12. El poeta es un hombre como todos |
Esa imagen, lo cierto es que esa imagen de Galdós, con un perrazo —una especie de mastín—, sus gafitas, abrigo y bufanda y una gorra, acodado en un asiento de mampostería, con su sonrisa omnisciente… Esa imagen, que alguien eligió para uno de mis manuales, es la que se ha convertido en desencadenante de mis ensayos de materialización, ante un espejo de la habitación que ocupo (no sé si técnicamente la ocupo, pero al menos así es a los ojos de todos). Y a esa imagen invoco cuando la mirada de alguien como Dukas me intimida hasta extremos en que llegué a notar que solo era un tronco de inspector, casi en el borde donde los ojos del ensayista se posaban en la mesita central de trabajo, esa misma que en su módulo una poeta principiante y vendedora había llenado hasta el espanto de sangre. Fue un momento de máxima incomodidad, casi de autodelación, pero me agarré, una vez más, a las solapas del abrigo de Galdós.
—¿Y qué le sucedió a Inés Menta con Juárez, Sr. Dukas?
—Todo el mundo sabe que anduvo con él, cuando era azafata en un hotel. De Acapulco, creo. Se conocieron mientras intentaban suicidarse —se levantó para recorrer el trecho que mediaba entre el centro de la habitación y la mínima repisa que sustentaba otros libros, no los suyos de consulta y estudio—. Aquí está todo. Cada vez que tiene una crisis así le da por escribir una novela sobre ello. Que además se vende…
Y me alcanzó un tomo grueso, de unas quinientas páginas, con cubierta de muy básico montaje: un avión, dos copas de champán sobre una cama de pastillas y el título entrecruzándolo todo: La vida entre los dos. Más lectura a cuenta de mis investigados.
—¿Es su primera novela? —me interrumpí yo mismo, pensándome más filólogo que policía, como otras veces—. Quiero decir, ¿la escribió después de que se conocieran, en aquella ingrata situación?
—Es la cuarta, creo, si le resulta de interés ese tipo de literatura… —la intimidación de Dukas me llevaba a pensar que, en cierto modo, también leía mis pensamientos—. Sí, los dos compartían aficiones parejas. El texto se lo describe, con seguridad, mejor que yo…
El ensayista ponía tantos paréntesis a sus escritos como a sus comentarios orales. Tipo abstruso, que parecía ejemplificar una virtud totalmente opuesta a la mía del momento: pura y dura coraza la suya, no se sabía si guardaba afecto, mala disposición o tan siquiera indiferencia sobre Inés y Néstor.
—No, en principio no vengo aquí en busca de literatura alguna, Sr. Dukas —mentí—. Y me parece frívolo, cuando menos, considerar el suicidio como una afición.
—Pues hay quien considera el crimen como una de las bellas artes, inspector. Nos mortificamos, muchas veces, más que los muertos (Dukas: 2022).
El tipo tenía una sonrisa que solo podía calificar —sin más dardo ni palabra— como estratégica. A su lado (yo empezaba a ganar ciertas facultades) veía como un bosque de sombras, difuminándose por todo el módulo. Nos salvó (o al menos a mí de Dukas) Lucas Manchón, asomando por la ventana con una ridícula gorrita —tan distinta a la de Galdós— y una bufanda con los colores nacionales. Por instantes hasta me lamenté de mi zaragozano origen.
—Venga, Erik, acompáñame en el trámite. El grupo lo tenemos hecho, ahora falta saber si nos las veremos con tu Alemania o con tu Francia.
El hombre se acompañaba ya con un botellín de cerveza. No era el primero. Me pareció que ni siquiera me advertía, en el rincón opuesto a Dukas. Puede que no dominara hasta tal punto la materialización y Manchón no me estuviese viendo. Era una terrible posibilidad.
—Me va a excusar, inspector. Había quedado con Lucas para un evento deportivo. Mundial, además. ¿No se une usted?
—No, tampoco vengo en busca de retransmisiones deportivas, Sr. Dukas… Reanudaremos en otra ocasión el interrogatorio.
Y, mientras Lucas Manchón franqueaba la puerta del módulo, me volví a agarrar a las solapas galdosianas.

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