viernes, abril 26 2024

El ataque holandés by Mel Gómez

Drika era una hermosa joven pelirroja, de ojos inmensos color miel, hija de un corsario holandés quien se quedó en Puerto Rico y huyó hacia la montaña después del ataque a la isla, por amor a una criolla que le había robado el corazón y el entendimiento. La historia de cómo había surgido la relación entre sus padres había sido un completo misterio, que solo le fue revelado en el lecho de muerte de su padre.  Su madre —Lola—, había fallecido hacía algunos años, pero Drika tuvo suficiente tiempo para ser testigo del inmenso amor que se tenían. Cuando el viejo enfermó, la joven lo cuidó con esmero para que nada le faltara y fue en esos días cuando conoció la historia detrás de su nacimiento.

 

Para la época en la que gobernaba a España Felipe IV, a quien llamaban “El Grande” o “Rey Planeta” y durante la Guerra de los Treinta Años, una flota de piratas holandeses atacó a Puerto Rico.

Manfredo llegó en uno de los navíos neerlandeses comandado por Boudewijn Hendrickszlas, apodado por los españoles como Balduino Enrico.  España ya se había hecho de los territorios de América, cuando las Provincias de los Países Bajos intentaron capturar a San Salvador, Lima y Callao, pero como sus ataques resultaron fallidos por lo que Enrico decidió cambiar la estrategia:  ir a adueñarse de Puerto Rico para luego seguir hacia Cuba, que era su principal objetivo. Con cerca de cinco mil marineros y quinientos cuarenta y cinco cañones, se dirigió a sus costas que en aquel momento no estaban amuralladas. Solo estaba construido el Castillo San Felipe del Morro, la isla estaba vulnerable pues no se había completado el sistema de seguridad contra ataques de navíos foráneos, que más tarde incluiría los castillos de San Antonio, el San Gerónimo y el San Cristóbal. Los holandeses llegaron a las costas de la isla en septiembre de 1625 sobre las trece horas, con la intención de quedarse con su territorio.

la niña holandesa

El gobernador de San Juan, don Juan de Haro y Sanvítores, solo llevaba unos días en el cargo y había reforzado las playas por donde esperaba que desembarcaran los holandeses, pero Enrico el corsario cruzó la bahía, pasando por el frente de San Felipe, cañoneándolo, ancló las naves en la Puntilla quedando fuera del alcance de los cañones españoles.  La artillería española estaba en muy mal estado y viendo que era imposible sostener una batalla contra los holandeses, el gobernador Haro, los soldados y algunos voluntarios quedaron sitiados en el Castillo del Morro por cuarenta y un días.

El gobernador mandó a evacuar a la ciudad de modo que los ciudadanos pudieran ponerse a salvo.  Tuvo tiempo de mover unos cañones que estaban en otras áreas debido al retraso que tuvieron los holandeses para desembarcar pues las condiciones de la costa no eran favorables debido a los bancos de arena. Al mismo tiempo, que en la capital se suscitaban estos eventos, en el interior de la isla se organizaban milicias.

El 26 de septiembre, ochocientos corsarios entraron en San Juan —al que encontraron vacío—, saqueando todo a su paso. Entraron al templo destrozando las imágenes, robando los objetos de oro. Se apoderaron del Palacio Santa Catalina, residencia oficial del gobernador en donde   Enrico izó la bandera de Holanda. Luego le envió un mensaje al gobernador, indicándole que, si no rendía la ciudad, mataría a todos los españoles, incluyendo mujeres, viejos y niños.  Don Juan, que era muy terco, respondió que si el corsario quería las llaves del Morro las fuera a buscar. El pirata, furioso, continuó el sitio del castillo, bombardeándolo continuamente, esperando que con el asedio se rindieran. Pasaban los días y no se rendían a pesar de no tener víveres. Algunos criollos navegaban por el río Bayamón y burlando la vigilancia holandesa y traían alimentos.

 

Lola no había logrado escapar. Su padre estaba muy viejo y enfermo, incapaz de dejar San Juan. Estaban escondidos en una de las casas de la ciudad en la que había muchos recovecos que solo ellos conocían.

