¡Dónde buscan su inspiración quienes escriben?, ¿dónde están sus fuentes?, ¿en quién piensan cuando crean a sus personajes? …Quién hace de la literatura su permanente viaje de búsqueda y de encuentro siempre tiene presente la memoria, la suya y la del resto, porque incluso aquello que se vive en cada momento pasa, en un instante, a formar parte del universo de los recuerdos, donde siempre habita la literatura. Este relato que ahora comparto es esta página de Masticadores España forma parte del homenaje que en 2019 le hicimos a la gran Josefina (Rodríguez) Aldecoa un grupo de escritoras leonesas con motivo del 8 de marzo. Fue una de mis aportaciones al proyecto. Espero que lo disfrutéis.
Mercedes G. Rojo
EL VIAJE DE LA MEMORIA
Buscó en el desván aquel baúl donde había tratado de preservar de posibles pérdidas y casi seguros olvidos algunos de sus bienes más queridos. Todos ligados a sus más grandes pasiones: la docencia, la literatura, la fotografía. Era uno de esos momentos en los que necesitaba recordar, acudir a su memoria para poder recuperar la inspiración que, durante un tiempo parecía haberla abandonado, dejándola en dique seco; y qué mejor que hacerlo en uno de los lugares que más la habían inspirado nunca, incluso de pequeña; inspirado y servido de refugio, buscando esa soledad en la que dar alas a su desbocada imaginación. Así que arrastró aquel viejo arcón bajo el ventanuco por el que se colaba un tímido sol de otoño, lo abrió y desparramó por el suelo sus tesoros: algunos cuadernos llenos de escritos, la orla de su carrera, sus primeros libros publicados, algunos otros mil y una veces releídos,… y un montón de fotografías.
Entre todo, hasta su lado resbala, ajado, Historia de una maestra, el libro de Josefina Aldecoa que tantas veces leyó. Y de entre sus páginas rescata una fotografía en blanco y negro. Un pueblo abandonado bajo las aguas, que ahora ha quedado de nuevo al descubierto. Unas paredes que se mantienen aún en pie, rotas por dos puertas cual brechas abiertas a los recuerdos como los ojos despavoridos de un niño que mira con miedo y con sorpresa ante lo desconocido. “Niños” “Niñas”. Sobre los desvencijados huecos se perfilan, como cejas que terminan de definir un rostro, las palabras que ponen su esencia en evidencia: las ruinas de la Escuela, quizá mantenida aún en pie gracias al aliento de las risas infantiles apresadas en cada resquicio de sus piedras.
Cierra los párpados y le llegan sus carcajadas; la cantinela de los más pequeños recitando la tabla de multiplicar; el chisporreteo de la leña de encina quemándose en la estufa de hierro; la potente voz del maestro recriminando trastadas; la dulce voz de doña Manolita enseñando a las niñas a recitar un poema de Rosalía de Castro, así, medio a escondidas, que quienes escribieron en gallego no están bien vistos en estos tiempos y menos aún si fue mujer. Después, también el recuerdo del olor entre seco y dulzón de la leche quemándose al desparramarse sobre el fuego.
Una sonrisa se le escapa y vuelve a abrir los ojos. En el aire flotan, cual polvo de hadas que promete un feliz viaje al país de Nunca Jamás, diminutas partículas iluminadas por los otoñales rayos de sol que se cuelan por las rendijas. Le asalta el recuerdo de la escritora, de sus personajes; el de sus primeras y propias experiencias ejerciendo de maestra; sus primeros escritos. Y la sonrisa se hace más amplia. Es hora de recoger esos recuerdos; la fórmula ha funcionado: “Quien escribe siempre busca en la memoria”
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