
Era un 23 de noviembre frío y desagradable. El tiempo llevaba azotando las ciudades con fuertes tornados. Pero en fechas de consumismo las calles aún grises, se veían convertidas en una ratonera donde una vez dentro no lograbas encontrar una salida. En mi caso, llevaba un tiempo acelerado con muchas de las empresas que manejaba. No es fácil ser un magnate disparado a la cima en nada de tiempo. Los teléfonos sonaban constantemente y todo pierde el encanto, te levantas, no tienes que hacer tu cama, o preocuparte de tu desayuno que se encontrará listo para ser servido con tenedores de plata.
Eran tantas las preocupaciones derivadas y la falta de privacidad. Uno no comprende la necesidad de retirarse de su burbuja si no se ve en esa situación, la mía era imperiosa, sin dar explicaciones a mis padres muy bien posicionados, ni a mi abogado, ni a mi guardaespaldas o cualquiera de las personas que se dedicaban en su día a servirme.
Como si fuera un chiquillo necesitaba volver a la realidad, ser una persona normal, aquel día era el adecuado, acción de gracias día antes a un Black Friday de locura en todos los aspectos. Lo que no tenía en cuenta es que muchos factores se alinearían a que esa situación de completo desconocimiento y normalidad me acompañasen ese día. A las 18:00 mi plan por salir de allí se llevaría a cabo, conocía a la perfección al mayordomo con su horario, Fredy mi guardaespaldas con sus pautas establecidas y el resto de personas que tenía que evitar.
Una pizza y un repartidor serían los protagonistas de aquel arrebato y todo salió a la perfección, acabé vestido de pizzero, con un casco en la cabeza y una moto que me sacaba de mi propia cárcel diaria.
Y aquel repartidor remataba el día con 500 $ en y vestido con un traje de Versache en mi despacho.
Tiré como alma que se la lleva el diablo a toda velocidad al centro de la ciudad, sin saber a dónde, sin un móvil que mostrase mi ubicación y poco que contase sobre mí. Supongo que sin expectativas, tampoco en el corazón, ese que teniendo todo, se encontraba tan vilmente solo.
Todo lo anterior se quedaba olvidado para hacer un retiro más que necesario que nadie habría permitido. Entonces el chivato de reserva en un centro colapsado de gente se encendió.
Hasta allí había llegado, con una pizza en el cajón de cualquier otro envío y un cuerpo calado que se ponía bajo el primer soportal que encontraba. Me quedé allí por unos minutos, observando todo tipo de personas variopintas cargadas de bolsas. Todo tipo de dispositivos paseantes por aquellas calles. Entonces se abría la puerta del portal que me resguardaba. Salía una joven bajo un paraguas, con un abrigo largo y unas botitas de goma, sus ojos me miraron y sonrió mientras que yo esperando que amainase allí me quedé sin ninguna preocupación, feliz de ver llover.
Cuando al rato volvió con una pequeña bolsa se acercó a la puerta para abrir, me volvió a mirar y me dijo con tono de preocupación.
̶ Perdona ¿estás bien?
̶ Si tranquila.
̶ Pero ¿estás esperando para entregar un pedido?
̶ No tengo ningún pedido que entregar, me he quedado sin trabajo.
No sé verdaderamente porque me dio por responderle eso, pero claro, sabiendo que la moto no me llevaría a ningún lugar, es lo primero que se me paso por la cabeza al ver a esa mujer oculta tras un paraguas.
̶ Perdona si me meto donde no me llaman, ¿tienes dónde ir?
̶ No te preocupes de verdad, no tengo donde ir pero estoy muy bien, gracias.
Aquella mujer cerró su paraguas abrió el portal encendió la luz y de espaldas fue subiendo las escaleras no sé a dónde.
No podía saber cuánto tiempo había pasado de mi hazaña pero los establecimientos iban cerrándose por lo que eran cerca de las 22:00. Las calles formaban riachuelos y yo me encontraba estupendo, sin hambre, sin frio, solamente con la sensación de una gran paz.
