maldonado era la frontera natural entre la ciudad y el campo, ya antes de que Belgrano y Flores, primero partidos de la Provincia de Buenos Aires, se incorporaran a la ciudad, en 1887. Los inconvenientes que causaba su curso, inundaciones, problemas de comunicación, llevaron a su entubamiento, en 1933.
Y el Maldonado también fue escenario de uno de los cuentos de entonación orillera más emblemáticos del autor de “La Biblioteca de Babel”: “Hombre de la esquina rosada”, incluido en su versión final en Historia universal de la infamia, de 1935.
El Salón de Julia era lugar de encuentro para las cartas, el alcohol y las prostitutas. Allí irrumpe un hombre alto, fornido, con una chalina color bayo, vestido de negro. Se llama Francisco Real, apodado el Corralero, con fama de peleador letal, y que venía del Norte. Provoca a Rosendo Juárez el Pegador, alagado por el amor de La Lujanera, la mujer más codiciada del lugar. El desafío del Corralero busca aumentar su prestigio al vencer a otro malevo encumbrado. Rosendo se niega al enfrentamiento, aunque la Lujanera le acerca el facón para que pelee. Pero la lucha no consumada no significa que no haya un muerto. Al final, el narrador sorprende a Borges y al lector con su uso del cuchillo para, fuera de la vista de todos, ajustar cuentas con quien vino a provocar en su pago.
El lugar del reto a duelo puede situarse, como el propio escritor aclaró, en cualquier sitio en el curso del Maldonado, en Palermo, Villa Crespo, o los fondos de Flores. Sin embargo, en el relato se afirma que Rosendo Juárez pisaba fuerte en Santa Rita, zona hoy entre Villa del Parque y Flores; y el salón de Julia “era un galpón de chapas de cinc, entre el camino de Gauna y el Maldonado”.
Varios de los relatos de Borges suscitaron versiones en el cine. Pero solo una le conformó, la adaptación del cuento del Salón de Julia y su atmósfera de pasado orillero, por René Mugica: “un film admirable, muy superior al relato endeble en el cual se inspiró”.
El interés por las historias de peleadores de compadritos, guapos y malevos, algunas nacidas de las anécdotas que le refería a Borges su amigo Nicolás Paredes, guardaespaldas de un caudillo conservador. La sustancia de un criollismo que supo alentar también con sus letras para milongas, como la que quiere salvar la memoria de Juan Muraña, hombre del cuchillo que “tuvo una sola virtud. /Hay quien no tiene ninguna. /Fue el hombre más animoso que han visto el sol y la luna.”
Lo “animoso” es prenda de coraje, épica del puñal, que también encontró en Jacinto Chiclana. Así, “siempre el coraje es mejor/ la esperanza nunca es vana/vaya, pues, esta milonga, /para Jacinto Chiclana”.
La ética del coraje que el escritor, con algún matiz forzado y de idealización desubicada, quiso encontrar en los compraditos, hombres solo violentos; convertidos en habitantes de una ciudad lejana, recóndita, arrabalera, a los que el autor de “El sur” les confirió la aureola de lo legendario.
La biblioteca Miguel Cané
El escritor procedía de una familia culta y de ilustre genealogía, pero todo esto no lo eximió de la carencia económica. Borges tenía que trabajar. Y su amigo el poeta Francisco Luis Bernárdez movió influencias para conseguirle un empleo como auxiliar en la Biblioteca municipal Miguel Cané, en Carlos Calvo 4319, Almagro, “un barrio gris y lóbrego, por el sudoeste de la ciudad”. Borges dirá que allí no trabajaban mucho más de cincuenta empleados para un trabajo de quince o veinte, a lo sumo. Sus recuerdos de aquellos días no eran muy gratos: “Resistí en la biblioteca alrededor de nuevo años. Fueron nuevo años de profunda infelicidad”, de pesar por la soledad respecto a sus compañeros de trabajo, a los que poco o nada les interesaba la literatura, a pesar de la cotidiana cercanía de los libros.
