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BUSCANDO UN LUGAR… UNA RAZÓN by Carlos Cubeiro

Tras la tormenta el cielo se abrió entre las negras nubes. Ante su mirada, un amanecer en difuminados tonos púrpura y ámbar. Del horizonte al infinito, un mágico doble arcoíris.
Manuel había cogido su mochila con lo mínimo imprescindible. Después de cerrar la puerta con la pesada llave de hierro y dejarla oculta en el interior de una maceta que lucía un espinoso cactus, tomó el camino de su derecha.
Caminando durante tres días y casi sin darse cuenta se encontró en medio del Valle del  Omaña. Otro amanecer lleno de inusuales colores guiaba sus pasos hacia la orilla del río entre numerosas especies arbóreas.
A pesar de ser muy temprano aún, él calor era ya elevado, muy elevado. Asi que Manuel, aprovechando un claro que dejaban los árboles de la ribera, decidió meterse en las frías aguas del Omaña.
Sobre una gran piedra posó su ropa, se sumergió por completo y se dejó llevar por la corriente mirando al sol, a las bellas figuras que formaban sus reflejos en combinación con las hojas de los sauces. Tras el baño helado se tumbó en la hierba apoyando su cabeza en la gran piedra donde estaban sus tejanos azules, su slip y su camisa de cuadros rojos y negros. De su mochila cogió una bolsa con su aperitivo preferido unos cacahuetes fritos, pero antes de terminarlos los brazos de Morfeo lo envolvieron por completo…
" Los rayos de un amanecer naranja rozaron los párpados de Manuel y éstos se abrieron sin poder evitarlo. Ante él, un centenar de pequeños nichos y en ellos otras tantas palomas con sus crías recién nacidas. Apoyado en la única pared libre, no daba crédito a lo que veía: ¡estaba en medio de un palomar! Una de aquellas palomas voló al suelo y después subió a su mano derecha. Viendo esto, Manuel la acarició suavemente. Otra de las palomas voló al suelo y así otra docena y al final todas ellas lo rodearon y comieron de su mano hasta acabar con los cacahuetes fritos."
Manuel despertó a la orilla del río ya a mediodía. Arreglado y con la mochila a la espalda inició de nuevo el camino. Tras andar poco más de media legua divisó a lo lejos una construcción que le recordaba a la del sueño. Se encaminó a la entrada. Deseaba saber si aquellas palomas tan mansas seguían allí. La impaciencia le hizo mirar al momento a través de la vieja puerta entreabierta; deseaba desde el fondo de su corazón que así fuera. Aquel sueño  había estado envuelto por un halo de misterio. Su alma se le cayó a los pies al descubrir que en aquel lugar no había otra cosa que piedras amontonadas y sin techo alguno. Aún así quiso entrar y sentarse en el mismo lugar que aparecía en su sueño. Así lo hizo, se sentó sobre un montón de piedras frente a lo que en su día fuera el cobijo de las palomas. Y cerró los párpados. A sus oídos llegaron ciertos sonidos que él reconocía.  Las palomas habían regresado y se situaban en los mismos lugares que en su sueño. Manuel no se creía aún lo que veía: estaban allí y no tenían un lugar para cobijarse, el regreso significaba que era el mismo palomar.
Manuel pensaba que el sueño había sido una señal, una clara indicación para proteger aquel increíble patrimonio. ¿Sería esto lo que el buscaba al emprender su particular viaje?
Regresó al río, necesitaba meditar. De nuevo se sumergió en las frías aguas del Omaña. De nuevo se tumbó en el mismo lugar y apoyado en la misma piedra. De nuevo los brazos de Morfeo hicieron su trabajo. De nuevo regresó el mismo sueño, idéntico sin duda.
Cada día al salir el sol, se acercaba Manuel al viejo palomar. Cada día iba colocando las piedras en su sitio y la techumbre con nuevas tejas. Cada día al rayar el alba las palomas llegaban a la vieja edificación para hacerle compañía mientras ponía las derrotadas piedras en su lugar original.
Cada tarde caminaba largos paseos tomando el oxígeno necesario entre sauces, robles, hayas y álamos hasta que el rojo sol se perdía en el horizonte.
Cada tarde, durante los meses de verano, Manuel se sumergía en las frías aguas del río Omaña en el mismo lugar para reponer fuerzas.
Un día tras una tremenda tormenta de verano el cielo se abrió descubriendo tonos ámbar y púrpura cruzados por un bello doble arcoíris.
Esa mañana como algo mágico cada palomar de cada rincón, por ruinoso y olvidado que estuviera apareció lleno de palomas con sus crías y apto para su uso.
La utopía se había hecho realidad.    

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