lunes, junio 17 2024

La bolsa de las bolsas by Javier Vidal

Todas las casas del mundo tienen, en un armario o un cajón, una bolsa de las bolsas. Este objeto refleja lo que somos, un gurruño hecho de la suma de sus partes entre la escoba y el recogedor y que aflora a la superficie como un géiser cuando más lo necesitas. Haced la prueba. Cada vez que echas mano de la bolsa de las bolsas todo cambia (para peor), el ecologista en nosotros aúlla y nos es revelado que hace muchos años hacíamos la compra en el Simago. Pura arqueología de una vida plástica.

Se supone que las bolsas de cartón, reutilizables, non woven, verdes, de rafia, totebags, de asa y de lazo, con un logo enorme y un cordón, van dentro de una bolsa madre, normalmente del Ikea, pero ¿las necesitamos? Ahora, teóricamente, se recicla y comienza a ser habitual ver a la gente con una bandeja de pollo bajo la barbilla saliendo del supermercado. En cambio, la bolsa de las bolsas crece y crece por arte de magia llenando de colores un lugar oscuro. Tiene que ser porque se nos olvida siempre en casa. Y, a veces, una casa puede ser el maletero de tu coche.

He intentado librarme de la maldición de esta bolsa. Se trata de una costumbre heredada de mi madre. Muy probablemente, mi abuela tuviera una bolsa de las bolsas mucho más grande que la mía y aún más grande que la de mi madre. A pesar de mis esfuerzos ahí sigue, acechándome, esperando el momento para cubrir el suelo de la cocina con flores de PVC y recuerdos. Admiro el desastre a mi pies y pienso en la acumulación diaria, en lo absurdo de querer borrar lo que hemos sido. Nuestras bolsas, nuestra riqueza, la vida.

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