martes, mayo 14 2024

Fotomatón: Clodomira by Mel Gómez

fotomaton-Instagram

Clodomira estaba enamorada del amor. A los sesenta años, nunca se había casado, no había tenido novio, ni perro que le ladrara. Iba y venía todos los días de su trabajo, vestida como monja con el traje hasta el cuello y las mangas hasta las muñecas, su cabello encanecido subido en un moño y su rostro arrugado, que irremediablemente mostraba el paso de los años. Saludaba mirando al suelo y de inmediato se metía en su cubículo. Comía en él encerrada y no lo dejaba más que para ir al baño y a la hora de salida.

Tan pronto la mujer tomaba el autobús miraba su móvil con la esperanza de leer algún mensaje. Si lo tenía sonreía y tímidamente miraba alrededor temerosa de que alguien notara su sonrojo. Clodomira se había registrado en una cuenta de match.com para conseguir, aunque fuera, un amor cibernético. Incluyó una foto en su perfil que no era muy reciente, pero nadie tenía que saberlo. Al llegar a su pequeño apartamento, se quitaba los zapatos en la puerta, dejaba el bolso sobre la mesa y corría a encender el computador. Mientras ponía a calentar una cena preparada en el horno de microondas, esperaba con ansias a que Aquiles —el último que le envió un mensaje—, se conectara.

Con paciencia se sentó frente al aparato a engullir sus alimentos. Nada. Decidió prepararse un café y darse un baño. La espera la impacientaba, pero no podía notársele. Su vida en internet era todo lo contrario de su verdadera vida: excitante, estimulante, provocadora. En su perfil era una exitosa modelo internacional, siempre ocupada en alguna pasarela del mundo. Según ella —en su existencia alterna—, apenas tenía tiempo para salir a tomarse un trago con ninguno de sus seguidores pues viajaba mucho de América a Europa y viceversa.

—Hola —sonó un ding en el computador avisando que Aquiles estaba conectado.

—Ah, ¿qué tal? —respondió ella.

—Perdona que no había hablado antes… Es que estaba muy ocupado en una reunión de trabajo —se excusó él.

—No te preocupes, yo entiendo… El trabajo consume casi todo mi tiempo.

—Te quería decir que estaba mirando tu perfil y eres una mujer hermosa.

—Gracias…

—Ya veo que trabajas como modelo.

—Sí, así es. Ahora mismo estoy en Tokio para un photo shooting que tengo mañana —dijo adelantando la información para que él no le pidiera una cita.

—Yo estoy en Nueva York, ¿cuántas horas de diferencia tenemos?

Clodomira no tenía idea de las horas entre una ciudad y la otra. Abrió una pestaña en el computador para buscar la información en el Google.

—Creo que son alrededor de doce a trece horas —dijo saliendo del aprieto.

—¿Y en qué trabajas tú? —preguntó para cambiar el tema.

—¿Yo? Soy ingeniero. Trabajo para unos pozos petroleros.

—¿Y hay pozos petroleros en Nueva York?

—Sí, de hecho, estos fueron de los primeros en el mundo.

—Qué interesante. Todos los días…

—Aprende uno algo nuevo —interrumpió—. Me lo dicen todo el tiempo. ¿Y dónde vives, Dánae?

—En hoteles, cariño. Viajo demasiado para tener una casa, ya sabes, tendría que contratar a alguien que se hiciera cargo. Mira me encantan los perros y no puedo siquiera tener uno —contesta.

—A mí también me gustan los perros. Tengo dos.

La sola idea de que tuviera perros le daba alergia. La verdad era que a Clodomira ni le gustaban ni le interesaban los animales, cualesquiera que fueran.

—¿Y cómo se llaman tus perros?

—Héctor y Andrómaca, como los personajes de «La Ilíada».

—Muy original… ¿Por eso te llamas Aquiles?

—Así me llamó mi madre y sigo con la tradición. Tu nombre es muy bonito también. ¿Sabes qué significa?

—Sí, era la mujer que Zeus amó y por la que se convirtió en lluvia de oro para sacarla de una torre. Fue la madre de Perseo. Creo que nuestros padres eran adeptos a la mitología griega.

—Eso parece. ¿Y cuándo se te puede ver?

—Déjame ver, creo que tengo que ir a Nueva York en septiembre.

—¿Tengo que esperar tanto para verte?

—No es mucho… Tengo que irme, Aquiles. Tengo que lucir fresca en la mañana, empiezo temprano.

La mujer cortó la comunicación enseguida. Era siempre igual, cuando querían verla se desconectaba hasta el otro día.

Cuando subió al autobús en la tarde tenía un mensaje de Aquiles. Quería hablar con ella de nuevo. Hasta que se pusieron de moda las redes sociales y los sitios para encontrar pareja, Clodomira se había dedicado a leer. No le gustaba la televisión y hasta parecía una biblioteca viviente. Según fue conversando con Aquiles se dio cuenta de que él era muy conocedor de diversos temas. Sus conversaciones eran muy amenas hasta que llegaba el tema de conocerse. En ese punto ella buscaba la excusa para cortar. Él hasta le había pedido que se vieran por Skype, pero ella le dijo que su computador tenía un problema técnico.

