Palomares. Las ruinas de los campos en soledad. Por Mercedes G. Rojo y Olga Orallo
SERIE: Viajes. La memoria de las ruinas (III)
Hoy vamos a comenzar nuestro viaje a través de una serie de ruinas que acompañan el paisaje de determinadas zonas por las que discurren rutas tan conocidas como puede ser el Camino de Santiago, principalmente en su variante más conocida que es el Camino Francés, ya a su paso por tierras de Castilla y León, y sobre todo por tierras palentinas y del sur de León. Esas ruinas, que conviven en ocasiones con otras edificaciones del mismo tipo que aún siguen en pie o con otras que comienzan a ser restauradas más como reclamo turístico que como otra cosa, no son otras que las de los palomares que jalonan estos territorios. Ligados a la provisión de grano para las palomas que los poblaban, en no pocas ocasiones estos espacios se construían en mitad de terrenos dedicados a la siembra, aunque en otros casos puedan aparecer mucho más cercanos a los propios núcleos poblacionales. Su tipología es muy variada, como se puede apreciar en la galería fotográfica que les ofrecemos, incluso aunque falten muchos de esos modelos. Cilíndricos, cuadrados, rectangulares, construidos en adobe o tapial o incluso en piedra, a pesar de su uso totalmente utilitario y de la aparente simpleza de los mismos, muestran en muchas ocasiones una inaudita belleza sobre todo en lo relativo a sus remates.
Amante de la arquitectura del barro y la paja, de ese adobe característico de las construcciones de algunas zonas de nuestras provincia y de otras aledañas, la fotografía de los palomares surge en Olga Orallo unida sobre todo a algunos domingos de invierno en que el día es más corto y la dura meteorología vuelve al ánimo perezoso a la hora de buscar paisajes por los que transitar en busca de nuevas ruinas que fotografiar. Y así, metida en el coche, deja que el mismo se deslice al azar hacia tierras de la vecina Palencia o tierras más próximas de los Oteros, de Tierra de Campos, en la zona sur de la provincia leonesa donde se encuentra con “palomares, palomares de todo tipo y tamaño; algunos conservados, otros derruidos; y me llaman la atención todos y me pongo a fotografiarlos”. Y es en ese momento cuando comienza la odisea, porque algunos de ellos tienen fácil acceso desde la carretera desde la que se divisan mientras que para llegar a otros hay que atravesar tierras a menudo aradas que hace que cuando consigues alcanzarlos “llegas ya de barro hasta las cejas”. Y es que algunos de los momentos más hermosos plásticamente hablando para inmortalizar estos lugares son aquellos en los que la lluvia ha estado presente, precisamente por la especial tonalidad que adquieren esos materiales en los que están construidos.
Palomar de planta circular en Villamartín de Campos (Palencia). Foto: Olga Orallo
Palomar de planta circular en Villamartín de Campos (Palencia). Foto: Olga Orallo
Palomar de planta circular en Villamartín de Campos (Palencia). Foto: Olga Orallo
Palomar de planta circular en Villamartín de Campos (Palencia). Foto: Olga Orallo
Entre todos ellos, los que más llaman la atención de nuestra fotógrafa, los que más le gustan son los palomares de forma cilíndrica, otro detalle más en el que coincidimos respecto a estas ruinosas construcciones, “no sé por qué motivo pero me gustan muchísimo; pero es que además tú entras en uno de esos palomares –los que están abiertos, los que están abandonados- y es como un laberinto, es como una espiral por dentro (son diferentes a los rectangulares o cuadrados que quizá son los que más acostumbrados estamos a ver) que a medida que la recorres te muestra las paredes cubiertas de esos huecos, nichos,..., en los que anidaban las palomas”. Fotográficamente hablando reconoce que para ella los que más gancho tienen son los que están aislados en mitad de las tierras, siendo su hora preferida para fotografiarlos “al atardecer, cuando baja el sol; la luz del atardecer cuando incide sobre el barro le da como un color dorado, que queda espectacular”, lo que ella llama “la hora dorada”; y eso aún cuando siga trabajando en blanco y negro, incluso con ellos. Sus preferidos, precisamente por esa debilidad que siente por la arquitectura del barro, son los que ha encontrado por la zona de Palencia, la zona de Zamora y el sur de León, aún cuando es consciente de que hay otros que salpican otras zonas geográficas de nuestra provincia, con tipologías diferentes ligadas a la piedra y la pizarra, como puede ser el Bierzo, la Cabrera, la Montaña e incluso alguno perdido en la misma Maragatería.
