
Querido padre:
hoy he vuelto a caminar por los caminos de la Chana,
en la soledad que estos montes tan bien guardan,
por los espacios que robaste al monte con tu esfuerzo
alimentándolos de sudor y de ilusiones.
Hoy ya no florecen los frutales
que murieron hace tiempo
a manos de las llamas
como si sobrevivir no hubieran querido
a quien alentó su crecimiento.
Hoy, las encinas y los robles
se apoderan de nuevo de esta tierra
que permanece aún viva tras las cercas derruidas.
Paseo entre jaras y tomillos
y el viento me trae el eco de tu risa
jugueteando alegre con el trino de los pájaros,
con el sonido metálico de grillos y cigarras.
Querido padre:
hace ya mucho tiempo que te fuiste
dejando tu alma
y tu sabiduría de hombre sencillo
prendida en cada rincón de estas lomas.
Respiro tu espíritu en este pedazo de tierra
que hoy se vuelve salvaje de nuevo
y, aunque me entristece ver tu esfuerzo derrumbado,
agradezco la calma que aún se palpa en este espacio,
la alegría de la vida que brota una vez más
alrededor de cada muñón creado por el fuego.
Cuando hoy vuelvo a estos campos
de la mano de tu nieta
juego a atrapar con ella la calma que me tejías cada tarde
entrelazando el sonido del cuco y de la alondra
con el aliento del viento y tus palabras,
creando para mí todo un cosmos lleno de historias.
Cobraba entonces otra dimensión el mundo.
Se llenaba entonces mi universo
de castillos, de barcos,
de princesas y dragones
que habitaban en las nubes.
Y pájaros
insectos
y otros mil seres diminutos
eran heraldos de un cosmos que sentía sólo nuestro.
Sólo con el tiempo me acostumbré
a la soledad que dejaste en estos montes,
a esa ausencia que no pesa,
donde la naturaleza tiene su propio lenguaje
y es el ser humano
no más que insignificante grano de arena.
Querido padre:
ahora, después de tantos años,
quiero agradecerte hoy mi herencia,
las nubes jugando a esconder el sol sobre el Teleno,
el soplo de los vientos,
el cuco ocultándose entre robledos y encinares,
esa paz que se respira entre estos cerros y
que cura las heridas de la vida,
la calma que te hace olvidar por un momento
el duro fragor de las batallas
en la que se desenvuelve el día a día.
Querido padre:
te fuiste cuando aún me sentía una niña
madurándome a golpe de responsabilidades
y de ausencias.
Mas hoy retorno a estas tierras
abandonadas de tus manos
y , una vez más, encuentro en ellas
los mejores momentos de mi infancia
mientras me acaricia el viento y, con él,
el eco de tu voz y tus palabras.
Este poema pertenece a uno de mis poemarios inéditos, el que inicialmente lleva por título “Tu pie en mis zapatos”.
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