viernes, abril 26 2024

Foto de tres by Awilda Castillo

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Aún parece mentira que estemos las tres en esta foto. Tres hermanas, tres vidas separadas.  A veces las fotografías pueden recoger sin proponérselo la fortaleza de una relación que se rompe por distintas circunstancias.

Cuando nos tomamos esta foto, estábamos en el día que mi madre tuvo que ser intervenida por un mal en su aparato reproductor. El médico nos dijo que habíamos llegado a tiempo, pero igualmente el cáncer rondaba nuestras vidas.

Esa fue la última vez que posamos las tres juntas. Nuestras vidas amarradas por el hilo invisible de la sangre nos permitieron crecer en la misma casa al menos los primeros quince años de  mi vida, sin imaginarnos lo que vendría luego.

Éramos chicas normales, de una madre viuda, que trabajaba como maestra. No hubo lujos en todo lo que recuerdo, pero igual nunca nos faltó nada. Tampoco hubo ningún vicio por ahí, de esos considerados normales en la adolescencia, que atormentara nuestras vidas, así que nuestra juventud transcurrió en un tiempo considerado como normal.

Lisa, la del medio, llamada así igual que mi mamá, siempre fue la de mayor carácter entre nosotras tres. Se enojaba con facilidad y defendía su punto, aunque tuviera que enfrentarse con la mano de la abuela sobre su cara,  cuando su impertinencia rebasaba los límites. Linda e inocente comenzó su etapa universitaria y todos teníamos grandes expectativas con ella. Una beca y todo el futuro por delante, hasta que le conoció a él, el cura más joven que hayamos visto hasta entonces. Era una novedad, además del hombre más amable que jamás conocimos.

De quien nunca se esperaba una trastada, se obtuvieron todos los malos manejos e ideas retorcidas que se pudiera pensar. Así en poco tiempo Lisa, embarazada, engañada y abandonada había perdido su beca, su tiempo en la universidad y sobre todo su dignidad al sentirse nada ante un tipo respaldado por un poder que mueve a algunos como en la antigüedad.

Le tocó ser madre soltera, con una amargura y un dolor que jamás vi salir de sus ojos, mucho menos de su alma. Su hijo, mi sobrino favorito creció a través de todos los raspones que suponen una madre enferma de dolor y un padre indiferente. Aunque el dejó los hábitos cuando quiso, nunca fue un verdadero padre para él, Fernando.

Por su parte Yani, mi hermana mayor a los dos años siguientes y envuelta en el egoísmo personal que le caracterizaba, tomó el auto de mi madre y fue a una de sus clases de especialización, sin importar dejarla a ella esperando. El apuro que llevaba ese día, la falta de visión por ir a través de una vía muy oscura y otro vehículo sin las luces en buen estado,  causaron la tragedia, mi hermana se estrelló.

Su rostro se desfiguró de algún modo; ella, la más coqueta de las tres perdió el encanto que tenía y así lo hacía saber un enamorado que desde siempre había tenido merodeándola, cuál carroñero ante un animal pronto a morir. Sobrevivió, pero a raíz del golpe recibido, salieron a relucir problemas mentales que hasta ese momento habían sido solapados por su actitud egoísta y arrogante naturales a las cuales, todos ya estábamos acostumbrados.

Ese mismo pretendiente que muchas veces se disfrazó de oveja para acercarse a ella, consiguió hacerla suya en medio de su caos mental. Embarazada, engañada y también abandonada, mi hermana se las vio sola y con un hijo por venir. Su frágil estabilidad emocional colapsó y desde entonces fue mi madre quien se encargó de ella y de su hijo, Rodolfo.

Nuestras vidas, tomaron caminos separados. Ya no fuimos más las tres niñas que jugaban en el garaje de su casa y reunían de sus mesadas para comprar una rica leche condensada para repartirla mientras nos reíamos al saltar la cuerda o corretear por el gran jardín de nuestra casa; no ahora somos adultas, cuyos destinos no tienen casi ningún punto en común.

Lisa, queriendo expiar sus culpas o no encontrando salidas a sus propios temores, se ahogó en una fe absurda que la separó completamente de mí. A pesar de mi parte y querer compartirla por mucho tiempo y aguantar los abusos que esa misma estructura traía, termine no aguantando más y me fui… y con ella la posibilidad de tener una hermana para abrazar y con quien reírme aún en los días malos.  Ella se quedó ahí, del otro lado; ese mismo en que se denominan justos y perfectos siendo los demás indignos y sucios. Realmente no hay algo más sucio, que perder una hermana en vida y de eso si me siento totalmente sucia, de la soledad que me deja el no tenerla más.

Yani por su parte, no se recuperó nunca. Los médicos le diagnosticaron esquizofrenia y cualquier otra enfermedad mental que hace imposible el desarrollo de una actividad normal tanto de trabajo, como de recreación para ella misma. Está aislada ahí, en el mundo de las voces que le hablan, agreden y le llevan a pelear constantemente con aquello que no puede resolver. Yo la miro y lloro, aunque a veces me acerco a pesar de mi temor y le alegró el día de alguna manera.

Sigo mirando esta foto, donde aparecemos las tres; tres versiones de mi madre y mi padre que alguna vez, fueron el mejor espejo de lo que ellos fueron y hoy solo hay cierto luto entre las relaciones muertas.

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