Y es inevitable la mención de la anécdota de que ya en esos días Borges era reconocido por la elite literaria. Entonces uno de sus colegas, que hojeaba un tomo de la Enciclopedia Espasa Calpe, manifestó su sorpresa por un artículo sobre alguien que tenía el mismo nombre y apellido y fecha de nacimiento que Borges. Éste no trató de convencerlo de que no era una coincidencia, sino que se trataba de la misma persona.
El largo viaje en tranvía para llegar a la biblioteca municipal era oportunidad para sus lecturas continuas, para su aprendizaje del italiano a través de un ejemplar bilingüe de la Divina comedia. Pero el empleado bibliotecario hará también de la biblioteca lugar de escritura de algunos de sus grandes cuentos, y metáfora del universo. Se conservan un sillón y un pupitre en el que escritor trazó las letras de “Tlön…”, y otros cuentos de Ficciones. En el sótano hizo su conocida traducción de Orlando de Virginia Woolf.
Y allí concibió también “La biblioteca de Babel” con sus galerías hexagonales, de veinte anaqueles, cada uno de ellos con treinta y dos libros de cuatrocientos diez páginas. Los hexágonos se propagan por todo el espacio, una “biblioteca infinita-dirá-que abarca el universo y se confunde con el universo, era mi pequeña y casi secreta biblioteca de Almagro”.
La imaginación como forma de transfiguración de la realidad deslucida y pedestre. La biblioteca real de la estrechez y la rutina mediocre convertida en biblioteca universal; la escritura como esencia de una realidad total. Desde los anaqueles reales de Almagro hacia los hexágonos atestados de libros de la biblioteca simbólica, fantástica, infinita.
Y la sensación de agobio en la pequeña biblioteca de barrio la intentó compensar también el escritor comprando todos los días en San Juan y Boedo “un mismo décimo de lotería”. Luego de abandonar la biblioteca barrial no tentó más la suerte. Pocos meses después salió premiado el número antes religiosamente comprado. “La lotería de Babilonia” es el relato borgiano que, entre suertes, loterías y colegios secretos ancla el azar en el fondo de la vida. Es posible que haya surgido de la costumbre del escritor de tentar la suerte a la salida de la biblioteca de Almagro. Otro acto de trasposición por el que un billete de lotería deviene un juego literario que intuye que lo azaroso, y no una necesidad divina, es lo que late en el centro del mundo.
El Sur
Juan Dahlmann, el secretario de la biblioteca Manuel Gálvez, sale de la clínica en la que estuvo internado. Quiere viajar a un terreno de su propiedad en la provincia de Buenos Aires. Debe entonces llegar a la estación de trenes de Constitución para empezar su viaje. Y, camino hacia allá, al atravesar una conocida avenida, sabe que “nadie ignora que el Sur empieza del otro lado de Rivadavia. Dalhmann solía repetir que ella no era una convención y que quien atraviesa esa misma calle entra en un mundo más antiguo y firme”, según se lee en el relato “El Sur”.
Lo “más antiguo y firme” es trasformación de un punto cardinal de la ciudad en lugar filosófico que entrega una mayor consistencia de vida.
Y esto hace comprensible lo que Borges escribe en el prólogo de Buenos Aires en tinta china, libro de 1951, con la poesía de Rafael Alberti y los dibujos de Attilio Rossi, donde asegura que “…el Sur es la sustancia original de que está hecha Buenos Aires, la forma universal o idea platónica de Buenos Aires”. Y también luego agrega que cuando creía cantarle a Palermo, estaba evocando al Sur porque no hay palma de Buenos Aires que “no sea… el Sur”.
El Sur es el de San Telmo, Montserrat, Barracas y Constitución; zona vasta de la ciudad que no despertó el interés inmobiliario, lo que contribuyó a que preservara su fisonomía con conventillos, hoteles pobres y pensiones.
En el Sur, mucho quería el escritor el Parque Lezama, donde intimó con Estela Canto. Y muchas veces pasó por la esquina de Piedras y Chile, en Montserrat; y en “La noche que en el sur lo velaron”, de Cuaderno San Martín, ya su poesía se detenía en un velorio en casa de gente modesta en el sur mitificado.
