martes, mayo 14 2024

ATEA by Raquel Villanueva

A veces me abandono, como si entregara al mar un costero de los que apuntalan mi interior. Veo el trozo de madera flotando y al mismo tiempo, siento ese derrumbe que su falta en mí ha originado. Entonces advierto que tus recuerdos me asaltan por sorpresa, liberados ya en ese derrumbe. El mar sigue moviendo el puntal caído y yo, me quedo mirando para él, como hipnotizada en ese constante vaivén que las olas imprimen en el mismo.

Vuelvo a encontrarme contigo y tu casa vuelve a ser un espacio cálido de encuentro. Camino a tu lado en silencio, asida a tu mano y volviendo a pisar de nuevo aquel suelo de mármol blanco y negro a modo de damero. No jugábamos ninguna partida y nuestros pasos siempre nos llevaban al mismo sitio, indefectiblemente estábamos abocados a repetir aquel dulce camino que terminaba a los pies de un lecho de sábanas blancas. Puedo aún sentir aquella premura en quitarnos la ropa, en eliminar cualquier barrera, por fina que fuera, que impidiera notar solamente nuestra piel. Y permanecíamos de pie, casi desnudos frente a frente, haciendo aguardar aún nuestro peso a aquel lecho, que seguía esperándonos impoluto en su blancura. Sentía tus manos recorriendo mi espalda y yo posaba las mías en tu hombro y tu nuca mientras nuestras lenguas se enlazaban. Y aquellas mismas manos, las que me acariciaban, las que recorrían mi espalda, desabrochaban mi sujetador y bajaban más, más aún, hasta posarse en mis caderas y comenzaban  a deslizar mis bragas lentamente. Y era aquel contacto de tus manos y el encaje deslizándose por mis nalgas, por mis piernas lo que marcaba el punto de inflexión, el instante en que toda yo se abandonaba, se rendía ya ante todo lo que sabía habría de llegar. Y era entonces, solo entonces, cuando nos sumergíamos entre la blancura de las sábanas, despojados ya de cualquier disfraz, desnudos ante la vida y ante la verdad de los sentimientos. Y yo, que nunca he sido creyente, que me ha costado siempre tanto creer en nada ni en nadie, que por no creer, no he creído ni en mí misma, recuperaba por entero toda la fe perdida y me transformaba en la mujer más beata que hubiera pisado la tierra, abandonándome por completo a aquella religión monoteísta donde el deseo se erigía como dueño y señor de cada instante.

Húmedas, manchadas y arrugadas ya las sábanas, regresábamos a nuestra ropa, a nuestra condición humana, a nuestra impostura, restituyendo una a una las prendas quitadas. Pero mis manos no eran ya tus manos y abrocharme, subirme y ceñirme la ropa anteriormente quitada, me parecía el preámbulo de un túnel en el que en breve me introduciría para regresar a la insípida e inodora realidad de la vida. Regresar nuevamente al ateísmo y a la mera cuenta del tiempo que habría de pasar hasta volver a verte.

Pero, inevitablemente todo termina, al igual que habrá de terminar esta nuestra humanidad. Y hoy aquí, mirando al mar, y desprovista de cualquier atisbo de creencia, rememoro impregnada de nostalgia el contacto de unas manos que en su día insuflaron la fe en todo mi ser. Y las olas que rompen, deshechas ya en espuma de rota blancura, me parecieran las usadas y húmedas sábanas de un perdido lecho de deseo y amor, tan perdido como mi fe.

+ There are no comments

Add yours

Deja un comentario

Facebook
Twitter
LinkedIn

Descubre más desde Masticadores

Suscríbete ahora para seguir leyendo y obtener acceso al archivo completo.

Seguir leyendo