martes, diciembre 5 2023

FORMAS DE VOLVER A CASA by J. Oyarzo

Al final ella lo abandona y él se olvida de todo, o casi todo. Ella se llama Lina, y aunque no quiere, lo abandona. Él, Alejandro, y aunque tampoco quiere, la olvida, lo que al fin y al cabo, es otra forma de abandono. Su amor se extingue, sigiloso, como un eco que se duerme en la madrugada.

Al final ella lo abandona y él se olvida de todo.

O por lo menos, eso es una forma de verlo.

Cada mañana Lina prepara dos tostadas con mermelada de arándanos, dos zumos de naranja, un café con leche y un descafeinado solo. Tras desayunar, da un agradable paseo por el parque junto a Alejandro. Al caer la tarde, el matrimonio acude al cine o el teatro, como llevan haciendo desde que se fueran a vivir juntos hace más de treinta años. Por las noches cenan en silencio mientras ven televisión. Nunca pensaron en tener hijos, se conocieron demasiado viejos como para afrontar la tarea de criar. Aun así, sus días fluyen placenteramente, sin entusiasmos inútiles, disfrutando la compañía del otro tanto como el día en que se conocieron.

Durante los últimos meses Alejandro ha tenido episodios de pérdida de memoria que preocupan a Lina. Tras una abultada batería de exámenes y visitas a especialistas, el diagnóstico es demoledor: Alzheimer.

Alejandro se toma la noticia con sentido del humor. Él, que siempre presume de haber vivido tanto como para llenar dos vidas, no recordará ninguna. Lina se vuelca en cuerpo y alma tratando de ayudar a Alejandro. La ansiedad y el cansancio la consumen. En cuestión de meses, al cada día más olvidadizo Alejandro se suma una desmejorada Lina.

Algunas mañanas Alejandro despierta alterado llamando a Lina por el nombre de Olga. Lina lo ignora y prepara el desayuno como tanto tiempo lleva haciendo. Tostadas, arándanos, zumo, café. Cada vez pasean menos por el parque, sobre todo desde que unos niños pasaran corriendo a su lado y Alejandro los siguiera al grito de: !Marcos, Laura, volved aquí! !Os comeréis las verduras como que soy vuestro padre!

El episodio, estresante y bochornoso a partes iguales, provoca en Lina un desmayo tras el que acaba en el hospital. Después de una nueva batería de exámenes y visitas a especialistas, el resultado es nuevamente demoledor: Cáncer.

En cuestión de pocos meses la vida de Lina y Alejandro se ha derrumbado. Alejandro busca objetos perdidos que solo él recuerda al tiempo que mantiene discusiones eternas con Olga, Marcos y Laura. Lina trata de ocultar su tristeza lo mejor que puede, para que los pocos e impredecibles momentos de lucidez que tiene Alejandro, sean, aunque breves, un feliz recuerdo de la vida que han pasado juntos.

Cuando los síntomas de su enfermedad se agravaban, Lina apenas puede levantarse de la cama. En días como estos se preocupa por Alejandro, ya que le es imposible cuidarlo, y en más de una ocasión ha encontrado el horno encendido con restos de comida quemándose en su interior. Esta clase de eventos angustian aún más a Lina, que piensa cómo la ruleta de la vida nunca gira en vano, y que cada uno es premiado con la suerte que se merece.

Una mañana fría y nubosa en la que el viento se retuerce como un grito ahogado, Lina abre el ropero y saca un traje que lleva guardado allí durante treinta años, desde aquella lejana mañana igual de fría y nubosa en que ambos huyeron. Ordena a Alejandro que se ponga el traje. Él obedece, dócil. Lina llama un taxi y sube junto a Alejandro al vehículo. Durante el trayecto apoya la cabeza en su regazo, toma sus manos y las besa con ternura. Alejandro enreda sus dedos en el cabello de Lina con dulzura.

Su amor lucha inútilmente por vencer el olvido.

Al llegar, Lina da un último beso a Alejandro antes de que este baje. Cuando ve que la puerta de la casa se abre, ordena al taxista partir. La última imagen que alcanza a ver es la de Olga llevándose las manos a la cara sorprendida. Que vieja está, piensa. Que viejos y cansados estamos todos, piensa después.

¡FELIZ REENCUENTRO! HOMBRE ENFERMO DE ALZHEIMER VUELVE A CASA CON LA MISMA ROPA DESPUÉS DE TREINTA AÑOS DESAPARECIDO.

Así reza el titular al día siguiente.

Al final él vuelve a casa y vive feliz junto a su familia.

O por lo menos, eso es una forma de verlo.

***

Algunas mañanas, mientras observa el horizonte tras las ventanas de la cocina y Olga calienta el café, Alejandro huele las tostadas y los arándanos que tantos años lleva desayunando. Solo que en la mesa no hay tostadas. Tampoco arándanos.

j. oyarzo

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