domingo, junio 16 2024

LA BOLA DE PELO by Anabel García

El atasco había sido provocado por una bola de pelo, y una redecilla de porquería gelatinosa, que la cubría como un cortejo de compañía maloliente y mojada.

Visto fuera de la tubería la pobre bola había perdido todo su contexto. Era una medusa exhausta con cara de estropajo, de esos metálicos que había perdido incluso el glamuroso plateado por un color indefinido dentro de la gama de lo oscuro. Era un ovillo que se había estrangulado a sí mismo.

 Estábamos asombrados, incluso un poco tristes ante una imagen tan desoladora, una rendición capilar que recogía el resumen de tantas duchas atascadas entre el sumidero y las tuberías. Cabe señalar que, hasta el imbécil del vecino, que llevaba quejándose de la baja presión del agua de sus grifos según él por nuestra culpa, se vio obligado a callar y guardar unos segundos de silencio de la impresión que también le provocó tal imagen.

Porque es cierto, la bola de pelo era de las grandes, y dentro del sistema circulatorio de mi baño, se había convertido en una anaconda, en el terror de las cañerías del edificio hasta alcanzar esa dimensión y tener que recurrir a un especialista que arrancara sus tentáculos pelosos.

-Hacía años que no veía una de este tamaño. Es de esas que puede llegar a ocupar todo el espacio que tiene disponible hasta hacer reventar una tubería. – Afirmó con voz de experto, Borja el fontanero. -Han tenido mucha, pero que mucha suerte que no haya ido a más.

Y metió a la bola dentro de una bolsa de plástico de veinte kilos antes de dárnosla como si fuera un cadáver del que nos tuviéramos que hacer cargo.

«Yo extirpo el tumor. Ahora el cuerpo del delito es cosa vuestra».

Sintiendo el peso costaba creer que una paciencia capilar de años hubiera sido capaz de enredarse, voltear y atrapar al resto que se habían unido al primer pelo, hasta alcanzar tal tamaño. ¿Había sido una escapada continua, tenaz de duchas y lavados rápidos de rodillas ante el bidet que había creado aquel atasco?

Intenté reconocer mis rizos caoba dentro de la maraña moribunda, que parte del pelo sería de los niños y cuál de Joaquín. ¿Cuánto había ahí recopilado? ¿Qué velocidad de recambio teníamos dentro del cuerpo? ¿Cuántas pelucas, contando por número de cabezas, se podrían haber creado para cubrir superficies despojadas?  Me llevó a pensar en las canciones mal entonadas, en las prisas, en la pereza, en las ideas que se habían arrastrado con el champú y el agua caliente, y se habían quedado allí atrapadas, junto ese pelo desprendido. ¿No era una especie de neocriatura proveniente de los desechos de nuestro propio organismo? Qué partes de nosotros se podían intercambiar y cuáles no. Qué perdíamos, sin darnos cuenta, fueran los restos de un día malo o de esos que llamamos memorables. Había algo de escalofriante en la reflexión.

– ¿Y ahora?

Levanté la bolsa observando a trasluz su sombra acuática.

– ¿La tiramos a la basura, sin más?

–  Supongo, pero ¿no es como tirarnos a nosotros Bea?

Comprendí que él también había sentido algo similar y me tranquilizó.

-Pero es simplemente pelo, mucho pelo con porquería añadida.

-A lo mejor si lo enterramos en el parque…Es ecológico ¿no? y así en su descomposición alimentará raíces y gusanos.

La imagen no me convencía demasiado, faltaba el elemento acuático en el que había habitado la bola como si pudiera tener una segunda oportunidad en algún otro sitio.

-Supongo, no sé esto es muy absurdo, pero me da cierta pena ¿No te pasa lo mismo? ¿Y que les decimos a los niños?

Porque pensé por un momento que había sido una especie de mascota silenciosa que había convivido con nosotros, sin darnos cuenta, y había crecido tanto que no tenía cabida en casa y sin embargo si cabía la posibilidad de una vida fuera, salvaje y plena, como un león en cautividad antes de reintroducirlo en la sabana.

¿Y lo de los niños? ¿A qué había venido mencionarlos? tampoco le habían hecho mucho caso después del acto del fontanero. Seguro que no volverían a mencionarla y si ocurría con corroborar la existencia de una Nessie con pelo, sin tener que ir a un lago de Escocia, seguro que les convencía, además de hacerles gracia como invención previa a las buenas noches.

– Bea, esto es una tontería. Es mucho pelo, pelo apelotonado sin más y menos mal que lo quitaron a tiempo.  No tendremos que usar la sosa y el vecino por fin nos dejará tranquilos.

-Ya… Pero ¿qué hacemos con la bola?

Notaba el peso de la bolsa tirando de mí hacía abajo como si el contenido estuviera, a propósito, hinchándose para pesar y hacerse notar más.

Entonces Joaquín me dio una palmada y me guiñó un ojo. Simplemente había que buscar una vía rápida para llevarla a un mundo nauseabundo mucho mayor, donde poder crecer y juntarse con otras. Acompañamos a la bolsa a los baños públicos del paseo marítimo y sólo con tirar de la cadena de uno de sus inodoros le deseamos lo mejor, y sobre todo que la bola de pelo llegará en breve a su nuevo hogar.

Anabel 17Mar24.

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