El hombre vivía en San Juan, cerca del puerto desde que, siendo muy joven, se había aventurado desde Galicia a conocer el Nuevo Mundo para hacer una vida en las indias. Su padre le había regalado una pequeña fortuna para que pudiera dedicarse al comercio. Viniendo con la bendición de su progenitor, su negocio de importación de textiles de España prosperó en pocos años. Ya comenzaba a sentir su soledad, cuando conoció dos jóvenes muy bellas, hijas de otro comerciante español. Enseguida se enamoró de la menor, recibiendo el visto bueno del padre de la muchacha. Pero la desgracia tocó rápidamente a su puerta. El padre enfermó gravemente y falleció de un infarto poco después de la boda. Cuando la joven se estaba recuperando de tan grande pérdida, se dio cuenta de que estaba embarazada. La alegría parecía haber vuelto al hogar de los recién casados, quienes esperaban con júbilo la llegada de quien sería el primer hijo de muchos.

Una tarde fueron a buscarlo al negocio porque la esposa estaba de parto. Llamaron a la comadrona quien anunció que había ciertas complicaciones, que era mejor llamar al médico. En medio de una lluvia torrencial, el hombre corrió por los adoquines de San Juan, en búsqueda del galeno. De regreso, tan pronto el doctor la vio, supo que la mujer no iba a resistir el parto. Con la ayuda de la comadrona, lucharon hasta sacar del vientre a la criatura. Una hermosa niña con hilachitas de pelo rubio y piel de nácar. Al momento, la madre se desangró y expiró. En medio de esta nueva tragedia, el hombre tomó en brazos a su niña y la llamó María Dolores, igual que su madre que había dejado en Galicia. Nunca se volvió a casar y se dedicó en cuerpo y alma a su única hija. En ocasiones, la enviaba a la hacienda de su tía al centro de la isla para que pudiera jugar con sus primos. Lola amaba estar con su tía y primos, pero extrañaba mucho al padre, por eso no se separaba de él por largos periodos de tiempo.

 

Lola y su padre discutían en su escondite sobre su destino sin llegar a ninguna parte.

—Hija, por favor, debéis iros. Ya estoy viejo y he vivido mi vida. No veo cómo vamos a salir de esta. Los holandeses son muchos, son piratas y corsarios y no dudarán en asesinarnos si nos encuentran. Por favor, salvad tu vida.

—No padre, no me pidáis eso. Pensad cómo sería mi vida si lo abandonara. Jamás me lo perdonaría.

—Y yo no podría soportar que os pasase algo, Lola. Hija, vete por favor.

 

Enrico enfurecido sin poder hacer que los españoles en el Morro se rindieran, mandó quemar la ciudad causando pérdidas irreparables. En esa quema se perdió el archivo municipal y la biblioteca del obispo. Aun así, Don Juan de Haro y Sanvítores se negó a rendirse.

 

—Has silencio, hija —susurró el padre—. Alguien ha entrado en la casa.

Unos pasos parecían aproximarse y luego se alejaban. Padre e hija apenas respiraban intentando que no se les escapara ningún ruido. Afuera se escuchaban los cañonazos y se sentía el olor a quemado.

—Creo que están quemando la casa, padre —dijo Lola alarmada—. Tenemos que salir de aquí.

—No puedo correr… Tenéis que hacerlo sola.

—No quiero…

En ese momento alguien pateó la falsa pared que los separaba de la casa. Era un joven pelirrojo, de aspecto muy dulce —tal vez por la inmensidad de sus ojos azules—, pero al final, su piel tostada por el sol y toda su vestimenta delataba que era un corsario. Traía en su mano una antorcha. Los miró e hizo una señal con la cabeza para que salieran de donde estaban. Ellos se miraron sabiendo que su final estaba cerca. Los habían descubierto. El muchacho puso su dedo índice sobre sus labios, para que no hablaran. Miró a Lola por unos segundos. Sonrió. Se asomó a la calle, que para entonces estaba oscura y los hizo caminar hasta un lugar seguro. Sin decir nada, se fue.

 

El destacamento holandés ganaba ventaja acercándose al Morro peligrosamente.  El comandante puertorriqueño del Morro, Don Juan de Amézquita Quijano, harto del asedio y furioso por la quema de sus hogares, abrió las puertas del Morro, seguido por sus hombres y a pesar de la inferioridad en números atacó a los holandeses mientras el capitán Andrés Botello, de la milicia, los atacó por la retaguardia con tanta furia que los hizo correr hasta regresar a sus barcos. Decían que Amézquita persiguió a Enrico Balduino hasta batirse en un duelo a espadas en el que se dice que el corsario murió. Sobre ese duelo luego se hicieron varios recuentos: en uno, el corsario resultó herido muriendo algún tiempo después.  En otro, Amézquita mató a uno de los corsarios que era reconocido como el mejor en las artes de la guerra.

