viernes, abril 26 2024

UN 18 DE ABRIL, YA LEJANO by Mercedes Unzeta

Imagen tomada de Pinterest
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Un 18 de abril, ya lejano.

Hoy es 18 de abril. Deben de ser cerca de las diez de la noche, o quizás más, no sé, pero tampoco me importa mucho.  Estoy en la clínica La Luz esperando a que mañana me rajen para sacarme del cuerpo todo lo consideran que me estorba, que parece que es mucho. Vaciarme dicen, no me gusta mucho la palabra, no es muy simpática. Estoy tranquila, muy tranquila, pero triste. Me entra tristeza de mi misma. No soporto los hospitales, ni las operaciones, ni a los médicos, pero soy dócil como un corderito. No soporto estar débil. No soporto estar fuera de mi propio control.

Hace mucho que no escribo y tengo muchas cosas que anotar en este cuaderno. Estoy aprovechando un ratito que estoy sola para disfrutar de mi intimidad.

El cuarto en el que estoy es enorme y muy agradable. Una gran ventana desde la que se ve un trozo de Sierra, justo el trozo por dónde se pone el Sol así que he disfrutado de una bonita puesta, no ha sido espectacular, ha sido discreta, pero bonita.

Me acabo de poner el camisón nuevo de algodón y encajes, la bata de algodón nueva y las zapatillas de algodón también nuevas. Todo blanco, todo nuevo comprado ayer. Me hacía ilusión estrenar en estas circunstancias. Siempre me ha dado más o menos igual estas cosas pero esta vez me hacía ilusión.

Me apetece bastante fumar un pitillo pero tienen prohibido fumar en la habitación. También tengo prohibido recibir visitas durante una semana después de la operación. Me parece demasiado estricto pero bueno, así es. Mañana viene Jimena, siempre tan dispuesta a estar. Es de agradecer porque viene de lejos. Me gusta. La quiero. No puedo ser cutre con ella cuando me quejo de sus defectos, es tan generosa y tan entrañable que se merece todos mis mejores pensamientos.

Me hubiera gustado tener tiempo para la preparación mental y espiritual. No me gusta que las cosas pasen sin tener plena conciencia de ellas. Me gusta tener una visión ‘cósmica’ y analizada de los acontecimientos que me atañen, que influyen en mi vida, que son mi  vida misma,  pero las circunstancias casi siempre los falsean, esconden matices, los difuminan, pormenorizan o engrandecen. Las circunstancias, la mayoría de las veces, no dejan tiempo para tomar distancia y recapacitar, y así van pasando las cosas, los acontecimientos, sin que nos demos cuenta de su influencia; y así no aprendemos ni, quizás, disfrutemos demasiado. Cómo decía Ortega: “Yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella no me salvo yo”.

Creo que aprendemos, y disfrutamos, cuando somos conscientes en cada momento de la importancia del momento, pero para eso es necesario tener una mente analítica muy despierta. Por eso me da rabia no haber meditado sobre la operación de mañana; me van a quitar todo: ovarios, útero y no sé qué más ¡vaciado! Bueno, ya me quitaron un pecho hace poco así que espero que con esta ‘limpieza a fondo’ quede ya libre de todo mal. No sé, estoy cansada y no me encuentro en un momento muy adecuado para analizar. Me voy a acostar.

25 de abril, domingo. Han pasado siete días. Son las 10,20 de la mañana en el reloj Timberland que llevo puesto en la muñeca. Sigo en el hospital La Luz, en su amplio cuarto con sus  grandes ventanales que miran a ‘algo’ de Sierra.  Estos últimos días he asistido desde la cama al declinar del día en tonos amarillentos, naranjas y azulines  que me recuerdan a los pintados por el romántico alemán Caspar David Friedrich. Cómo los he disfrutado, qué regalo para la vista y el espíritu.

