
Las conquistas y libertades de los pueblos son sucesos que marcan el final de unos y el comienzo de otros. Hubo una gesta emancipadora entre 1810 - 1824 producto de pensamientos inspirados en la conocida Revolución Francesa. Unos cuantos corazones del lado Sur de América se agitaban por la tan anhelada Libertad y entonces una espada se levantó para liderar todo el proceso que trajo consigo la libertad de los pueblos en la América Latina.
Hubo un precio que pagar a nivel personal para poder conseguirlo. Una historia que dejar atrás para dedicarse a combatir la opresión. En el ayer quedaban los días de fiestas y flirteo, el matrimonio consumado y que no duró por mucho tiempo, a causa de una muerte prematura. Una ausencia de hijos que tal vez dolió en lo más profundo del ser, pero que sirvió de marco quizás, para enfocar la visión de vida hacia una misión de amplio alcance, la de Libertar a América. Entre la aristocracia de la época, en los predios de las amplias residencias donde se llevaban a cabo exquisitas celebraciones, se empezaba a notar la ausencia de la figura de uno de los caballeros más cotizado por las féminas de la sociedad que hacía vida para la época. El de las palabras suaves y sentido profundo, pequeño en estatura, pero de pensamientos grandes, de labia irresistible para las mujeres que les prestaban oído, y cartas elaboradas de forma tan elegantes como elocuentes, que hacían soñar cualquiera.
Todo eso quedaba en segundo plano, ante la amplia misión histórica de brindar libertad a los pueblos. Para la realización de esos planes libertarios y aun teniendo que luchar con su propios demonios internos, todo el esfuerzo de su ser se concentraban en ello. La libertad de América se cocía entre largas cabalgatas que llevaban a cruzar los más amplios territorios, incluyendo la cordillera de Los Andes, con el frío intenso de su Páramo; batallas unas tras otras, de las cuales en muchas se dejó sentir el sabor de La Victoria. En cada uno de sus pueblos fue apareciendo la necesidad de conocer y disfrutar La Libertad y para ello una espada se movía lo largo de todo el territorio que se consolidó como Colombia, una que también llamaron Grande.
Como en todo proceso, hubo quienes estaban a favor y otros muchos en contra. La codicia y el egoísmo también reinaron en la América de inicios del siglo XVIII y quien atentare contra ello, era simplemente un blanco constante para ataques, intentos de asesinato y cualquier otro medio disponible para hacer resistencia a lo que se dejaba ver, como un desplazamiento de poder. No obstante, y pesar de cualquier confrontación con la que se pudiera conseguir, los ideales para concebir una Nación próspera y digna, dentro de los principios de honestidad e igualdad, por tanto en 1824 se dicta un Decreto que sentenciaba a muerte a los que estuvieran haciendo uso de forma deshonesta de los bienes de la Nación. Es por esto que bajo la venia del Libertador y llevando en el texto sus más profundos deseos de acabar con la corrupción de esos días, se promulga dicho documento, contando por supuesto con poca o ninguna acogida.
Era más fácil vencer en el campo de batalla, mediante fusil y metralla, proclamando victoria sobre la tierra conquistada, que penetrar a las mentes de los que tenían como fin primordial su egoísmo, aún a costa de los beneficios comunes de la Nación. Eso cientos de años más tarde, aún permanece. La ausencia de igualdad de oportunidades para sus ciudadanos y la concentración de los bienes de Estado en unos pocos para su estricto beneficio, ya en el siglo XVIII eran considerados por quien luchaba por la libertad, como una plaga para las naciones, cosa que no dejó de ser cierta ya que la corrupción que siguió en los países por los siglos venideros se convirtió en una verdadera enfermedad carcomiendo aún las bases más sólidas de cualquier sociedad.
En función de lo que podría pasar con América del Sur o lo que fue concebido como la Gran Colombia para principios y mediados del Siglo XVIII, fue algo casi profético lo que percibió el Libertador con respecto al manejo de los bienes de la Patria. La lucha hasta el final no solo por la liberación de los pueblos, sino por la unidad de la Nación, le hacían chocar con los intereses reinantes razón por la cual, y a pesar de haberse conquistado la independencia de los países, la semilla de la corrupción germinaba y dando fruto en toda la extensión del territorio liberado, peligrando la unidad en los pueblos y su sanidad de la corrupción. El rechazo por parte de representantes políticos y militares ante los ideales iniciales que dieron origen a la gesta patriótica que trajo consigo la libertad de los diferentes países, dieron como consecuencia que el propio Libertador renunciara al mando.
El exilio es muchas veces la única salida ante la oposición permanente, por tanto Cartagena de Indias sirvió de refugio a quien en otro tiempo había cabalgado por América con sueños de libertarla entera. Atraviesa el río Magdalena a pesar de que su estado de salud era delicado. Los pensamientos libertarios que reposaban en su interior, llegan hasta la Quinta de San Pedro Alejandrino, conducidos por una berlina tirada a caballo, siendo esa la morada final del Libertador.
El amor por la patria era tal, que convaleciente y con esperanza de salir airoso de ese vals con la muerte, como en otras veces, “El Hombre de las dificultades” como también se hacía llamar, continuaba construyendo planes para realizar futuras exploraciones a otros territorios. Estos proyectos no pudieron concretarse porque esta vez, la muerte dominó el vals y él, perdió esa batalla, no sin antes expresar de manera reiterada, la necesidad de la unidad, igualdad y honestidad para poder construir y mantener una Nación próspera.
A pesar de que murió el Libertador, sus ideales de libertad e igualdad y la misión de conservar una América libre, y dejan una huella imborrable en los países de América del Sur aún siglos después de su partida. Hay pensamientos que como los del Libertador siguen causando resquemor en algunos, paradójicamente en los que gobiernan, produciendo algún tipo de miedo por si existiera alguna posibilidad de que fuesen liberados los pueblos nuevamente de la opresión que generan las cúpulas de los que se atornillan en los gobiernos. Se aprovecha sin duda de celebrar la fecha de su muerte, para gozar de la tranquilidad que les supone el poder meter sus manos y dilapidar las riquezas de la acción, sin el temor de que les alcance la justicia de la cual el Decreto en contra de la corrupción hablaba. Entonces se celebra que La Libertad real, esté aún de luto.
Por otro lado, para los que compartieron sus principios de integridad, unidad e igualdad el pensamiento del Libertador, continuó vigente. Se puede escuchar su grito de libertad, en cualquier sábana de los territorios liberados, se puede oír su caballo llegar en el rugir del algunas olas, en el frío del páramo por dónde anduvo, en el mestizaje consolidado que se logró en esta tierra a raíz de la independencia que marcó con su sangre, y en el fondo de América una voz de su parte recordando al pueblo: “que no se rinda, que hay libertad por conquistar” y que él, simplemente y como lo dijo en su última proclama, “no ha bajado tranquilo al sepulcro”. Su espada, sigue apuntando al hombre que corrompido en su manera de pensar, dilapida los bienes de la Nación.