La ciudad, mirador universal
Pero el Sur tiene también otra envergadura. Es el lugar de una ciudad transfigurada que oculta, quizá, la clave esencial de la literatura borgiana: la observación del universo desde un sótano en el barrio de Constitución.
Ya el escritor había transfigurado Buenos Aires en “La fundación mítica de Buenos Aires”, en el Cuaderno San Martín, cuando se aparta de la historia para navegar en el mito, su mito de la ciudad; y por eso: “A mí se me hace cuento que empezó Buenos Aires/ La juzgo tan eterna como el agua y el aire”. Y en Ficciones, en “La muerte y la brújula”, relato en el que la avenida Paseo Colon se convierte en la quinta Triste-le-Roy, con sus “inútiles simetrías” en la que el detective Erik Lönnrot caerá en una trampa final; o un callejón del Palermo perdido se transforma para liberar una sensación de eternidad en “Sentirse en muerte”, incluido en la parte IV de Historia de la eternidad.
Pero la transfiguración de la ciudad en el Sur cobra proporciones visionarias. En un bar en la esquina de Chile y Tacuarí, el personaje de “El Zahir” recibe en el vuelto una moneda particular, cuya imagen nunca puede olvidarse; lo propio de un Zahir, un objeto extraordinario que adelanta la visión de la divinidad.
Y el fundamental relato “El Aleph”, un Borges narrador descubrirá el mirador que permite ver el universo. El detestado Carlos Argentino Daneri lo invita a contemplar un punto esférico en el sótano de su casa en la calle Garay, en Constitución, que permite observar el universo desde todos sus ángulos, en un instante y simultáneamente.
En la ciudad real Borges frecuentará muchos lugares particulares: la Confitería Richmond; el bar La Perla de Once, sitio de sus encuentros proverbiales con Macedonio Fernández, o la Librería La ciudad en la Galería del Este, cerca de su último domicilio en la calle Maipú, en Parque San Martín.
Pero donde siempre estará el centro radiante de su literatura es en el sótano de una casa en el sur de la ciudad. La ciudad no solo como mitología de las casas bajas con patio, zaguán y aljibe, sino como mirador de lo universal. La ciudad transfigurada por la ficción y dotada de un oculto observatorio de cada detalle, de cada presencia, de cada ser que habita en una realidad total. La secreta Buenos Aires identificada con el Sur y El Aleph, elevada a lugar de contemplación de la vida más grande que siempre se nos escapa.
(*) Esteban Ierardo es filósofo, docente, escritor, su último libro La sociedad de la excitación. Del hiperconsumo al arte y la serenidad, Ediciones Continente; creador de canal cultural “Esteban Ierardo Linceo YouTube”. En agosto dará cursos sobre Borges, Cortázar, y cines anunciados en página de Fundación Centro Psicoanalítico Argentino (www.fcpa.com.ar): así como otras actividades difundidas en su fb.
Las ruinas que deja el mar —02. Por Mercedes G. Rojo y Olga Orallo (fotografía)
Sección: Viajes. La memoria de las ruinas 2

Cuando pensamos en Lanzarote, el común de los mortales piensa fundamentalmente en sol, playa, naturaleza y buena temperatura, al menos en un primer impulso. Desde Turismo-Lanzarote gustan mostrarnos la isla como “un lugar especial en el mundo”, con “algo diferente que va más allá de lo que se puede encontrar en cualquier destino de sol y playa. Una isla en la que la naturaleza y el arte van de la mano, donde sus gentes sienten y viven el compromiso y orgullo de pertenecer a ella, y la comida sabe a mar y a campo”, una isla cuya esencia deja huella, una isla capaz de crear lo que ellos han llamado el Efecto Lanzarote.


