sábado, diciembre 9 2023

Manuela by Fran Arge

Apenas recordaba cómo era la caricia de la brisa del Mar o la fragancia de las flores del monte. Manuela llevaba más de una década prisionera de su anciano padre. En los últimos años apenas había ido más allá que algún paseo por el barrio o un viaje a través de las redes sociales.

El olor a heces y orines era el perfume del cada día. El paisaje que adornaba su vida no era otro que ver a su padre como una marioneta, dependiente de todo. Era como tener a un bebe de nuevo en casa. Las noches estaban llenas de tensión, cualquier ruido la ponía en alerta. Estaba en guardia permanente por si a su padre huérfano de memoria, le daba por levantarse y divagar como un fantasma por la casa a riego a caerse. Había noches que no pegaba ojo, sintiendo como los huesos se hundían en el colchón, rendidos, y en muchos casos con las articulaciones envueltas en dolor, suplicando, un rato de descanso. El regalo de alguna noche tranquila, Manuela lo degustaba con desconfianza, nunca, sintiéndolo pleno del todo.

Su rutina era robotizada. Desayunar en un suspiro. Pedir la compra por Internet, hacer la comida y atender a su padre durante el resto del día. En los ratos que su padre le permitía un rato de alivio, divagaba entre la moral y el deber. Las lágrimas corrían por su mejilla, por sentirse mala hija. Por desear, el descanso eterno de su padre.

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