—El Padre sabe que cometerás delito, lo hago por tu bien y el de la humanidad—. Arrodillado, repetía mientras lavaba sus manos en la sangre que brotaba a raudales del pequeño cuerpo. Esa noche no era cualquiera para Ana, la estudiante de abogacía que yacía en el suelo. Alex cuanto más manchaba su piel con aquel tinte rojo, fragmentos de las vivencias de su infancia insistían en llegar a su mente, agradeciendo los conocimientos recibidos por el Padre, aunque él, no lo supiera.
Cuando las luces del coche de patrulla no se apagaban al aparcar en la entrada, anunciaban el alto grado de embriaguez en que llegaba su padrastro, y después de varios castigos era aislado en las profundidades de su hogar. En las interminables noches que pasaba encerrado en el viejo armario del sótano, encontró el sentido a la vida. Si, allí en una vieja caja de zapatos, lo esperaba pacientemente una colección de libros de Cesare Lombroso, un criminólogo y médico italiano, conocido como el Padre. Con él, supo cuál era su destino, trasmitiéndole toda la sabiduría, la verdad. Aprendió como evitar la existencia de los maleantes y a poder identificarlos por sus rasgos, inclusive antes de que ellos supieran el delito que iban a cometer. Así fue como pudo distinguir entre la multitud a la futura abogada, que esa tarde caminaba apurada hacia la facultad. Con tan solo ver su nariz aguileña enmarcando su pequeño cráneo, su frente hundida y sus pobladas cejas, lo supo, era una posible delincuente. Y ahora, mirando sus manos ensangrentadas revivía como reconoció esos mismos signos en su padrastro. Él fue el primero. Después vinieron muchos más, hasta llegar al aún caliente cuerpo de Ana, mientras pensaba en el siguiente encargado en salvar a la humanidad, miró de reojo el viejo armario del sótano, donde salían los sollozos de un niño asustado.
Registro: Nº 1905040813506.
Cuando las luces del coche de patrulla no se apagaban al aparcar en la entrada, anunciaban el alto grado de embriaguez en que llegaba su padrastro, y después de varios castigos era aislado en las profundidades de su hogar. En las interminables noches que pasaba encerrado en el viejo armario del sótano, encontró el sentido a la vida. Si, allí en una vieja caja de zapatos, lo esperaba pacientemente una colección de libros de Cesare Lombroso, un criminólogo y médico italiano, conocido como el Padre. Con él, supo cuál era su destino, trasmitiéndole toda la sabiduría, la verdad. Aprendió como evitar la existencia de los maleantes y a poder identificarlos por sus rasgos, inclusive antes de que ellos supieran el delito que iban a cometer. Así fue como pudo distinguir entre la multitud a la futura abogada, que esa tarde caminaba apurada hacia la facultad. Con tan solo ver su nariz aguileña enmarcando su pequeño cráneo, su frente hundida y sus pobladas cejas, lo supo, era una posible delincuente. Y ahora, mirando sus manos ensangrentadas revivía como reconoció esos mismos signos en su padrastro. Él fue el primero. Después vinieron muchos más, hasta llegar al aún caliente cuerpo de Ana, mientras pensaba en el siguiente encargado en salvar a la humanidad, miró de reojo el viejo armario del sótano, donde salían los sollozos de un niño asustado.
Registro: Nº 1905040813506.