
Ella, absorta en la tarde complacida por los sonidos del agua de la fuente del patio central, contemplaba las flores esparcidas sobre el suelo, ya marchitas. Mientras una ráfaga intermitente y tenebrosa, esa de aquellas de novelas de Drácula que estremecen cualquier corazón anémico, y despavorido y valiente, hacía un ruin de sonidos y se llevaba lo último de la época. La Colonia.
No sé si derrumbar una casa colonial es un pecado mortal, pero debería serlo. Una techumbre, bajo la cual ha vivido la estirpe. Millones de secretos. Como milhojas ordenados en un escaparate de panadería a ser devorados por los transeúntes. Y es que devorar con hambre en una esquina sobre un banco, es un pecado mortal, en una época donde la soledad se contamina. Y, las miradas esquivas.
En los tejados de otras épocas, observabas la puesta de sol desde un patio de la colonia haciendo ganchillo, mientras las miradas furtivas de los amantes se buscaban en un abrir y cerrar de puertas hacía las callejuelas, entre alfiles y guardaespaldas que te cuidaban y te eran fieles celestinos al unísono.
En fin, en muchos libros que leo, sale un jardín, donde acontece una escena fascinante, e igualmente sucede en las películas.
Pero esta, esta es la historia de Martina. La estatua esbelta y nunca imaginada por su arquitecto y escultor. Un sueño erótico.
Nace en una montaña de los Andes de Latinoamérica. Una mulata. Bien o mal criada, es un individuo que lucha por ser libre en la época de la colonización.
Pero tuvo la mala suerte de amar al equivocado. Y no solo amó a uno, amo a muchos.
Para olvidar. Pero nunca lo logró.
Y el caballero, erigió una casona en su conmemoración, con una gran fuente central en su nombre, cuando ella murió en combate entre la guerra.
Desde entonces, sale todas las noches a entonar melodías y a escuchar cómo cantan las aves, cómo cae el agua, y a sentir el olor de las plantas y flores del patio central.
Y hoy en día, aquella casona, está a punto de derrumbarse para construir edificios de Vivienda de Protección Social.
Ya ambos enamorados yacen sobre sus tumbas.
Y entre el pecado mortal de la soledad, a sus herederos, les atormenta quizá el recuerdo.
Existe una pregunta muy pretenciosa y sin prejuicios. ¿Habrá que derruir la casona? ¿Permanecerá el recuerdo y el patrimonio arquitectónico? ¿Es entonces el recuerdo Esto es pecado mortal?
Si la madre de Gabriel García Márquez fue contundente al no vender su casa de Aracataca, quizá deberíamos hacer caso en ocasiones a nuestra intuición. Y NO Destruir nuestros Recuerdos Construidos, como Los Jardines Coloniales.
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