Hace ya mucho tiempo que, muchas noches, para poder dormir en paz, suelo ver películas. Es un remedio que utilizaba (el sí, todas las noches) para poder conciliar el sueño, mi querido amigo Alessandro Pandolfi, perdido en las intersecciones del espacio-tiempo.
Eso es lo que hago una de estas noches, recuperando una vieja película que (algo extraño en mí) no había vuelto a ver desde que fue estrenada en los cines, en 1973. Se trata de un film, quizá, no demasiado conocido, del director de la nouvelle vague, Franςois Truffaut: La Nuit Américaine.
Han pasado tantos años, que sólo retengo pequeños flashes, de ella, en mi cerebro. Nada más empezar a visionarla, hay algo que me sorprende, y que no me deja indiferente, a pesar de haber reflexionado, sobre ello, en otras ocasiones. La película del director francés, muestra bien a las claras la magia que es el cine. No obstante, no es sólo la magia, es algo más difícil de comprender. Me maravilla que dentro del follón impresionante que supone rodar una película (con todo lo que hay que tener en cuenta a un mismo tiempo) pueda salir algo que logre interesar a un público variopinto. Ya sé que el secreto está en el montaje. Sí, de acuerdo; sin embargo, qué enorme esfuerzo de personas, de medios, de dinero, para obtener una pequeña porción de material único y precioso. Pienso que, en el cine, es donde se puede apreciar de manera más precisa, la enorme dificultad que supone crear. Si bien, enseguida caigo en la cuenta que no sólo el cine renace de las cenizas del incendio que se produce en todo proceso creativo.
Acude a mi cabeza, mientras me asaltan esos pensamientos, el ensayo llevado a cabo para la ópera de Richard Wagner: Tristan und Isolde, en el festival de Bayreuth de 1966, por el director austriaco Karl Böhm. En esa prueba, el director, en un cierto momento, algo enfadado porque no dan ni el tempo ni el tono precisos, se dirige a uno de los cantantes, en italiano: “lei che grida tanto”: “usted grita demasiado” para regañarle, de modo más bien suave. “¡Es tan difícil, todo!”, me digo.
No obstante, la música es siempre la interpretación, la puesta en escena, de unos símbolos abstractos garabateados por un compositor sobre un papel pautado. Aún así, hacer que suene en una sala algo tan raro y abstracto como unos signos esparcidos a lo largo de un pentagrama, es todo un misterio. Sin embargo, sucede cada vez que asistimos a un concierto, o vamos a escuchar una ópera.
Volvamos, no obstante, a La Nuit Américaine (técnica que permite, colocando una lente delante de la cámara, rodar como si fuera de noche, a plena luz del día). Pienso, con toda sinceridad, que la película de Truffaut no ha envejecido lo más mínimo. Me coge por sorpresa la utilización de cierto lenguaje en el que me reconozco de manera absoluta. Incluso, podría llegar a decir que una de las frases que utiliza, en un determinado momento, el actor Jean-Pierre Léaud, la he pronunciado yo mismo, en su absoluta literalidad, en diversas ocasiones. Un lenguaje, me digo a mí mismo, que ahora sería tildado de incorrecto: incluso de machista. ¡Qué más da! A mí me permite recuperar un mundo que era el mío, a pesar de que España no fuera Francia, ni Madrid tampoco fuera París: la dictadura seguía campando a sus anchas.
Situaciones, historias, actuaciones que entiendo mucho mejor que el modo de proceder en nuestros tiempos, con un sinfín de redes sociales y posibilidades. Vínculos afectivos, amorosos, con menos máscaras que en la actualidad. Se jugaba con las mismas cartas; y ninguna estaba marcada.
Asalta mi mente, mientras la visiono, otra película realizada tan sólo un año antes por el director italiano, Bernardo Bertolucci: Last Tango in Paris, en la que la música compuesta por Gato Barbieri modula, a la perfección, el film de Bertolucci. Está rodada en París, y tiene algo en común, nada baladí, bajo mi punto de vista, con La Nuit Américaine. A pesar de que esta película esté filmada en unos estudios en Niza y todo resulte más artificial, el punto de contacto es un actor: el alter ego de Truffaut, el ya citado Jean-Pierre Léaud. Aparece, de manera significativa, en ambas películas. A pesar de que sean bien distintas, hablan del mismo mundo (el de los inicios de los años setenta del pasado siglo), si bien desde enfoques algo diferentes.
