viernes, abril 26 2024

Más allá de la amistad por Gema Albornoz

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La familia de Nieves Violeta siempre iba un paso por delante. Siendo adolescente tuvo la intención de pintar su habitación de negro con arañas moradas, pero un día al volver del instituto vio su cuarto convertido en un algodón de azúcar: rosa y con glaseados por todas partes. Durante años se negó a ir a clases extraescolares porque mientras ella quería hacer artes marciales, sus padres la inscribían a todo tipo de cursos de baile y manualidades, en los que, siempre, coincidía con las mismas chicas cursis de su edad. Todo cambió el día que se confesó lesbiana ante ellos, en una cena que preparó a la vuelta de las primeras vacaciones como universitaria. Aunque esperaba que actuasen sorprendidos y le contradijeran, como hasta ahora, le molestaba aquella actitud abierta, tan moderna y contemporánea que habían cogido. Ellos, en cambio, confesaron que ya sospechaban desde hacía mucho tiempo, así que solo estaban esperando el momento en el que ella quisiera explicárselo y celebrarlo. Para Nieve Violeta no hubo cena más polémica que aquella. Esperaba al menos, sorprenderlos y una pequeña discusión tras el impacto, pero ni hubo impacto, ni regañina, ni mucho menos sorpresa. Tras aquella confesión, que le había costado horas de sueño, con la que había acumulado preocupación y presión durante meses, ellos se limitaron a pedir una botella de vino para hacer un brindis y celebrarlo. Desde entonces, habían pasado algunos meses y sus padres estaban irreconocibles. Siempre la dejaron expresarse con libertad, aunque ya no cuestionan ninguno de sus gustos, por raros que les parecieran.

Durante sus estudios de arquitectura tuvo demasiado en qué pensar, se dedicó a hacer su curso, a salir de vez en cuando y a no comprometerse con nadie, por mucho que tuviese diversos encuentros amorosos semanalmente. A día de hoy, era una de las arquitectas principales de FAQ arquitectura en Sevilla. En ese cargo tenía mucha más responsabilidad que en su empleo anterior, la experiencia había sido decisiva a la hora de demostrar sus capacidades. Lo único que le disgustaba, era que una de sus compañeras de universidad era la hija del dueño actual de la empresa. Arantxa era una de esas chicas de las que siempre se había mantenido alejada, cursi, elegante y siempre pendiente del estilo que decidía adoptar ese día. Era como un camaleón estilístico, un día iba de sport, al otro con cuadros por doquier, al siguiente con shorts y tacones y sorprendía con americana y vestido. Últimamente, frecuentaba la oficina demasiado, o al menos, eso le pareció a Nieves Violeta. Le ponía nerviosa las visitas a la oficina del director, pero se calmaba al recordar la relación que unía a Arantxa con su jefe.

Tenía una reunión con los responsables de comunicación y publicidad de la empresa además de un encuentro con su jefe en la oficina central para indicarles los cambios de estrategia para este semestre. Si en los últimos meses le había sorprendido aquellas visitas de Arantxa a la oficina, mayor fue el impacto de encontrarla sentada frente a su padre.

—Te estábamos esperando— dijo Sebastián Arenas, su jefe y padre de Arantxa. Miró a Arantxa y después a empleada que estaba de pie en la puerta del despacho con un mar de dudas sobre su cara, finalmente continuó. Puedes sentarte, esta conversación llevará algo más de tiempo de lo que teníamos previsto. No sé si conoces a mi hija, Arantxa. Ella estudió diseño de interiores y ahora es el momento de que se sume al proyecto familiar. Quiero que cuentes con ella para los contratos que tenemos con la familia Uganda y trabajéis juntas para que ese proyecto quede perfecto.

—¿Tengo que hacer de niñera? — respondió Nieves Violeta con un tono burlón que puso en pie a Arantxa.

—No tienes que hacer de nada, sólo tu trabajo. Mi padre, mejor dicho, Sebastián quiere que unamos nuestros trabajos para ese proyecto. Créeme que tengo menos ganas que tú de hacerlo, pero me limitaré a trabajar para la empresa como en los últimos meses —concluyó Arantxa mientras cogía un puñado de papeles encima de la mesa y salía de la oficina.

—Sebastián, no era mi intención insultar a tu hija. No sé nada acerca de sus capacidades, eso me lo tendrá que demostrar después, advierto que si no cumple con los requisitos del trabajo vendré a dar las quejas que sean necesarias. Sea o no sea tu hija —concluyó.

—Te aseguro que no tendrás problemas, bueno, quizás sólo con ese genio que saca en ocasiones. Debo confesar que cuando comenzó a trabajar aquí, dudaba de su profesionalidad, pero me ha convencido. No te dará problemas —finalizó Sebastián antes de darle un archivador con el mismo manojo de papeles que su hija se había llevado en su estampida de la oficina— Aquí tienes la tarjeta de Arantxa, quedad mañana a primera hora    —sentenció.

—Está bien, gracias por los consejos y la información extra, puede que la necesite.

 

Pasaron unas semanas desde aquel encuentro fortuito en la oficina. Nieves Violeta había comenzado a trabajar con ella con algo de escepticismo, pero tras las primeras horas juntas toda duda se disipó. Igual que había cuidado su estética de adolescente cuidaba cada pequeño detalle desde los colores y texturas de las paredes hasta la decoración. Tras tres semanas con horas extras, pasando todo el día en la localización de Uganda y compartiendo comidas, se había dado cuenta que Arantxa era el ser más delicado y elegante que había observado nunca. Cuando se quiso dar cuenta, el proyecto Uganda estaba terminado y ambas habían comenzado una relación más allá de la amistad.

 

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