Palomar de planta rectangular en Villagómez la Nueva (Valladolid). Foto: Olga Orallo
Palomar de planta rectangular en Villagómez la Nueva (Valladolid). Foto: Olga Orallo
Palomar de planta rectangular en Villagómez la Nueva (Valladolid). Foto: Olga Orallo
Aunque parece que ahora mismo hay un cierto movimiento hacia la recuperación de algunas de estas construcciones, la verdad es que lo que sigue predominando en nuestros campos es la presencia de palomares más o menos en ruinas (los que más le llaman la atención) algunos en peor estado que en otros, que al mismo tiempo que nos muestran su belleza exterior, nos ponen al descubierto esos espacios interiores en los que bullía una vida avícola que durante siglos ha sido una forma de complemento alimentario para las gentes que poblaban las tierras en las que se erigen. Y es que parece que la introducción de los palomares podría venirnos ya de la época del asentamiento romano en nuestras tierras, pues eran muy aficionados al consumo de estas aves. Durante el medievo y épocas posteriores, el disfrute de palomares para su explotación estaría sobre todo destinado a órdenes religiosas y a hijosdalgo; y ya en pleno siglo XX, con la llegada de la posguerra española, este tipo de edificaciones proliferarían en muchos lugares de nuestra geografía como una forma para combatir el hambre y proveer de alimentación complementaria a muchas familias. Posteriormente, ya en las últimas décadas del siglo, el cambio en los usos agrícolas y otras cuestiones socioeconómicas darían al traste con el interés por las mismas cayendo muchas de estas construcciones en un total estado de abandono que ha provocado ese paisaje de ruinas que se extiende a lo largo de muchos campos, por no hablar los que ya han desaparecido, un aspecto a mi entender bastante deplorable habida cuenta de que son parte de nuestra memoria histórica. No en vano, su presencia no solo en estas tierras sino en otras del resto de la geografía española, así como su importancia para señalar la riqueza de ciertas clases sociales en épocas anteriores, se nos señala ya en citas literarias como las de La vida del Lazarillo de Tormes (1554), donde se nos cuenta “Y tengo un palomar, que de no estar derruido como está, daría cada año más de doscientos palominos”, (lo que nos habla ya de que esta situación de dejar que acaben en situación ruinosa no es un fenómeno de ahora); o en El ingenioso hidalgoDon Quijote de la Mancha (1605), donde en su primer capítulo nos habla de los hábitos alimenticios del mismo,
“Una olla de algo más vaca que carnero, salpicón las más noches, duelos y quebrantos los sábados, lantejas los viernes, algún palomino de añadidura los domingos...”,
lo que bien podría indicar –a juicio de algunos expertos- que esos pichones sería cazados por el propio Alonso de Quijano, aficionado a la caza, que bien pudiese tener un palomar, fruto de ese privilegio que en la época se otorgaba a los hidalgos y a las órdenes religiosas.
Personalmente y aunque paisajísticamente hablando soy muy de volver mi mirada y mi corazón hacia tierras presididas por el monte Teleno, donde la planicie del terreno comienza a elevarse en suaves lomas rompiendo la uniformidad del horizonte, entiendo perfectamente la fascinación de Olga por estas humildes, a la vez que bellas en su sencillez construcciones. He de reconocer que en mi retina están prendidas algunas imágenes provocadas por el juego de luz sobre las mismas que más de una vez me han llevado a detener mi viaje para disfrutar del hermoso espectáculo de los rayos de sol rompiendo las luces para iluminar, o de un arco iris enmarcando su silueta en medio de esos campos inmensos, donde es raro que un árbol rompa el horizonte y que , no sé muy bien por qué parecen hablar de soledad al tiempo que de duros trabajos, aún bajo un cierto aire poético .
Pedraza de Campos (Palencia)
Revilla de Campos (Palencia
Algunos ejemplos de palomares de planta circular en la comarca de Tierra de Campos (interprovincial). Fotos de Olga Orallo
Tierra de Campos
Villafrade de Campos (Valladolid)
Espero que un sábado más, este viaje que hemos querido compartir con ustedes les haya resultado sugerente y les invito buscarlos y a disfrutar de su presencia antes de que desaparezca de su paisaje, no sin antes recomendarles –si sienten interés por estas singulares construcciones- para la lectura de Los palomares en la provincia de León, de Santiago Diez Anta. Deduzco que habrá más, quizá ligados a las otras provincias, pero ya saben que a una le gusta “barrer para casa” siempre que tiene ocasión de ello. También les comento de la existencia de Irma Basarte, una profunda enamorada de este tipo de construcciones, fundadora y presidenta de la Asociación de Amigos de los Palomares, que lleva varios años catalogando los existentes en la provincia de León, parte de cuyo trabajo podrán ver en https://www.facebook.com/groups/palomaressingulares/ , por si quieren indagar al respecto.
Feliz viaje a la memoria de nuestras ruinas.
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[…] Palomares. Las ruinas de los campos en soledad (4.03.2023) […]