Fotos de Olga Orallo
Reconozco que aún me queda por conocer mucho de las islas, que visité hace ya mucho tiempo y llegando solamente a Gran Canaria y Tenerife. Los destinos de sol y playa nunca han sido mis preferidos pero reconozco que los múltiples reportajes que tras aquella visita he visto de Lanzarote me han hecho pensar que fue una pena no haber podido dedicar parte de ese viaje a conocer una isla de la que me llama poderosamente la atención el arte particular de César Manrique creando territorio, sus paisajes volcánicos y otros singulares atractivos que nos dejan la percepción de un mundo ajeno en un territorio relativamente cercano. Cuando entre las fotografías que comparto con Olga a la hora de preparar estos reportajes, me encuentro con las de dicho lugar, me llaman poderosamente la atención las que recogen dos aspectos muy particulares de la isla de las que nunca antes había tenido referencia: el buque encallado en las proximidades de Arrecife, y un particular museo realizado a partir de multitud de objetos desechados. Y como nuestros reportajes tienen el objetivo de resguardar una parte de la memoria ligada a cada una de las ruinas que se muestran a nuestra mirada, máxime cuando pueden desaparecer en cualquier momento de nuestro paisaje, ambos elementos decidimos dedicar este reportaje.
Inevitablemente, cuando veo surgir de las fotografías de Olga las imágenes de ese esqueleto de barco encallado tan cerca de la playa, se me vienen a la mente los datos que confirman que Lanzarote se ha convertido en los últimos años, precisamente por su cercanía con la costa africana, en uno de los destinos más buscados para el desembarco de pateras, llenos de personas que buscan un futuro más prometedor, arriesgándose a ser tragados por el mar o a quedar atrapados en un presente incierto, como esos miles de objetos abandonados por doquier y sin una utilidad, al menos aparente. Es la sensación de abandono y de desecho.

Foto: Olga Orallo.
Los restos que nos ocupan no son otros que los del buque Telamon, un buque de carga griego que viajaba cargado de troncos desde San Pedro (Costa de Marfil) a Thessalonika (GreciaI). El 31 de octubre de 1981, tras haberse desviado hacia Lanzarote para repostar, sufrió una avería frente a sus costas, sin ni siquiera llegar a alcanzar el puerto de Los Mármoles (Arrecife). Quedó encallado y sin manera de ser rescatado, así que fue abandonado y, poco a poco, paso a convertirse en una atracción turística que hasta llegó a ser habitado por okupas y visitado por submarinistas, convirtiéndolo en un espacio peligroso para quienes se jugaban la vida con tal de hacerse una foto con el pecio. Ante tal circunstancia, y tras más de 40 años encallado, el Ministerio de Defensa español adjudicó el desmantelamiento y la retirada definitiva del buque, cuyo desguace comenzó a ponerse en marcha a mediados del pasado año (julio, 2022), tras proceder al vallado de la zona perimetral donde se están realizando los trabajos, que no tienen un plazo concreto de finalización debido a la dificultad añadida que supones el hecho de que parte de dichos restos estén sumergidos.
En cualquier caso, si en su momento no pudo ver lo que era una de las icónicas imágenes de Lanzarote, es posible que ya no llegue a tiempo de disfrutarlas más que a través de este reportaje que le dejamos, como aperitivo para que se sumerja en la búsqueda de más información al respecto. Por su parte, la responsable de estas fotos, Olga Orallo, reconoce que acostumbrada como está a la ruina de los edificios, le llamó poderosamente la atención la visión del barco, emergiendo del mar, tan cerca de la costa que “cuando baja la marea te puedes acercar a él, aunque su envergadura te impida subir hasta el mismo. No obstante, para mí, las fotos más bonitas son las que tomas con perspectiva, desde la playa”. De hecho algunas de esas instantáneas que realiza están hechas “a través de una barquichuela de madera, seguramente abandonada también en la playa por algún pescador, que el tiempo ha ido llenando de agujeros que me permitieron observar el barco a través de ellos como si de una ventana se tratara”, en un día tranquilo, en el que se respiraba la serenidad de los sitios poco frecuentados, en el que apenas se encontró con 2 o 3 curiosos más.

Contemplando sus imágenes, la sensación de esa visión tras los huecos-ventana, me ha recordado otro de mis poemas surgidos de aquella exposición de la que en el anterior artículo les hablé, esta vez en torno a unas fotografías de la artista Marga Clark que en cierta manera me trae esa misma sensación de estar al otro lado de una luz que no sabes muy a ciencia cierta lo que te oculta, dudando siempre que es lo que te espera tras de ella.
