PAULA C. MONREAL
Abrazos que te doy, que me das. Nuestras caras pegadas, ajenas al instante frío, a lo nuevo. Nunca, antes estuvimos así. Manos que se buscan. Las huellas de la piel diluidas en el deseo. Sonrisas a medias, cortadas por el cuchillo afilado del presente. Miradas aún llenas de esperanza.
¡Qué difícil resulta soltarte! Soltarme ahora que conseguí agarrarte, hacerte mía.
¡Qué potente fuiste! Cómo tuve entonces que soltarme para ser, y cómo hoy mi ser se aferra a ti. <<Somos los que se van>>, cito a Luis Borges.
La ropa grande. Tu cuerpo mínimo falto de abrazos. Tus poemas repetidos hacen que tu memoria parezca intacta. Repetimos juntas hasta lo jamás dicho, el amor nos revienta por la boca en aullidos. Y te dejo, y me vas dejando. Y somos dos desconocidas queriéndonos mientras nos visita la muerte aún viviendo. Y mueres tu de poco en poco, y muero yo en tu olvido y voy muriendo por dentro.
Y ahora que te tengo soy incapaz de retenerte ni de burlar al descuido, ni de sostenerte en mis ojos quemados del dolor de los tuyos.
Quiero guardarte entre mis dedos, o al menos acompañarte en ese instante en el que cuerdas recitemos tus poemas al unísono, esos que yo sostengo por ti en el recuerdo. Quiero sujetar tu cuerpo plegado al látigo del silencio y mover contigo los labios marcando el ritmo de los besos, y quiero raptarte y quedármelo todo y tirar de ti para sacarte del infierno.
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