 

El muchacho de los ojos azules regresó con alimentos para Lola y su padre. Estos se quedaron perplejos, solo esperaban la muerte.

—¿Habláis español? —preguntó el padre.

—Muy poco —dijo el joven holandés.

—¿Por qué no nos habéis matado? —inquirió Lola.

—No me gusta, me obligaron a servir.

—¿Quién te obligó?

—Henrick —respondió refiriéndose al Balduino—, pero creo que ha muerto. Todos se fueron, los que quedaron, van a ser ahorcados.

 

Las naves holandesas se quedaron en la costa de Puerto Rico esperando que el viento les fuera favorable. Los españoles estuvieron bombardeando sus barcos, aunque solo encalló el Medenblink, propiedad del príncipe de Orange de Holanda. Solo once españoles fallecieron en las escaramuzas, mientras los holandeses dejaron cuatrocientos muertos.  Finalmente, el primero de noviembre los piratas pudieron alzar anclas, pero su incursión por los territorios españoles fue un fracaso.

 

—No podéis quedaros en San Juan —dijo Lola—. Nos salvaste la vida. Si os encuentran aquí, también os matarán.

—Hija, tal vez sea mejor que lo encondamos por un tiempo. Sería bueno que fuéramos a visitar a tu tía en el campo.

—Me parece perfecto, padre. Pero primero hay que cambiaros la fachada de pirata que tenéis… ¿Y cómo te llamas?

—Manfredo.

—Bien, Manfredo. No habléis mucho por el camino, por favor. No quiero que noten vuestro acento.

 

Lola y su padre regresaron a su casa en San Juan. Allí buscaron ropa para el joven y ella le arregló el cabello a la usanza de los criollos. Buscaron una caleza y partieron para la hacienda en el campo llevando con ellos a Manfredo. Cuando llegaron le contaron a la familia lo sucedido, explicándoles que el muchacho les había salvado la vida. Agradecidos lo aceptaron y hasta le dieron trabajo en la finca. Lola pasaba horas hablando con él, enseñándole la belleza de la isla y él cada vez se enamoraba más de ella y de Puerto Rico. Al principio lo mantenían escondido, pero luego los vecinos conocieron al joven que ante sus ojos se convirtió en un héroe que había salvado a Lola y su padre de una muerte segura.

Una noche estando sentados en el amplio balcón que rodeaba la casa grande de la hacienda, Manfredo tomó las manos de Lola y le confesó que la amaba. Que la amó desde que la vio como un ratoncito asustado detrás de la falsa pared y desde entonces le había robado el corazón y el entendimiento, tanto como para no querer saber nada más de su gente.

—Aquella noche, ¿ibais a incendiar nuestra casa?

—No, solo tomé la antorcha para que creyeran que lo iba a hacer. Soy incapaz de hacer algo así. Siento mucho lo que mi gente os hizo, a vos y a vuestra isla.

—La verdad es que no creo que fuerais capaz. Tenéis una mirada dulce.

No se dijo más. Lola acercó los labios a los de Manfredo en un tierno beso de amor.  El padre de Lola recibió con alegría la noticia de que los jóvenes pretendían casarse. La tía y las primas se encargaron de arreglar una boda sencilla, pensaban que necesitaban una razón para celebrar y alegrarse después de todo lo que se había pasado en aquellos cuarenta y un días de asedio holandés. Las negras prepararon riquísimos guisos y manjares de todas las clases. Los vecinos trajeron postres y música para la celebración.

 

Unos meses después nació Drika, una niñita pelirroja como su padre y los ojos color miel de su madre, a quien tan pronto comenzó a caminar el padre le enseñó el arte de manejar la espada. Nunca se sabía cuándo la isla podría ser atacada de nuevo.

 

Bibliografía

https://es.wikipedia.org/wiki/Felipe_IV_de_Espa%C3%B1a

file:///C:/Users/melba/Downloads/Ataque_a_San_Juan_de_Puerto_Rico_por_los.pdf

https://www.frquesada.com/1625-ataque-holandes-a-puerto-rico/

https://www.biografiasyvidas.com/biografia/e/enrico_balduino.htm

 

 

 

1 Comment

Add yours

Deja un comentario

Facebook
Twitter
LinkedIn

Descubre más desde Masticadores

Suscríbete ahora para seguir leyendo y obtener acceso al archivo completo.

Seguir leyendo