DUDA Me paro aquí de este lado de la luz donde solo hay sombras, donde la oscuridad me atrapa. Y me retiene, seductora. Miro hacia esa luz y me debato ante la duda. No sé donde me encuentro. No sé si debo quedarme en esta incertidumbre conocida o escapar corriendo hacia un futuro aún más incierto Cierro los ojos. A través de los párpados la luz sigue llamándome. Insistente. (Poema de Mercedes G. Rojo. Incluido en el poemario "De este lado de la luz")
El otro elemento que viene a completar ese reportaje tiene también el aire de lo insólito, pues recoge apenas una serie de instantáneas de las miles que habrían podido sacarse de un lugar muy particular: el Museo Mara Mao, apenas unos kilómetros más allá de donde se encuentra (¿o ya encontraba?) el buque Telamon, en la localidad de Teguise; un espacio situado en un jardín particular, que puede verse fácilmente desde la carretera y en el que se puede encontrar una abigarrada colección de objetos de lo más variopinto, miles de objetos cada uno de los cuales tiene sin dura una historia detrás. Recogidos en cualquier sitio, la playa, la calle, los contenedores…, eran recogidos, lavados y convenientemente desinfectados por quien los recogía – tal como él mismo le contó a Olga cuando por casualidad se topó con este lugar-. Un ejemplo más de que lo que unos tiramos otros pueden valorarlo. Y si el espacio está, además, de esculturas realizadas en yeso (incluso de diferentes colores, en blanco, en rojo, en negro), tanto Olga como yo hemos preferido quedarnos con algunos de esos objetos pequeños que sin duda pasarán desapercibidos a muchos de los visitantes de tan insólito lugar, pequeños tesoros de alguien que salvó para nuestra nostalgia ese juguete en forma de pequeña cámara de televisión que nos mostraba imágenes turísticas de los lugares visitados (el típico regalo-recuerdo con el que se podía obsequiar a los más pequeños de la casa tras un viaje), esa vieja muñeca que cualquier niña pudo perder tal vez en la misma playa, con su ropaje alborotado por el paso del tiempo y el abandono, tal vez símbolo de esos refugiados que de tanto en tanto, cada vez de manera más habitual, llegan a las playas de la isla en busca de un mejor futuro; o esa bota, símbolo de los caminos recorridos, con todos los azares que los mismos nos deparan.



Fotos de Olga Orallo.
BOTA SOLITARIA Avanza el otoño y te encuentro abandonada a la orilla del Camino. Están tus entrañas entreabiertas, cubriéndose de incipiente verdín junto a la epidermis que cubrió un día los pasos que buscaban su destino. Tu aspecto me lleva a dudar del carácter peregrino de los mismos, o si era un rumbo distinto el que seguían. Hoy, en medio de un día frío y gris, en el que nadie más que yo hoya este camino, me pregunto si los pasos que escaparon de tu encierro alcanzarían al fin su meta, fuese cual fuese, el destino que buscaban. (Texto de Mercedes G. Rojo)
Y ahora ya sí, terminamos este reportaje, con el que esperamos haberles invitado a viajar por lo insólito y a mirar con otros ojos lo que cualquier destino pueda depararnos, con esta frase de Olga en torno a la sensación percibida en los espacios que provocaron las fotos de este reportaje de hoy: “Son lugares donde puedes disfrutar en soledad, donde hay poca gente. En ellos buscas tranquilidad, y es verdad que te dan serenidad pero también, en la mayoría de las ocasiones, como mucha nostalgia…”
Les esperamos el mes próximo para descubrir que otros lugares tienen una historia que contarnos a través de sus ruinas.
Anteriormente: La memoria de las ruinas 1
La memoria de las ruinas. Por Mercedes G. Rojo y Olga Orallo
Pasado y presente unidos en imagen y palabra.
