Cuando Luis salió de la tienda de discos, con dos bolsas entre las manos, sonrió satisfecho al mirar su nuevo tesoro colgando entre sus dedos.
Había paseado por los pasillos de aquel centro comercial buscando la localización de aquella tienda hasta encontrarla. Allí, había encontrado el único lugar en que se vendía el vinilo de 33 rpm, de la banda sonora de La Guerra de las Galaxias.
En ese instante, salía por la puerta. Pero percibió que alguien se acercaba al mostrador de Mil vinilos para ti y preguntaba a la dependienta por un vinilo de 33rpm, la banda sonora de La Guerra de las Galaxias. La dependienta frunció el ceño y pidió que repitiese la pregunta ya que se encontraba tecleando en el ordenador. Estaba absorta aun, y su mano derecha no dejaba de rascar su cuero cabelludo. Miró hacia la puerta y acto seguido, contestó señalándola. Raúl siguió su dedo y observó a un chico moreno mirando sus bolsas, con una sonrisa de oreja a oreja. Parecía orgulloso de llevar las bolsas que llevaba.
Cuando Raúl se dio cuenta de que si perdía de vista a aquel chico perdería la única oportunidad de hacer feliz a María se despidió, rápidamente, de la dependienta agradeciéndole las atenciones prestadas.
Había buscado por internet todos y cada uno de los lugares donde vendían aquel vinilo y Mil vinilos para ti era la única tienda en Sevilla donde se encontraba a un precio que se podía permitir.
—Ese vinilo tiene el nombre de María —se decía mientras aceleraba el paso para alcanzarlo. Entonces, vociferó —¡Oye!¡Oye! ¡Espera un momento!
Un desconocido que te agarre de la muñeca por la calle, ¿quién se cree que es? —se dijo Luis mascullando las palabras, pero con la intención de que aquel extraño lo escuchase. —Debe estar mal de la cabeza.
—Perdona, ¿llevas un vinilo de la banda sonora de La Guerra de las Galaxias? —preguntó con la desesperación dibujada en su cara.
—Sí, y ¿por qué debe interesarte eso a ti? —contestó incrédulo.
—Nada ocurre por una simple coincidencia. Mira, sé que será lo más raro que escuches, pero ¿me vendes el vinilo? —preguntó Raúl con la desesperación dibujada en su rostro.
—¿Cómo? Si lo acabo de comprar, ¿qué tontería es esta? —preguntaba cómo seguía siendo parte de aquella conversación tan absurda.
—Lo siento, no me presenté, soy Raúl. Necesito ese vinilo. Es una cuestión de vida o muerte y créeme que no exagero. Ahora mismo… entiendo que no sea razonable nada de lo que estoy intentando decir, pero, aunque parezca sin sentido, lo tiene. ¿Por cuánto me lo vendes? —arrastrando todas las frases de carreterilla.
—Mira, no has parado de hablar durante estos últimos minutos. No te lo voy a vender. Y esa, Raúl, es mi última palabra en esta conversación. —sentenció Luis.
—¿Cómo te llamas? —insistió Raúl.
—Luis. —afirmó contundentemente y sin querer entrar en más detalles.
—Bueno, Luis, ese vinilo es mi última esperanza. ¿Qué harías si alguien que es muy importante para ti estuviese en coma? Lo imposible, ¿verdad? ¿Querrías que despertase y respondiese a cada una de las caricias que le das?, ¿verdad? O que sonriera por el mero hecho de responder a tu sonrisa. ¿No esperarías que eso pasase? María, mi hermana está inmovilizada en una maldita cama desde hace dos meses. Los médicos dijeron que le hablásemos y actuásemos como si cada conversación fuese escuchada. Cuando lloro, allí de su mano, parece que gira la cabeza hacia mí, para verme. Pero no es así. Todo son imágenes que deseo recrear con ella. Leí que la música nos conecta con esa parte de nosotros inconsciente, por eso ese vinilo es la esperanza que quiero mantener ahora. En serio, dame tu teléfono, algún dato para localizarte y prometo pagarte lo que pidas. Considera la situación, por favor. —resumió de la mejor forma que pudo, dadas las circunstancias.
