viernes, abril 26 2024

Habitación 64 by Awilda castillo

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—¡Que me siento mal, por Dios! Me aferro al pasamano, pero salir de esta estación del metro en su larga y empinada escalera, se me vuelve tan imposible  como decirle a un anciano que debe llegar a la cima del Everest en tres dias. ¡Estoy jodido!

La gente pasa a mi lado y no lo notan, ¿cómo van a hacerlo? Si somos tantos, parecemos abejas entrando y saliendo de un gran panal. Mi confianza está puesta en llegar al final de la escalera, salir a la superficie y alcanzar a cruzar la calle para entrar por la emergencia del hospital “Tierra Grande”, el mejor de todos los centros públicos de la ciudad.

Logro salir casi a gatas, el tráfico está realmente pesado, cruzo la calle y no sé cómo lo hago, pero la emergencia está ahí, así que espero aguantar y no dejarme caer en el parqueadero, que de sentirme como un perro, con una sola vez en el día es suficiente. Me duele mucho el pecho.

Salí de casa hace unos cuarenta y cinco minutos. Olga no es una mala mujer, pero cuando se propone amargarme el día, lo consigue. Hoy no me ha dejado comer tranquilo. Me quedé de corrido en la oficina hasta las tres saltándome la hora del almuerzo; el sistema de la tesorería en la empresaria estaba presentando fallas. Recién instalamos un nuevo software para ellos y algunos no terminan de pasar la prueba. Eso pensaba yo, hasta que me metí remotamente en el ordenador del tesorero y comprobé que el sistema si estaba fallando. Tal como lo vi, me parecía un troyano, y los dos asistentes que tengo,  especialistas en eso habían salido, uno a comer y el otro a atender un incidente en Presidencia, así que me tocó a mí a dar la batalla.

Así es el trabajo, pero Olga no lo entiende, en los veinticinco años que llevamos de casados, siempre se ha quejado porque no la atiendo. Pensé que la cosa cambiaría con la llegada de los chicos, pero solo acúmulo reproches sobre su ya dura carga de la casa y todo lo que eso conlleva,  mientras yo reposo siempre tras la computadora (como ella lo dice)

—¡Señor, Señor!  ¿Puede oírnos?

Mientras veo todo ir muy rápido. Una camilla me lleva, pero no tengo capacidad para articular palabra alguna.

—Nivel de oxígeno, bajo. Hay que hacer un eco a la brevedad. Presión 220/150. Entró en fibrilación. El médico de urgencias se ve preocupado. A la cuenta de tres, hacemos el cambio de la camilla a la cama, vamos uno, dos… tres. Vamos a bajar esa tensión,  este señor está sufriendo un infarto. Aplica 10 de atropina y el anticoagulante que siga goteando.

La emergencia está a tope, recién hubo una coalición de un autobús en pleno centro y siguen llegando pacientes de emergencia más de lo habitual. Las habitaciones regulares están ocupadas.

Por lo que logro oír en mi inconsciencia, con todo lo que me pusieron en la vena y las paletas resucitadoras, me hicieron volver, así que me siento como el Lázaro de este tiempo.

—Hay que subirlo a una habitación, dice el doctor Silveira, quien es el cirujano cardiólogo que terminó atendiéndome.

—No tenemos más capacidad doctor. Ahora es la enfermera Sojo quien interviene. Con lo del accidente de esta tarde estamos en código negro.

—Pero a este paciente no podemos dejarle aquí, además hay que saber si ya llegaron los familiares, porque lo más probable es que haya que intervenir quirúrgicamente en los próximos días.

—Solo queda la habitación “sesenta y cuatro”. Se hace un silencio y todos los que han escuchado lo que la enfermera Sojo pronunció, se miran, pero el jefe de cardiología corta sus posiciones.

—La “sesenta y cuatro” está bien, llévenlo ahí. ¡Venga vamos!  Que tenemos la emergencia llena y no podemos perder tiempo. El residente Ortiz que se encargue de monitorearle cada media hora.

Ninguno de los camilleros quiere llevar al paciente hasta la habitación señalada, hasta que Nerio uno de los nuevos, con solo dos días en el servicio, se ofrece para hacerlo.

Sigo con los ojos cerrados, pero al parecer lo peor ya pasó, Aunque pienso que  al abrirlos veré a Olga y su letanía interminable, entonces  creo que lo peor estará por verse.

—¡Qué frío tan helado está haciendo ahora! O ¿será que estoy muerto y no me he dado cuenta? pareciera que abrieron las ventanas del polo norte.

—De acuerdo a la identificación en su cartera, su nombre es Juan Ignacio Vielma, así que ya pueden incluir su nombre en el fichero y coloquen por favor una enfermera de guardia en este pasillo. El nombre del paciente también en el recuadro de la habitación por favor, para que su familia pueda localizarle más rápido. El doctor Ortiz, residente del área de cirugía cardiovascular da las indicaciones pertinentes, queda todo conectado y sale de la habitación.