Serie: Viajes. La memoria de las ruinas

Con el comienzo de este nuevo año que, sinceramente, espero que sea mejor que el que acabamos de dejar atrás, comienzo una serie de artículos que tienen que ver con viajes, pero no viajes cualquiera, sino viajes a esos lugares que están ya sin ser y que tal vez muy pronto dejen definitivamente de estar más allá de la huella dejada en la memoria de quienes los hallan visitado y en las fotografías que de los mismos hayan realizado personas como Olga Orallo, fotógrafa en torno a cuyos reportajes va a girar esta sección que llegará a vosotros/ustedes, público lector, cada primer sábado de mes, aunque este primero que lo inicia llegue a deshora. «La memoria de las ruinas», que así hemos querido titular este espacio, es una propuesta doble, a caballo entre la imagen que pondrá Olga y los textos con los que yo iré completando y dando vida a cada uno de sus reportajes.
LA MEMORIA DE LAS RUINAS:
Cada fotografía cuenta una historia, a veces la historia tenemos que construirla nosotros, en otras nos llega un fragmento de la realidad (Olga Orallo)
El título escogido para esta sección define perfectamente el carácter del proyecto hacia el que Olga Orallo ha conseguido arrastrarme con su pasión, en un encuentro fruto de la casualidad en torno a diferentes y comunes intereses: la pasión por la fotografía en blanco y negro y una atracción especial por las ruinas que se desperdigan por doquier, y que también llena mis archivos fotográficos, a los que de vez en vez recurro como fuente de inspiración para algunas de mis historias. Esta atracción por las ruinas, que está hoy en día bastante extendida, no es nueva ni fruto de lo «fácil» que los actuales medios han puesto al servicio de una gran mayoría de personas. Ya en su momento esta atracción fue manifestada, por ejemplo, por viajeros y artistas del Romanticismo inglés, que fue extendiéndose por otros países hasta crear una corriente artística que dio lugar a libros de viajes, grabados, pinturas, fotografías posteriormente, …, surgidos en torno a ese vínculo emocional que las ruinas producen en muchas de las personas que bien las encuentran bien las buscan y, a su vez, dejándonos, en no pocas ocasiones, verdaderas joyas artísticas que han servido de inspiración para otras personas, como estos versos surgidos de mi inspiración en torno a una de las imágenes de las ruinas de Sintra, captadas por otra fotógrafa amiga que, a su vez, ilustró una exposición surgida en torno a textos propios de mi primer poemario Días Impares. El diálogo se convirtió en un feed-back creativo que concluyó con este nuevo poema, ilustrativo -creo yo- de lo que unas ruinas pueden inspirarnos en un momento dado:
CON EL TIEMPO Con el tiempo sé que retornaré a aquel lugar que tal vez un día soñaron por mí, ajenos, mis sentidos. Encontraré paisajes antes no pisados y arquitecturas no vividas aunque pasearé por ellas como si las recordase de otros tiempos. Escucharé entre sus muros músicas y sonidos ahora inexistentes y sentiré junto a mí la presencia de otros cuerpos. Caminaré entre ruinas por lugares que se han perdido en el tiempo y sus paisajes. Y al deslizar mis pasos por sus rincones sabré si alguna vez ya estuve en ellos y si entre ruinas perseveró de algún modo mi presencia, esperando a que volviera a recobrarla …con el tiempo. (Del poemario De este lado de la luz. MGR)
Y es que las ruinas nos hablan de lugares que fueron, que tuvieron su momento de utilidad y -tal vez- de esplendor, pero también nos hablan de las vidas que los llenaron dejando en ellos la huella de sus alegrías, de sus sufrimientos,…., sentimientos y emociones que tal vez trasciendan el tiempo y el espacio como en un hecho mágico que hace que para determinadas personas tengan estos lugares esa atracción tan especial, como si fueran capaces realmente de contarnos sus historias. Es la memoria de cada uno de esos lugares y de las vidas que por el mismo transitaron más allá del tiempo y las circunstancias. Pero hoy no voy a extenderme más en torno a esa «memoria» por rescatar, si es que la tienen, tal como en los versos anteriores se deja entrever. Con dichos versos, y antes de dar comienzo a los reportajes inspirados por las fotografías de Olga Orallo (para leer el primero tendrán que esperar ya al mes de febrero), permítanme dar paso a la presentación de quien será nuestra guía visual por esos lugares, cuyo recorrido hoy iniciamos con este avance.
