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libres, digitales, inconformistas

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Plural (reencuentros) by Juan Carlos Vásquez

Lo obligaba la duda. No siempre supo diferenciar entre la pesadilla y la realidad de no soñar. No podía calcular cuántas contradicciones a lo largo del camino, se aislaba, salía, volvía a aislarse con una intermitencia casi exacta.

Tanto pensar en la aprobación, descalificación o censura, pero en el entorno en que se movía ya no había nadie. Todo fue tan peculiar, tan excesivo y paso tan rápido. Ahora se ve en el espejo, piensa, se detalla: es un hombre alto y desgarbado, con barba y ojos negros… Alza la cabeza. No sabe cuánto se ha alejado de su casa. No puede recordar el punto exacto, el cruce de caminos o callejón por el cual se distanció. Su mundo estaba dividido por cosas que no le permiten la entrada, cosas que contienen negaciones, innumerables matices de temblorosa excitación. Un catálogo de pequeños sonidos que, o bien nunca antes había notado, o bien se diferenciaban de alguna manera del pasado. Quiere perfeccionarse, cree que a pesar de todo puede encontrar la normalidad. Entre la confrontación que mantiene consigo mismo, medita. ¿Ira o no ira? Reflexiona sobre su apariencia. Tiene cincuenta y dos años y un largo historial... y está invitado a un reencuentro. Recibió la carta como una sorpresa, al ver el remitente se sorprendió. Era la jueza, fiscal séptimo de lo contencioso: Patricia Eleonira Freitas. La compañera de clases en 1986. ¿Ira o no ira? Debate, da un paso, dos. Saca la cajetilla de cigarros y extrae uno, lo enciende y comienza a fumar. Camina hasta llegar a la avenida y sigue en línea recta. Resume multitud de casos en que se echó la culpa, ahora piensa en buscar culpables. El sol empieza a calentar su cuerpo con el transcurrir de las horas, sudando apresura el ritmo.

En un estado de dispersión el bullicio de la muchedumbre, el valor del habla y los conceptos no existen cuando el recordatorio y la reflexión son más fuertes. 

II

Toca el timbré, Patricia abre la puerta, se abrazan y sonríen al verse. Él memorizó unas cuantas ideas para conversarlas.

Repentinamente demasiada lluvia, inesperada, otra vez el timbré sobresaltando a Patricia y ambos se levantan para abrir la puerta: allí está el grupo de amigos, los de siempre. Alex saluda, se sienta, comparte anécdotas y hace chistes malos sobre su apariencia. Los recién llegados van dejando sobre la mesa sus aportes, luego continuaron con sus cosas; tomar, comer aceitunas, reírse, escuchar música.

Aquel sonido a todo volumen rompió la atención de todos. «¡Vamos a bailar! Es hora de ponerle un poco de alegría a esto», se escuchó desde el fondo.

III

Era un grupo con un entusiasmo enorme que de tanto probar cosas ya se había desinhibido y levantaron los brazos en paralelo estirándolos detrás de la cabeza. Hacían círculos, estiraban las piernas simulando patadas. Todos lo repetían aumentando la velocidad. Los sonidos sintéticos se esparcieron por todo el salón, intercalando. Acordes largos con ataque, caídas lentas repentinas creaban una frecuencia musical envolvente. Alex se levantó moviéndose arrítmicamente, era la hora de olvidar los problemas, de dejar a un lado todo y poner en primer plano aquel divertimento. Estaba tan absorto en el juego, seguía sus instrucciones con alegría, se miró un instante en el espejo, se paró, aplaudió suavemente, alzo también los brazos, y se puso en movimiento. Lograron alinearse horizontalmente con las manos tras la espalda ordenando un giro que interpretaba algo mucho más alegre. Los latidos del corazón retumbaban en los oídos de Alex, no lo podía medir, ese impulso parecía no tener límites ya, cuando trataron desesperadamente de hacer una coreografía. El punzante ritmo los hizo alcanzar una cadencia frenética formando un histerismo colectivo, todo era tan extraño, pero a la vez tan divertido. Un momento imprevisto, único, libre de artificio, en el que olvidaban engañarse a sí mismos. Cada vez más de prisa, hasta que, alcanzando el paroxismo cayó al suelo en un trance apocalíptico, echando espumarajos por la boca, retorciéndose ante una sensación de plenitud que no conocía.

IV

Aquel estado vino precedido de una rarísima escucha intensa, involuntaria, que lo desplazó del control que se impuso. De repente todos diferenciándose chocan.

V

Se despertó en la habitación del piso superior. ¿En qué momento se durmió? Alex no tenía respuesta para aquello. Inmediatamente bajó del piso y notó el silencio, demasiada calma. Veintidós escalones descendiendo hasta el salón y la sorpresa. Aquello contra lo que él [Alex] cree que debe protestar no se explica, no parece encontrar nada profundamente significativo ni que produzca un estímulo de compasión, no siente nada al verlos apilados en un rincón sobre el piso. ¿Por qué no escuchó? Despierto, dormido, en los curiosos estados intermedios entre la vigilia y el sueño, quería ubicarse en algún espacio, pero no podía, y escucha la música que desató el baile. No es una sola pieza, es un mosaico de fragmentos y mecanismos «pegados», una especie de caleidoscopio que juega con señas para que recuerde, y recuerda; sangre por todas partes, casquillos de bala, una hoja de cuchillo marcada en cuerpos y cráneos, salió despavorido y una vez calmado espero las próximas recomendaciones, pero cuando intentó salir todos aparecieron sorpresivamente. Suspiro al verlos, paró el debate, y empezó a funcionar mecánicamente.

Entre su rabia, sus ganas de matar y la realidad había un trecho enorme que pensó cruzar pero que no cruzo.

Su irritabilidad era infantil, sus ideas de venganza no. Al salirse de la realidad deseó matarlos a disparos y cuchillazos. Sacarle los órganos con sus propias manos y metérselos en la boca. Sin embargo al verlos de nuevo experimentó un sentimiento hermoso de amor y amistad.

VI

Por primera vez demuestra tener cierto grado de comprensión sobre su dualidad y se declara a sí mismo que «el hombre no es verdaderamente uno, sino dos» e incluso puede llegar a ser tres —confirmado por sus recientes experiencias—. Aún así, era incapaz de reconocerlo ante todos, el simple hecho de pensar en ello lo hacía sentirse amenazado y prefirió seguir creyendo que los demás no podían ver las señas corporales de todo aquel juicio que vivía desarrollándose dentro de su mente.

Aquel grupo impresionante de gente «amiga» seguía allí. Alex no quiere exaltarse, deseaba mantenerse compresivo y callado, por su seguridad, por la de todos. Lentamente las voces se fueron alejando, las imágenes se volvieron borrosas y desapareció de un todo para internarse en el mutismo de siempre.

© Juan Carlos Vásquez

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