viernes, abril 26 2024

La codiciada cosecha by Gema Albornoz

Durante más de doscientos años, la familia de la Condesa Cracia Lulú por Amor de Sofo había poseído acres y acres de tierra, pero en ninguna de ellas, era posible cultivar un solo tomate.

Por más que lo habían intentado, sus retatarabuelos, Manuel y Gregorina, los primeros que probaron en un tercio de sus tierras y ese año no vieron crecer nada, tan quietas que ni un bicho viviente se atrevía a cruzar por ellas.

Poco a poco, la tradición y la insistencia por seguir queriendo conseguir la cosecha del tomate, en la saga familiar estaba enlazado a alcanzar el éxito. Se extendió el fracaso y la desolación tanto que los predios se quedaron desérticos, eran acres y acres de tierras barridas por el viento. Una costra árida en el centro de terrenos fértiles mediterráneos. Toda una estampa. Cualquier turista que pasaba por las posesiones almerienses de la familia hacía maravillosas fotografías: desierto, puro desierto.

Pero llegados a este momento, la Condesa Cracia Lulú por Amor de Sofo no estaba dispuesta a dejar otra generación más en su familia sin un tomate en su tomatera, y sin tomateras en sus acres.

Una noche en un restaurante de Córdoba, cenando con su amigo, el Detective Virgulilla ocurrió lo que jamás hubiese esperado.

—Por favor, camarero, tráigame usted, una sopa de tomate—pidió la Condesa muy amablemente. El camarero la miró y anotó algo en la libreta con desgana.

—Para mí—dudó Virgulilla— un flamenquín con ensalada, por favor. Gracias—concluyó.

—¿Y pa’ bebé? —preguntó el camarero sin terminar de anotar en su libreta.

—Traiga una botella de agua con gas—dijo la Condesa—grande—concluyó con firmeza.

—Po’vale, illo—decía el camarero mientras se alejaba.

No pasó mucho tiempo cuando el joven camarero se acercó, de nuevo, primero con la bebida, un par de vasos y una canasta de pan y algo más tarde con los platos que habían pedido.

—Esta sopa está fría—afirmó la Condesa cuando probó el plato.

—¿En serio? ¡No puede ser! —reclamó Virgulilla—¿Quiere que llame al camarero, Condesa? —preguntó.

—Sí, por favor—declaró la Condesa.

—¿Camarero? ¿Joven? —Llamó alzando y agitando las manos Virgulilla, el joven se acercó a la mesa.

—¿Sí?

—Esta sopa está fría—manifestó la Condesa. El camarero comenzó a reírse a carcajadas.

—Illo, e’ un sarmoreo, de toa la via— sentenció el joven camarero convencido. Virgulilla y la Condesa Cracia Lulú por Amor de Sofo se miraron —¿Las probao? Pruébala, illa, no muerde. Es la especialidá de la casa. SAR-MO-RE-O. Tras esa afirmación del camarero que sonaba a aclaración y que no había borrado el gesto interrogativo de la Condesa cogió la cucharilla y la introdujo en el cuenco. Se llevó la cuchara a la boca y poco después abrió los ojos como platos, se iban a salir de sus órbitas. Virgulilla se levantó, ondeando su mano con un gesto amanerado que le poseía cuando estaba nervioso y que nunca trataba de ocultar.

—¡Condesa! ¿Condesa? ¿Se encuentra bien? ¿Qué le ocurre? —preguntó preso del pánico al ver la cara de su amiga la Condesa Cracia Lulú por Amor de Sofo.

—¡Por Amor de Sofo y de todas mis generaciones pasadas, presentes y futuras! ¡Está extremadamente delicioso! ¿Qué dijo que era esto, Virgulilla, un sarmoqué? —terminó de preguntar a su amigo Virgulilla, extasiada la Condesa Cracia Lulú por Amor de Sofo.

—Illo, esta ente no se entera de ná. Un SAR-MO-RE-O. ¿Me se entiende bien, pehla?  —interrumpió el camarero y antes de que se diera la vuelta Virgulilla le asió de la manga y le preguntó.

—Joven, ¿qué ingredientes lleva este plato? —preguntó—¿Podría repetir, de nuevo, el nombre para que tome nota?—terminó su interrogatorio mirando al joven de arriba abajo, mientras fijaba sus ojos en el cuaderno de notas del chaval. El joven camarero le dio su cuaderno de notas durante un momento y comenzó su explicación.

—Pan, sal, ajo y tomate. Er tomate es lo má importante. ¿Entendió? Illo, te e dicho tré veces que es un sarmoreo—arrancó la hoja escrita por Virgulilla, se dio media vuelta y se fue.

Desde ese día, la Condesa preguntó a cada uno de sus vecinos agricultores. Su amigo Virgulilla y ella, recorrieron todos los terrenos que rodeaban sus acres de tierra, durante meses.

Al primer agricultor lo encontraron con un remolque lleno de piedras y agachado en la tierra.

—¿Qué hace, vecino? —preguntó la Condesa.

— Estoy limpiando el terreno de piedras, señora Condesa. También aprovecho y quito algunas malas hierbas que encuentro. Debo preparar el terreno y evitar cualquier daño.

Al segundo lo encontraron cambiando unos tubos metálicos largos mientras unos chorros de agua caían en otra zona de su tierra.

—¿Qué hace, vecino? —preguntó la Condesa.

—Esta zona de aquí ya se ha regado, estoy cambiando los tubos de riego a la siguiente toma. Preparando la tierra, estaba demasiado seca para la siembra, señora Condesa.

Al tercero lo encontraron cargando un remolque de excremento seco de caballo.

—¡Qué mal huele aquí! ¿Qué hace vecino? —preguntó la Condesa.

—¡Buenos días, señora Condesa! Estoy abonando mis tierras y preparándola para la nueva cosecha.

Salieron de allí tapándose la nariz con las manos. No podían soportar el hedor tan fuerte que aquello despedía.

—¡Qué tiranía! Tiene demasiado trabajo. ¿Cómo vamos a gastar toda la fortuna familiar en todos esos cuidados inútiles para que no tengamos nada de cosecha? — gritó desesperanzada la Condesa Cracia Lulú por Amor de Sofos. Virgulilla miró a su amiga, mientras le dijo muy convencido.

—¿Y si cosechas higos chumbos?

 

 

FlemingLAB Taller de Escritura

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