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Quintana de la Peña -
Antigua casa indiana (Asturias) -
Folgoso del Monte -
Prada de la Sierra (León) -
Castillo de San Blas. Molinaseca (El Bierzo)

1— Rincones abandonados en diversas poblaciones, bajo la mirada de Olga Orallo
Olga Orallo es una excelente fotógrafa leonesa, podríamos decir que aficionada por cuanto no se dedica de forma profesional a este arte, con la que me unen diferentes colaboraciones desde que por casualidad nos conocimos allá por 2018, con motivo de un homenaje a la escritora (tantas veces nominada al Nobel) Concha Espina. Aficionada como soy desde hace muchos años a la fotografía, aunque hace ya que no le dedico tiempo ni empeño, coincidimos en algunos aspectos que son los que nos han hecho concebir este trabajo conjunto: por un lado la fotografía en blanco y negro que Olga Orallo prefiere sobre el color; por otro esa especial atracción por las ruinas que se desperdigan por doquier y que a veces salen a su paso inesperadamente mientras que en otras ocasiones sale a su premeditada búsqueda.
He querido saber un poco más cuáles han sido los motivos que la han animado a escoger esta temática como uno de sus principales centros de interés, dentro de esa pasión más genérica por el paisaje en todas sus facetas, y aquí tienen sus respuestas:
Mercedes G. Rojo ¿Cómo y cuándo te surge esta pasión por fotografiar espacios en ruinas?
OO: No podría concretarlo en un momento determinado, sí en el hecho de que un día vi un edificio en ruinas y me trajo buenas sensaciones; ahora salgo cada vez que puedo en busca de estos lugares. El amor por la fotografía y una cierta pasión por todo lo antiguo son los motivos que me han impulsado a descubrir, desde hace varios años, estos rincones con la peculiaridad que les da el hecho de estar olvidados y abandonados.
MGR. ¿Qué es lo que encuentras en estos lugares que la diferencia de otros objetivos?
OO: La grandeza de lo que fueron, las historias que transmiten,…; sin duda es fascinante ver como la naturaleza se adueña de estos lugares, lugares que tienen una historia que sólo sus muros pueden contar, pero que, a su vez, guardan celosamente hasta el último instante de su existencia. Es maravilloso ver espacios abandonados que han quedado congelados en el tiempo. Lo que a unos les parece un horror, a otros nos parece de una belleza absoluta; es solo cuestión de los ojos de quién mira.
MGR. ¿Qué le aportan estos espacios a tu fotografía? ¿Por qué consideras importante rescatar estos lugares para el ojo de quien puede conocerlos a través de tu fotografía?
OO: Sin duda estos lugares en ruinas son los que nos dan la posibilidad de dejar que la historia misma se nos manifieste, más allá de las palabras. A todos los edificios les llega el momento de perder su utilizad original. Algunos quedan abandonados, pero otros pueden gozar de una segunda oportunidad con funciones muy distintas a aquellas para las que fueron proyectados en su origen, como ha ocurrido en algún caso. Como ejemplo, el Complejo del Salto de Castro, en Zamora que ya tiene nuevo propietario, para darle otra segunda vida. Yo los fotografío porque alguno de estos edificios desaparecerá, y es bonito recogerlos en imágenes, por si el tiempo no llega a darles esa otra oportunidad; también para que permanezcan en la memoria de las personas que lo habitaron o, simplemente, para los que sentimos nostalgia por estos lugares.
MGR. ¿Cómo eliges los lugares que fotografiar y qué tratas de recoger a la hora de realizar tu reportaje?
