Kumari sabía desde siempre que sus hijos necesitaban un futuro mejor, o sencillamente un futuro. Y algo le decía que la hora de buscarlo había llegado ya.
No era fácil salir adelante en Pradesh, desde la historia de los tiempos nunca había sido sencillo sobrevivir en aquel lugar, pero dentro de ella sintió una voz que le decía que el dios Ganesha le iba a ayudar.
Quizá, ya la estaba ayudando al otorgarla la sabiduría de imaginar un futuro posible para su familia y el coraje de intentarlo, y por ello, con su viejo sari turquesa y sus desgastadas sandalias comenzó a recorrer la calle sintiendo el polvo en cada paso cansado y con sus tristes ojos negros puestos en el final del sendero del camino de la esperanza
Llegó casi sin darse cuenta. En la pequeña oficina había otras personas esperando su turno, la mayoría eran mujeres jóvenes como ella.
Kumari, apenas prestaba atención a las palabras que allí se decían y mantenía la mirada baja, con los ojos azabaches clavados en las tablas del suelo.
Su proyecto era posible, lo había dado muchas vueltas en la cabeza había calculado cada gasto, cada gesto, cada rupia necesaria para hacerle realidad y ahora estaba segura de que todo podría ser distinto sí le dejaban 60.000 rupias. Todo podía ser futuro, su futuro.
El hombre que la atendió posó su mirada generosa en los tristes carbones que Kumari tenía en el rostro, eran oscuros pozos de silencioso sufrimiento.
Supo en ese instante que esa mujer lucharía por devolverle cada rupia, porque en esa batalla estaba contenida la única oportunidad de su vida, para poder cambiar el curso del Ganges en la existencia de ella y de sus hijos.
Y así fue. La intuición del hombre era certera, rupia a rupia todas le fueron devueltas y mientras él pudo ir viendo como con un pequeño puesto de comida en el mercado, Kurami iba saliendo adelante. Sus negros ojos negros aprendían lentamente a sonreír.
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