El resto del pasillo está vacío, puesto que esta ala del hospital había sido sellada hace un par de años a raíz del incidente ocurrido con un paciente que saltó al vacío. Antes de hacerlo insistió recurrentemente en que había alguien en la habitación que de continuo le atormentaba y amenazaba con matarle.

Luego de esta situación con el enfermo fallecido en esas circunstancias tan extrañas, la directora del hospital para ese tiempo, la doctora Benavides, vino personalmente a inspeccionar la habitación, porque nadie quería hacerlo y para dar ejemplo de fortaleza y pensamiento científico.

El resultado fue que a la tercera vez que entró en esa habitación, la 64, terminó también lanzándose al vacío, justo en el mismo lugar que el paciente suicida lo había hecho.

Como medida de seguridad enrejaron todas las ventanas de ese piso, pero a pesar de ello ningún empleado quiso venir a prestar servicios en el piso de esa habitación. Empezaron a correr historias de todo tipo acerca de lo que pudo haber ocurrido o la “fuerza” que había en ese lugar, que provocaba que las personas se suicidaran,  saltando al vacío. El resto de la  directiva del hospital consideró que mientras menos se hablara del tema y se normalizara  la actividad del hospital, mejor. Así que prefirieron mantener al personal seguro y contento inhabilitando de algún modo este último piso del nosocomio.

Hasta hoy, nadie se había planteado volver a usar dicha habitación para hospitalización y atención de pacientes, pero es el único hueco que queda libre.

 

Abro lo ojos ¿será que estoy en el cielo? Aquí todo es blanco, el techo el piso, las paredes, las cortinas; alguien como quien ¡derramó la leche en este lugar!

—Pero…Olga, cariño ¿qué haces aquí? ¿Quién te aviso? Su mirada es acusadora como de costumbre, pero tiene una pasividad que hasta ahora no conocía. Se acerca y puedo ver fuego en sus pupilas, pero está tan fría como un témpano de hielo en su expresión.

Se acerca a mí, y con sus largas manos, toma mi cuello y empieza a apretarlo, me falta el aire, ella quiere matarme.

—¡Nunca has servido para nada, Juan! toda mi juventud atada a ti, desperdiciando mis mejores años, pero ahora vas a pagar por lo que me has hecho, porque nunca me consideraste la prioridad en tu vida.

—¡Cal… calma. Olga!  No puedo respirar. ¡Auxilio, auxilio! Grito con el último aliento de fuerza que me queda.

Oigo entrar a una enfermera a la habitación.

—Tranquilo señor Vielma, ¡todo está bien, no hay ningún peligro! mientras está preparando algo en el carrito rodante de las medicinas.

Empiezo a tocar y puede hablar pero entrecortado.

—¿Como que no hay peligro? .¡Ella quiere matarme! Y al decirlo me doy cuenta de que en la habitación 64, Olga ya no está por ningún lado.

—¿A quién se refiere, señor Vielma? Dígame ¿A quién se refiere? Y la enfermera da la vuelta hacia mí, jeringa en mano. Se acercar para darme la vuelta y pincharme en la nalga izquierda, me doy cuenta de que es ella… Olga.

 

Grito tan fuerte como puedo, esto es una locura, pero Olga entró aquí e intentó matarme; como no pudo atacó a la enfermera y se transformó en ella… pero no veo a la enfermera por ningún lado. Mi cabeza es un caos, comienzo a darme cuenta que algo no anda bien, y estoy aterrado.

 

—¿Qué ocurre señor Juan? Entra a toda prisa el Dr. Ortiz Porqué está gritando de esta manera?

—¡Olga me quiere matar!

—Venga, respire, vamos, con calma, trate usted mismo de controlar su respiración. ¿Qué es eso de que alguien quiere matarle?

—¡Ella doctor, Ella!  Mi Mujer

—Pero, que está diciendo señor Juan, su esposa no ha venido al hospital todavía. La contactaron hace unos minutos y se encuentra al otro lado la ciudad cerca donde tienen fijada su residencia.

—Le digo que ella estuvo aquí, me cogió por el cuello y casi me mata, hasta que entró una enfermera y me salvó, pero después me di cuenta que esa también era ella

—Enfermera por favor, 10cc de diazepam, este señor está muy alterado.

—Señor Juan, trate de mantenerse en calma el mayor tiempo posible. Yo debo bajar a urgencias en éste momento, me necesitan allí, por la cantidad de heridos que tenemos,  Cada hora, o antes volveré a pasar por aquí, para estar con usted e ir monitoreándolo.

