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La sombra y el decapitado.2 By Paula Castillo Monreal

El viejo salió dando un golpe al portón que tienen las monjas en el convento que hace tiempo se convirtió en una residencia para desgraciados. Lleva mitones que apenas le cubren los dedos y una gabardina con el cuello subido, que arrastra con gran esfuerzo, llena de colillas y mierda de la plaza. Le gusta llamar la atención con el gorro de trampero que lleva como suspendido en el aire sujeto apenas con los bucles que le quedan en la cabeza. Cuando ha de girarse mueve todo el cuerpo a la vez por miedo a que se le caiga.

            Los que son como él lo esperan en el banco que está justo frente a la puerta de las hermanas. Piensan que es un elegido por tener cama y comida caliente. ¡Señorito! le gritan. Y también descerebrado, madero de mierda, chulo. Él, como si nada, continúa con su paseo matutino hasta la comisaría donde ejerció como comisario durante más de veinte años. Sube unos cuantos peldaños de la escalera y, cuando termina el pasamanos, antes de que puedan reconocerle, da media vuelta y vuelve a bajar por donde subió. Siempre hay alguno de los jóvenes que le mira intentando averiguar. Y luego está Diego, el que fue su compañero en la comisaría y amigo fuera de ella —así lo pensaba entonces—, convertido en su sombra. Ramón sabe que va tras él, pero no quiere recordar, no quiere saber nada del tipo que condujo a su niña al suicidio. Le engañó bien el mamarracho, piensa.  Siempre amable, siempre con la sonrisa y sus palabras sobre la elegancia. Aunque no era su costumbre, porque Ramón siempre había sido un hombre que guardaba con celo su intimidad, le presentó a su mujer y a su hija para que se sintiera arropado por una familia. Al muy cabrón le abandonaron las dos mujeres que tuvo. Y entonces Diego se cameló a la hija del amigo con palabritas de enamorado; y que si la esperaría para casarse, que no dijera nada a sus padres, que sería un secreto entre los dos. Hasta que consiguió preñarla. Tenía quince años cuando la encontraron colgada de una soga amarrada a una de las vigas de la cabaña de la sierra. El padre que huyó hacia el cobertizo sumido en el horror que acababa de ver, perdió la cabeza para no tener que enfrentarse a la estampa. Cuando Diego lo encontró en la leñera, apenas era capaz de mover los labios. Y nadie ha vuelto a ser el mismo desde entonces.

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3 Comments

  • Está claro que por muchos años que pasen, cuando hay polis de por medio…

  • Crónica del silencio durante el tiempo de la amargura. Como tormenta de verano, tanto esfuerzo vano al final sirvió para nada, y las aguas retornan al cauce. Y así andamos, le pese a quién le pese, de nuevo encauzados. Un abrazo.

  • […] La sombra y el decapitado.2 By Paula Castillo Monreal […]

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