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Submundos: LECTURAS DE DOMINGO por Paula Castillo

UN SER DE LEJANÍAS por FRANCISCO UMBRAL (1932-2007) Narrador, cuentista, ensayista, poeta

Comparto la lectura. Un relato que nos habla del presente, de lo conocido o intuido, y del poder que el pasado tiene sobre el presente. Si mirásemos por la ventana del pasado observaríamos aquello que fuimos, y ya no lo reconoceríamos.

Un ser de lejanías nos habla de alguien que no cree en nada, pero que, llegado el caso, puede creer en todo. Así era Francisco Umbral, así se mostraba.

En Un ser de lejanías encontramos textos que son mucho más que prosa poética o líricos. Góticos, barrocos. Son textos que saltan, que dejan y prolongan al leerlos la sensación de levedad. Segundos de ingravidez. Es un libro íntimo, interior, una confesión. Todo cabe como excusa para lo importante: escribir la escritura.

«Somos seres de lejanías, los hombres, no porque nos vayamos yendo lejos con la edad, sino que son las cosas las que se van, es el mundo lo que ya no nos queda al alcance de la mano. Todo está ahí, pero un poco más lejos».

CÓMO se agradece un septiembre a cierta edad. Tarde de sol frío, naufragios silenciosos por el cielo, un viento como una música que no suena, pero emociona las mejillas, un sol redondo y fuera de órbita como una luna equivocada. Las lluvias voluptuosas de este año han puesto verde lo verde, de un verdor intenso y sólido, de un verdor como yo nunca había visto por aquí. O ha nacido un verde nuevo o a determinada altura de la vida se descubren colores, se alcanza al fin la intensidad de la vida, el rubor del planeta, que es verde.

Me resisto a la cuenta atrás o adelante de los años, de los tiempos. No hay otra salvación que el presente, el presente es todo mío y me moriré en presente, con este viento alto, marinero en seco, este sol intemporal y este lujo de verdor que debe tener incendiados y alegres los cementerios.

Vive el presente en el jardín, coronado de pinos y de nubes. Aquí dentro, en casa, los periódicos y los libros, el trabajo y los papeles son un pequeño mundo por donde se ve correr el tiempo. La naturaleza, afuera, es inocente en verde, ignora el tiempo aunque ella sea el tiempo.

Hay bloques de presente a la deriva, en los océanos del cielo. Contra lo que suelo observar, el tiempo y el clima se han desgajado lo uno de lo otro. Cómo se agradece un septiembre a cierta edad. Porque cualquier septiembre es el eterno retorno de septiembre, el eterno retorno de uno mismo. Yo me siento volver con las estaciones, estoy siempre en rotación, vivo dentro del clima y vuelvo a encontrarme bajo el pinabeto o el alto ciruelo donde estaba hace un año, y septiembre, como un oso con frío y amistad, me devuelve todo lo mío: castañas locas, rosas fatigadas, perfumes que me olfatean como esbeltos galgos, abrazos del viento y piñas de verde pesantez. Los árboles siempre te regalan cosas. Serían nuestros abuelos centenarios si no fuesen actuales.

Pero dejo el presente en su soledad purísima y sin pájaros, y vuelvo dócilmente a entrar en la corriente doméstica del día, del año, del siglo. Me siento presentísimo, que no es igual que eterno ni quiere serlo.

O eso creo.

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