Mi ventana, el desahogo de mis días, en los que percibo que el amor sigue pegado a mi espalda, sintiendo que un frío me sube a la espalda cada vez que le pienso y compruebo que no está, y lo peor de todo, que ya nunca estará.
Sigo girando la alianza que está atornillada al dedo anular de mi mano derecha, como si girándole pudiera quitármelo y con ello también, el compromiso que me recuerda y me aplasta.
Respiró profundo, y como en una oración que susurro lentamente, pronunció su nombre: —José Ernesto… y entre tanto cierro mis ojos en el poco tiempo que tengo al día de estar sola, recuerdo claramente cómo nos conocimos.
Era jueves, por tanto iba al parque, a pasear el perro de mi hermana. Ella tomaba su clase de baile y yo le ayudaba para que realizase aquello que tanto le gustaba.
Así que ahí estaba yo con Renato, su hermoso beagle, en el parque de “La Carrera”, porque en él habían construido una ciclo vía, donde circulaban pequeñas y grandes bicicletas que competían por llegar primero al final de un curioso circuito, y como recompensa el premio era un irresistible dulce.
Me gusta dejar a Renato que pueda explorar así que en un ligero descuido, lo vi aparecer con una bonita pelota roja, e inmediatamente después, un pequeñín de unos cuatro años de ojos encantadores; los cuales eran idénticos a los de su padre, José Ernesto, quien le seguía a poca distancia con pasos muy rápidos hasta alcanzarlo. No tuve que preguntar, bastaba verle los ojos a ambos, para descubrir que eran padre e hijo. Tome la pelota y se la entregue con cariño al niño, quien me sonrió, se acercó a Renato y este vino a sentarse a su lado como solicitando cariño, consiguiendo que le acariciaran tanto el niño como su padre, mientras nuestras miradas, se interceptaban.
Sentí que sus ojos tenían una profundidad que no conocía hasta ese momento, en el que un nerviosismo extraño me sacudió. Ni aún con Gerardo luego de tres años de noviazgo y un anillo de compromiso puesto en mi mano izquierda, había sentido algo así. Eso me alarmó, por tanto tiré de la cadena de Renato, me despedí y seguí. No sin antes sentir como la mirada de aquel hombre me recorría. El jueves siguiente volví, e instintivamente comencé buscar la pelota roja, al niño y por qué no decirlo, a José Ernesto.
Y efectivamente lo encontré. Esta vez no llevaba saco ni corbata como la semana anterior, lo que le hacía ver mucho más joven. Me hice el propósito de no acercarme, tratando de dominar (luego de una charla conservadora conmigo misma) mis emociones que realmente se agitaban al encuentro con este desconocido.
Con su hijo en brazos se acercó hasta dónde estaba con un libro en mis manos.
—Hola Amanda ¿Cómo estás? -mi respiración se trastocó, pero como pude respondí.
—¿Qué tal, cómo está?
No me atreví a pronunciar su nombre, aunque me había quedado toda la semana dando vueltas en mi mente, al punto de querer googlearlo de alguna manera, cosa que no hice puesto que no tenía su apellido, además tampoco soy mucho de internet, ni de redes sociales.
—¿Puedo? Pregunto, mientras señalaba con su mirada el espacio libre que quedaba en la banca donde estaba sentada.
-—Claro, no faltaba más.
Y así él se sentó con su niño, el cual era realmente encantador. —Camilo, como su mamá -dijo en algún momento-
Así inicio nuestro encuentro, el cual fue recurrente semana tras semana. Nunca le pregunte por la madre del niño, pero en alguna de nuestras conversaciones comentó que estaban separados.
Por otro lado, decidí que era peligroso andar portando por ahí, mi anillo de compromiso, por tanto me lo quité, pero ya él lo había visto y la pregunta vino de forma natural.
—¿Para cuándo es la boda? —Preguntó en la cuarta vez que nos vimos, ya no un jueves, pero si en el mismo parque.
—Pronto.
—¿Le quieres?
—Llevamos 3 años, y todo está listo para la boda.
—¿Le quieres? -Insistió en preguntar-.
No contesté; todos esos te quiero que debieron salir en ese momento en defensa de Gerardo, simplemente se silenciaron ante la presencia de aquel hombre que simplemente hacía que mi cuerpo vibrará.
Mi relación con Gerardo era todo muy formal, visitas cuatro veces a la semana, nuestras familias muy compenetradas, no había intimidad sexual, todo había sido dejado para después de la boda, la tan anhelada celebración, que para mí, empezó a parecer el camino hacia la horca, y mi novio: ¡el verdugo!
-—Vamos a tomar algo, invitó José Ernesto, yo simplemente acepte.
La pasamos súper bien, un ambiente cálido, acogedor e informal, nada de esas citas rigurosas y en los mejores lugares como con mi novio.
