Uno: Los recuerdos
Las palabras no tienen sentido, por más que las lea una y otra vez, no cobran vida a sus ojos, son sólo eso, letras, pero se mantiene ahí de pie sosteniendo el libro en sus manos, la dedicatoria en manuscrita resalta entre las primeras páginas cómo si quisiera gritar su nombre y hacerse presente. El libro en sí no tiene relación con aquellas líneas, quién en su sano juicio dejaría tal mensaje en una edición de astronomía básica. Decide comprarlo.
Afuera de aquella librería de viejo ha bajado la temperatura, comienza a caer una fina capa de llovizna que la envuelve al pisar la acera, no puede evitar pensar en él, una de sus últimas tardes juntos fue exactamente igual, ha repetido en más de una ocasión ese recorrido pero en ninguno de esos días había llovido como en aquella cita, su pelo comienza a humedecerse, en esos instantes lamenta haber dejado el paraguas en casa aunque la lluvia no le molesta, abraza los libros contra su pecho, camina lento, con los pensamientos perdidos unos meses atrás, la última vez que le vio, se sentía increíblemente estúpida por no aceptar sus sentimientos, por no detenerlo, por no decirle: “No te vayas de mí”.
La primera vez que se habían visto en aquel curso de fotografía no le había llamado la atención en lo más mínimo, no era su tipo, le llevaba 15 años y un divorcio por delante, pero habían quedado como equipo para una de las prácticas de campo y no le quedó más remedio, conversaron poco, no coincidían en nada, pero el colmo fue cuando sacó un cigarro de su chaqueta. “Un favor, no fumes cuando estés conmigo”, le había pedido sin reparos, sin importarle que él pudiera molestarse, pero no lo hizo, volvió a guardarlo sin mediar palabra, aunque la veía lidiar con el lente de la cámara. “Lo vas a estropear, dame” —se lo quitó de las manos y lo instaló con cierta facilidad. “Te enseño”, volvió a retirarlo y le explicó paso a paso como instalarlo, luego se los entregó de vuelta, sin saber porque se rieron cuando logró hacerlo por sí misma, desde aquel momento no pararon de hablar, cierto, no tenían nada en común, pero ocasionalmente quedaban de tomar el café después de clase. “Tengo que confesar que me cae de maravilla platicar contigo mujer” — le dijo en alguna ocasión y ella no tuvo más remedio que aceptar que le gustaba la atención que él le prestaba, pero también él con esa piel paliducha, con sus canas, con su ojos eternamente cansados, con su sonrisa torcida, con aquella voz que no le terminaba de cuadrar con su aspecto, con su adicción al cigarro y al café, sí, sentía una fuerte atracción hacía él.
Dos: La alcoba
Era la última semana que pasaban juntos, habían discutido hasta el cansancio, ella hasta las lágrimas, habían hecho el amor hasta quedarse sin ganas, se habían olvidado del mundo por esos cinco días, luego se dijeron adiós en esa misma sala dónde él se encontraba ahora. Nada había sido fuera de lo común, así había sido su relación en esos meses juntos, se negaban a quererse cuando ya se querían más allá del cuerpo, cuando ya sabían acariciarse el alma con miradas silentes.
- ¿Qué me miras? – preguntó recostada boca abajo abrazando la almohada
- ¿Cómo sabes que te miro? – pasó su mano por su espalda
- Siento tu mirada fija – giró para verlo, acababan de hacer el amor, sus miradas se cruzaron – Ahí está – dijo mientras se acostaba sobre él
- Te amo – la temida declaración que brotaba de sus labios mientras acariciaba su cabello
- Cursi – lo besó para cerrar la conversación
Ella también lo amaba, pero no podía, algo le retenía a confesárselo. Y cuando abrió los ojos se dio cuenta, ya no era aquella mañana y él ya no estaba ahí.
Tres: El adiós
Últimamente recordaba mucho, recuerdos vienen, recuerdos van, lo recordaba a él, lo veía a él, lo sentía a él, lo inhalaba, lo vivía, lo extrañaba con cada músculo, extrañaba la idea de él con cada hueso dentro de su cuerpo, ella era él.
Cuando uno se rinde, se vuelve egoísta, los recuerdos se acoplan al dolor inexistente, se pierden las ganas de vivir el día a día, la vida misma se transforma en agonía, el respirar es el martirio, el despertar del siguiente día es desesperanza.
Ella llevaba meses en la rendición, sumida en aquel viejo sillón que le había ofrecido refugio junto a la ventana, las hojas que avisaban el otoño caían y se agolpaban del otro lado del cristal.
Y ahí, como por arte de magia, otro recuerdo que le llegaba como aguijón al pecho.
Él sostenía su maleta junto a la puerta, le pedía que le mirara, que dijera algo, pero no, ella sólo miraba a través de la ventana las gotas de lluvia, no podía mirarlo ni decir una palabra sin que se le quebrara la voz. Él se acercaba a ella, suplicaba por una mirada o un beso, rendido besaba su frente y salía por la puerta para tomar un avión.
“Te amo”, una frase pronunciada por los dos amantes bajo la separación de una puerta. Él en el pasillo, ella en su refugio. Ninguno la escucha, ninguno la pronuncia realmente. Al final sólo queda el eco del adiós.
Taller de Escritura FlemingLAB –Escritura romántica-
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