viernes, abril 26 2024

Lunas de Lantano —17 by Félix Molina

17.  Pero la vida es también un bandoneón

El golpetazo de la ventana tuvo la réplica, segundos después, de una sombra que se desplazaba entre los módulos del Cerro. Era como un gabán negro que se moviese entre los jardincitos de corta y pega (qué quieren, me están gustando algunas frases e imágenes de este siglo), entre los simulacros de vegetación de aquella urbanización malavenida. La seguí con mis ojos, sin materializarme, hasta que alcanzó el terraplén que divide la zona de edificaciones y la pantanosa. Después vagué por el aire fresco de la noche que dejan pasar las montañas, como susurrantes tras el pantano. Un trozo de luna hacía más ciertos los tocones de sombras, prodigando una amenaza tras cada rama, tras cada saliente de los módulos, tras cada proa de los cerrillos que se agazapaban sobre la masa de agua calma como un muerto, allá al fondo.

La impresión era la de una nada que se desplazaba de un lado para otro. Quizá como yo. En la orilla de las aguas, quietas como los muslos de una beata, me pareció ver la alucinación de un rostro blanco, espigado, de ojos grandes, acaso de mujer, como coronando ese gabán. La figuración se mantuvo tanto como yo cuando intento materializarme ante una mujer bella. Que es nada. No era plan de dar gritos o voces sin cuerpo en medio de la noche del Cerro, y volví al módulo visible tan solo de rodillas para abajo, no sé qué dirían los hermeneutas de la materialización sobre esto…

Ya en el módulo me di a la lectura de los becados, que en realidad no dejaba de ser mi interés más constante en la historia que les traigo por aquí. Los tochos de Juárez se me atravesaban Era el suyo un estilo farragoso, como de interventor que se hubiera metido a novelar, con párrafos largos donde de vez en cuando dejaba entrever a una especie de poeta subacuático, ahogado en las aguas más guarras de su prosa, por eso decidí refrescarme con la poeta bestseller. Hablando de aguas, Inés Menta seguro que tenía que beber de la instapoesía. De poetas que están llenando las redes sociales (no se sorprendan conmigo: un espíritu solo hace eso, acumular ciencia y conocimiento) con banderolas poéticas, como las que se colocan en una calle en fiestas, una especie de sellitos de algo que tiene que ser el amor, o la amistad, o la muerte, claro. En fin. Yo voy a prescindir aquí de mi gabardina con forro a cuadros de crítico antiguo. Seguía investigando un crimen —tampoco lo olvido, aunque no me hacía a la idea de hasta cuándo— y me interesaban las huellas textuales que rodeasen las llamas de mis hipótesis. O su humo, al menos.

En un poemita de versos trisílabos y pentasílabos, Menta figura una farola abandonada que fue testigo de algo y ahora es protagonista de unas pintadas. No sé, se me hace muy descarnado, propio de una suicida, pero también de una víctima amorosa. Por sus créditos iniciales, Flor vulnerada, el único y exitoso libro de Inés, es coetáneo del Con los ojos de otro de Juárez, el de la página 192 arrancada que hallé en la biblioteca de la poeta: ambos son justo de apenas dos años antes del ingreso de los dos en el Cerro de Lunas de lantano, en septiembre u octubre del 2022 que acabamos hace nada. El desengaño farolil puede alumbrar perfectamente tanto una mano que se atraviesa el pecho con un cuchillo de Ikea como un recuerdo infartante previo al cuchillazo post mórtem, practicado ya como un rito por otros.

No tenía ganas de un careo con Juárez —lo seguía demorando todavía, demasiado cabreado con su prosa—, así que, tras vagar sin éxito, indagante y en espíritu, por las bibliotecas del resto de los becados, me decidí a pedir por Amazon (que es el mejor método para que un fantasma compre libros sin suscitar sospechas) una copia completa de Con los ojos de otro, a ver si podía saber qué puñetas decía o dejaba de decir la página ciento noventa y dos.

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