Aquiles le contó que tenía una hija de quince años, pero no estaba en cualquier lugar del mundo. Estaba en Ghana, África, en un colegio para señoritas. A la mujer le pareció extraño, pero en efecto, había un internado en ese lugar. Él le contó que la madre de la niña había muerto y que los abuelos vivían allí y se las había encargado, pero que había decidido ir a buscarla. Ya estaba cansado de tenerla de lejos e iba a dar el viaje para traerla a los Estados Unidos. Clodomira estaba enternecida con las cosas que Aquiles le contaba sobre su hija y deseó ser esa modelo que le había inventado. Pero ya era tarde, su mentira ya estaba muy adelantada. Sentía que se había enamorado de ese desconocido, de quien solo tenía una foto y el perfil en match.com.

En la foto, Aquiles era un hombre moreno, alto, corpulento, de unos cuarenta años. ¿Pero y si él también era una mentira? Ella sentía ilusión por alguien que también tenía una vida alterna. En su otra vida —no la que tenía con ella—, le había contado, que cuando fue a buscar a su hija le habían robado. Unos hombres armados con revólver habían detenido el taxi en donde iba y le habían quitado sus pertenencias a la fuerza. Lo raro era que no le hubiesen robado su cartera y su pasaporte, pensaba ella, pero no se atrevía a preguntar. Sentía que estaba envuelta en su propia irrealidad.

—Voy poco a poco —le contaba Clodomira a su única amiga Aura—. Él me dijo que después de buscar a su hija iba a verme en cualquier lugar del mundo donde estuviera.

—¿Ajá?

—Él es como la mala suerte… Siempre le están pasando cosas raras.

—¿Sí? ¿Cómo qué?

—Pues me contó que cuando iba a buscar a su hija, apenas le dio tiempo para hacer su maleta porque se puso a limpiar su casa y a cambiar el aceite del auto.

—¿Y qué tiene eso de raro? —preguntó la amiga.

—Pues si tiene tanto dinero como dice, por qué no buscó a alguien que le limpiara la casa y llevó el carro a un lugar para que le dieran mantenimiento.

—Tal vez es un hombre al que le gusta hacer las cosas por sí mismo.

—Pero igual, mira, va a traer a la niña. Le pregunto si no tiene familia que lo ayude, porque trabaja mucho y a veces tiene que estar varios días en las plataformas petroleras en el mar. Me contesta que no, pero que va a contratar a una nana.

—Pues eso me parece bien, alguien lo tiene que ayudar.

—Sí, pero una nana cuesta mucho.

—Pero él deberá tener dinero para pagar si lo dice.

—Eso dice, que tiene dinero para pagar. En fin…

—Que te has enamorado de alguien que ni siquiera sabes si existe.

—Exacto.

—¿Y que vas a hacer si insiste en conocerte? No eres la modelo de treinta años que él ha visto en tu perfil.

—No, la verdad. No sé que voy a hacer. ¿Desconectarme?

—Tal vez.

—Pero es que estoy muy acostumbrada a hablar con él todos los días.

—¿Todos los días? Pues creo que está tan interesado como tú.

—Qué estúpida soy al creerme esta mentira. ¿Sabes? Yo siento que soy esa otra mujer. Ya ni sé cuando soy Dánae o cuando Clodomira. La cara y el cuerpo que veo en el espejo no corresponden a la mujer que soy.

—No me gusta verte afligida, amiga. Ya verás que todo se resolverá.

Aura se despidió de Clodomira con un abrazo. Mientras bajaba las escaleras se burlaba de su amiga. Hacía meses que le hacía una broma, ella se hacía pasar por Aquiles. Todas las noches encendía en computador para inmiscuirse en la intimidad de Clodomira y reírse de su ingenuidad. Ya le daba lástima y decidió terminar con la mofa.

Clodomira se cansó de esperar a Aquiles esa noche. Se preguntaba qué le había podido suceder. ¿Se había cansado de pedirle que se encontraran? ¿Era una mentira igual que ella? ¿Le habría pasado algo? ¿Un accidente? ¿Falleció? Afligida se dirigió al espejo y allí se encontró con Dánae. Al otro día no se presentó al trabajo. Ni al siguiente. Al jefe le pareció extraña su ausencia y decidió pasar por su apartamento él mismo. Tocó la puerta y una mujer abrió, una total desconocida que se parecía a su empleada, una máscara de maquillaje, casi desnuda, y con una actitud diferente. Se le abalanzó encima tratando de besarlo, llamándolo «Aquiles».

Unos minutos más tarde la ambulancia del sanatorio mental se llevaba a Clodomira.

 

 

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