
Reseña de Elena Marqués´
Desde las páginas del prefacio, en el que he tenido el honor de participar, hasta el extenso canto que cierra el libro, el poemario Eva mitocondrial, de la escritora Reyes García-Doncel, que por primera vez incursiona en el género lírico, se plantea como un viaje a la feminidad, que es como decir un viaje al origen, una búsqueda de lo que tienen en común todas las mujeres del mundo, descendientes de Eva, transmisoras de la vida y la sabiduría, en equilibrio perpetuo entre la inmutable línea del tiempo y las constantes exigencias de la evolución.
Dividido en tres secciones, de las que la primera es la más extensa, reúne un amplio y variado conjunto de poemas de diversa factura (los hay muy breves, como «El grito» que inicia el libro o las siete partes de ese «Reglamento» que norma el sosiego de su casa) vertebrados por un yo poético que se bifurca en todos los yoes, conscientes e inconscientes, que el ser humano, en este caso la mujer («la mujer desconocida que habito» frente a «la desconocida que me habita»), y, por ende, todas las mujeres («¿Quiénes somos las mujeres? / ¿Qué queda de nosotras?»), contiene. Las menciones a la hembra como cántaro y refugio; como hilo que trenza nuestra historia (léase «Madre tejedora»); como lectora del mundo e intérprete de señales; como conservadora de la memoria y memoria en sí misma, ese pesado lastre de cenizas que nos recuerda nuestras renuncias y la perdida claridad de la que venimos, configuran un cumplido y complejo análisis de esas distintas facetas que la conforman.
Por otra parte, el protagonismo de lo corpóreo, de la madre tierra en sus colores y formas, en sus sonidos y sus atronadores silencios, en la luz cambiante en los distintos momentos del día (aunque habría que preguntar a la poeta por ese predominio de los atardeceres), no se hace esperar en una autora tan enamorada de la naturaleza y sus prodigios. La identificación de lo femenino con la Pachamama («El mundo es una mujer»), con la luna que preside el cielo en las noches habitadas por los lobos, con los lobos mismos y con todas las hembras del mundo (como Olga Orozco, pone voz a una felina Berenice, guardiana misteriosa de la casa); la magia, también femenina, a manos de las chamanas y las hueseras, en eterna comunión con la realidad y los espíritus; la figura de la mujer como inicio de la vida, como surco dispuesto a la siembra, como ese ser para el amor que ocupa la segunda sección, donde recurre necesariamente a la invocación al tú, todo nos sumerge en una noche salvaje que aún late en nuestras entrañas con su herencia de culpa y paraíso. Es esa herencia compartida de dolor y materia, expuesta, abierta a nuestros ojos femeninos, la que nos hace reconocernos en cada poema, en cada línea, en cada verso.
Y todo ello lo expresa García-Doncel con un lenguaje preciso y a la vez balbuceante, alternando el canto primitivo (especialmente en la última parte, donde la sintaxis se apresura y se hace libre, donde la palabra estalla en sílaba desarticulada) con las prisas de la ciudad; exponiendo las vivencias comunes y las autobiográficas (léase, entre otros, el poema «Atardezco»); combinando el soliloquio con el diálogo (es lo que se percibe en «Un mar adentro»), el poema cuidado y lúcido con «la escritura en el aire de los pájaros» y el canto de regeneración de «La huesera», centro, junto a sus connotaciones míticas y ancestrales, de la última sección del libro.
No pueden pasarnos desapercibidos como cualidades de esta ópera prima su ritmo muy bien marcado, como si de fondo temblaran los tambores tribales, sustentado por figuras de repetición que devienen conjuros (se deslizan estribillos que rememoran cantos populares; que levantan coros de voces antiguas; que se revuelven, por fin, en el eco necesario de la rima (me refiero al poema «El canto de la huesera», el único en el que se aprecia ese recurso fónico), por luminosas sinestesias que conjugan lo conocido y lo insondable, más antítesis bravas que nos recuerdan una historia en la que la mujer ha sido personaje relegado, antiheroína en el edén, pero también madre tejedora, y loba que deja, en su canto final, la puerta abierta al regreso, a la restitución de nuestra condición de simplemente ser, con esa sabiduría erigida sobre el pilar de la autenticidad y el instinto que nos hermana con animales y dioses, con los elementos de la naturaleza, con el bosque, el agua y la montaña que sirven de colofón a este libro.
Quiero destacar, por último, la exquisita arquitectura del primer poemario de García-Doncel, el acierto léxico de cada una de sus composiciones, capaces de engendrar por sí mismas un ámbito y una atmósfera donde desarrollarse. Y, por supuesto, la profundidad y madurez de su contenido, solo posibles tras un trabajo de decantación y ensimismamiento, de años de lecturas y vivencias que han dejado su poso. Un poso que, sin embargo, en ningún momento adquiere el tacto rebelde de la amargura, sino que exclama ante la alegría por la claridad («por el destello de clarividencia, aunque sea incompleta») de la que venimos, vuelta a descubrir en el asombro inagotable del poema.
Elena Marqués

Blog de la autora; https://universointroito.wordpress.com