 

Las próximas seis horas el paciente está sedado, pero a pesar de ellos tiene fuertes espasmos y sobresaltos, la noche se transforma en  madrugada. Ya esta controlado todo el exceso de pacientes producto de la coalición de la tarde. Unos se han direccionado a clínicas privadas que tienen convenios con sus seguros y otros han pasado ya la observación de tres horas necesarias para comprobar que no sufrieron ninguna lesión en el accidente.

Abro los ojos o al menos eso intento, tengo los párpados que pesan una tonelada cada uno. Aunque exagero, así lo siento. Como en cámara lenta recuerdo que hago aquí y lo que me ocurrió. Recuerdo a Olga. La miro nuevamente.

 

—Señor Juan, señor Juan, ya faltan apenas dos horas para entregar mi guardia, así que quiero saber: ¿Cómo se siente?

—Estoy cansado doctor. Y ella… ¿desde cuándo está aquí?

—¿Ella? ¿A quién se refiere señor Juan? Aquí no hay más nadie que usted y yo.

—No juegue conmigo doc, Olga está ahí, detrás de usted, la estoy viendo. ¿Acaso no la ve? Y empiezo a agitarme, porque sé que ella quiere matarme.

—Tranquilo, que ella no le hará nada. Estaba enfadada pero ya se le ha pasado, usted sabe cómo son las mujeres que cambian con facilidad. Enfermera, repita la dosis, pero vía oral y acompáñeme afuera para darle otras instrucciones.

 

Me quedo solo nuevamente y Olga vuelve, esta vez sus reproches son mayores, me habla de cosas que ni siquiera sabía que le había hecho, de toda la rabia que me tiene y lo mal que lo pasó en los tiempos de estar recién parida. Sus ojos se desorbitan y su voz va cambiando a un tono más grave, su tez se vuelve grisácea y sus manos parecen más fuertes de lo que alcanzo a recordar.

Vuelve a ponerlas sobre mi cuello, pero esta vez no hago ninguna resistencia, entonces no me aprieta, solo sus ojos acusadores siguen clavados en mi cara.

—Tú mismo deberías hacerlo, acabar contigo y librarme de ti.

 

Realmente sus palabras me afectan.  Creí que si bien no era una mujer feliz a mi lado, al menos si habíamos pasado muchos momentos buenos y además teníamos los hijos. Pero por lo que dice, no es así. Solo le he hecho daño y entonces: — ¿Adónde volveré cuando salga de aquí?

—A ningún lado, tú no tienes donde ir, es más no deberías salir nunca de este lugar. Debes solucionarlo tú mismo.

 

Cierro y abro los ojos y nada cambia, Olga sigue allí, odiándome, maldiciendo cada cosas que hicimos juntos, reprochándome por cada respiro que hice a su lado. Me siento fatal, sin  ganas de vivir. ¿Para qué luchar porque me atiendan, si ya nadie me espera?

—Creo que terminaré haciendo lo que dices, Olga. Ha perdido un ojo, veo solo su órbita, su rostro está deforme como negro, pero sé que es ella, y tiene razón, debo pagar.

 

6:45 am última revista antes de que termine la guardia.

—A ver señor Vielma ¿cómo… señor Vielma, señor Vielma? ¿Dónde está? ¡Enfermera, enfermera!

—¡Sí doctor, dígame!

—¿Dónde está el paciente?

—No lo sé doctor, frente a mi puesto no ha pasado. No ha salido nadie de esta habitación.

—Esto no puede ser, no está, el señor Vielma no está. Dé la alarma, tenemos un código verde <paciente desaparecido >.

 

Busquen  bien, no se limiten a lo obvio”. Todos voltean hacia la puerta, que es de dónde vino esa voz. La enfermera llega hasta la entrada y la abre completamente, asoma la cabeza y mira hacia el pasillo, en ambas direcciones.

—¿Quién está ahí, quién dijo eso? —Pregunta el residente.

—No lo sé doctor, al final del pasillo va un pequeño anciano vestido con pantalón y chaqueta oscura, no hay nadie más.

Mientras los guardias de seguridad entran en la habitación para para comprobar la alerta.

Diez minutos han pasado desde que se percataron de que yo no estaba en la habitación, luego como por un impulso decidieron asomarse a la ventana enrejada comprobando  que reposo aquí abajo, en mi propio lago de sangre.

 

—¡Por Dios doctor Ortiz! Qué es esto, ¿cómo pasa algo así, en nuestras narices? El no salió por la, puerta y la ventana está enrejada. ¿Cómo se lanzó?

—No lo  sé Sojo, no lo sé.

 

“Si  quieres enfrentarte a todos tus miedos, quédate a dormir en esa habitación”.

Vuelven a oír la misma voz que hace unos minutos les indicó que no fueran tan obvios. La enfermera repite la acción de antes y tras asomarse al pasillo,  nuevamente ve al anciano caminando lentamente.

Esta vez puede ver en su chaqueta el número que tiene dibujado: 64.

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