
LA SILLA DE LA REINA
Ella se compró un coche, no estaba acostumbrada a conducir, pero se lo planteó como un reto. Después de viajar siempre en el asiento trasero cuidando de los niños porque él llevaba el volante, ¿por qué no cambiar ahora que los hijos ya eran mayores?
Y se destapó la caja de los truenos.
¿Cómo iba a ir él en el asiento del acompañante o ¡¡en el trasero!! ? ¿Qué era eso? Y en vez de comprender y ayudar a superar los miedos de ella, se dedicó a criticar todo lo que hacía, a burlarse de cada error, a afear cada escalón que ella lograba subir en la conducción.
La culpa es mía, pensaba ella, no me tenía que haber comprado el coche, todo había ido bien hasta ahora. Pero una cancioncilla comenzó a resonar en su mente: “A la silla de la reina, que nunca se peina. Un día se peinó y la silla se rompió”.
Y es que a ella le estaba empezando a gustar mucho peinarse cada día un poco más, por todo lo que nunca se había peinado, aunque se rompiesen todas las sillas del mundo, así que, decidió mantenerse en pié.
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