By Marcello Comitini
Torre sarracena en lo alto de un promontorio contra la ligereza del cielo Tú, solitaria, todavía te quedas el ojo atento del vigía que se asoma al azul de la niebla las velas de un barco enemigo. Durante todo un verano, en días que siempre eran los mismos, de niño, miraba tu forma cuadrada. Los bordes erosionados por las lluvias, los mirlos carcomidos por los vientos le daban a tu figura el aire de un mago con la cabeza envuelta en una venda celestial. Al pie del promontorio, rocas oscuras y silenciosas bañadas por el mar lento y dócil como la dulce criatura de un mundo que existía en mi fantasía. Si hubiera tenido la mirada de un pintor y en el corazon tu color de vieja piedra te hubiera imaginado como un profeta envuelto en un manto de luz anunciando con ojos oscuros un mundo tan diferente a este. Nunca he vuelto a mi tierra y me rebajé al dominio de vivir en este mundo inaceptable. Ahora tu mirada de centinela escanea dolorosamente mi corazón.