También me reconozco en ciertas frases y reflexiones de: Last Tango in Paris. Vuelve a ser lo mismo: un mundo que ya no existe, donde la subjetividad opera en modo, si queremos, menos artificioso; a pesar de que los: “viejos aparatos ideológicos del Estado”, los media, a decir del filósofo Louis Althusser, habían hecho ya de las suyas durante la década anterior. Sin embargo, la resistencia, en términos políticos, que se viene produciendo, aún después de las amargas derrotas de los distintos sesenta y ochos, opera, a mi juicio, ese milagro de no haber sido, la subjetividad, del todo subsumida en el delirio del modo capitalista de producción de una década después. No, el personaje que interpreta Marlon Brando no es todavía un pérfido nihilista: aún queda algún tiempo para que eso suceda, es decir: que el nihilismo más absoluto y estulto se convierta en una de las características principales de nuestras sociedades occidentales. Además, la mujer que interpreta María Schneider, impide, por la extrema dulzura que destila, cualquier tipo de tentación misógina por parte de algún espectador.
Percepción de derrota y desasosiego en el film de Bertolucci que, vuelvo a repetir, modula de manera magistral la música de Barbieri y encuadra a la perfección las imágenes, en los rótulos iniciales, de los cuadros de Francis Bacon que aparecen en ellos. En cambio, en La nuit américaine, hay una cierta esperanza de rentrée en la vida, en general, que el director de la nouvelle vague no destruye en ningún momento. La música (casi Bachiana o Händeliana) compuesta por Georges Delerue, hace que todo eso sea, incluso, más creíble.
La presencia femenina, llena de belleza, inteligencia y sensualidad, de la actriz Jacqueline Bisset, reconstruye el mundo, después de un cierto caos inicial, cuando ella aún no ha aparecido por el set del rodaje. A pesar de que el director Ferrand, que interpreta el propio Truffaut en el film, trate de asegurar, una y otra vez, qué: “la vida privada no tiene el más mínimo interés y que sólo la película es lo importante”; en realidad, no sucede nunca así en La Nuit Américaine: más bien, todo lo contrario.
Siempre es interesante aproximarse, tantas décadas después, cuando el mundo ha cambiado tanto, o quizá, no, a ciertas películas que expresan en términos políticos muy sutiles, qué demonios ocurrió, desde el punto de vista social y político, en Europa (aunque no sólo) para que nos veamos sumidos en esta mediocridad en la que, además, cuando surgen problemas de envergadura (la pandemia, la guerra, las crisis) escaseen los dirigentes de cierta talla para afrontarlos con la necesaria solvencia. Y lo que pasó, sin lugar a dudas, es que hubo una derrota política en toda regla donde el modo capitalista de producción pudo recomponerse, sin problemas, sirviéndose de ciertas políticas económicas que se pusieron en pie, siguiendo su dictado.
No obstante, lo que me interesa señalar es el ingente esfuerzo que hay detrás de un libro, de una película, de una composición, de un cuadro, de una escultura, del arte en general, que tal vez no se tiene suficientemente en cuenta por la mayoría de los seres humanos. Quizá porque, hace ya muchos siglos (en la Grecia clásica) que ese dispositivo (el arte, entre otros) puesto en pie por ellos, para neutralizar el sufrimiento de los ciudadanos ha dejado de tener la importancia que tuvo.
La imagen de la izquierda representa uno de los carteles que se hicieron para dar publicidad a la película. En él, aparecen la actriz Jacqueline Bisset y el realizador Franςois Truffaut, como el director Ferrand en el film.
La imagen de la derecha es una fotografía del director austriaco Karl Böhm, extraída del catálogo que acompaña a la grabación, en cinco Lps., dirigiendo la ópera de Richard Wagner: Tristan und Isolde, en el festival de Bayreuth de 1966.