Era un ambiente tailandés, al ras del suelo, nos quitamos hasta los zapatos, todo fluyó de la forma más natural y espontánea. Al querer levantarme, él lo hizo primero para ofrecerme su mano, yo tire y resbaló sobre mí. Nuestros cuerpos hicieron contacto, nuestras bocas también y las manos se hicieron igualmente participantes de la fiesta del placer a la cual mutuamente nos invitamos.
Esa fue una de las muchas noches que pasamos juntos. Y los planes de boda seguían su curso. Faltaban 28 días exactamente para mi matrimonio, estando recostados en el tope de su cama, el dibujando un corazón con su dedo en el centro de mi espalda (siempre lo hacía cada vez que estábamos juntos y la ropa no estorbaba) entre un beso y otro, dije:
–No voy a casarme con Gerardo.
Sentí que el respiró profundamente.
Le miré con ojos inquisidores… —¿Qué, acaso no te parece? Pregunté.
—No, es más bien un alivio. He querido escuchar eso, desde la primera vez que te vi, con tu anillo bien puesto en la mano izquierda.
Estaba decidido. No me casaría, y así comenzaría una historia de verdadero amor con el hombre que me había conquistado. Saltamos sobre la cama como niños, locos de alegría y el tal placer, selló para siempre su piel en la mía. Yo sabía que nunca, podría borrarlo.
Gerardo había salido de la ciudad por una semana en asuntos de trabajo, quería dejar todo en orden para tomar la licencia de matrimonio y algo más, ya que planeamos 3 meses de viaje a unas islas paradisíacas que su familia sugirió. Él no estaba, y yo con una bomba a punto de explotar entre las manos, ansiaba que volviera para terminar de una vez por todas, una historia dividida.
Al final de esa semana, José Ernesto quedó conmigo para salir, pero aún no quería exhibirme, para no causar más dolor en Gerardo. Al final el me canceló diciendo que tenía un compromiso ineludible, su niño cumplía 5 años y la celebración la adelantarían un día, de acuerdo al programa que había hecho su mami. Quise ser comprensiva y dejé sin efecto el plan que teníamos para que el fuera al cumple.
Al llegar a la entrada de mi casa, luego del día de trabajo, me esperaba en la puerta, Camila. Una bonita mujer, casi que podría decir de mi misma edad (24 años) de un porte fresco y atractivo, quien clavó sus ojos en mí, diciéndome:
—Voy a ser clara contigo, Amanda es que te llamas, ¿no?
—Lo que hay entre José Ernesto y tú, tiene que acabar. Hoy celebramos el cumpleaños número cinco de nuestro Camilo, y por el bien de nuestra familia, tú debes desaparecer.
–El cree que te ama, pero no es así. Simplemente está dolido porque nuestra separación la propicié yo, lo que por supuesto no me perdona fácilmente, pero es que necesitaba pensar y poner en orden mis ideas. Nuestro divorcio aún no sale, y yo le he propuesto volver y él lo está considerando con buenas perspectiva (todo lo cuál era mentira, pero yo no lo sabía).
— Yo no me he metido en su relación, cuando el y yo nos encontramos…
—¡Exacto! has dicho lo que es, un simple encuentro de los que se pueden tener por accidente con cualquiera .
Las palabras de ella me iban lastimando como puñales, así que no pude decir más nada.
—Te lo dejo para que lo pienses y al final decidas desaparecer. Te voy a enviar unas fotos hoy de la fiesta, si tú no ves felicidad en el rostro de José Ernesto, te lo regalo, pero si le ves feliz tú, simplemente saldrás de su vida. Y así, sin más, se marchó.
Esa noche recibí las fotos. Ellos tres resplandecientes de alegría. Se les veía muy bien, juntos cortando el pastel, juntos atentos a la piñata. Para mí fue devastador (No me entere de cuanto teatro ella armo para tomar las fotos, hasta después de casada…)
Él no me dijo en ninguno de nuestros encuentros, cuáles fueron los motivos de su separación, pero si hablaba de terminarla legalmente. Mi mundo de amor, se hizo pedazos. Tal como ella lo predijo o más bien lo ordenó, yo me alejé. No contesté sus llamadas, no fui más al parque, ni a su casa que era el lugar donde nos veíamos. Solo le envié una de las fotos que Camila me hizo llegar, con una nota diciéndole:
— Por esta razón, creo que es mejor, no vernos más. Y así me fui de su vida. Llegando a un matrimonio con una maleta llena de recuerdos y sentimientos hacia otra persona.
Han pasado seis años, José Ernesto volvió con Camila, pero al fin hace poco más de un año, se divorciaron definitivamente.
¿Yo? Presa entre los barrotes de un amor al que no pertenezco, cumpliendo deberes que me pesan como una gran piedra.
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