—Pareces un actor ensayando un guion de tu próxima película, pero no me da la impresión de que estés mintiendo. ¿Me das tu teléfono y te aviso si cambio de opinión? — quiso terminar Luis la conversación con su pregunta.
—De acuerdo, apunta 679906279. —solicito Raúl lo más educadamente que su tono le permitía.
—679906279 lo acabo de anotar en el teléfono— Sin saber por qué Luis pensó que sería el comienzo de algo.
En cuanto llegó a casa, una hora después, metió el vinilo en el tocadiscos y sonó aquella música que le resultaba tan familiar. Desde que llegó, sentado en el sillón, no se le quitaba de la cabeza la imagen de aquel chico, Raúl, con gesto desesperado y con una ansiedad que había vivido en su propio cuerpo años antes durante la muerte de su abuela y que ahora había recordado con todo lujo de detalles. Ese chico le había hablado como nunca un desconocido en la mejor noche de fiesta se le había presentado. Lo había capturado de igual modo. Decidió seleccionar el número recién agendado con el nombre de Luis y escribió unas palabras —El disco es tuyo, bueno de tu hermana, perdón que con todo el trajín de la conversación no se me quedó el nombre. Trabajo en el Hospital Universitario Ramón y Cajal. Dime dónde se encuentra tu hermana ingresada y te llevo el dichoso vinilo. —Concluyó de teclear, desbloqueó de nuevo el móvil y añadió —Luis.
Raúl estaba deambulando por la habitación 23 del hospital cuando leyó el mensaje asombrado al leer el nombre del Hospital Universitario Ramón y Cajal. Luis decía que trabaja allí. Nunca había creído en las casualidades, pero en ese momento se lo pensó dos veces. Pensó un poco en lo que tenía que decir y tecleó con el mensaje para Luis. —A eso lo llamo perfecta casualidad. Estamos en la habitación 23 del Hospital Universitario Ramón y Cajal. No quería incomodarte demasiado, pero estaré aquí. Estaremos aquí.
A la mañana siguiente Luis uniformado y con dos bolsas en la mano entró en la habitación 23. Cuando vio a Raúl de la mano de la chica indefensa que yacía en la cama se dio cuenta de que las facciones de ambos eran parecidas. Mirando a Raúl mientras los primeros rayos de sol le daban en la cara lo convertía en angelical. Lo tocó en el hombro y susurró su nombre. Raúl se despertó y se incorporó rápidamente.
—Hola. Gracias. Primero, por el disco y también por acercarte hasta aquí. —Nada más terminar, el sonrojo de Raúl le delató. —No sabes cómo te lo agradezco. Muchas gracias. ¿Qué traes ahí? Déjame que te ayude. —Insistió ayudando a Luis a cargar las dos bolsas. —¿Cuánto te debo por el vinilo?
—Aquí traigo mi tocadiscos. Imaginé que no tenías en la habitación, se suelen traer otras cosas con mayor prioridad. Déjame que lo coloque en el alfeizar de la ventana. Hay espacio suficiente en este borde, cerca de su cama. Debemos fomentar este sonido en lugar de los demás en su mente, para ello su cercanía será vital. —Tras su explicación, Luis se dispuso a colocar el tocadiscos correctamente. Le pidió el vinilo a Raúl y lo puso en marcha.
Mientras sonaba el tema central de La Guerra de las Galaxias, interpretada por la Orquesta Sinfónica de Londres, Luis y Raúl se miraron al ver cómo uno de los dedos de María tuvo un pequeño tic.
Después de cada uno de sus turnos, esa semana, el doctor Luis Almansa visitaba la habitación 23. Compartió la alegría de la progresiva recuperación de María, había comenzado una relación con aquel extraño que le agarró de la muñeca al salir por la puerta de Mil vinilos para ti y cada vez que sonaba la música de Starwars o veía su tocadiscos en el alfeizar de la ventana de aquella habitación miraba a Raúl mientras se decía —Dichoso vinilo.
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