
Imagen tomada de Pinterest
Día 15 de enero
IDA
Es bien sabido que hay dos tipos de locos, los que cantan y los que maquinan. Ida era de los primeros. Nacida la última de cuatro hermanos varones y ansiada por una madre que murió en el parto, acusó desde la primera infancia ciertos rasgos que la hacían distinta ante las gentes. Y no es que fuera por las calles cantando, sino que su mirada y sus silencios denotaban una música interior desacorde por completo con la imperante fuera.
Si tocaba Dibujo, Ida aparecía en clase con el violín. Si llovía, llevaba chanclas, y botas de goma si hacía un sol de agosto. Aparecía desnuda en la piscina por olvido y con falda de pana el día de la primera comunión. Su madrastra, Tarsicia, solo pensaba en trapos y potingues y Mauro, el padre, tenía bastante con la ardua tarea de amontonar dinero, por lo que Ida se sentía una pobre niña rica.
Creció y la pusieron de largo. Esa vez Tarsicia consiguió que llevara lo adecuado. Estudió Filología Alemana —con notas excelentes— mientras se creía matriculada en Farmacia. Viajó por Oriente creyendo que estaba en Oregón, mientras pretendía hacerse entender en dialecto renano y consiguiéndolo a veces, cosa extraña.
Ida era una bella señorita cultivada y —en todos los sentidos— bien dotada, pero sus peculiaridades de carácter impedían que surgiese un pretendiente serio, como hubiese sido deseable en esa época remota para una joven de su clase. Esto la hacía sufrir y reía a solas su desgracia, porque celebrar la pena era otra de sus reacciones peculiares.
Cerca de la treintena apareció Arnaldo una tarde de domingo. Arnaldo era serio y formal, iba a misa y pagaba sus impuestos. Solo tenía el vicio aquel de adiestrar aves de presa, pero todos pensaron que lo dejaría, como otros dejan el tabaco o los torreznos si la salud o la autoridad así lo exigen. Se celebró la boda y todos respiraron aliviados. Ida llevaba su vestido blanco, su ramito de mirto y su liga prestada. Contestó atinadamente al cura y vertió en su momento la lágrima que estaba en el guion. Todo fue sobre ruedas hasta la noche, en el hotel. Entonces quedó patente que Arnaldo era de los que maquinan.
Del libro “El envés de los días. Hojas de almanaque”

2Comments
Add yoursNo acabo de convencerme de la locura de los que maquinan. Más que locura, diría que es otra cosa…
Puede ser pura maldad. Es verdad.