
Como queriendo borrar todo vestigio de vida en la casa me apresuré a tender las camas y a lavar los cacharros del desayuno. La casa estaba vacía mi hijo en el colegio y mi mujer en el trabajo. Recorrí cada habitación como un fantasma, me di cuenta que las cosas no son nada, que solo las personas que amamos nos llenan y que me cuesta estar sin ellos, salí a dar un paseo antes de ponerme a cocinar, con una angustia estúpida me vi paseando junto al muro del colegio, los niños gritaban en el recreo, por un momento creí oír la voz del mío, me convencí de que era capaz de reconocerlo aunque en el fondo sabía que no.
Una vez en casa preparé los espaguetis tal y como le gustan a mi peque. Fui a buscarlo, él salió con la mirada cansada pero noté su alegría al verme, no sabe de la mía, o quizás sí. Una vez que juega un poco con sus amigos vuelve a prestarme atención y de camino a casa me cuenta todo o casi de lo que fue su mañana, espero a entrar al portal para besar su cabeza, no quiero pasarme y que note que hoy le he echado de menos más que de costumbre. Su sonrisa frente al plato de espaguetis barre como un viento fuerte mi extraña tristeza, la forma de meterlos en su boca con avidez, el pan en la salsa, el come y yo engordo de ternura, estoy seguro que mi cara es igual a la de mi madre cuando comía a su lado su comida, me complace pensar que él se da cuenta y que recordará este momento como yo a mi madre. Cuando vuelvo a tener recogida la cocina llega ella, cansada del tráfico, de las ordenes absurdas, de las miradas obscenas, le besará a él primero y luego vendrá hacia mí y veré en su mirada como fue su día, entonces decidiré entre hablar o escuchar.
Por la tarde ella hará la merienda para el “enano”, desde el salón les oigo hablar y llenar de sonidos la casa , puede que la vida sea eso para mí, los sonidos que llenan el corazón, la rutina que hace de una casa un hogar. Esos sonidos lo son todo, ellos son el sonido.