̶ Perdona soy Eva, ¿sigues ahí? Se escuchaba por el telefonillo.
Me mantuve callado porque no sabía que responder ni si sería aquella mujer.
̶ Hola repartidor, soy Eva ¿sigues ahí?
̶ ¿La mujer del paraguas?
̶ Si, —respondió para agregar, es acción de gracias sube al 3º B. —respondió para agregar.
Me había quedado asombrado pues mi rostro había permanecido oculto tras el casco. La verdad es que en principio no tenía otra opción si no quería que se terminase mi travesura y subí a la puerta del 3º B.
̶ Bueno te puedes quitar el casco, a no ser que lo lleves pegado. Si llevas varias horas ahí es porque no tienes donde ir y me puedes interrumpir si me equivoco. Yo llevo varios años aquí y sé lo que es la sensación de sentirse perdido. He llamado a mis amigas que no iré a su casa a cenar, solo tengo una mala noticia: como no pensaba estar aquí, la nevera no sé si tiene algo para poder hacer.
Me decía con una sonrisa mientras que quitándome el casco admiraba una hermosa mujer ante mis ojos. No observé que ella pusiera asombro alguno al verme.
̶ Muchas gracias de verdad, Eva yo soy Carl te lo agradezco solo será por hoy y prometo no molestarte sobre la comida como ves tengo una pizza pero tal vez un poco afectada desde que salió.
̶ ¡Jajaja! —río estupendamente. No te preocupes, vente, te dejaré un jersey de mi hermano que creo que estará a punto de venir, al menos no estarás con el uniforme para cenar, si es que encontramos algo que hacer.
Me adecenté en el baño con la ropa que me había prestado y la vi asomada en una nevera que hacía eco observando 3 cervezas un hojaldre, unas gulas y unos langostinos.
̶ Me temo que por más que abras los cajones no va a salir nada que no se encuentre allí ya. Ella sonrío de manera dulce, me guiñó el ojo y me dijo ̶ bueno mi hermano supongo que compró esto, ya te digo que está por llegar, pero trataré de hacer una receta. En el fondo llevo tiempo queriendo ser cocinera aunque no haya estudiado para ello. Decía mi madre que el ingrediente principal de cualquier guiso es el amor.
La observaba perforando con cariño el hojaldre, poniendo en cada paso ese ingrediente, ese que necesitaba tanto mi vida, las conversaciones fueron saliendo solas. Se encontraba soltera y con muchas ilusiones en su vida, yo en cada pregunta fui omitiendo o disfrazando mi realidad para que no se terminase aquel hermoso momento.
Sin nada en una nevera y olía a gloria en toda la cocina. Entonces su móvil sonó.
̶ Sí ok. Bueno, entonces te veo mañana un beso.
Volviendo a la cocina.
̶ Mira los vasos los tienes a la derecha, pon una cerveza para cada uno si te gustan, sino tienes agua.
̶ ¡Jajaja! —abrí mi boca para decir, déjalo con el agua que me he llevado toda esta tarde. Nos comenzamos a reír juntos. Mientras que me dio las cosas para poner la mesa, Eva daba un calentón a la pizza en el horno aprovechando el calor que quedaba remanente del hojaldre.
Aquella receta de vital ingrediente me enamoró desde el primer bocado, mi mente pedía más de ella de algo tan sencillo, tan relajado y tan contrario a mi vida. Necesitaba aquel ingrediente principal en mi vida. La noche se convirtió en única y ella me abrazó antes de acostarse y no pudo evitar besarme, cosa que yo había tratado de evitar por respetarla, dormí, finalmente, abrazado a su lado sintiéndome el hombre más rico del mundo.
Habría dado igual ser el más pobre del planeta solo ahora me sentía feliz, mañana buscaría explicaciones para dar y volver con Eva si ella aceptaba permanecer a mi lado. Después de mostrarle mi vida real, Eva algo dolida me dijo que se lo pensaría. Ahora yo soy su pinche y no permito que nadie nos facilite ciertos aspectos de nuestra vida.
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