OO: Ahora en las redes sociales, encuentras un buen nicho de estos lugares, pero en mi caso a veces son meras casualidades. Cuando viajo, siempre me encuentro algo curioso, pero cuando salgo a propósito a la caza de estos edificios o lugares, antes de hacerlo me informo y visualizo con bastante precisión en Google Earth, porque no es la primera vez que llego al destino, y me encuentro con qué ese edificio está en obras, para la construcción de un próximo hotel rural, por ejemplo, como me sucedió hace poco en Galicia, en un lugar situado en Oza: “el inquietante sanatorio de Cesuras”
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Colonia militar infantil gral Valera Palencia -
Gasolinera abandonada en Palencia -
Antiguo Complejo minero -
Balneario de Caldas, en Nocedo de Curueño

Minas de Wolframio en el Bierzo (león)
2— Lugares que en su momento fueron ejemplos del desarrollo económico de diversas zonas
MGR. ¿Blanco y negro o color? ¿Qué aporta cada uno de ellos a la fotografía de este tipo de lugares?
OO: Para este tipo de fotografía casi siempre utilizo el monocromo. Creo que al eliminar el color se centra más la atención del espectador en otros elementos como la textura, la forma o el contraste; de todas formas los amantes del monocromo, de algún modo sabemos que la fotografía en blanco y negro tiene esa particularidad de capturar la esencia eliminando lo superfluo, de transmitir un mensaje, y de generar misterio, eso es lo que yo trato de hacer a la hora de capturar la imagen en estos lugares. Y en lo que se refiere al uso del color, también es verdad que hay veces que el propio escenario me lo pide, y en el momento de la captura decido si roba atención, qué rol juega dentro de la imagen, como es de representativo o si me comunica algo a mayores; en otras palabras, si es fundamental para que la historia que cuento sea todo un éxito.
MGR. A lo largo de los diferentes reportajes que has ido realizando en relación con esta temática ¿Cuál ha sido la mayor dificultad con la que te has encontrado? ¿no entraña un cierto peligro acceder a estos lugares?
OO: La verdad es que nunca me he encontrado con obstáculos difíciles que me hayan impedido cumplir con mi objetivo, si es cierto que cuando frecuentas estos lugares, te invade el silencio y la extraña sensación de verlo todo vacío, y te da bastante respeto. Cuando se practica este tipo de exploraciones es importante saber ante qué estamos para diferenciar claramente si estamos realizando una acción que puede ser ilícita o no. En mi caso nunca accedo al interior de propiedades privadas; pero si en alguna ocasión he querido acceder a interiores siempre busco solicitar el correspondiente permiso o autorización. Si te refieres al peligro que conlleva acceder a su interior por riesgo a sufrir un accidente, si percibo el peligro, no arriesgo. Lo habitual en mí es disparar desde el exterior.
MGR. ¿Qué tipo de precauciones sueles tomar al respecto?
OO: Nunca realizo la exploración en solitario y antes de acceder a un determinado lugar hacemos una revisión de la zona. Además, antes de visitar el lugar que me interesa fotografiar, como bien he mencionado ya, busco información y visualizó el lugar desde Google eart, y si no lo veo claro, siempre tengo un plan B.
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Buque «El Telamón». Arrecife Lanzarote -
Restos en el arrecife Lanzarote -
Edificación abandonada a medio construir Tenerife
Las ruinas no solo están presentes en territorio terrestre, también el espacio marítimo puede ser un lugar donde encontrarlas.
Y hasta aquí, la entrevista realizada a Olga Orallo. Con sus respuestas y sus fotografías, espero haberles despertado el suficiente interés como para animarles a viajar con nosotras, entre letras e imágenes, cada primer sábado de mes, y descubrir a través de nuestros reportajes la huella de las personas que un día transitaron por los lugares que hoy son solo ruinas y memoria. Les emplazamos para el próximo mes.
Próximo reportaje: El desconocido tesoro de las minas de wolframio (Sábado 4 de febrero)
4 Comments
Impecable.
¡Notable narrativa!
Estuve hace unos años en Lanzarote. La primera impresión es la de estar otro planeta, un astro hecho de las cenizas de un universo extinto. Luego vas conociendo y sí que encuentras la belleza, esa belleza de lo diferente, de lo único.
Un artículo muy interesante. Gaudí traspasó fronteras en todos los sentidos.