Hoy sigue siendo domingo 8h. de la tarde, y parece que fue hace una eternidad cuando escribí lo de arriba. Entra el sol, todavía alto, por la ventana y se esparce por toda la habitación. Estoy sentada en el sillón con las piernas sobre la silla de enfrente y apoyándome en la mesa atril. Sola, magníficamente sola. Por fin he empezado a leer un libro. Estaba tan perezosa de empezar…, y, además, tengo tantas cosas que pensar que la lectura hace tiempo que la tenía descuidada, y la escritura ¡no digamos!

Esta mañana amanecí con el impulso de empezar a anotar en el cuaderno confidente mi desarrollo mental derivado de estos acontecimientos que me están sucediendo y me afectan tan íntimamente, pero he tenido que gastar tanta energía en ‘ponerme en situación’ de escribir, es decir, en sentarme frente a la pequeña mesa que tengo a un lado de la cama, algo muy sencillo pero que en mi estado se me ha hecho muy complicado, que finalmente no me han quedado fuerzas para afrontar la página en blanco de mi silencioso compañero cómplice.

Me gustaría profundizar en mis aullidos post operatorios. Pienso que quizás hayan sido el efecto exterior de una limpieza emocional natural porque ahora me encuentro liberada de mucho lastre. Me encuentro muy bien y con una mente muy positiva. Me encuentro especialmente bien, espiritualmente hablando, ligera, libre. Seguro que esos aullidos atávicos tienen un significado.

La situación fue la siguiente. Recién operada recuerdo que  me despiertan dando palmaditas en la cara y me dicen: “Venga mujer que ya pasó todo, ya estás operada, ya está, ves qué rápido y qué fácil”. Mi sensación en ese estado de seminconsciencia, como en otras operaciones, es como que me están tomando el pelo porque recuerdo que tan sólo un segundo antes me estaban entrando en el quirófano. El tiempo de la operación no existe para mí y la situación me parece absurda.

Me dejan aislada en la estancia para la observación después de la operación, tránsito habitual antes de llegar a la habitación, y me quedo entonces en una semiveladura vital y empiezo a sentir un frío aterrador, un frío tan intenso que tengo la sensación de que todo el cuerpo se estremece, vota, se retuerce como si le estuvieran dando descargas eléctricas pero son descargas de frío. Todo el cuerpo entra en una especie de catarsis heladora y entonces empiezo a aullar, auuuh, auuuuh, alto muy alto, auuuh, auuuh,  como los lobos en la estepa, y me siento un lobo aullando y sigo auuuh a todo pulmón. Estoy sola, no reclamo ni llamo a nadie, ni viene nadie, simplemente necesito aullar  como un lobo estepario y aúllo a nadie y a todos, aúllo al mundo, me aúllo a mí misma, y así sigo aullando y aullando largo rato hasta que poco a poco mi transformación en lobo estepario se va deshaciendo hasta volver a encontrarme como Enriqueta en la camilla, con mucho frío pero no tanto.

Y ahora me siento libre y feliz. En los aullidos he debido de soltar ‘muchas amarras’ porque tengo sensación de renovación y eso que me han dejado como ‘un eunuco’, y no sé hasta qué punto me va a afectar tanto vaciado a mí, a mis emociones y a mis relaciones. Veremos. De  momento pienso que estoy vaciada pero no vacía.

Todavía tengo varios días más de estar en el hospital pero Pisaré las calles nuevamente. Renacida.

O témpora o mores

 

2Comments

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  1. 1
    antoniotoribios

    Un estupendo relato testimonial de momentos duros, aunque vividos con buena disposición de ánimo. Lo de «lejano» indica pasado. Seguro que tu presente es espléndido y el futuro mejor aún. Eso te deseo. Un saludo.

    • 2
      Mercedes Unzeta

      Gracias Antonio. La vida sigue abriéndose camino felizmente a pesar de los baches. El pasado pasado está. Gracias por tus buenos deseos que igualmente los deseo para ti. Un abrazo

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