Hace rato que no suenan los teléfonos y es extraño, el del trabajo siempre transmite el impertinente sonido de los emails entrantes y el personal no descansa con los wasaps. Los miro y no tienen señal, tampoco la tablet. Como un niño pequeño los agito a ver si así resucitan pero, como es obvio, el resultado es negativo.
A lo lejos escucho el sonido de un teléfono, un clásico ring-ring que parece surgido de otra época. Camino intrigado buscando su origen y lo descubro en el teléfono de pared que adorna mi despacho, el teléfono que había en casa de mis abuelos y que puse en un lugar destacado de casa para mantener vivo su recuerdo. Sin embargo, desconocía que siguiera funcionando.
Descuelgo intrigado por saber quién llama. Por cierto, ¿a qué número han llamado? No tengo línea fija…
—¿Sí? —contesto decidido.
—Ha llegado el momento. Debes seguir tu camino —responde una voz que no sé definir si es masculina o femenina.
—¿Quién es? ¿Qué momento? ¿Qué camino?
—Javier, sigue la luz que va a entrar por la ventana, te esperamos con los brazos abiertos.
—¿Pero quién es? ¿Es una broma?
—No es ninguna broma, Javier. Gírate y lo comprenderás…
No quiero hacer caso a esa extraña voz, pero me giro porque la curiosidad me puede. Y me veo tendido con la cara contra el suelo. Pero, ¿cómo es posible? Me acerco a mí mismo con temor y veo que las gafas se han roto, mis ojos están cerrados y debo tener un golpe en la cabeza porque hay un pequeño reguero de sangre bajo mi rostro… No entiendo nada. Me estoy viendo desde fuera.
De repente, una luz blanca inunda la habitación y veo pequeñas luces más intensas que revolotean alrededor de lo que parece un camino. Escucho cómo me llaman, cómo me piden que me acerque, cómo susurran que es el momento… No quiero ir pero algo en mi interior me dice que mi vida ya no está entre estas paredes, así que tiendo la mano y permito que me acompañen.