Y la ninfa contempló, triste, su reflejo en el lago. La luna plateaba su cuerpo vulgar y grotesco y los grillos le cantaban en su soledad. Por instinto sabía que podía volar, que algún día saldría de su caparazón rígido y seco, transformada; pero habían pasado muchas lunas y mudado muchas veces y ese milagro no había sucedido. Seguía lastrada al suelo, su vuelo no iba más allá de un pequeño salto de rama en rama. Conocía que su fin estaba cerca. Así se lo anunciaba cada día el aire frío del cierzo que, sin contemplaciones, despojaba de sus hojas a los árboles vistiéndoles de invierno. Cuando éste volviera a asomar su rostro por las cumbres… llegaría su final.
La luna se ocultó detrás de las montañas y la noche la envolvió en oscuridad. La ninfa sintió que la angustia, compañera de viaje durante muchas jornadas pasadas, se abrazaba de nuevo a su cuerpo inmovilizándola, absorbiéndola. Un resquebrajamiento le traspasó la espalda. Se sujetó fuerte a la hoja del abedul que le servía de morada y aguantó ese dolor profundo que la desgarraba. Éste se hizo aún más insoportable y ella, desolada, se dejó llevar por él sin poner resistencia y se abandonó a su destino. Miró por un último segundo a su alrededor. Su amiga la luna había desaparecido, todo lo conocido se desdibujaba ante sus ojos y lo que hasta ese momento le era familiar lo contemplaba como algo amenazador y hostil. El dolor la golpeó de nuevo y, de su mano, entró en un estado de semiinconsciencia e inició un viaje que la llevó de regresó a ese primer momento de su existencia cuando, por un acto sublime de amor, salió del Espíritu Creador junto con otro ser tan hermoso y pleno como ella misma. Se vio caminando por una senda estrecha y tortuosa, vagando perdida hacia un lugar al que su corazón la llevaba y así conoció a la Agonía y la Desesperanza, se cruzó con la Inseguridad y la Frustración. El Miedo y la Resignación entraron un mal día en su casa, y sus cadenas la lastraron impidiéndola escribir su destino. Con la Soledad rompió las ataduras que la sujetaban y, tras alejarse, se encontró con la Reafirmación y la Confianza, que la trasladaron hasta el lugar donde habita la Inocencia, quien lavó su cuerpo con el agua de la Experiencia y tras ella entró en el espacio donde mora el Conocimiento junto con la Fe y la Ilusión, que por siempre mantuvo vivos dentro de su corazón. Desde ellos, pudo cumplir su ciclo, retornar de nuevo al Amor
La ninfa, en un estado límbico, experimentó de nuevo un estertor de muerte; una profunda herida la desgarraba de parte a parte rompiéndola en dos. Una mitad gritaba y luchaba por resurgir, la otra tiraba de ella hacia las profundidades, hacia la derrota. En un supremo esfuerzo, la ninfa gritó y su grito estremeció a la tierra, que detuvo su marcha y cerró la puerta al invierno, y a su llamada acudió la luna que rompió las tinieblas alejando a la oscuridad.
Tras su voz desgarrada resurgió el viento que la zarandeó con fuerza y la lanzó al aire. Un impulso desconocido la sacudió. La ninfa abrió los ojos y salió del trance en el que había estado inmersa. El viento se recogió, la oscuridad se hizo silencio. La luna la devolvió su imagen en el espejo del agua. Una libélula grácil y etérea se elevaba sobre la superficie del lago. El suave murmullo de un batir de alas lanzó a la noche la nota más primigenia y pura
