Hoy me aplastó de nuevo la rutina.
Se acercó despacio.
Me borró la sonrisa.
Ayer aún me deslumbró un descuidado rayo de sol de la incipiente primavera.
Una solitaria amapola, que se adelantó al tiempo de las amapolas, me acercó el recuerdo de tus labios.
Sus pétalos volaron al compás de un suspiro
para dejar un infinito campo de esmeralda.
Llegarán los estridentes colores de las flores para emborronar mi tranquilo paseo.
Cada palabra que no dices, te acerca un poco más al doloroso olvido.
Te soñé, en un sueño difuminado, cientos de manos mercenarias mancillaban la piel que alguna vez devoré con el hambre de una Eva tentada por las rojas manzanas, en un aburrido paraíso.
Otro metro más lejos, cubriendo las mentiras con un sombrero de negro fieltro y un raído gabán que te acompañó en todas las batallas.
Me escondí detrás de la trinchera para acechar tus pasos.
Un instante te tuve en la mirilla de mi rifle de asalto, pero no quise ser generosa y te dejé pasar, para que sientas el dolor de cada día que te acerca a la lápida en la que cincelé un hermoso epitafio.
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